El desarrollo de la sociedad capitalista
En el primer tercio del XX la población creció a un rápido ritmo, desde los 600.000 habitantes de 1900 a los cerca de 900.000 en 1930. Se mantuvo la expansión de Bizkaia, que en 1930 llegaba a 485.000 habitantes. Su incremento decenal se situó entre el 12 y el 18%, a la cabeza de las provincias españolas. Su población se concentraba sobre todo en Bilbao y las márgenes del Nervión. Gipuzkoa alcanzó desde 1900 ascensos similares, en torno al 15% cada diez años. Superaba los 300.000 habitantes en 1930. Caracterizaba a su población la dispersión geográfica. En Álava persistió el estancamiento. En 1930 tenía una población de 104.000, sólo un 8% más que en 1900. Su lento desarrollo despobló las zonas rurales, que sufrieron la sangría de la emigración hacia la capital y las provincias industriales.
La evolución demográfica refleja los comportamientos económicos, tanto el desarrollo capitalista de Bizkaia como el despegue industrial gipuzkoano y el anquilosamiento de las estructuras productivas en Álava.
En Bizkaia los avances siderúrgicos, navieros, bancarios y los astilleros compensaron el agotamiento minero. Se reafirmó la concentración geográfica de la industria vizcaína. En Bilbao nació un complejo espacio urbano, con barrios obreros en los que se hacinaban las viviendas y amplias áreas burguesas en el Ensanche. Su impulso abarcó toda la ría. En la margen izquierda crecían los núcleos obreros y al otro lado de la ría, frente al Abra, comenzó a construirse en 1906 Neguri (el neologismo, de Azkue, quería decir población para el invierno), para residencia permanente de las familias que encabezaban el desarrollo industrial.
Con la Primera Guerra Mundial se multiplicaron los precios de los fletes y las navieras vizcainas conocieron un ascenso sin parangón.
Aunque tras el crak bursátil de 1901 se liquidaron muchas empresas, sobrevivió el marco económico creado a fines del XIX, pese a la paralización de la primera década del siglo. El sector siderúrgico llegó a repartir pingües beneficios, sobre todo desde que en 1906 se recompusiera el Sindicato Siderúrgico español, tras dos años de dura lucha empresarial: eliminada la competencia, se rentabilizó al máximo la protección arancelaria.
Con la I Guerra Mundial llegó la euforia económica, tras las primeras incertidumbres que provocaron la suspensión de pagos del Crédito de la Unión Minera. Después, se inició un despegue espectacular, que duró hasta 1919. La neutralidad española permitía vender a los países beligerantes a los altos precios de guerra. Se dispararon los precios del hierro, en bruto o elaborado, al reclamarlo con urgencia las naciones en guerra. Las navieras vizcaínas conocieron un ascenso sin parangón, al multiplicarse el precio de los fletes. El aumento de los beneficios compensó con creces la pérdida de algunos buques, hundidos durante la contienda. Sus dividendos alcanzaron cifras fabulosas, sin que fuese excepcional el reparto de un 100% anual.
Semejante acumulación de capital, que se reprodujo a menor escala en banca, siderurgia y minería, provocó una nueva etapa inversora. La constitución de nuevas navieras fue constante desde 1915. También astilleros, bancos y siderurgias ampliaron sus capitales; aun sin crearse masivamente nuevas compañías nacieron algunas importantes sociedades, como la Babcok Wilcox, para la construcción de maquinaria, y la Siderúrgica del Mediterráneo, en Sagunto, creada por Sota.
En 1920 llegaron los tiempos difíciles, al caer los precios tras estabilizarse las naciones beligerantes. La industria vizcaína se resintió, pues las inversiones se habían acomodado a los altos precios bélicos. Los aranceles de 1922 y el intervencionismo de la Dictadura de Primo de Rivera permitieron a la economía vizcaína reanudar su progreso. La siderurgia resultó favorecida por la política de obras públicas. La banca, potenciada por las nuevas leyes bancarias, consolidó su presencia en los centros neurálgicos de España. Las inversiones eléctricas darían entonces sus frutos.
Paralelamente, Gipuzkoa se afirmaba durante el primer tercio del siglo como una economía industrial. Su proceso de modernización lo protagonizó una burguesía autóctona, capaz de impulsar un modelo de industrialización caracterizado por la dispersión geográfica, el protagonismo de una pequeña y mediana burguesía y la relativa diversificación industrial. Las papeleras y las metalurgias dinamizaron el crecimiento de Gipuzkoa, pero hubo también otros sectores: textil, pesquero, del mueble, de alimentación… La industria gipuzkoana se distribuyó en los distintos valles fluviales, en los del Deva, Urola y Oria, junto al triángulo descrito por Hernani, Pasajes e Irún.
En la nueva fase industrial de Gipuzkoa se mantuvieron los rasgos básicos que se apuntaban en el XIX. El sector papelero creció y se reestructuró al crearse La Papelera Española, que buscaba el monopolio e integró a algunas factorías gipuzkoanas. Pero fue el sector metalúrgico el que se afirmó como el más importante. En 1906 se constituyó ya la Unión Cerrajera, de Mondragón, por la fusión de Bergarajáuregui, Rezusta y Cía. y la Cerrajera Guipuzcoana. Y durante los años de la guerra mundial nacieron numerosas empresas en el sector. La mayoría eran de reducidas dimensiones. Muchas se creaban por la iniciativa de pequeños capitalistas vinculados anteriormente a la industria. Hubo también capitales exógenos, como los que impulsaron la Compañía Auxiliar de Ferrocarriles, instalada en Beasáin.
En esta renovación tuvo la primacía la industria armera, con centro en Eibar, privilegiada por la demanda bélica. Tras la guerra la producción de bicicletas y máquinas de coser sustituyó a veces a la de armas. Para afrontar la crisis, Alfa fue un primer ensayo de la fórmula de cooperativas.
A los avances económicos descritos acompañaron transformaciones sociales. El movimiento obrero se modernizó: a su anterior radicalismo sucedió la moderación; la negociación sustituyó al sistemático recurso a la huelga como medio de resolver los conflictos laborales.
Las tensiones internas derivadas del fracaso de la huelga general de 1911 favorecieron el cambio de estrategia sindical. Comenzaba una nueva etapa: en la cúpula socialista vizcaína Indalecio Prieto sustituía a Facundo Perezagua; ganaban posiciones los partidarios de reforzar el juego político, contra la anterior postura, de lucha y enfrentamientos sindicales directos con la patronal; y se consolidó el pacto electoral de 1909 con los republicanos. La actividad sindical se moderó, buscando mejoras laborales concretas, con una táctica que combinaba negociación y huelga. A las huelgas generales sustituyeron los conflictos puntuales en empresas o ramos de industria.
A su vez, los sindicatos se reorganizaron, agrupando a los obreros de un mismo oficio en distintas localidades, frente a las antiguas agrupaciones locales por gremios. Se crearon las cajas únicas. El fortalecimiento de los sindicatos, con más servicios asistenciales, y el nuevo rumbo moderado hicieron que, tras el bache de 1911, aumentase la afiliación.
En los años de la Guerra Mundial se produjo una aguda crisis social. Creció el número de obreros, pero descendió su nivel de vida, mientras el capital se enriquecía. Los precios subieron muy por delante de los sueldos. Los socialistas decidieron acentuar la lucha sindical. Junto a los anarquistas convocaron una huelga de 24 horas en diciembre de 1916 y una huelga revolucionaria en agosto de 1917, ambas generales.
La de 1916 tuvo enorme éxito en Bizkaia y Gipuzkoa. Desarrollo distinto fue el de la huelga del 17, peor organizada: socialistas y anarquistas acabaron formulando consignas diferentes. Los primeros (responsables de la huelga en el País Vasco, por el escaso peso anarquista) transformaron su inicial idea revolucionaria en una revuelta reivindicativa. En Bizkaia pararon unos 100.000 obreros, de forma pacífica. Aún así, actuó el ejército y hubo varios muertos. En Gipuzkoa y en Vitoria la huelga tuvo también fuerte eco, pero sin altercados.
Pese a la amplia respuesta, la huelga fracasó. Siguió la represión de los sindicatos, pero después su desarrollo fue favorecido por el deterioro de las condiciones de vida, la crisis política y la buena coyuntura empresarial. La UGT, en enero de 1917 con 4.600 afiliados en Bizkaia, llegaba a 18.000 en mayo de 1920; en Gipuzkoa superaba en 1920 los 5.000. El sindicato nacionalista arraigó en zonas como Bergara, Mondragón o Azpeitia. Los movimientos reivindicativos consiguieron sustanciales mejoras. Un hito lo constituyó en 1919 el logro de la jornada de 8 horas. Aumentó la conflictividad, pero las organizaciones socialistas no abandonaron la línea moderada. Al contrario: su auge reforzó su capacidad de presión y se mantuvo la táctica negociadora. Ningún conflicto tuvo carácter general.
La situación cambió en 1921, por la crisis. Los patronos no estaban dispuestos a concesiones, en un momento de escasos pedidos. Los salarios se negociaron a la baja, y a veces se fijó una jornada laboral mayor que la legal. Los sindicatos perdieron efectivos, por su menor capacidad de presión.
Algunos obreros se radicalizaron, descontentos con la moderación de la UGT; de forma aislada, hubo protestas violentas. El único sindicato cuya afiliación creció fue el anarquista: la CNT protagonizó conflictos laborales y a veces acciones terroristas de acción directa. Y los socialistas sufrieron la división de la III Internacional, partidaria de intensificar la acción revolucionaria. Conectaba con el socialismo vizcaíno tradicional, vinculado a Perezagua, que encabezó la escisión del Partido Comunista en 1921. Los comunistas permanecieron en la UGT: se recrudecieron las tensiones internas, con altercados por el control y orientación de las agrupaciones.
Campaña de Marruecos. Quintos alaveses. 1921-1922. Fot. T. Alfaro.
En conjunto los sindicatos se debilitaron. La mayoría de los conflictos terminaron en derrotas obreras, lo que a su vez les restó apoyos. Al llegar la Dictadura de Primo de Rivera, en 1923, vivían un profundo bache.
El golpe de Estado acabó con la Restauración, en abierta crisis desde 1917. El sistema tenía en el País Vasco una dinámica propia. En general se mantuvo el dominio caciquil de las elecciones, pero se dejó sentir la acción de socialistas, que aliados con los republicanos consiguieron el distrito de Bilbao, y nacionalistas, que alcanzaron sonados éxitos electorales. Y los liberales, al responder al nacionalismo, llegaron a formulaciones ideológicas inusuales en los grupos que tenían el poder durante la Restauración.
Algunos grupos propugnaban la profundización democrática. Los republicanos combatían por erradicar el caciquismo y por la enseñanza laica; se alió con el socialismo democrático, que compartía tales inquietudes. También el nacionalismo quería democratizar la política local. Y sufrió la tensión independentistas-autonomistas, apenas explicitada. El pragmatismo burgués del grupo encabezado por Sota, que no hablaba de independencia, tuvo frutos como la designación en 1907 de un alcalde de Bilbao nacionalista.
Fiesta de los somatenes en Álava.
Las disidencias nacionalistas se tradujeron en la prensa, en el enfrentamiento entre el moderado Euzkalduna y el independentista Aberri. En 1910 se produjo una efímera escisión en el PNV, la del grupo Askatasuna, aconfesional y republicano. Las tensiones se reprodujeron durante la I Guerra Mundial. La división entre aliadófilos, que se expresaban en el Euzkadi (el diario nacionalista desde 1913), y germanófilos, encabezados por Luis Arana, escondía diferencias más profundas. En la Asamblea General de 1916 triunfaron los moderados; se adoptó el nombre de Comunión Nacionalista Vasca, sustituyendo la idea de Comunión a la de Partido.
El Somatén y la Unión Patriótica fueron los instrumentos políticos con los que la Dictadura de Primo de Rivera quiso institucionalizarse. Foto E. Guinea.
El boom económico de los navieros durante la guerra mundial está, al parecer, en la raíz del éxito de la estrategia autonomista. Las elecciones provinciales de 1917 dieron a los nacionalistas el control de la Diputación de Bizkaia. Al año siguiente abandonaron su absentismo en las elecciones a Cortes. Se anunciaron como los políticos que terminarían con el caciquismo, si bien la presencia del nacionalista Ramón de la Sota Aburto al frente de la Diputación no garantizó la limpieza electoral. Los nacionalistas obtuvieron 5 de los 6 escaños de Bizkaia (el de Bilbao iba a manos de Prieto). En Gipuzkoa y Navarra conseguían sendos diputados. Se interrumpían décadas de dominio de la oligarquía liberal. Se imponía un nacionalismo moderado, que participaba en empresas culturales como la revista Hernies (se publicó entre 1917 y 1922). En ese ambiente se fundó en 1917 la Sociedad de Estudios Vascos, todo un movimiento de recuperación cultural.
En 1917 se produjo el primer intento de lograr un Estatuto de Autonomía. Tenía su precedente en 1906, cuando se negoció el Concierto Económico. La Liga foral autonomista de Gipuzkoa (con monárquicos, tradicionalistas y republicanos), secundada después por las otras dos provincias, planteó tal posibilidad, abandonada tras renovarse del Concierto.
El nacionalismo vasco, tras su victoria electoral de 1917, impulsó la demanda autonómica. Contó con amplias adhesiones, incluyendo la de Prieto, que arrastró al grupo socialista del Ayuntamiento de Bilbao. A iniciativa vizcaína las tres Diputaciones demandaron al Gobierno los fueros y, en su defecto, una autonomía radical, que incluyese la gestión provincial de los servicios públicos. Al Estado se reservarían Relaciones Exteriores, Guerra y Marina, Aduanas, Correos y Telégrafos, Pesas y Medidas, Moneda y Deuda Pública. Se reivindicaba también el reconocimiento por las Cortes de «su personalidad como región». El Gobierno creó en 1918 una Comisión Extraparlamentaria para elaborar tal estatuto. El movimiento estatutista fracasó, al caer Romanones y subir al poder los conservadores en 1919.
Los éxitos nacionalistas de 1917-18 abrieron una nueva etapa, sobre todo en Bizkaia. Se caracterizó por la dialéctica vasquismo-españolismo: el enfrentamiento entre nacionalismos vasco y español condicionó la vida política de 1918 a 1923. Frente a la amenaza nacionalista, los monárquicos vizcaínos terminaron con sus diferencias. En 1919 constituyeron la Liga de Acción Monárquica, que defendía una concepción unitaria de España. En el campo españolista militaban también los socialistas, cuya concepción, sin embargo, distaba del patriotismo de las derechas: en 1918 el PSOE había incluido en su programa el reconocimiento de las nacionalidades. Con todo, las buenas relaciones de la oligarquía con el socialista Prieto daban pie a expresiones del Euzkadi, como la de que «el españolismo es Prieto».
En las elecciones de 1920, pasadas ya las euforias navieras, la Comunión Nacionalista perdía sus diputados. Sus dirigentes hubieron de enfrentarse a los independentistas, que les acusaban de falsear el nacionalismo. Estalló así la escisión del grupo Aberri (el nombre del periódico que expresaba esta crítica). Expulsado en 1921, retomó el nombre departido nacionalista vasco y se declaró heredero de la doctrina sabiniana.
En septiembre de 1923 el golpe de Estado de Primo de Rivera puso fin a la Restauración. En general fue recibido sin hostilidad: muchos vieron en la Dictadura un período excepcional que sanearía la vida política. En el País Vasco algunos grupos burgueses colaboraron con la dictadura, como los mauristas, que enarbolaban la idea regeneracionista de la «revolución desde arriba» de Antonio Maura. También lo hicieron muchos carlistas.
En septiembre de 1923 el golpe de estado de Primo de Rivera puso fin ala Restauración. En el País Vasco algunos burgueses, como los mauristas, colaboraron con la Dictadura.
Los primeros propósitos descentralizadores, de inspiración maurista, animaron a la Diputación de Gipuzkoa a solicitar del Directorio Militar la reintegración foral, el servicio militar autónomo y el apoyo para el euskera. La Diputación vizcaína, en la que abundaban miembros de la Liga Monárquica, tacharon la idea de inoportuna, por fomentar el separatismo. La derecha vizcaína, antes liberal fuerista, había asumido posturas centralistas.
Queriendo institucionalizarse la Dictadura creó la Unión Patriótica, un partido gubernamental que tuvo implantación en el País Vasco. No se toleraron otros partidos. Si las actividades sindicales y culturales. Gibel egiak ekatxari (da la espalda a la tormenta): tal fue el lema que recomendó el Euzkadi. Impedidas sus actividades políticas, el nacionalismo se volcó en empresas culturales. Creó una liturgia de símbolos que definían su concepto del «ser vasco». En 1927 celebró en Mondragón el día del euzkera, una movilización en defensa del idioma y una nueva línea de acción propagandística. El clero joven se convertiría, a su vez, en uno de los difusores del nacionalismo. Y recibió gran impulso su organización de montañeros, los mendigoizales, para mantener unida a sus juventudes.
Con algunas excepciones, los socialistas vascos colaboraron con la Dictadura, siguiendo la orientación del PSOE y UGT. Su política laboral de compromiso levantó críticas de otros grupos obreros. Así, si en los últimos años aumentó la sindicación, la UGT perdió posiciones relativas, en beneficio de anarquistas y, sobre todo, nacionalistas: Solidaridad de Obreros Vascos optó por una política reformista, pero sin comprometerse con la dictadura. A partir de 1927 las primeras huelgas mineras pedían aumentos salariales. No se sumaron los socialistas. En 1928 Solidaridad promovía con los Sindicatos Católicos un frente único contra la UGT en las elecciones metalúrgicas a los comités paritarios y denunciaba el «injusto monopolio socialista» de estos órganos de arbitraje, auspiciados por el Dictador.
El crecimiento económico de los años veinte —ensombrecidos en el País Vasco sólo por la quiebra en 1925 del Crédito de la Unión Minera, cuyo hondo impacto se resolvió al negociarse el nuevo Concierto— permitió a Primo de Rivera gobernar sin oposición, pero a partir de 1928 la peseta se desplomó. Se incrementó la agitación contra el régimen. Creció la subversión estudiantil y la oposición intelectual que encabezaba Unamuno, desde el primer momento contrario a la dictadura. Los socialistas, a inspiración de Prieto, optaron por aliarse con los republicanos. En enero de 1930 Alfonso XIII despidió a Primo de Rivera. Pensaba que así salvaba a la Corona. En realidad perdía su último apoyo, tras su compromiso con la dictadura.