CAPÍTULO 35

Una grieta en el Universo

LAS PUNTAS DE MIS CONVERSE asomaban por el blanco borde metálico, la ciudad dormía a cientos de metros por debajo de mí. Las diminutas casas y diminutos coches parecían de juguete, y era fácil imaginarlos llenos de polvo purpurina bajo el abeto junto a lo que quedaba de la ciudad navideña de mi madre.

Pero no eran juguetes.

Conocía esa vista.

Uno no olvida la última cosa que ve antes de morir. Creedme.

Estaba de pie en el borde del depósito de agua de Summerville, las pequeñas fisuras abiertas en la pintura blanca se extendían justo desde debajo de mis zapatillas. La curva de un corazón negro dibujado en tinta Sharpie captó mi atención.

¿Sería posible? ¿Realmente podía estar en casa?

No lo supe hasta que la vi.

Las puntas de sus zapatos ortopédicos negros alineadas perfectamente con mis Converse.

Amma llevaba el vestido negro de domingo con las pequeñas violetas estampadas, y un sombrero de ala ancha negro. Sus guantes blancos sujetaban con firmeza las asas de su bolso de cuero.

Nuestros ojos se encontraron durante una fracción de segundo, y me sonrió; el alivio se expandió por sus facciones de tal forma que resultaba imposible describirlo. Era casi beatífica, una palabra que nunca hubiera utilizado para describir a Amma.

Fue entonces cuando comprendí que algo iba mal. Esa clase de mal que no puedes detener ni cambiar o arreglar.

Extendí mi mano justo en el momento en que ella saltaba del borde al cielo azul oscuro.

—¡Amma! —Traté de atraparla, igual que había intentado atrapar a Lena en mis sueños cuando era ella la que se estaba cayendo. Sin embargo, no pude cogerla.

Pero ella no cayó.

El cielo se abrió en dos como si el universo estuviera desgarrándose, o como si alguien finalmente hubiera abierto un agujero en él. Amma volvió su cara hacia él, las lágrimas rodaban por sus mejillas incluso mientras me sonreía.

El cielo la sostuvo, como si Amma se mereciera estar allí, hasta que una mano apareció en el centro de la brecha y las brillantes estrellas. Era una mano que reconocí, la misma que me había ofrecido su cuervo para que pudiera cruzar de un mundo a otro.

Ahora el tío Abner estaba ofreciendo esa mano a Amma.

Su rostro difuminado en la oscuridad junto a Sulla, Ivy y Delilah. La otra familia de Amma. El rostro de Twyla me sonrió, con sus amuletos anudados a sus largas trenzas. La familia Caster de Amma estaba esperándola.

Pero me dio igual.

No podía perderla.

—¡Amma! ¡No me dejes! —grité.

Sus labios no se movieron, pero pude escuchar su voz tan clara como si estuviera de pie a mi lado.

Nunca podría dejarte, Ethan Wate. Siempre estaré observándote. Haz que me sienta orgullosa.

Sentí que mi corazón se paraba, estallando en mil pedazos tan pequeños que nunca podría encontrarlos. Caí de rodillas y levanté la vista a los cielos, gritando con más fuerza de la que creí posible.

—¿Por qué?

Fue Amma quien contestó. Ahora se encontraba a bastante distancia, adentrándose en la franja de cielo que se había abierto únicamente para ella.

Una mujer sólo es lo que vale su palabra. —Otro de los acertijos de Amma.

El último.

Se llevó los dedos a los labios y los extendió hacia mí mientras el universo la tragaba. Sus palabras resonaron a través del cielo, como si las hubiera pronunciado en voz alta.

Y todo el mundo decía que no podía cambiar las cartas

Las cartas.

Estaba hablando del despliegue que predijo mi muerte muchos meses atrás. El despliegue que había negociado poder cambiar con el bokor. Aquel a quien juró que haría cualquier cosa para cambiarlo.

Lo había hecho.

Desafiando al universo y al destino y a todo en lo que creía. Por mí.

Amma estaba cambiando su vida por la mía, protegiendo el Orden al ofrecer una vida por otra. Ese era el trato que había hecho con el bokor. Ahora lo entendía.

Observé cómo el cielo volvía a coserse puntada a puntada.

Pero ya no parecía el mismo. Aún podía ver las costuras invisibles por las que el mundo se había desgarrado en dos para llevársela. Ya siempre sabría que estaban allí, aunque nadie más pudiera verlas.

Como los rasgados bordes de mi corazón.