CAPÍTULO 12

Sigo aquí

DESPUÉS DE REGRESAR a nuestro lado del Más Allá —con la corte de Harlon James incluidos—, no volví a casa. Dejé a la tía Prue con los suyos y caminé por las calles —mejor dicho hileras— del Jardín de la Paz Perpetua.

Aunque no era, precisamente, paz lo que sentía.

Me detuve frente a Wate’s Landing. Estaba prácticamente igual que cuando la dejé, y supe que mi madre estaba dentro. Deseaba hablar con ella, pero primero tenía otras cosas que resolver.

Me senté en los escalones delanteros, cerrando los ojos.

—Llévame a casa.

¿Cómo era?

Para recordar. Y ser recordado.

Ducite me domum.

Ut in memoria tenear.

Recuerdo a Lena.

Y no el depósito de agua.

Lo que sucedió antes.

Recuerdo Ravenwood.

Deja que Ravenwood me recuerde.

Deja que Ravenwood…

Me lleve…

Estaba tendido en el suelo delante de Ravenwood, medio agazapado debajo de un rosal y un enorme seto de camelias. Había cruzado de nuevo, y esta vez sin ayuda.

—¡Qué me condenen! —reí aliviado. Empezaba a dárseme muy bien todo este rollo de estar muerto.

Subí corriendo por los viejos escalones de la galería. Tenía que ver si Lena había recibido el mensaje, mi mensaje. Mi único problema era que nadie se molestaba en hacer el crucigrama del Barras y Estrellas, ni siquiera Amma. Necesitaba encontrar la forma de que vieran el periódico, si es que no lo habían hecho ya.

Lena no estaba en su habitación, ni tampoco junto a mi tumba. No estaba en ninguno de los lugares a los que solíamos ir.

Ni en el limonar ni en la cripta, donde fallecí por primera vez.

Hasta busqué en la vieja habitación de Ridley, donde Liv estaba durmiendo en la chirriante cama con dosel. Confiaba en que ella pudiera sentir mi presencia con su Watermómetro. Pero no tuve esa suerte. Entonces comprendí que en Gatlin era de noche, en el Gatlin real, y que no había ninguna relación entre el tiempo transcurrido en el Más Allá y el tiempo Mortal. Sentía como si sólo me hubiera marchado hacía unas horas, y allí estaba, en mitad de la noche.

Pensándolo bien, ni siquiera sabía en qué día estábamos.

Y lo que era aún peor, cuando me incliné sobre el rostro de Liv, iluminado por la luna, parecía como si hubiera estado llorando. Me sentí culpable, dado que había una gran posibilidad de que yo fuera la razón de sus lágrimas, salvo que ella y John hubieran tenido una pelea.

Pero eso resultaba altamente improbable, porque cuando bajé la vista, descubrí que me encontraba justo encima del pecho de John Breed. Estaba acurrucado junto a la cama, sobre la desgastada alfombra rosa.

Pobrecillo. Por muchas veces que me hubiera fastidiado en el pasado, era muy bueno con Liv y, durante un tiempo, creyó ser el Uno Que Son Dos. Es difícil sentir rencor hacía un tío que trató de dar su vida para salvar al mundo. Si alguien podía entenderlo, ese era yo.

No era culpa suya que el mundo no le quisiera.

Así que me aparté de su pecho lo más rápidamente que pude, y prometí ser un poco más cuidadoso sobre dónde ponía los pies en el futuro. Aunque no es que se fuera a enterar.

Mientras recorría el resto de la casa, me pareció que estaba totalmente vacía. Entonces escuché el crepitar de una chimenea y seguí el sonido. Al pie de la escalera de caracol, directamente al fondo del vestíbulo, encontré a Macon sentado junto al fuego en su desgastado sillón de cuero. Como de costumbre, donde estaba Macon también estaba Lena. Se encontraba sentada a sus pies, apoyada contra la otomana. Podía oler el rotulador indeleble Sharpie con el que estaba escribiendo. Tenía su cuaderno abierto en el regazo, aunque apenas lo miraba. Dibujaba círculos sin parar, hasta que pareció como si la página estuviera a punto de desgarrarse.

No estaba llorando, nada más lejos.

Estaba elucubrando.

—Era Ethan. Tenía que serlo. Pude sentirlo entre nosotros, como si estuviera de pie junto a su tumba.

¿Habría visto el crucigrama? Quizá por eso estaba tan excitada. Eché un vistazo alrededor del despacho, pero si había leído el periódico no había ninguna señal de él. Una pila de diarios viejos llenaba un cacharro de latón junto a la chimenea; Macon los utilizaba para prender el fuego. Traté de pasar una sola página del periódico, pero apenas pude levantar una esquina.

Me pregunté si, de no haber tenido la ayuda de un experimentado Sheer como mi madre, habría sido capaz de terminar el crucigrama.

Amma ya no tenía que preocuparse demasiado por el azul desvaído de aspecto sobrenatural de los postigos, la sal y los hechizos. Todo este rollo del encantamiento no era tan fácil de sortear como solía ser.

Entonces advertí lo triste que parecía Macon, mientras estudiaba el rostro de Lena. Abandoné la idea del periódico y me centré en su conversación.

—Tal vez hayas sentido la esencia de él, Lena. Una sepultura es un lugar poderoso, eso no hay duda.

—No he dicho que sintiera algo, tío Macon, sino que lo sentí a él. A Ethan, el Sheer, estoy segura de ello.

El humo de la chimenea formó una espiral surgiendo desde los troncos. Boo tenía su cabeza apoyada en el regazo de Lena, las llamas se reflejaban en sus ojos oscuros.

—¿Y sólo porque un botón cayó desde su tumba? —La voz de Macon no había cambiado, pero sonaba cansada. Me pregunté cuántas conversaciones como esas habría debido de soportar desde mi muerte.

—¡No! Porque él lo movió. —Lena no estaba dispuesta a darse por vencida.

—¿Y no pudo ser el viento? ¿O cualquier otra persona? Wesley pudo haberlo tirado, teniendo en cuenta que no es precisamente la más hábil de las criaturas.

—Sucedió hace una semana. Lo recuerdo perfectamente. Sé que fue así. —Lena sonaba incluso más cabezota que él.

¿Hacía una semana?

¿Había transcurrido todo ese tiempo en Gatlin?

Resultaba evidente que Lena no había visto el periódico. No podía demostrar que yo aún seguía aquí, ni a sí misma ni a su familia, ni siquiera a mi mejor amigo. No había forma de explicarle lo de Obidias Trueblood y todas las complicaciones de mi vida, no mientras no supiera que estaba en la habitación con ella.

—¿Y qué ha pasado desde entonces? —preguntó Macon.

Parecía consternada.

—Tal vez se haya marchado. Tal vez esté planeando algo. No sé cómo funciona el Más Allá. —Lena miraba al fuego fijamente como si estuviera buscando algo—. No soy sólo yo. Fui a ver a Amma y me contó que había sentido su presencia en la casa.

—Cuando se trata de Ethan, los sentimientos de Amma no son de fiar.

—¿Qué pretendes decir con eso? Por supuesto que podemos fiarnos de Amma. Es la persona más fiable que conozco. —Lena parecía furiosa, y me pregunté hasta qué punto sabía lo que realmente había pasado esa noche en el depósito de agua.

Él no dijo nada.

—¿Acaso no lo es?

Macon cerró el libro.

—No puedo ver el futuro. No soy Vidente. Todo lo que sé es que Ethan hizo lo que tenía que hacerse. Todo el reino —Oscuro y Luminoso— le estará eternamente agradecido.

Lena se levantó, arrancando la página llena de manchurrones de tinta del cuaderno.

—Bueno, pues yo no lo estoy. Comprendo que fue muy valiente y noble y todas esas cosas, pero a mí me dejó aquí sola, y no estoy segura de que valiera la pena. No me importa el universo y el reino, o salvar al mundo, ya no. No sin Ethan.

Arrojó la página arrancada al fuego. Las llamas naranjas la envolvieron.

El tío Macon habló mientras contemplaba el fuego.

—Lo comprendo.

—¿De verdad? —Lena no parecía creerle.

—Hubo un tiempo en el que puse mi corazón por encima de todo.

—¿Y qué sucedió?

—No lo sé. Me hice viejo, supongo. Y aprendí que las cosas a menudo son más complicadas de lo que creemos.

Apoyada contra la repisa de la chimenea, Lena observaba el fuego.

—Tal vez simplemente te olvidaste de lo que se siente.

—Tal vez.

—Yo no lo haré. —Levantó la vista hacia su tío—. No olvidaré nunca.

Hizo un gesto con los dedos y el humo se elevó hasta enroscarse a su alrededor y tomar forma. Era una cara. Mi cara.

—¡Lena!

Mi rostro desapareció ante el sonido de la voz de Macon, desvaneciéndose como jirones de una nube gris.

—Déjame sola. Déjame tener lo poco que puedo, lo que me queda de él. —Sonaba furiosa, y la quise aún más por ello.

—Eso son sólo recuerdos. —Había tristeza en la voz de Macon—. Tienes que seguir adelante. Créeme.

—¿Por qué? Tú nunca lo hiciste.

Sonrió con tristeza, mirando más allá de ella hacia el fuego.

—Por eso mismo lo sé.

Seguí a Lena escaleras arriba. Aunque el hielo y la nieve se habían derretido desde mi última visita a Ravenwood, una espesa capa de niebla flotaba por toda la casa, y el aire era frío.

Lena no parecía prestar ninguna atención a lo que sucedía a su alrededor, pese a que su aliento se levantaba en espiral hasta su cara formando una silenciosa nube blanca. Observé los oscuros círculos negros alrededor de sus ojos, su aspecto tan demacrado y frágil, como cuando Macon murió. Sin embargo, ahora ya no era la misma persona de entonces, era alguien mucho más fuerte.

Por otro lado, incluso cuando creímos que Macon se había ido para siempre, conseguimos encontrar una forma de traerle de vuelta. Así que, muy en el fondo de mi ser sabía que, en mi caso, no se iba a conformar con un destino distinto.

Tal vez Lena no supiera que estaba aquí, pero sabía que no me había ido. Aún no había renunciado a mí. No podía.

Lo sabía porque, de haber sido yo el que se hubiera quedado, no habría podido hacerlo.

Lena se deslizó en su habitación, pasando ante la pila de maletas, y arrastrándose hasta la cama sin siquiera quitarse la ropa. Agitó los dedos y la puerta se cerró de golpe. Me tendí a su lado. Mi cara en el borde de su almohada. Apenas separados por unos centímetros.

Las lágrimas empezaron a resbalar por su cara, y creí que se me partía el corazón sólo por verla.

Te quiero, L. Siempre lo haré.

Cerré los ojos y estiré mi brazo para tocarla. Deseé, desesperadamente, que hubiera algo que pudiera hacer. Tenía que haber una forma de hacerle saber que aún seguía aquí.

Te quiero, Ethan. No te olvidaré. Nunca te olvidaré, y nunca dejaré de quererte.

Escuché como su voz se expandía dentro de mi cabeza. Cuando abrí los ojos, estaba mirando directamente a través de mí.

—Nunca —susurró.

—Nunca —respondí.

Enrosqué mis dedos en sus rizos negros y esperé hasta que se quedó dormida. Podía sentir cómo se acurrucaba junto a mí.

Tenía que asegurarme de que encontrara el periódico.

A la mañana siguiente, mientras seguía a Lena escaleras abajo, empezaba a sentirme como si, por un lado, fuera una especie de acosador y, por otro, estuviera perdiendo la cabeza. Cocina había dispuesto un desayuno más abundante que nunca, pero, a Dios gracias, ahora que el Orden no estaba roto y el mundo no estaba a punto de terminar, la comida ya no parecía estar tan cruda como para que te dieran ganas de vomitar sólo con verla.

Macon estaba esperando a Lena en la mesa, aunque había empezado sin ella. Todavía no me había acostumbrado a verle comer. Esa mañana había galletas, horneadas con tanta mantequilla que las burbujas irrumpían a través de las grietas de la masa. Gruesas lonchas de beicon cubrían una montaña de huevos revueltos sólo comparables a una ración de Amma. Las grosellas se apiñaban en el interior de un enorme pastel de crujiente corteza que Link, antes de sus días como Línkcubo, se hubiera zampado de una sola sentada.

Entonces lo vi. El Barras y Estrellas estaba doblado al final de una pila de periódicos, procedentes de más países de los que hubiera podido nombrar.

Alargué el brazo para atrapar el periódico justo cuando Macon estiró el suyo para coger la cafetera, introduciendo su mano a través de mi pecho. Sentí frío y algo extraño, como si me hubiera tragado un cubito de hielo. O como si estuviera aquejado por un ICEE, aunque en mi caso me afectaba al corazón más que a la cabeza.

Agarré el periódico con ambas manos, tirando de él con todas mis fuerzas. Una esquina asomó lentamente de debajo de la pila.

No era suficiente.

Miré a Macon y a Lena. Macon tenía la cabeza enterrada en un periódico llamado L’Express, que parecía estar escrito en francés. Lena tenía los ojos pegados al plato, como si los huevos fueran a revelarle una importante verdad.

Vamos, L. Está aquí mismo. Estoy aquí mismo.

Volví a tirar con fuerza del periódico, que se deslizó fuera del montón cayendo al suelo. Ninguno de los dos levantó la vista.

Lena se sirvió un poco de leche en el té. Extendí mi mano para tomar la suya, apretándola hasta que se le cayó la cuchara, salpicando té sobre el mantel.

Lena miró fijamente su taza de té, flexionando sus dedos. Sólo cuando se inclinó para secar el mantel con su servilleta, advirtió el periódico en el suelo, donde había aterrizado, junto a su pie.

—¿Qué es esto? —Recogió el Barras y Estrellas—. No sabía que estabas suscrito a este periódico, tío M.

—Lo estoy. He descubierto que es muy útil para estar al tanto de lo que sucede en el pueblo. No querría perderme, por ejemplo, el último plan diabólico de la señora Lincoln y las Damas Auxiliares del Ejército de Salvación. —Sonrió—. ¡Qué puede haber más divertido que eso!

Contuve el aliento.

Ella se lo arrebató, apoyándolo sobre la mesa.

El crucigrama estaba en la parte de atrás. Era la edición del domingo, justo como lo había planeado cuando estaba en la oficina del Barras y Estrellas.

Lena sonrió para sus adentros.

—Amma completaría este crucigrama en cinco minutos.

Macon levantó la vista.

—O menos, estoy seguro. Creo que yo mismo podría hacerlo en tres.

—¿En serio?

—Ponme a prueba.

—Ocho horizontal —declaró—. Aparición o visión. Ser espectral. Una quimera de otro mundo. Un fantasma.

Macon la miró sorprendido, entornando sus ojos.

Lena se inclinó sobre el periódico, sosteniendo en una mano su taza de té. La observé atentamente mientras empezaba a leer.

Dedúcelo, Lena. Por favor.

No fue hasta que su taza empezó a temblar y cayó sobre la alfombra cuando comprendí que lo había captado, no la solución del crucigrama sino el mensaje que contenía.

—¿Ethan? —Alzó la vista. Me incliné para acercarme a ella, mi mejilla rozando la suya. Sabía que no podía sentirla; aún no había vuelto con ella, todavía no. Pero también sabía que ella creía que estaba allí y, por el momento, era lo único que importaba.

Macon se quedó mirándola fijamente, perplejo.

El candelabro que había sobre la mesa empezó a balancearse. La habitación se iluminó hasta volverse de un blanco cegador. Los enormes ventanales del comedor se agrietaron formando cientos de telas de araña en el cristal. Los pesados cortinajes volaron contra las paredes como plumas al viento.

—Cariño —empezó Macon.

El cabello de Lena ondeó en todas las direcciones. Cerré los ojos cuando, una ventana tras otra, empezaron a hacerse añicos y estallar como si se tratara de fuegos artificiales.

¿Ethan?

Estoy aquí.

Por encima de cualquier cosa eso es lo que quería que supiera.

Por fin.