Capítulo 11

LAS horas pasaron y, al final, Froi supuso que Gargarin no iba a aparecer. El aburrimiento hizo que se diera cabezazos contra la piedra. Intentó imaginarse las Llanuras y su cielo interminable, sentado con Lord August al final de un día agotador, con una jarra de cerveza en las manos y una sensación de satisfacción en el corazón. Pero la fuerza de aquellas imágenes solo funcionaba cuando estaba de verdad bajo un cielo interminable en las Llanuras y no en una mazmorra en un palacio de piedra tallado en una montaña en medio de un bagranco, dentro de un reino abandonado por los dioses.

Miró por la ventana y asomó la cabeza para ver la de arriba. No había mucha distancia, pero al menos Lirah de Serker tenía un tejado con jardín, que era mucho más de lo que tenía Froi. Antes de que pudiera convencerse de hacer lo contrario, se alzó al alféizar de la ventana. Salió para quedarse sobre el saliente con la cara pegada a la pared exterior, con los dedos de las manos buscando hendiduras y los de los pies aferrados a la piedra. Despacio, se abrió camino hacia la ventana de arriba. A pesar de la poca distancia y la pericia de Froi, según Trevanion, en trepar por lo imposible, lo imposible adquiría un nuevo significado cuando no había nada más debajo de él aparte de un espacio infinito y una muerte segura.

—Sagrami —masculló, transpirando.

En cierta ocasión, Finnikin había alardeado de que la piedra que había trepado para encontrar a Isaboe en Sendecane estaba más allá que cualquier logro de Froi, y Froi le había dicho que un día encontraría una piedra más grande y desafiaría a su rey en batalla.

—La batalla de la estupidez —había dicho Isaboe—. Tendrán que llamarme para identificar vuestro orgullo desparramado. Los dos son iguales, diré.

«No es nada bueno pensar ahora en eso, Froi».

Alcanzó la ventana de Lirah y se agarró con los dedos al primer surco que encontró.

Cayó en la habitación de cabeza. Era más grande que la celda de Froi y tenía una cama, libros y chimenea. En la pared vio que alguien había dibujado la imagen de un bebé recién nacido, y a su lado había otra de una niña de unos cinco o seis años. Una loca, a juzgar por el pelo y los pequeños dientes salvajes. Se imaginó que era Quintana de niña, con los ojos centelleando mientras levantaba un pulgar y los otros dos dedos más próximos. Había otra imagen de Quintana, más joven que ahora, tal vez de unos catorce años. Se parecía bastante.

Había una puerta a la izquierda de la chimenea y después una escalera estrecha que llevaba al tejado, donde una trampilla abierta daba más luz al lugar. Froi subió los peldaños y se halló en un jardín que le ofrecía una vista de la Citavita entera. Una figura estaba arrodillada junto a uno de los arriates.

Cuando se puso de pie para contemplar su trabajo, vio que era alta, casi como un chico. Lirah de Serker, la puta del rey. No podía determinar su edad, pero si era la madre de Quintana, debía de rondar los cuarenta. Tenía el cabello espeso, largo y de color caoba. Sus ojos eran de color gris oscuro y con la misma forma que los de un gato. Froi se acordó de Tesadora. Aunque aquellas mujeres no se parecían en nada, salvo quizás en sus ojos serker, tenían la clase de belleza que, como Rafuel había dicho, hacía a un hombre desearla a pesar de su edad. Froi detectó que la mujer había advertido su presencia y se volvió para lanzarle una penetrante mirada.

—Yo no plantaría eso ahí —dijo Froi.

Entrecerró los ojos con desconfianza.

—He plantado algunos. en Sebastabol. No les gustan las zonas sin sol.

Froi se sintió estudiado. Era una costumbre de los charynitas. Los ojos de Lirah de Serker eran duros y despiadados.

—Olivier de Sebastabol —dijo, haciendo una reverencia. Soltó una carcajada llena de incredulidad—. Tienes ojos de serker, Olivier de Sebastabol. —Los de Serker ya no existen.

—Yo sí existo y reconozco los ojos de un muchacho serker.

—Entre tú, Gargarin y Quintana cuando está de humor, estoy empezando a percibir que nadie me quiere en Charyn.

Esta vez ella se estremeció. ¿Había sido al mencionar el nombre de Gargarin?

—¿En Charyn? —preguntó—. Hablas como si acabaras de llegar a tu propio reino.

—Me refiero a la Citavita —se corrigió.

Froi miró hacia fuera. Las almenas de su torre parecían lo bastante cerca para saltar. Pero las torres en las que sospechaba que se hallaba el rey estaban demasiado lejos.

—¿La has forzado? —preguntó sin rodeos. A Froi se le pusieron los pelos de punta.

—¿Qué te hace pensar que yo usaría la fuerza? —preguntó.

—Porque crecí con cerdos serker como tú. Lo llevas en la sangre —soltó.

—¿Y está en la sangre serker de las mujeres ser puta? —la provocó.

—Oh, todos somos putas en Charyn, Olivier —se burló como respuesta—. De una forma u otra.

Volvió a su tarea y él observó cómo cavaba en la tierra y apretaba hacia abajo las raíces de la planta.

—Se morirá, te lo he dicho —dijo bruscamente—. Conozco a la cratornia. No sobrevivirá en una parcela tan pequeña.

La mujer levantó la cabeza, sorprendida, y al cabo de un rato, la sacó despacio, pausadamente, y la alzó. Buscó en el jardín y señaló un sitio.

—¿Junto al árbol artificial? —sugirió. Ella negó con la cabeza.

—Así que conoce los árboles artificiales —dijo, medio para sí misma.

Pero se negó a volver a alzar la cabeza. Se suponía que debía de ansiar tener compañía, pero Lirah de Serker por lo visto quería que el chico desapareciera.

—Será mejor que te marches —dijo, despachándole—. Me imagino que bajar hasta ahí debe de ser peor a oscuras.

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Froi siguió encerrado hasta la siguiente tarde y, tras su liberación, fue confinado en la alcoba que compartía con Gargarin.

—¿Estás contento por haber irritado a Bestiano? —preguntó Gargarin, sin levantar la vista de lo que escribía frenéticamente.

Los bocetos de Gargarin cubrían el espacio del suelo y estaban esparcidos por el catre de Froi.

—Podrías haber venido a liberarme, ¿no? —gruñó Froi.

—¿Por qué iba a querer hacer eso cuando he tenido paz y tranquilidad al menos durante un día?

Gargarin se deshizo de otra página con frustración y mojó la pluma en el tintero para empezar otra vez.

—Podrías al menos hablarme de esto —dijo Froi—. Sabes que te mueres de ganas.

Al cabo de un rato Gargarin levantó la vista. Después de ver a Arjuro, a Froi le resultaba muy raro estar enfrente de aquel hombre.

—Sabes mucho de agua, supongo —dijo Gargarin—, porque un muchacho de los astilleros de Sebastabol sería un experto.

—¿Barcos? ¿Agua? Hay una fuerte conexión en mi mente. De todas formas, ¿qué hay que saber? Charyn está maldito. O tienes demasiada lluvia y se inundan las llanuras, o no cae suficiente y entonces hay sequía.

Gargarin le estudió con una ceja levantada.

—¿Tú? Será el resto de Charyn y no tú, ¿verdad, Olivier?

—Palabras —se burló Froi—. ¿Tanto importan?

—¿No está esperándote la princesa? —preguntó Gargarin para despacharle.

—¿Cuál? Ya las he conocido a todas —dijo, examinando los mapas y los planos de su camastro.

Froi nunca había tenido delante un plano tan magnífico. Vegas, las más grandes que había visto, y unos ríos y lagos artificiales gigantescos. Se acercó a donde Gargarin estaba sentado y miró por encima de su hombro.

Señaló a una zona más allá de la vega planeada.

—¿Qué hay de estas aldeas?

—Las inundaciones del último par de años han inmovilizado a los granjeros —dijo Gargarin—. Antes de eso tuvimos años de sequía. Los dioses están decididos a que nada crezca en Charyn y yo estoy decidido a desafiarlos. Tenemos que encontrar una manera de aprovechar el agua de la estación lluviosa para usarla los meses más secos. Si construimos fosos para recoger el agua de lluvia en las zonas secas, la tierra podrá estar húmeda el resto del año.

—Y así la enviarás en direcciones diferentes.

Gargarin asintió.

—Establecemos el curso del agua. Está en los libros, Olivier. En los libros que escribieron los Antiguos. —Los ojos del hombre brillaron de emoción—. Cuesta traducirlos, pero no es imposible. Si pudieron hacerlo hace miles de años, nosotros también.

Froi pensó en Lord August y su desesperación el primer año de demasiada lluvia.

—¿Qué haría más fácil traducirlo? —preguntó Froi—. Me refiero a El libro de los Antiguos.

La expresión de Gargarin era inescrutable.

—A los tocados por los dioses se les da mejor. Yo solo entiendo un poco. Alguien como Arjuro, el novicio tocado por los dioses.

Froi bajó la vista donde la pluma de ganso se enroscaba en los dedos de Gargarin.

—Tú habla y yo dibujo —dijo Froi.

Se pelearon toda la tarde. Gargarin hablaba demasiado rápido y cambiaba de opinión en cuanto Froi dibujaba según sus instrucciones, pero el chico continuó y, cuando acabaron, nunca había visto unos planos con tanta ambición y. esperanza. Quería guardárselos en su fardo y regresar con ellos a Lumatere, ponerlos en las manos de Lord August y decir: «Este es mi regalo por haberme dado un hogar».

Aquella noche no pudo pasar por el ritual con Quintana, fingiendo impotencia o escuchando las profecías sobre que debía plantarse la semilla, así que se quedó en su habitación.

—Hablaste sobre un compromiso —dijo Gargarin en la oscuridad mientras estaban tumbados en sus respectivas camas.

Su voz era suave, pero tenía una fuerte resonancia que le hacía olvidarse a Froi de la cojera y el brazo torpe.

—¿No crees en ellos? —preguntó Froi.

—No en los creados por otros hombres. Yo he escrito el mío propio.

—¿Y si confío en otros hombres con todo mi corazón? —preguntó Froi en voz baja. Gargarin suspiró. Fuera, las sombras danzaban por el bagranco hacia la pared de casa de los dioses.

—Sacaron a Dorcas de su provincia cuando tenía trece años. Lleva aquí dieciocho y no sabe nada más que cumplir su compromiso con el rey y Bestiano. Confía en ellos con todo su corazón.

Se hizo el silencio durante un rato.

—Me temo que moriré a manos de alguien como Dorcas. Un hombre sin ideales propios, pero que sigue el compromiso que le ha impuesto otro hombre —dijo Gargarin.

—Temo hacer algo que haga daño a los que quiero —dijo Froi—. Por eso sigo sus normas, para asegurarme de lo contrario.

—Pero ¿y si les haces daño o no logras proteger a los que no conoces? ¿O no quieres? ¿Te preocuparía tanto?

—Probablemente no.

—Entonces elige otro compromiso. Uno escrito por ti mismo. Porque al final lo que cuenta es lo que haces por los desconocidos.

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A la mañana siguiente, mientras Froi observaba el ritual entre los hermanos por el bagranco, sintió un gran afecto por aquellos dos tontos.

Siguió a Gargarin el resto del día. No estaba de humor para enfrentarse a Quintana y decidió esperar hasta que la princesa indignada reapareciera. Aquella mañana, en el desayuno, le había mirado con frialdad y, tras visitar a Lirah, Froi entendió de dónde provenía aquella ira. Advirtió que cuando aparecía la fría Quintana, nada perturbaba el desayuno. No obstante, aparte de uno o dos gruñidos que se escapaban de sus labios, nadie parecía darse cuenta del cambio. Excepto él. Era aquello lo que encontraba inquietante. La princesa indignada le irritaba, le divertía, le exasperaba. Pero la fría Quintana le desconcertaba. Le daba un vuelco el corazón en su presencia.

Así que siguió a Gargarin, a pesar del hecho de que Gargarin no quería que lo siguieran.

—Mi deber era traerte hasta el palacio —dijo Gargarin bruscamente cuando alcanzaron otras escaleras de caracol que llevaban a una pequeña estancia.

Desde allí podían ver parte de las almenas de la torre de al lado. La prisión de Lirah. Desde aquel ángulo, Froi se dio cuenta de que se podía saltar fácilmente de su torre al jardín de la mujer.

—Vete —masculló Gargarin, que seguía mirando hacia arriba—. Largo.

A Froi no le gustaba que le dieran órdenes.

—Podría subir ahí arriba, ¿sabes? Salvo que ella es probablemente la mujer con peor carácter que he conocido.

—¿Y cómo conociste a Lirah? —preguntó Gargarin.

—¿Recuerdas cuando dejaste que me pudriera en aquella celda hace dos días? Bueno, salí por la ventana y trepé hasta la de ella.

Gargarin se le quedó mirando fijamente.

—¿Y qué te mantuvo pegado a las paredes? ¿Magia?

—Los dioses —se burló Froi.

Gargarin se apoyó en la pared y continuó mirando hacia arriba, como si esperase algún tipo de aparición en algún momento.

Froi se sentó a su lado y no pudo evitar darse cuenta del ángulo que adoptaba el codo de Gargarin, el modo en el que había agarrado el lápiz en la habitación la noche anterior y la cojera con la que caminaba.

—¿Naciste así?

—No —respondió Gargarin bruscamente—. Y menuda grosería preguntarlo.

—Yo nací así. No puedo evitarlo.

Gargarin se lo quedó mirando y Froi creyó, tal vez se imaginó, ver un reflejo de humor en los ojos del hombre. Pero enseguida su mirada volvió a concentrarse en la prisión de la torre.

—No pareces de los que suspiran por una mujer, así que ¿de qué se trata, Gargarin?

—El deseo de morir en paz —dijo Gargarin en voz baja.

—¿Y cuándo tienes planeado morir?

Hubo silencio durante un momento.

—Dime lo que ocurrió en la Citavita —dijo Gargarin, y a Froi le pareció que cambiaba de tema—. Con los cerdos de la calle.

—Así los llama Arjuro también —apuntó Froi—. Si son tan cerdos, ¿cómo han conseguido tanto poder? Parece como si la Citavita fuera de ellos.

Gargarin negó con la cabeza, acompañando el gesto de una mueca.

—A mitad de la maldición, Charyn fue arrasado por la plaga. Así es como los matones se hacen con el poder. Cuando un reino es más vulnerable.

Froi conocía la plaga. Se había llevado la vida de la familia de un lord de la Llanura. Lord August y Lady Abian encendían una vela a Lord Selric de Fenton, a su esposa y sus hijas al comenzar cada semana.

—Si olvidamos a los que perdemos —le decía Lady Abian a Froi y a sus hijos—, entonces olvidaremos quiénes fuimos un día y perderemos de vista los que somos ahora.

Froi sintió una punzada de culpabilidad por llevar días sin haber pensado en la familia de la Llanura.

—¿Qué sucedió durante la plaga? —le preguntó a Gargarin.

—La gente comenzó a morir y los jinetes de palacio asaltaron los campos de cultivo, el ganado y cualquier cosa a la que pudieron echarle mano, para que el rey pudiera atrincherarse en palacio con tan solo aquellos en los que confiaba. Más allá de la Citavita, era aún peor. Las provincias se negaban a ofrecer refugio a los que vivían fuera de sus límites, y muchos de ellos inundaban la Citavita y traían la enfermedad. Así nacieron los señores de la calle. Su furia venía de sus hermanas o esposas fallecidas que habían caído en manos de la muerte por la desesperación de sus úteros estériles. Pero durante la plaga degeneró mientras observaban cómo los bueyes llevaban su cargamento de grano y semillas al castillo desde los campos de fuera.

La voz de Gargarin reflejaba angustia y amargura. Froi se preguntó cómo podía haber llegado a pensar que Gargarin no se preocupaba por nadie.

—Al principio, los señores de la calle encontraron el modo de conseguir cierta estabilidad donde había robos y violencia, y los vecinos mataban a sus vecinos por comida. Lamentablemente, al terminar la plaga, con un tercio de nuestro pueblo muerto, el palacio intentó tomar de nuevo el control de la Citavita. Parecía que los señores de la calle habían perdido parte de su poder, pero solo era a primera vista. Hoy en día siguen teniendo control sobre la gente porque la gente no tiene a nadie honorable a quien aferrarse. Pero no te equivoques, los hombres que vagan por las calles son tan codiciosos y corruptos como… —Gargarin miró a su alrededor para ver si alguien estaba escuchando— los de este palacio. Primero te dicen que detestan al rey y al momento esos cerdos aceptan una gran cantidad de dinero por ser los ojos y los oídos de Bestiano en la Citavita. Los señores de la calle no le tienen miedo a nada. De hecho, es de idiotas no temer nada.

—Les asusta tu hermano —dijo Froi—, pero no sé por qué. No es más que un borracho con ojos de loco.

—Está tocado por los dioses —dijo Gargarin—. Eso basta para asustarnos a todos. Algunos creen que fueron los tocados por los dioses los que maldijeron Charyn. Y recuerda, Arjuro era un novicio encerrado por el rey la noche del último nacido, así que muchos creen que fue un castigo de los dioses.

—¿Es lo que tú crees? —preguntó Froi y le sorprendió lo mucho que le importaba lo que pensara Gargarin—. ¿Sobre quién maldijo Charyn?

Gargarin tragó saliva.

—Creo que la maldición del último nacido proviene de más de una persona. Creo que su poder viene de los corazones llenos de ira, amor, desesperación y traición, y que incluso los dioses están confundidos respecto a su origen y cómo enmendarlo.

Gargarin se volvió hacia él.

—La Citavita no es un lugar seguro —dijo en voz baja—. Los cerdos de la calle se están descontrolando. Te aconsejo que te marches lo antes posible.

—No conseguirán entrar en palacio —respondió Froi.

—No hay mucha diferencia entre no dejarles entrar y que los señores de la calle no nos dejen salir. Temo por los provincari que vendrán a visitarnos dentro de unos días. Van a arriesgar sus vidas.

—¿Por qué vienen, entonces?

—Se les invita a palacio cada día del llanto para discutir el futuro sin futuro de Charyn. Pero me temo que los señores de la calle son más poderosos que lo que el palacio ha hecho creer a las provincias.

—Entonces ¿no son imaginaciones de Quintana que todo el mundo quiera matarla?

Gargarin miró a los ojos de Froi.

—Haces demasiadas preguntas para ser un idiota —dijo.

—¿Así me llaman fuera de mi provincia?

—Rotundamente. Olivier el idiota.

—Me siento cautivado, por decir algo. Nunca había tenido un título.

Esta vez Gargarin se rio. Froi sonrió al oírlo. Los lumateranos no eran famosos por su sentido del humor y Froi se metía en líos la mitad de las veces cuando no entendían sus chistes.

—¿Es verdad que está loca? —preguntó Froi. La mueca volvió al rostro de Gargarin.

—Sí, es cierto —respondió—. Pero si vas a creerte algo, créete que todos vienen a matarla, Olivier. La única idea delirante es que ella romperá la maldición.

—Entonces, ¿por qué estoy aquí si todos creen que es un delirio lo que va diciendo sobre los primeros y últimos nacidos?

—Porque el rey no cree que sea un delirio. Porque el rey tiene miedo de su propia hija y está convencido de que está loca. Cuando una princesa loca cuyo nacimiento maldice un reino afirma que los dioses han profetizado que ella es la última que creará al primero, el rey presta atención a sus palabras.

—¿Tú te lo crees? —preguntó Froi.

—No —respondió Gargarin con voz triste—, pero me gustaría. Me lo dice algo que no puedo explicar, pero se interpone la razón. —Miró a Froi y su expresión reflejó tristeza—. La semana que viene alcanzará la mayoría de edad —dijo en voz baja—. En cuanto haya demostrado a este reino que su profecía era una mentira, Bestiano convencerá al rey para que encuentre otra manera de romper la maldición.

—¿Y cómo van a convencer a Su Real Delirio de que no será la última que creará al primero?

Froi se estremeció ante la intensidad de la mirada de Gargarin.

—Recuerda mis palabras, esa chica morirá antes de alcanzar la mayoría de edad. Será mejor que salgas de palacio antes de que eso ocurra.

Era la segunda vez en muchos días que Froi oía esas palabras y le dejaban helado.

Más tarde, al no conseguir nada de su estudio del tejado de Lirah, regresaron a su habitación. Froi recogió los bocetos que había esparcidos por el suelo.

—Esto es algo que caracteriza a Charyn. que nos caracteriza —se corrigió y miró a Gargarin—. Una vez pasó por Sebastabol un lumaterano —mintió— y nos contó que, a pesar de lo bárbaros que fueran los soldados charynitas, habían introducido una forma fundamental de usar el agua que había salvado parte de las Llanuras lumateranas.

Gargarin se lo quedó mirando, esperando.

—El agua de lluvia se recogía por la colocación de huesos de animales cortados alrededor de la entrada de una casa. Cuando llovía, el agua corría por los surcos de los huesos y entraba a la casa por un sistema de cisterna que había debajo. Entonces, durante la estación seca, construyeron tuberías hechas con pieles de animales que iban desde la cisterna a los campos.

Se quedaron callados. Froi se volvió hacia Gargarin inquisitivamente y vio que el hombre bajaba la mirada.

—Simple pero mereció la pena —dijo Froi—. ¿No estás de acuerdo?

Froi vio que una sonrisa apareció en el rostro del hombre. Era extraña, retorcida y renuente, pero también era sincera y casi tímida, lo que era raro viniendo de un adulto hecho y derecho.

—En mi tercer año en palacio cuando era joven, dibujé los planos para ese sistema de captura del agua. Me anima pensar que Charyn tenga algo de valor que ofrecer a Lumatere.

Froi se incorporó, asombrado.

—¿Fuiste tú?

Gargarin asintió y de repente se sintió incómodo por toda aquella atención.

—En Abroi, donde nací, vi a gente sufrir y a niños morir porque también teníamos muy poca agua y, la mayoría de los años, no había cosechas de las que hablar. Es extraño que en un mismo reino pueda haber tanta abundancia en una provincia y tan poca en otra. ¿Alguna vez no has tenido qué comer, Olivier? Como último nacido que eres, lo dudo.

Froi apartó la mirada. No podía recordar ni un solo día de su infancia en que no le privaran de la comida. Solo le servía como recordatorio de lo que tenía que hacer para mantener su estómago lleno.

Gargarin suspiró, se levantó y estiró la espalda.

—¿Tienes prisa en terminar estos planos porque tienes que reunirte con el rey? —preguntó Froi.

—Aún no, pero le veré pronto y entonces habré terminado mi trabajo. —Gargarin apartó la mirada—. Si me pasa algo, ¿puedo confiar en que mis dibujos lleguen a manos de De Lacey de Paladozza?

—¿Qué puede ocurrirte?

—¿Puedes prometérmelo sin irritarme?

—¿Por qué ibas a confiar en mí?

De nuevo volvió a inclinar la cabeza de manera incómoda.

—No sé —dijo Gargarin sinceramente—, pero confío en ti.

Froi negó con la cabeza.

—¿Y si en su lugar te doy mi palabra de que no te pasará nada?

No tenía ni idea de dónde habían salido aquellas palabras. No estaba allí para proteger a Gargarin ni a ninguno de ellos. Había ido hasta allí para matar al rey. Pero en el fondo se dio cuenta de que quería impresionar a aquel hombre. Que a pesar de su primer encuentro y la hostilidad de Gargarin hacia Froi, le recordaba a Lord August, a Finnikin y también a Sir Topher. En algunos momentos extraños, se imaginaba presentándole a Gargarin a todos.

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Aquella noche, a Froi se le permitió asistir a la cena. Bestiano le miró fijamente desde la cabecera de la mesa, como si creyera ser el mismo rey. Froi le saludó de forma cortés.

Le asignaron un sitio entre un grupo de mujeres a las que Quintana se había referido como las tías. Tenían la cabeza inclinada y hablaban rápida y furiosamente.

Quintana apareció a su lado.

—Te he estado buscando todo el día —dijo, y él comprobó que volvía a mostrarse indignada, sin aliento e irritada.

—Te evitaba.

La princesa indignada parecía hacer caso omiso a cualquier tipo de malicia dirigida hacia ella. A veces le daban ganas de ser más cruel. De castigarla por no hacer nada por evitar que la mataran. Isaboe habría luchado por sobrevivir.

—Puedes sentarte a nuestra derecha —le ordenó—. La tía Mawfa te aburrirá hasta dejarte sin sentido.

—¿En serio?

—Sí. En cuanto la tía Mawfa se pone a hablar, todos se quedan dormidos. Tiene que ver con el tono de su voz. —Le dio un codazo—. Mira sus zapatos —susurró, señalando bajo la mesa.

Froi le siguió la corriente y bajó la cabeza. Lady Mawfa tenía unas piernecillas regordetas que apenas tocaban el suelo y un par de absurdos zapatos acabados en punta, con lazos rojos.

Froi se puso derecho.

—Se los han enviado de Belegonia —dijo Quintana en voz baja—. Se dice que pertenecieron a la primera diosa que pisó la tierra.

Froi volvió a mirar debajo de la mesa y se irguió.

—No es posible. Me habían dicho que las diosas son gente práctica —dijo—. Nunca habrían tolerado los lazos rojos.

Se tapó la boca para ocultar su risa. Una risa totalmente ridícula, llena de ronquidos y risitas tontas.

—¡Quintana! —le gritó Bestiano.

Froi se puso tenso. Lo último que quería era que Bestiano la sacara del salón. Froi la miró y se llevó un dedo a los labios para que se callara.

—Pregúntale algo —susurró Quintana—. Pregúntale por el tiempo y verás lo que quiero decir. Cuando habla, nadie la escucha. Por eso elegimos ser como ella. Así nos metemos en menos problemas.

Estudió a Quintana, esperando que le anunciara que había estado bromeando todo el rato. Que en realidad era un «yo» y no un «nosotras». Pero la chica miró a un lado y giró la cabeza hacia Lady Mawfa, y por un momento a él le entraron ganas de echarse a reír. Se dio la vuelta y le preguntó con educación a Lady Mawfa por el tiempo.

Lady Mawfa le respondió con una voz indignada y aguda. Era tan silenciosa y dramática como el que informa al enemigo a las puertas de la Citavita. Lo único que a Quintana se le escapaba era la bizquera.

—… y me duelen todas las articulaciones. Pobre, pobre de mí.

Froi reprimió la risa al pensar en el dramatismo de Quintana cuando contaba algo.

«Pobre Lirah. Pobre, pobre Lirah».

Al cabo de un momento, notó sus labios en los oídos.

—¿Todavía no te has quedado dormido?

Aunque el tono indignado de la princesa no había cambiado, de repente sí parecía haber algo distinto en todo lo demás. No tenía ni idea de lo que había detrás de aquella cháchara incesante, pero se trataba de algo más que la fría e inquietante Quintana y la salvaje que había visto por la ventana de Arjuro.

—¿Eh? —insistió.

—Más o menos cuando hablaba del rocío en su alféizar.

Quintana se volvió a tapar la boca, roncando. Bestiano gritó su nombre, pero Froi le cogió la mano y se la retiró. Y vio aquellos dientes, pequeños y torcidos por algunas partes. Froi se sentía cautivado por ella, a pesar de todos aquellos ronquidos.

—Vayámonos de aquí —susurró y tiró de ella para ponerla de pie.