4.

Caminaron hasta la sala de estar sin intercambiar palabra, Pablo visiblemente tenso, incapaz de esbozar siquiera una sonrisa. Se detuvieron a la entrada, a manera de pausa que permitiese a Pablo hacerse cargo del ambiente, por más que Pablo no pareciera estar haciéndose cargo de nada. Maica sacó la pistola mientras retrocedía un paso y, en un ademán como de vuelo, apoyó el cañón contra la sien de Pablo y disparó.

No comprobó el resultado: no estaba segura de haber oído detonación alguna. Sólo la blanda sensación de un cuerpo que cae. Seguía con los ojos fijos en la blanca claridad

de los visillos. ¿Había pasado realmente algo? De no ser así, él habría hablado, habría dicho cualquier cosa. Pero no había gritado. Cuando se atrevió a mirar para abajo, lo hizo como quien echa un vistazo, casi de reojo. El cuerpo se hallaba tendido semi de costado, semi de espaldas, la cabeza aparentemente indemne. Sólo en ese preciso momento, Maica advirtió un serpeo de sangre que se acababa de iniciar en el suelo, probablemente a partir de la boca o acaso a partir del orificio de salida.

Puso la pistola en la mano derecha de Pablo y oprimió con cuidado el índice contra el gatillo antes de soltarla para que cayera a su aire. Palpó el traje en busca de la otra pistola: la llevaba sujeta al cinturón. Y era la Browning de Maica, no el revólver del abuelo. El dato no tenía gran importancia, pero así era más sencillo y todo cuadraba mejor.

Se quitó el guante de cocina y lo metió en agua con lejía. Tomó la Browning que había traído Pablo, le sacó las dos balas y la limpió con una gamuza. La guardó en el ropero, metida en uno de sus bolsos.

Llamó a urgencias y a la policía, por ese orden. Explicó que se trataba de un intento de suicidio con pistola y que la víctima parecía muerta.

Se fue a esperar al sofá. Creyó percibir la sirena de una ambulancia. Sería la de otra ambulancia; era imposible que tardasen menos de un minuto.

Todo había sucedido con una desagradable apariencia de irrealidad, como la de ir a subir por una escalera mecánica que por algún motivo está parada. El alivio de que, al pisarla, se ponga en marcha.