Capítulo 22

EL embajador de Belegonia no quería quedarse más tiempo. Finnikin lo sabía. Todos en la sala, incluidos el propio escribano del embajador y su guardia lo sabían. Había sido un día muy largo, con muy pocos acuerdos. No, los lumateranos no podían enviar lana a Yutlind por el río a través de Belegonia. Belegonia ahora tenía su propio mercado de lana para abastecer a los mercaderes de Yutlind y Osteria. ¿Acaso no tenían derecho durante la maldición de Lumatere de criar sus propias ovejas para tal propósito? Y no, Lumatere no esperaba que los belegonianos compraran sus minerales cuando el reino de Sorel los vendía a la mitad de precio. Luego estaba el tema de Charyn. La conversación belegoniana siempre volvía al tema de Charyn.

—Lo diré una vez más, Su Majestad —dijo el embajador de Belegonia—. Mi rey os anima a que aprovechéis esta oportunidad. Es lo que había estado esperando Lumatere.

—No os atreváis a decirme lo que estábamos esperando, señor —dijo Isaboe con crudeza.

Finnikin estaba junto a la ventana que daba al jardín, desde donde veía a Vestie de las Llanuras y Jasmina jugando a la gallinita ciega con Musgo, que las estaba vigilando.

—La capital charynita es una anarquía. Los osterianos y los sarnak han llevado sus ejércitos junto a nuestros soldados belegonianos y están preparados para entrar en cualquier momento.

—Lo último que había oído es que no se invade por la simple razón de que la capital de un reino esté en la anarquía —dijo Finnikin.

Finnikin vio cómo los belegonianos intercambiaban miradas. Iban a cambiar de política. Finnikin intentó mirar a su mujer. Estaba a punto de ganar el reino por ella y ella se negaba a mirar en su dirección.

—Los sorelianos se aprovecharán de esto —apuntó el embajador de Belegonia.

Isaboe por fin miró a Finnikin y él vio que aparecía una ligera sonrisa en su cara. Le había apostado diez bolsas de oro a que los belegonianos sacarían Sorel en la discusión durante la primera hora. Finnikin le había apostado cincuenta mil bolsas de oro a que los belegonianos utilizarían Sorel como último recurso.

—Estás seguro, ¿no? —preguntó.

—No, pero nuestros espías nos han contado que Sorel ha estado en constante discusión con los de la isla Avanosh, que desde hace cientos de años afirman que el trono de Charyn una vez fue suyo. El heredero de Avanosh podría ser lo que quiere el pueblo charynita.

Isaboe miró a Sir Topher.

—¿Por qué la gente de Avanosh va a ser lo que los charynitas quieren? —preguntó.

—Porque… —fue a contestar el embajador belegoniano, pero Isaboe alzó una mano para detenerle.

Finnikin estaba acostumbrado a aquella mano. La levantaba a veces cuando Jasmina intentaba discutir con ella sobre lo que tenía que ponerse ciertos días y también aparecía en escena cuando Finnikin insistía en que no tenía ni idea de cómo jugar a Reyes y Reinas limpiamente. La mano de Isaboe era más poderosa que una espada.

—Porque Avanosh es neutral —explicó Sir Topher—. Y un líder neutral puede ser despreciado en época de paz, pero durante periodos como este, evitará que los provincari de Charyn entren en guerra si alguno de ellos intenta quedarse con el trono.

Isaboe se levantó y se acercó a Finnikin, que seguía en la ventana. Se inclinó hacia él, lo que era poco habitual en ella cuando estaban rodeados de extraños. Finnikin alargó la mano y le masajeó el hombro. Parecía cansada y tenía ganas de decírselo, a pesar de que no podía pronunciar aquellas palabras delante de los otros, porque «nadie va por ahí diciendo que los hombres y los reyes parecen cansados, Finnikin». «Isaboe, pareces cansada. Isaboe, trabajas demasiado. Isaboe, no puedes resolver los problemas de todo el mundo. Isaboe, no eres responsable de la felicidad de todas las personas que conozcas».

—Entonces, ¿por qué no dejamos que la gente de Avanosh gobierne a los charynitas y así evitar que entren en guerra? —sugirió Finnikin.

El embajador belegoniano negó con la cabeza enfáticamente.

—Si el heredero avanosh termina en el palacio, el reino de Sorel participará en la gestión de Charyn —dijo el embajador— y no queremos eso.

—Pero no os molesta comprar mineral soreliano cuando lo están vendiendo más bajo que vuestros aliados, ¿no? —replicó Isaboe.

El belegoniano puso una mueca.

—Os estáis yendo del tema, Su Majestad.

—No me estoy yendo de ningún tema, Sir —espetó—. No puedo permitirme cambiar de tema. Cada vez que una reina o un rey en esta nación se va del tema mucha gente muere. Así que os aconsejo que penséis con detenimiento vuestras palabras.

—Sorel y Charyn han sido como espinas clavadas desde el principio de los tiempos —dijo el embajador—. Nada sería peor noticia que se unieran.

—No han sido una espina para vos, Sir Osver —dijo ella con un tono tan gélido que Finnikin apenas la reconocía—. No ha sido una espina clavada para Belegonia. Tal vez los reinos de Osteria, Lumatere o Sarnak, pero no compartís frontera con los charynitas. Aun así, ganaríais mucho si se vieran obligados a rendirse ante esos ejércitos unidos que habéis mandado allí.

Finnikin vio que afuera su hija alzaba la vista del juego para mirar a la ventana. Apartó a Isaboe. Si Jasmina les veía, terminarían unas negociaciones para comenzar otras. Al menos, tenían la opción de ganar a los belegonianos, pero Jasmina era otro cantar.

Contempló a su padre mientras cabalgaba por los jardines con su semental. Vestie y Jasmine corrieron hacia él con entusiasmo y Musgo las levantó para colocar a Vestie detrás de Trevanion y a Jasmina en su regazo. Trevanion continuó a medio galope por los jardines mientras las dos niñas se reían con alegría. Finnikin sonrió al verles. ¿Quién habría pensado que Trevanion se ablandaría con dos niñas pequeñas?

Pero la atención de Finnikin volvió a centrarse en el embajador de Belegonia.

—¡Los charynitas asesinaron a vuestra familia! Los sorelianos encarcelaron a vuestro capitán. El padre de vuestro consorte. Aprovechad esta oportunidad, Su Alteza.

Miró a Isaboe a los ojos y vio su furia al mencionar la muerte de su familia.

—Hace trece años, tu rey y el rey de Charyn, entre otros, intervinieron y tomaron la decisión de quién tomaría el mando del reino de mi padre. A pesar de lo que sucedió en el pasado, Charyn será gobernado por los suyos —dijo la reina.

—¿Un heredero campesino de las montañas de Lascow o un títere soreliano de Avanosh? —se mofó el embajador.

—¿En contraposición a un líder controlado por los hilos de Belegonia? —preguntó Isaboe—. No formaré parte de eso. Comunícaselo a tu rey.

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Cuando por fin se marcharon, Isaboe se sentó, agotada.

—Dadme nombres —le pidió a Sir Topher— de hombres en Charyn preparados para ser reyes. Hombres justos. Buenos hombres. Si existe tal persona, será la primera en ofrecerles mi reconocimiento de su derecho a gobernar, pero ya lo he dicho durante mucho tiempo. No involucraré a este reino en una guerra.

—Averiguaré lo que pueda —respondió Sir Topher—, pero, según lo que sabemos, Tariq de Lascow podría ser nuestra mejor opción para la paz.

Finnikin vio cómo una mueca cruzaba su expresión.

—¿He hecho lo correcto con los belegonianos? —les preguntó a ambos—. ¿O las emociones se habían apoderado de mí?

—No hay nada malo en dejarse vencer por las emociones —dijo Sir Topher con dulzura—. Creo que lo importante es mantener los oídos atentos a lo que suceda en Charyn. Si es cierto lo que están diciendo, tenemos que tener cuidado. Un nuevo rey podría ser algo bueno, pero me preocupa que Sorel esté por medio.

Isaboe miró a Finnikin.

—¿Habrías tomado la misma decisión? —le preguntó—. Te lo preguntó a ti, Finnikin.

—Lo habría hecho diferente.

Ella se mordió el labio y él reconoció aquella mirada. Nunca estaban más felices que cuando se daban cuenta de que habrían tomado la misma decisión.

—Le habría dicho a los belegonianos lo que podrían haber hecho con su plan pero con otras palabras.

—¿Qué palabras?

—Tapaos los oídos, Sir Topher —dijo Finnikin al decir las palabras y vio una ligera sonrisa en el rostro de su mujer—. Ah, a mi esposa le gusta que diga palabrotas —dijo, y todos se rieron. Sir Topher se excusó.

—Tenemos que prepararnos para ir a Fenton —le recordó a Finnikin.

—Fenton —masculló Finnikin y le dio un beso a Isaboe para despedirse rápidamente—. Me había olvidado de ellos.

—Te acompaño —dijo la reina.

Estuvo callado mientras bajaban al jardín. Ella hablaba con todas las personas con las que se cruzaban. Preguntaba por la salud del marido, comentaba el color en las mejillas de alguien, le recordaba a otro que los perros de caza necesitaban ejercicio o se maravillaba del sabor de las uvas que habían servido aquella mañana en el desayuno. La gente reaccionaba con una sonrisa y a veces Finnikin deseaba tener la facilidad con que Isaboe se relacionaba con el mundo.

Fuera, en el jardín, mientras contemplaba a Trevanion con Jasmina y Vestie, notó que le acariciaba la cara.

—¿Qué ocurre? —le preguntó en voz baja.

Vio preocupación en su rostro y dolor, y se dio cuenta de la verdad de por qué se había acercado a él junto a la ventana. No había sido para su consuelo, sino para el de él.

—No es nada —respondió, enfadado consigo mismo.

—Cuéntamelo, por favor.

Se resistía a hablar.

—Estoy preocupado por mi padre —dijo con toda sinceridad—. Creo que está fuera de sí, aunque no quiera admitirlo. Por lo de Beatriss. No se ha presentado a las últimas dos reuniones con los lores de las Llanuras y casi no se la ve por la aldea. Lady Abian está muy preocupada.

—¿Qué ha dicho? —preguntó—. ¿Trevanion?

—No puede pasar de Tarah. Siempre le dice que Beatriss está descansando.

Vieron cómo Trevanion dejaba a Jasmina con Musgo antes de desmontar. Al instante, su hija salió corriendo hacia ellos. Iría primero hacia Isaboe. Siempre iba hacia su madre primero. Lord August le había dicho a Finnikin una vez que había años en que los niños estaban tan apegados a sus madres que apenas podía acercarse por miedo a que sus gemidos le maldijeran. Finnikin conocía muy bien aquellos momentos.

Con la mejilla apretada contra el hombro de Isaboe, su hija se lo quedó mirando. Al cabo de un rato extendió la mano para tocarle la mejilla y él hizo como si le mordiera los dedos. Al final la niña sonrió.

Trevanion se acercó con Vestie agarrada de su mano.

—La situación de Charyn no tiene sentido —dijo su padre en voz baja.

—¿Cómo no va a tenerlo? —preguntó Isaboe—. ¿No ha salido exactamente como lo habíamos planeado?

Isaboe dejó a su hija en el suelo.

—¿Puedes ayudar a Jasmina a encontrar una castaña para Finnikin, Vestie?

Vestie cogió a Jasmina de la mano y se fueron a buscarla. Cuando las niñas estuvieron a cierta distancia, Trevanion continuó.

—Dicen que el Primer Consejero real, y no un asesino anónimo, ha sido el que ha matado al rey. Finnikin e Isaboe intercambiaron una mirada.

—Entonces, ¿dónde está nuestro asesino anónimo? —preguntó Finnikin, intentando alejar la inquietud de su voz.

—Si hubiera matado al rey, ya estaría de vuelta —dijo Isaboe.

Trevanion asintió y Finnikin supo que su padre no quería expresar su mayor miedo.

Isaboe suspiró.

—Puede que tengas que hablar otra vez con el charynita que está en las montañas.

—Es más fácil decirlo que hacerlo. Lucian nos ha informado de que los monteses están lanzando amenazas contra Rafuel de Sebastabol.

—Bueno, pues va a tener que controlarlos —dijo Finnikin, irritado con los monteses más que con Lucian—. Tiene que ser más firme. Ya no es uno de los muchachos.

Isaboe miró a Trevanion.

—Mantente al tanto de la situación de mis primos. Si empeora, envía a Aldron para que los vigile y advierte a los monteses de que si tengo que subir a hablar con ellos, se arrepentirán.