La crisis bajomedieval

Pese al desarrollo de los burgos, la del Medievo era una sociedad fundamentalmente agraria, jerarquizada en función de la propiedad de la tierra.

En Navarra los villanos —campesinos, por oposición a los ruanos, que vivían en las calles de las poblaciones— eran el grupo más numeroso. Distintas denominaciones —villanos, rústicos, mezquinos, pecheros, collazos—, aludían a varias situaciones, no siempre bien conocidas. Con frecuencia, estaban adscritos a la tierra y pagaban a los señores renta y tributos, y, como pecheros, contribuciones al rey, a quien prestaban servicios. No faltaban campesinos libres, ni quienes podían abandonar la tierra, si bien al hacerlo la perdían. En conjunto, no distaban mucho de los hombres de la gleba típicos del feudalismo europeo, pues se constata el carácter de siervos. Eran la base de una sociedad rural de rasgos feudales, dominada por los nobles, que presentaban una variada tipología (ricoshombres, caballeros, infanzones o hidalgos).

Los escasos documentos altomedievales que informan sobre las Vascongadas apuntan una sociedad de rasgos similares. En la Baja Edad Media, mejor conocida, en la sociedad agraria había tres grupos básicos:

Los ricoshombres reunían las más extensas propiedades, con posesiones que rebasaban el ámbito del País Vasco. Su actividad fundamental la desarrollaban en la corte de Castilla, donde con frecuencia jugaron un importante papel.

Con los anteriores, los hidalgos componían la nobleza de las Vascongadas. Poseían la mayor parte de la tierra y acaparaban las rentas, pero presentaban situaciones muy diversas, por sus distintos niveles económicos. Destacaban los Parientes Mayores, la cúpula de una sociedad de rasgos feudales. Con amplias posesiones, encabezaban los linajes.

Los labradores, el estrato social inferior, eran la mayoría de la población. En Álava, la provincia mejor documentada, había durante la Baja Edad Media tres tipos de campesinos. Los labradores censuarios estaban vinculados al rey, que podía adscribirlos a una villa; sin tierras, pagaban tributos y prestaban ciertos servicios. Los collazos, sujetos a la jurisdicción real, estaban adscritos a la tierra; los hidalgos los podían trocar, comprar, venderlos o donar. Algunos labradores de las tierras de los hidalgos estaban sometidos a la jurisdicción señorial; podían abandonar tierra y señor, perdiendo sus derechos sobre la heredad que cultivaban.

Desconocemos la proporción de cada grupo y sus condiciones concretas. En las dos provincias costeras se documentan las tres situaciones estudiadas en Álava, pero los collazos sólo aparecen esporádicamente, por lo que quizás eran característicos de la vertiente meridional. Por lo que sabemos, los labradores de Bizkaia y Guipuzkoa dependían también del señor, de los hidalgos o del rey, y no debía de ser excepcional su adscripción a un solar, la restricción de su movilidad, o que careciesen de ella; satisfacían rentas y prestaciones que variaban según su grado de dependencia. Hubo también campesinos libres. Posiblemente, trabajaban como arrendatarios tierras ajenas, pero no conocemos bien su situación, ni el papel social que desempeñaron.

En la jerarquizada sociedad medieval hubo agudos conflictos sociales. Los que afectaron a Navarra a fines del siglo XIII tuvieron una dimensión política. La conflictividad que generaba la alternativa de acercarse a Francia o a la península culminó cuando los francos de Pamplona, apoyados por tropas francesas, arrasaron la Navarrería, en 1276, sellando el triunfo de la política de aproximación a Francia.

Después, en la Baja Edad Media la crisis social sacudió a todo el País Vasco. Se manifestó en la guerra de bandos de las Vascongadas y, en Navarra, en las luchas entre agramonteses y beaumonteses.

La crisis bajomedieval tuvo en el País Vasco su propia dinámica, pero probablemente seguía las mismas pautas de la que sufría la sociedad europea. En torno a 1280 los primeros síntomas de estancamiento económico interrumpieron el crecimiento iniciado a fines del siglo X. Durante el XIV, sobre todo de 1340 a 1370, la crisis fue muy acusada: el hambre y de la peste castigaron a una población excesiva para una economía en recesión. Los problemas desembocaron en una crisis social. El retroceso de las rentas generó agudas tensiones en el siglo XIV, que se prolongaron durante buena parte del XV. Fue decisiva la actitud de la nobleza, pues para mantener su nivel económico acentuó su presión sobre los campesinos y la burguesía. Además, abundaron los enfrentamientos entre los nobles. Con el empleo de la violencia en estos tres frentes (campesinos, villas, y las luchas contra otros potentados) intentaban los nobles captar una mayor parte de la producción, para compensar la disminución que ésta sufría.

La evolución económica del País Vasco coincide, por lo que sabemos, con la del Occidente europeo, bien que con un ritmo propio. En las Vascongadas entre 1280 y 1350 el desarrollo urbano y mercantil coincidió, al parecer, con el deterioro de las rentas agrarias. La depresión se generalizó entre 1350 y 1420. Desde esta fecha, hubo ya una mejoría demográfica y económica, si bien el campo fue reacio a la recuperación hasta aproximadamente 1475.

Esta evolución provocó una crisis social de rasgos similares a la europea. En las Vascongadas el episodio mejor conocido es la guerra de bandos, esto es, los enfrentamientos entre los hidalgos, pero abundan las noticias de presiones nobiliares sobre campesinos y villas. Basten algunos ejemplos: en 1353 algunos campesinos entraron a formar parte de Mondragón para evitar los males é dapnos é furtos é fuerzas é desaguisados de los hidalgos; la carta-puebla de Munguía, Rigoitia y Larrabezúa, de 1376, refiere que los fijodalgos é otros poderosos se atreben á tomar, é robarles. Los nobles presionaban también a las villas —Salinas de Léniz, Valmaseda y Orduña fueron otorgadas en señorío— y se entrometían en actividades mercantiles: por ejemplo, algunos Salazar cobraban impuestos a los barcos que cruzaban Portugalete, contra lo dispuesto en la carta-puebla de Bilbao.

Caracterizó a la crisis bajomedieval vascongada la lucha entre los señores de la tierra, la guerra entre oñacinos y gamboinos, los dos bandos en que se dividió la nobleza. Los bandos, vinculaciones de rasgos feudales, quizás con reminiscencias gentilicias, se formaban por asociación de varios linajes, que algunas veces procedían del mismo tronco. La institución básica era, así, el linaje, que agrupaba a una extensa comunidad ligada por lazos de sangre y por dependencias personales o colectivas: gran parte de la población, incluso no nobles, se integraba en la estructura de bandos.

Torre de Orgaz, finales del siglo XIV. Fontecha.

El Pariente Mayor defendía el patrimonio familiar y tutelaba a los demás miembros del linaje, cuyas propiedades, vida y honor protegía. Como titular del solar, símbolo y soporte material del linaje, poseía la mayor cantidad de tierras, privilegios y rentas, con ingresos muy diversos, desde los típicamente señoriales hasta, a veces, los relacionados con el comercio y la industria. Molinos, pastos, montes, ferrerías, derechos sobre vasallos, patronatos de iglesias (que le permitían percibir el diezmo eclesiástico) componían una compleja gama de composición no bien conocida.

Del Pariente Mayor dependían parientes, atreguados, encomendados y lacayos. Con la entrada en treguas, uno o más nobles —incluso otro pariente mayor— se comprometían a prestarle servicios bélicos a cambio de protección. Por la encomienda, un vecino o grupo de vecinos se vinculaba al jefe de un linaje, de buen grado o por la fuerza: sus prestaciones económicas aseguraban a los encomendados el amparo de los parientes mayores. Además, formaban parte del bando multitud de lacayos, malhechores y salteadores, que los parientes mayores encubrían, protegían y utilizaban en sus expediciones.

Las agitaciones medievales que sacudieron el Occidente europeo tuvieron su expresión en el País Vasco en las guerras de bandos y en las luchas entre agramonteses y beaumonteses. Torre defensiva (siglo XIV) y palacio de Murga (siglo XVI).

Los vínculos sanguíneos entre linajes fueron quizás origen de los bandos, pero su fidelidad no eran incondicional: a veces cambiaban de bando.

En Gipuzkoa la rivalidad entre oñacinos y gamboínos se estructuró a partir de la oposición de los Gamboa-Olaso y los Lazcano, germen respectivo de ambas parcialidades. En Bizkaia encabezaban a los oñacinos los Butrón y los Mujica, y a los gamboinos los Abendaño y los Salazar. Por lo demás, la distribución de ambos bandos, también con presencia en Álava, dependió de las decisiones de los Parientes Mayores.

Las guerras banderizas comenzaron a fines del siglo XIII. Los motivos de las luchas, muy diversos, sólo son inteligibles a partir de la mentalidad medieval. A veces, ocasionaron altercados sangrientos problemas nimios, como el robo de unas castañas o la posesión de una bocina. Era la lucha por el valer más, por la valía personal y familiar, el no reconocer nunca supremacías ajenas. Pero a veces motivos de más enjundia señalan mejor el trasfondo de los antagonismos, como las disputas por la herencia del señor de Ayala, el Señorío de Orozco o el de Marquina. Y si en una villa vivían uno o más linajes, la lucha por el poder municipal originó numerosos incidentes, como sucedió en Bergara, Deba, Mondragón, Lekeitio, Bermeo o Bilbao.

Enrique IV, titulado rey de Navarra y Francia, tenía como divisa «Navarra sin miedo». Era un vestigio del periodo iniciado en el siglo XIII en el que el Reino de Navarra estuvo en el área de influencia de las dinastías francesas.

Las luchas llegaron a ser muy violentas, a veces con gran número de hombres: a la batalla de Elorrio Juan Alonso de Mujica llevó 4.000; en 1414 Alonso de Mújica acudió a la de Munguía con 1.500, mientras su oponente, Gonzalo Gómez de Butrón, mandaba a 800.

La inseguridad se adueñó de todos los órdenes de la vida. Algunos labradores huían, para engrosar el bandolerismo; otros, solicitaban la creación de villas amuralladas.

Pero hubo una reacción más general. El rey impulsó la formación de Hermandades para acabar con los banderizos, conforme al modelo de Castilla, compuestas por campesinos, habitantes de las villas y algunos hidalgos. Las villas —donde, por ser de realengo, era más inmediata la acción del soberano— tuvieron la mayor participación: formaron las primeras Hermandades provinciales. A fines del siglo XIV, sin embargo, toda la tierra vascongada se iba integrando en ellas. En el XV se dotaron de una sólida organización. Contribuyeron a que las provincias se convirtiesen en comunidades políticas: en su seno nacieron las primeras legislaciones de corte foral.

Las Hermandades protagonizaron el ataque a la hegemonía banderiza. La primera campaña general la dirigió Gonzalo Moro, corregidor del rey, que en 1390 encabezó a la Hermandad vizcaína contra los Parientes Mayores. En 1394 junto a la Junta de Gernika y en 1397 con la de Getaria elaboró severas ordenanzas y organizó la justicia con duras disposiciones, que castigaban con la muerte a los ladrones y, también, a sus encubridores.

No acabaron las agitaciones, que llegaron a su punto culminante en 1448, cuando los bandos quemaron Mondragón. Se reorganizó entonces la Hermandad gipuzkoana, que entre 1451 y 1456 destruyó muchas casas fuertes y expulsó a algunos Parientes Mayores. En respuesta, los bandos desafiaron a ocho villas. Provocaron así la definitiva ofensiva de la Hermandad, dirigida personalmente por Enrique IV. Destierros, confinamientos, destrucciones de casas fuertes acabaron por fin con la hegemonía de los bandos en Gipuzkoa.

A petición del banderizo Lope García de Salazar, confinado por sus hijos, y de mercaderes burgaleses y vizcaínos, perjudicados por los robos, Enrique IV envió a Bizkaia al conde de Haro, para acabar con los bandos. No lo consiguió, pues en 1471 le derrotaron los Mújica y los Abendaño. El ocaso banderizo en Bizkaia se produjo con los Reyes Católicos, que a instancias de Bilbao enviaron a Garci-López de Chinchilla. Su Ordenamiento, de 1487, rompió el equilibrio de fuerzas a favor de las villas, al colocarlas bajo el control de la corona.

Pacificación de los bandos Oñacino y Gamboino ante el corregidor Gonzalo Moro.

Todo indica que en las Vascongadas estos conflictos acabaron con la victoria al menos parcial de las Hermandades, a lo que contribuyeron la mejoría económica y la fuerza que adquirían las villas, por el desarrollo comercial. Los Parientes Mayores conservaron algunos privilegios, pero al establecerse la hidalguía universal terminaron en Bizkaia y Gipuzkoa las diferencias jurídicas entre hidalgos y labradores.

En Navarra, la crisis social de la Baja Edad Media siguió una dinámica diferente. Hubo tensiones como las del Occidente europeo, con presiones señoriales sobre villas y campesinos, pero lo más relevante fue el enfrentamiento entre nobles, que presentó características singulares. Tuvo connotaciones políticas, al entremezclarse con un problema dinástico en el que se jugaba el destino del Reino. Además, la hegemonía nobiliar no generó una respuesta organizada, sólo reacciones aisladas, como la de los campesinos de Falces, que en 1337 atacaron al infante Luis, gobernador del Reino; el deterioro de la monarquía impidió que el rey encabezase iniciativas colectivas como la de las Hermandades, de modo que las agitaciones no terminaron por su acción, sino por la intervención exterior.

La pérdida de identidad de la monarquía condicionó la lucha entre agramonteses y beaumonteses, los dos bandos en que se dividió la nobleza. Desde el siglo XIII, con la corona en dinastías francesas, Navarra se subordinaba a intereses exógenos: los franceses copaban la administración, el rey intervenía en la Guerra de los Cien Años. Y después del fecundo, pero excepcional, reinado de Carlos III (13871425), el rey, Juan II, participó como un noble más en las agitaciones nobiliarias de Castilla. Así, el marco de los problemas que se sucedían en la Navarra bajomedieval sobrepasaba sus fronteras.

Influyeron en las agitaciones navarras del siglo XV las políticas de otros reinos. Situada entre las poderosas Castilla, Aragón y Francia, los reinos limítrofes quisieran influir en Navarra, para incorporar o subordinar este enclave estratégico. Tuvieron éxito, por la debilidad de la monarquía y las disputas internas. Unas veces, los propios reyes se apoyaron en facciones foráneas; otras, los reinos limítrofes encontraron apoyos en los bandos navarros. Además, los reyes no intentaron, como en otros reinos, fortalecer el poder real en detrimento de la nobleza, sino que participaron en sus contiendas.

Un problema dinástico desencadenó la guerra. El testamento de doña Blanca, muerta en 1441, nombraba heredero a su hijo don Carlos, el Principe de Viana, pero le exigía que no se titulase rey sin permiso de su padre. Don Juan, empeñado en las luchas nobiliares castellanas, no lo otorgó, y retuvo el gobierno. Estalló un conflicto que se complicó al heredar don Juan la corona de Aragón; el Príncipe de Viana era su primogénito, por lo que los territorios de Aragón se vieron afectados por el mismo problema.

Las disensiones que había en la nobleza navarra, cuyos dos bandos se habían enfrentado ya, se reprodujeron a gran escala, por el apoyo a don Juan o a don Carlos. A éste secundaron los Beaumont, que dieron nombre a su bando. La facción opuesta lo recibió de los Agramont. Ambas familias eran de la Baja Navarra, pero su antagonismo sacudió a todo el Reino, dividido en dos por las impredecibles aspiraciones de los nobles. Casi toda la Montaña, Pamplona, Olite y algunas villas ribereñas (Lerín, Lesma, Mendoza y Arellano) eran beaumonteses. La Ribera era el principal baluarte de los agramonteses, que contaban con Estella y Tudela. De los valles pirenaicos, sólo se alineaba con ellos el Roncal, pero era un punto vital, pues les comunicaba con el conde Foix, aliado de don Juan.

La guerra civil se desarrolló de forma favorable a los agramonteses. Don Juan ostentó la corona hasta su muerte, en 1479. Después, agramonteses y beaumonteses apoyaron distintas alternativas dinásticas.

Las disensiones favorecieron las interferencias exteriores. Terminaron en 1514, con la conquista de Navarra por Fernando el Católico. En guerra con Francia, el rey castellano-aragonés invadió el Reino al estimar que apoyaba a los franceses. Tenía el apoyo beaumontés: en el ejército castellano marchaban significados miembros de este bando.

Concluyeron así las disputas nobiliares, y, con ellas, la independencia de Navarra. Las Cortes juraron a Fernando como rey. En 1516, cuando doña Juana y Carlos I heredaron la corona, se especificaba que tendrían a Navarra como reyno de por sí, de forma que mantendría sus peculiaridades políticas.

Durante la Baja Edad Media se crearon los regímenes forales, que regularon la vida de los cuatro territorios: establecían su organización política e incluían variadas disposiciones, desde las económicas y sociales hasta un derecho civil específico, que sólo faltó en Álava. En las villas sólo se aplicaron en parte, pues se organizaban por sus propios fueros, que les otorgaban además el derecho civil común.

La foralidad vasca desarrollaba los mismos principios que tenían los múltiples fueros nacidos por entonces en los reinos peninsulares, que reproducían los del Occidente europeo. Eran usos y costumbres convertidos en ley por el reconocimiento real, conforme a las concepciones medievales: el ordenamiento político se basaba en el compromiso entre reino y monarca, en un pacto por el cual el poder de éste se supeditaba a la observación de fueros, usos y privilegios.

Grabado que representa la batalla de Pavía, 1525, en la que el gipuzkoano Juan de Urbieta apresó al rey francés. En el siglo XVI, los vascos participaban activamente en la Administración y el Ejército de la Monarquía.

Formada tempranamente una monarquía, los Fueros de Navarra se promulgaron los primeros. Las tensiones entre Teobaldo I y la nobleza forzaron a clarificar las obligaciones de rey y súbditos, poniéndolas por escrito en 1238. Al llamado Fuero Antiguo se añadieron en el siglo XIII diversas disposiciones (los fueros de Estella y Pamplona, usos locales y ordenanzas). En conjunto formaban un cuerpo jurídico de gran prestigio, que reformaron las Cortes de 1330, a instancias de Felipe de Evreux, en el Amejoramiento de Don Felipe. Con algunas ampliaciones, fue el Fuero General que pervivió tras la conquista castellana. Lo completaron Reales Cédulas y leyes elaboradas por las Cortes y sancionadas por el rey.

Las Hermandades formadas contra los banderizos fueron el marco en que se promulgaron los fueros de las Vascongadas. Tras varias disposiciones —destacan las que en Gipuzkoa y Bizkaia promovió Gonzalo Moro a fines del siglo XIV—, los primeros códigos completos se elaboraron a mediados del XV. Fueron el Fuero Viejo de Bizkaia de 1452, los Cuadernos Viejo y Nuevo de la Hermandad de Gipuzkoa de 1457 y 1463; y el Cuaderno de la Hermandad de Álava de 1463 —Treviño, un siglo antes donado por el rey en señorío, quedó fuera de la Hermandad—. Formaron parte de los Fueros de Gipuzkoa y de Álava, también, Reales Cédulas y ordenanzas elaboradas por las Juntas y aprobadas por los monarcas. En Álava regía además la escritura de 1332, que describía la situación social y generalizaba en la provincia el Fuero Real (el derecho común). En Bizkaia, la legislación se actualizó en 1526, en el Fuero Nuevo, acabadas las luchas banderizas, pues muchas de las duras disposiciones de 1452 eran ya innecesarias.