4.

Despertar junto a Máximo, encontrar su cuerpo al tender la mano, el milagro de cada mañana. Acariciar su pierna con el pie, deslizar los dedos vientre abajo, abrazar y ser abrazada. Notar cómo su sexo se endurecía y estiraba, enorme cuando ella le pasaba la lengua a todo lo largo de la arista.

Luego, en la ducha tarareaba la obertura de Las Bodas de Fígaro. Se descubrió haciéndolo días atrás, una mañana en la que él tuvo que salir apresuradamente, más temprano de lo habitual. No había ningún motivo para que tararease precisamente la obertura de Las Bodas de Fígaro, pero Maica pensó que hacía años que no cantaba en la ducha, y ahora lo hacía cada mañana para propiciar un buen día; le traía suerte.

Aquella mañana, ni ella ni Máximo tenían prisa, y desayunaron con calma en la cocina.

—De repente me parece imposible que tú y yo estemos así, desayunando juntos —dijo Maica.

—Yo me lo planteé como objetivo ya muy al principio: conseguir que fueras tú misma, que dejaras de vivir neutralizada por Paul. Aunque todo se redujera a eso, aunque no termináramos viviendo juntos.

—Oye, oye. ¿Y lo demás? ¿Y tú y yo? ¿Y la cama? ¿Una obra caritativa?

—No precisamente.

—¿Entonces?

—¿Cómo vas a separar una cosa de la otra? Es como lo del huevo y la gallina.

—La verdad es que nunca sospeché que un arquitecto con fama de ser tan serio como tú fuese, además, un maestro del ejercicio erótico.

—Precisamente. ¿Por qué te crees que soy un arquitecto tan serio? La arquitectura es la otra cosa que me interesa en la vida.

—Aunque algún día se nos pase, la verdad es que hay cosas que las recordaré siempre. Nunca encontré nada parecido. Ni creo que en el futuro, sin ti, pudiera encontrarlo.

—¿Y por qué se nos ha de pasar?

—Porque esos entusiasmos no duran más de tres meses. Vamos, eso dicen. ¿Por qué íbamos a ser una excepción? A mí, antes de ahora, nunca me han durado ni eso.

—Será que el otro te ha fallado. Supongo que, en la mayor parte de los casos, uno de los dos termina fallando. O los dos. Pero no tiene por qué ser así. Lo normal sería que todo mejorara.

—¿Quieres decir en la cama?

—Sobre todo en la cama,

—¿Cada vez mejor?

—Claro. ¿A ti no te va mejor que al principio?

—Sí, cada vez mejor.

—Pues ya casi llevamos tres meses. Lo normal es eso. Que todo mejore. Que cada vez inventemos más cosas.

—No es eso, precisamente, lo que le pasa a la mayor parte de la gente que conozco. Al cabo de un tiempo, más bien es un fastidio.

—Será porque les interesan otras cosas. Pero eso no nos pasa ni a ti ni a mí.

—A ti, desde luego que no. Ni a mí. Pero eso es lo que me preocupa. ¿Por qué habría yo de tener tanta suerte?

—¿Y por qué no habrías de tenerla? —dijo Máximo al irse.

En el baño, mientras se arreglaba, Maica volvió a verse asaltada por el temor de que su perfecto entendimiento con Máximo no fuese más que un fenómeno de sugestión recíproca. Inmóvil, con el lápiz de ojos en alto, consideró su imagen reflejada en el espejo. No: aquel pensamiento era de origen supersticioso, una especie de conjuro para no perderlo; la realidad era que ya no podía imaginar la vida sin él. Siguió maquillándose. Pensó en la polla de Máximo cuando la alcanzaba con la mano. «Consigues que espabile antes que yo», había dicho Máximo. Maica buscó su bolso en los lugares donde era más lógico que lo hubiera dejado, canturreando Las Bodas de Fígaro en voz alta.

Pilar la recibió con la noticia de que Bea había telefoneado ya dos veces casi seguidas, dejando dicho que la llamara en cuanto llegase. No hubo ocasión de hacerlo: Maica se hallaba todavía revisando el resto de las llamadas, cuando telefoneó de nuevo.

—¿Eres amiga mía o ya no lo eres? —dijo Bea.

—Yo diría que sigo siéndolo. ¿A qué viene eso?

—¿Te he hecho entonces alguna putada sin darme cuenta?

—¿Pero qué te pasa? Más bien parece que la putada te la haya hecho yo.

—Y me la has hecho.

—¿Se puede saber cuál?

—¿No lo adivinas?

—Empiezo a intuirlo. Pero sería de gran ayuda y ahorraríamos tiempo si me dieras alguna pista.

—Lo de Gómez Hugarte. Soy la última en enterarme. Cuando me lo cuentan, tú ya te has escapado de casa. Sólo entonces me entero. Y por otros.

—Oye, que no es así como han ido las cosas. Yo no me he escapado de casa. O, si lo hice, fue porque Pablo intentó estrangularme.

—¿Estrangularte?

—Más o menos. Y antes de que pasara eso te llamé a Barcelona y tú estabas de viaje. Te llamé precisamente para contarte lo de Máximo; no era cuestión de contártelo por fax. Entonces no me convenía que se supiera, pero yo pensaba contártelo de todos modos porque eres mi amiga. Ahora ya no importa que se sepa.

—Ni entonces. Por lo que se ve, lo sabía todo el mundo.

—¿Qué quieres decir?

—Que lo sabía todo dios, tanto en Madrid como en Barcelona.

—¿Cómo lo sabes?

—La gorda.

—¿Qué gorda?

—La Paca. Paca Gordillo.

—Joder. Se lo dije sólo para cortar sus chismorreos. Y le dije que si contaba algo, la mataba. Fue por esas fechas cuando intenté llamarte.

—Pues no se ha cansado de pregonarlo. Yo lo sé por Mercedes Joan. Pero ya te digo que lo sabe todo quisque.

—No tenía ni idea.

—Puedes estar segura. Y, claro, le llega a tu ex y él busca la manera de estrangularte.

—No, el chismorreo aún hubiera tardado en llegarle más que a mí. Lo averiguó por sí mismo. ¿No ves que conoce a un montón de detectives? Lo que siento es que hayas creído que desconfiaba de ti. Tendré que compensarte de alguna manera.

—Me siento suficientemente compensada con tus explicaciones. Eso sí, tienes que hacerme una confesión: ¿es él tan bueno como dicen?

—Mejor.

—Pues lo que sí me debes es el informe. Te recuerdo que yo fui la primera en ponerte sobre la pista.

—Lo recuerdo. Y te invito a casa cuando vengas. Hay habitación de invitados. Será una forma de compensarte.

—Lo tendré en cuenta. Precisamente tengo que ir a Madrid más o menos pronto. Pero para volver en el día. Bueno, corto el rollo, que espero a un cliente. Te beso en los morros.

Maica, pensativa, contempló un montón de correspondencia, notas y faxes que Pilar había dejado sobre su mesa. Finalmente tomó el teléfono de Francisca Gordillo.

—Sí, Maica, qué quieres.

—Nada. Agradecerte tu discreción.

—Por qué. ¿Qué pasa?

—Que has contado a todo el mundo lo de Máximo. Te dije que te mataría.

—¿Yo? ¡Pero qué dices! ¿Quién te ha dicho semejante cosa?

—Todo el mundo. Lo sabe todo el mundo. Y yo no se lo había dicho a nadie más que a ti.

—¿Que se lo he contado a todo el mundo? ¡Nunca!

—Sabes perfectamente que sí.

—¡Pero si soy una tumba! ¡Qué mal me conoces, Maica!

Voz de lloros. Probablemente reales. Sin fingimientos. Maica podía imaginar su desolación, casi su escándalo, al verse tan injustamente acusada, según se iba creyendo todo lo que decía, los ojos llenos de lágrimas. Esperó a que hiciera una pausa.

—Eres tan chismosa como glotona-dijo entonces—. Si no te mato es porque ya es bastante que Pablo intentara matarme a mí por tu culpa.

Colgó. No era cierto que la culpa fuera de la gorda, pero así le sería más fácil recordar todo lo que le había dicho. Y cuando sonó el teléfono, le dijo a Pilar que, si era ella, le dijera que no podía ponerse. Era Francisca Gordillo y Pilar se lo dijo.

Un problema de gordura, pensó Maica. De haber renunciado a intentar dejar de ser gorda. De haber elegido el confort, la calma, la modorra de una digestión pesada, la libre disposición del retrete, la autosatisfacción sexual, sin hombres ni tampoco mujeres en el panorama, susceptibles de alterar la comodidad placentera de sus ritmos biológicos. Para relacionarse con el mundo le bastaba estar al tanto de los chismes. Por lo demás, que todo el mundo fuera dichoso. Y que esa dicha, eso sí, le diese mucho dinero, que todos compraran cuadros a fin de embellecer el marco ambiental de tanta dicha.

Pidió a Pilar que le preparase un café. ¿Por qué no le pasaría a ella como a otra gente a la que el café calmaba los nervios? Con todo, se sentía mucho mejor. De modo que buscó en el directorio el teléfono de Lola, la primera mujer de Pablo.

Aparentemente no sabía que Maica y Pablo se fueran a divorciar. No mostró sorpresa pero tampoco especial interés cuando Maica se lo dijo.

Ni especiales deseos de verla cuando Maica le propuso almorzar juntas cualquier

día.

Parecía cordial, pero distante y hasta reticente, por no decir recelosa. Dijo que se iba a Alemania por unos días, que, en todo caso, a la vuelta. Maica y ella apenas se conocían, pero a Maica le caía bien Lola y siempre había supuesto que el afecto era mutuo.

—Como ahora todo está en manos de los abogados, me gustaría verte para saber cómo reaccionó él en tu caso. Vamos, cómo fue todo.

—Si tu idea es establecer un paralelo, te aconsejaría por de pronto que te pusieras en guardia —dijo Lola—. Cuando nos separamos tras la agresión —también la hubo en mi caso— se encargó de contar a quien quisiera oírle que yo estaba sifilítica. Supongo que imaginaría que yo iba a empezar a ligar a diestro y siniestro —su voz sonó fatigada, tal vez agobiada por los recuerdos—. En fin, a mi regreso, si quieres, te pongo al corriente de todo.