CAPÍTULO 37

Lo que las palabras nunca dicen

«AMMA TREADEAU ha sido declarada legalmente muerta después de que desapareciera de Wate’s Landing, el hogar de Mitchell y Ethan Wate, situado en Cotton Bend, en el centro de Gatlin…».

—Dejé de leer en voz alta.

Estaba sentado en su mesa de la cocina, donde la Amenaza Tuerta aguardaba triste en el jarrón sobre la encimera, mientras pensaba que era imposible que estuviera leyendo el obituario de Amma. No cuando aún podía oler sus bastones de caramelo Red Hots con sabor a canela y la mina de sus lápices.

—Sigue leyendo. —La tía Grace se inclinó por encima de mis hombros, tratando de echar una ojeada al artículo con sus gafas bifocales cuya graduación era diez veces menor que la necesaria para poder leerlo.

Tía Mercy estaba sentada en su silla de ruedas, al otro lado de la mesa, junto a mi padre.

—Más vale que digan algo sobre las tartas de Amma. O de lo contrario, al buen Dios pongo por testigo, que me acercaré hasta el Estrellas y Barras y les diré lo que pienso de ellos. —La tía Mercy aún creía que nuestro periódico local debía su nombre a la bandera confederada.

—Es el Barras y Estrellas —le corrigió mi padre suavemente—. Y estoy seguro de que harán todo lo posible por asegurarse de que Amma sea recordada por sus méritos.

—Mmm. —Tía Mercy resopló—. La gente de por aquí no tiene ni idea de lo que es el talento. Durante años la voz de Prudence Jane no fue considerada digna del coro.

La tía Mercy se cruzó de brazos.

—Tenía la voz de un ángel, si es que alguna vez he oído alguno.

Me sorprendió que la tía Mercy pudiera escuchar nada sin su audífono. Continuaba parloteando cuando Lena empezó a hablarme en kelting.

¿Ethan? ¿Estás bien?

Estoy bien, L.

No suenas muy allá.

Lo estoy intentando.

Aguanta. Ya voy.

El rostro impreso en blanco y negro de Amma parecía mirarme desde el periódico. Lucía su mejor vestido de domingo, el que tenía el cuello blanco. Me pregunté si alguien habría sacado esa foto en el funeral de mi madre o en el de la tía Prue. Podría haber sido Macon.

Había habido tantos.

Dejé el periódico sobre la rayada madera. Odiaba ese obituario. Sin duda estaba escrito por alguien del periódico que no conocía a Amma. Lo habían puesto todo mal. Supongo que ahora tenía una nueva razón para odiar el Barras y Estrellas tanto como la tía Grace.

Cerré los ojos, escuchando a las Hermanas charlar sobre el contenido del obituario de Amma o sobre el hecho de que Thelma no supiera cocinar la sémola de forma adecuada. Sabía que esa era su manera de presentar sus respetos a la mujer que nos había criado a mi padre y a mí. La mujer que les había preparado una jarra tras otra de té frío y que se aseguraba de que no salieran de casa con las faldas enroscadas en sus pantis antes de ir al iglesia.

Después de un rato, dejé de oírlas. Sólo escuchaba el sigiloso lamento de Wate’s Landing, también de luto. Los tablones del suelo crujían, pero esta vez sabía que no se trataba de Amma en la habitación de al lado. Ya no se escuchaba el entrechocar de sus ollas. Ningún cuchillo atacaba la tabla de cortar. Ninguna comida caliente me estaría esperando en la mesa.

A no ser que mi padre y yo aprendiéramos a cocinar.

Tampoco había cacerolas con comida apiladas en nuestro porche. Esta vez no. No había una sola alma en Gatlin que se hubiera atrevido a presentar sus condolencias con ollas con estofado para conmemorar el fallecimiento de la señorita Amma Treadeau. Y si lo hubieran hecho, no lo habríamos comido.

Y no porque la gente de por aquí creyera que se había ido. Al menos eso es lo que decían.

—Ella volverá, Ethan. Acuérdate de cómo apareció repentinamente sin decir palabra el día que naciste. —Era cierto. Amma había criado a mi padre y luego se había mudado a Wader’s Creek con su familia. Pero tal y como contaban, el día que mis padres me trajeron a casa del hospital, apareció con su bolsa de tela acolchada y se trasladó.

Ahora Amma había desaparecido, y ya no volvería. Yo mismo sabía cómo funcionaba aquello mejor que nadie. Miré los desgastados tablones de la cocina delante de los fogones y del horno.

La echo de menos, L.

Yo también.

Las echo de menos a las dos.

Lo sé.

Escuché a Thelma entrar en la habitación, con una bola de tabaco de mascar bajo su labio.

—Está bien, chicas. Creo que por esta mañana ya hemos tenido demasiadas emociones. Vayamos a la otra habitación y veamos qué podemos ganar en El precio justo.

Thelma me guiñó un ojo y arrastró la silla de ruedas de tía Mercy fuera de la habitación. La tía Grace salió detrás de ellas con Harlon James a sus pies.

—Espero que regalen uno de esos congeladores con un surtidor de agua fría incorporado.

Mi padre cogió el periódico y empezó a leer desde donde yo me había quedado.

—«Los servicios funerarios tendrán lugar en la capilla de Wader’s Creek».

Mi mente tuvo una visión de Amma y Macon de pie frente a frente en mitad del brumoso pantano en el lado malo de la medianoche.

—¡Maldita sea! He tratado de explicárselo a todo el que quisiera escucharlo. Amma no quería funeral. —Suspiró.

—No.

—Ahora mismo debe de estar hecha una furia, diciendo: «No entiendo por qué perdéis un hermoso tiempo en llorarme, cuando tan seguro como el Dulce Redentor, que yo no perdería mi tiempo en lloraros».

Sonreí. Él ladeó la cabeza hacia la izquierda, igual que hacía Amma cuando estaba a punto de desmandarse.

P.A.Y.A.S.A.D.A.S. Nueve vertical. O sea, que todo esto no es nada más que un batiburrillo de disparates, Mitchell Wate.

Esta vez me reí, porque mi padre tenía razón. Casi podía oírla diciéndolo. Odiaba ser el centro de atención, especialmente cuando aquello implicaba el infame Desfile Funerario Piadoso de Gatlin.

Mi padre leyó el siguiente párrafo.

—«La señorita Amma Treadeau nació en el condado de Gatlin, todavía no incorporado a Carolina del Sur, fue la sexta de siete hijos nacidos de la fallecida familia Treadeau». —¿La sexta de siete hijos? ¿Había mencionado alguna vez Amma a sus hermanas o hermanos? Yo sólo la recordaba hablando de los Antepasados.

Echó una rápida ojeada al resto del obituario.

—«De alguna forma, su carrera como repostera de fama local se extendió durante cinco décadas por distintas ferias del condado». —Sacudió de nuevo la cabeza—. Ni siquiera mencionan su chuleta en salsa Carolina Gold. Buen Dios, espero que Amma no esté leyendo esto desde la nube donde esté, porque empezará a mandar descargas eléctricas a diestro y siniestro.

No lo está —pensé—. A Amma no le importa lo que se diga ahora de ella. Ni tampoco la gente de Gatlin. Seguramente está sentada en un porche en alguna parte con los Antepasados.

Él continuó.

—«La señorita Amma deja tras de sí una extensa familia, un tropel de primos y un círculo de amigos íntimos». —Dobló el periódico y lo arrojó sobre la mesa—. ¿Dónde está la parte en la que dicen que la señorita Amma deja detrás a dos de los más apenados, hambrientos y tristes chicos que alguna vez habitaron Wate’s Landing? —Tamborileó impaciente con los dedos sobre la mesa.

Al principio no supe qué decir.

—¿Papá?

—¿Sí?

—Vamos a estar bien, ¿sabes?

Era verdad. Pensándolo detenidamente, eso era lo que ella había estado haciendo todo ese tiempo. Preparándonos para el momento en el que no estuviera aquí y para todo lo que viniera después.

Para ahora.

Mi padre debió de entenderlo, porque dejó que su mano cayera pesadamente sobre mi hombro.

—Sí, señor. Vaya si lo sé.

No dije nada más.

Nos quedamos los dos sentados, mirando por la ventana de la cocina.

—Cualquier otra cosa sería manifiestamente irrespetuosa. —Su voz sonaba temblorosa y supe que estaba llorando—. Nos crio muy bien, Ethan.

—Desde luego que sí. —También yo luché por tragarme las lágrimas. En su consideración, supongo, como había dicho mi padre. Así es como tenía que ser ahora.

Esto era real.

Dolía horrores —casi me había matado— pero era real, de la misma forma que perder a mi madre había sido real. Tenía que aceptarlo. Tal vez este fuera el modo que tenía el universo de desenmarañarse, por lo menos esta parte de él.

Lo correcto y lo fácil nunca son lo mismo.

Amma me lo había enseñado mejor que nadie.

—Tal vez ella y Lila Jane se estén cuidando la una a la otra ahora mismo. Tal vez estén sentadas juntas, hablando ante una fuente de tomates fritos y té frío. —Mi padre se rio, a pesar de estar llorando.

No tenía ni idea de lo cerca que estaba de la verdad, y no se lo dije.

—Cerezas —fue todo lo que comenté.

—¿Qué? —Mi padre me miró divertido.

—A mamá le gustan las cerezas. Directamente desde el colador, ¿recuerdas? —Volví la cabeza hacia él—. Aunque no estoy muy seguro de que la tía Prue les deje a ninguna meter baza.

Asintió y extendió su mano hasta que rozó mi brazo.

—A tu madre no le importa, con tal de que la dejen tranquila con sus libros durante un tiempo, ¿no crees? Al menos hasta que lleguemos allí.

—Al menos —repuse, aunque esta vez no fui capaz de mirarle. Mi corazón parecía empujar en tantas direcciones a la vez, que no sabía lo que estaba sintiendo. Una parte de mí deseó poderle contar que había visto a mi madre. Y que estaba bien.

Nos quedamos allí sentados, sin movernos ni hablar, hasta que sentí que mi corazón empezaba a acelerarse.

¿L? ¿Eres tú?

Ven fuera, Ethan. Estoy esperando.

Escuché la música antes de ver el Cacharro rodar ante mi vista a través de los cristales. Me levanté e hice un gesto de asentimiento a mi padre.

—Me voy un rato con Lena.

—Tómate todo el tiempo que necesites.

—Gracias, papá.

Cuando me giré para salir de la cocina, eché un último vistazo a mi padre, sentado solo en la mesa con el periódico. No podía hacerlo. No podía dejarle así.

Volví a recoger el periódico.

No sé porqué lo cogí. Tal vez sólo quería llevar a Amma conmigo un poco más de tiempo. Tal vez no quería que mi padre se quedara sentado a solas con todos esos sentimientos, atrapado en un estúpido periódico con un mal crucigrama y un peor obituario.

Y entonces se me ocurrió.

Abrí el cajón de Amma y extraje los dos lápices del número 2. Los levanté para enseñárselos a mi padre.

Él sonrió.

—Empezaba con ellos afilados, y luego les sacaba punta.

—Es lo que hubiera querido. Una última vez.

Él se inclinó en su silla hasta alcanzar el cajón y lanzarme una caja de Red Hots.

—Una última vez.

Le di un abrazo.

—Te quiero, papá.

Entonces pasé la mano por el alféizar de las ventanas de la cocina, regando de sal todo el suelo.

—Es hora de dejar entrar a los fantasmas.

Sólo había bajado la mitad de los escalones del porche cuando Lena me encontró. Saltó a mis brazos, rodeándome con sus delgadas piernas. Se colgó de mí y me agarré a ella como si ninguno de los dos quisiéramos soltarnos nunca.

Había electricidad, mucha electricidad. Pero cuando sus labios encontraron los míos, no hubo más que dulzura y paz. Como cuando vuelves a casa, cuando una casa aún es un refugio y no una tormenta en sí misma.

—Todo era diferente entre nosotros. Ya nada podría separarnos. No sé si se debía al Nuevo Orden, o porque había viajado hasta el final del Más Allá y vuelto. En cualquier caso, ahora podía sostener la mano de Lena sin quemarme la palma.

Su tacto era cálido. Sus dedos suaves. Su beso ahora sólo era un beso. Un beso que poseía todo lo grande y todo lo pequeño que puede tener un beso.

Ya no era una tormenta eléctrica o un fuego. Nada explotaba o se quemaba ni se cortocircuitaba. Lena me pertenecía, igual que yo le pertenecía a ella. Y ahora podíamos estar juntos.

El claxon del Cacharro atronó, y rompimos nuestro beso.

—¡Oye, que es para hoy! —Link asomó su cabeza por la ventanilla—. Se me está poniendo el pelo blanco de estar aquí sentado mirándoos, chicos.

Le sonreí, pero no pude apartarme de ella.

—Te quiero, Lena Duchannes. Siempre te he querido y siempre te querré. —Las palabras eran tan ciertas hoy como lo fueron la primera vez que las pronuncié, en su Decimosexta Luna.

—Yo también te quiero, Ethan Wate. Te quiero desde el primer día que nos conocimos. O antes. —Lena me miró directamente a los ojos, sonriendo.

—Mucho antes. —Sonreí, mirándola intensamente.

—Pero tengo algo que decirte. —Se acercó—. Algo que probablemente debas saber de la chica a la que quieres.

Mi estómago se encogió levemente.

—¿De qué se trata?

—Mi nombre.

—¿Lo dices en serio? —Sabía que los Caster conocían su verdadero nombre después de haberse cristalizado, pero Lena nunca quiso revelarme el suyo, a pesar de las muchas veces que se lo pregunté. Supuse que, cuando fuera el momento adecuado y le apeteciera, me lo diría. Lo que al parecer había llegado.

—¿Aún quieres saberlo? —Sonrió, porque ya sabía la respuesta.

Asentí.

—Es Josephine Duchannes. Josephine, hija de Sarafine. —Su última palabra fue un susurro, pero lo escuché, como si lo hubiera gritado desde lo alto de los tejados.

Apreté su mano.

Su nombre. La última pieza que faltaba del rompecabezas de su familia, y lo único que no se podía encontrar en ningún árbol genealógico.

Todavía no le había hablado a Lena de su madre. Una parte de mí quería creer que Sarafine había entregado su alma para que yo pudiera estar de nuevo con su hija, que su sacrificio era algo más que una simple venganza. Quizá algún día le contaría a Lena lo que su madre había hecho por mí. Lena se merecía saber que Sarafine no era del todo mala.

El claxon del Cacharro sonó de nuevo.

—Vamos, tortolitos. Tenemos que llegar al Dar-ee Keen. Todo el mundo está esperando.

Cogí la otra mano de Lena y tiré de ella para recorrer el césped hasta el Cacharro.

—Tenemos que hacer una parada rápida en el camino.

—¿Está implicado algún Caster Oscuro? ¿Necesito coger la cizalla?

—Sólo vamos a la biblioteca.

Link apoyó su frente contra el volante.

—No he renovado mi carné de la biblioteca desde que tenía diez años. Creo que tengo más posibilidades con los Caster Oscuros.

Me detuve delante de la puerta delantera del coche y miré a Lena. La puerta trasera se abrió por sí sola y ambos nos subimos.

—Eh, tío. ¿Ahora soy vuestro chófer? Vosotros los Caster y los Mortales tenéis una forma muy retorcida de demostrar vuestro aprecio a un amigo. —Link subió la música, como si no quisiera escuchar lo que fuera a decirle.

—Te aprecio mucho. —Le di una buena colleja desde detrás. Ni siquiera pareció notarlo. Estaba hablando con Link, pero miraba a Lena. No podía dejar de mirarla. Era más guapa de lo que recordaba, más guapa y más real.

Enrosqué un mechón de sus cabellos entre mis dedos, y ella apoyó la mejilla en mi mano. Estábamos juntos. Era difícil pensar o ver o incluso hablar sobre nada más. Entonces me sentí mal por estar tan bien cuando aún llevaba el Barras y Estrellas en mi bolsillo trasero.

—Espera. Escucha esto. —Link hizo una pausa—. Eso es exactamente lo que necesito para terminar la letra de mi nueva canción. «Chica chupachups. El dolor que provocas es tan dulce que haces que sienta ganas de abalanzarme…».

Lena apoyó su cabeza en mi hombro.

—¿Te he comentado que mi prima ha vuelto a la ciudad?

—Por supuesto que sí. —Sonreí.

Link me guiñó un ojo por el espejo retrovisor. Yo volví a golpearle la cabeza mientras el coche descendía por la calle.

—Creo que vas a ser una estrella del rock —declaré.

—Tengo que ponerme a trabajar en mi maqueta, ¿sabes? Porque en cuanto nos graduemos, me largo directamente a Nueva York, el gran momento…

Link tenía la cabeza tan llena de mierda que podía pasar por un retrete. Igual que en los viejos tiempos. Igual que lo que se suponía que debía ser.

Esa era toda la prueba que necesitaba.

Realmente estaba en casa.