NUEVE
Ella pegó su cuerpo contra el destartalado edificio en el momento en que Darius daba un paso adelante. En ese instante sintió una irracional seguridad que se impuso al miedo. Era evidente que aquel extraño pretendía hacerles daño a ella y a los hermanos, pero los hermanos eran dos y aquel ser, fuera lo que fuese, uno solo.
Entonces vio a otro hombre que salía del haz de luz que arrojaba otra farola.
—Estoy cansado, hermano, acabemos pronto con esto. —Darius sonaba casi como si estuviera aburrido, y eso hizo que Helen empezara a dudar de la capacidad de los Channing para ahuyentar a aquellos extraños. Tal vez Darius y Griffin fuesen más locos que competentes.
—Por mí, estupendo —dijo Griffin—. Yo me encargaré de este. ¿Te has traído tu glaive?
—No. ¿Y tú?
Griffin negó con la cabeza.
—Pues entonces con la hoz.
Cuando Griffin dio un paso adelante, el demonio de los dientes de plata gruñó. El joven cogió el extraño objeto que llevaba colgado del cinturón. Aquello se abrió con un sonoro zumbido, y Helen vio que se trataba de una especie de hoz, parecida a un bumerán y lo bastante pequeña como para sostenerla con una mano. El reflejo de la luz dejó al descubierto la hoja afilada por un lado y las puntas de los dientes de sierra que sobresalían del otro. Sin duda podría destripar a un hombre.
—Escoria de Guardián. —El insulto lo soltó el segundo hombre mientras se sacaba una hoz del cinto.
Su compañero avanzó hacia Griffin, con su propia arma en la mano. Las dos parejas quedaron enfrentadas, y Darius replicó con indiferencia, como si estuviese tomando el té y hablase del tiempo:
—Viniendo de un espectro resulta algo ofensivo. Creo que voy a tener que defender mi honor.
Tras una pausa que duró apenas un abrir y cerrar de ojos, Darius alzó su hoz contra su oponente. El sonido metálico que siguió fue ensordecedor, y Helen, a cubierto entre las sombras, miraba a su alrededor, esperando a que asomase alguien de los sucios pisos para quejarse del ruido.
Pero no apareció nadie. Mientras contemplaba cómo los hermanos blandían sus hoces y enganchaban las de los otros hombres, tuvo la sensación de que toda su existencia era un sueño. De que ella, los hermanos y los dos seres contra los que luchaban existían en otro mundo, en uno separado por un finísimo velo de ese otro en el que había vivido toda su vida.
Agarró la caja alargada de madera con fuerza. Griffin había enganchado con su hoz el arma del ser con el que estaba luchando. El espectro gruñó, y tiró de la hoz de Griffin hasta que este se halló demasiado cerca del cuerpo de su contrincante. Helen se encogió, y empezó a pensar en la forma de escapar en caso de que los hermanos acabasen muertos.
Encuentra la salida era un juego del que difícilmente podía olvidarse.
Instantes más tarde, Griffin parecía haber perdido el dominio de su hoz, y durante una décima de segundo Helen pensó que se daba por vencido. Pero era solo una estrategia para que el demonio se confiara. El joven aprovechó el momentáneo descuido para apartar el arma del otro, y dibujando un elegante arco, deslizó la hoja de su hoz por el vientre del demonio.
Ella reprimió un grito, esperaba que el hombre gritase. O al menos sangrase. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Simplemente continuó luchando incluso mientras Griffin le propinaba repetidamente patadas y cortes, hasta desgarrarle la carne por todas partes.
Y aun así, Helen no vio una sola gota de sangre.
Cuando por fin fue capaz de apartar sus ojos hacia Darius, se encontró con más de lo mismo. El oponente estaba en el suelo, y Darius hacía bajar su hoz una y otra vez, cortando con uno de los lados, rasgando y desgarrando con el otro.
No obstante, a pesar de que el hombre en el suelo parecía haberse dado por vencido, tampoco él sangraba.
Por fin, el adversario de Griffin se derrumbó y se desplomó contra el suelo, lo mismo que el otro hombre, ahora bajo la bota de Darius.
El joven habló con calma.
—Creí que íbamos a hacerlo con rapidez.
—Tú tienes más experiencia que yo —dijo Griffin dolido.
Helen quiso apartar la mirada cuando arrancaron sus hoces de los cuerpos. Ahora tendrían que abandonar a aquellas almas, almas al fin y al cabo, por malvadas que fueran, en mitad de la acera donde las despedazarían los perros muertos de hambre que rondaban por los suburbios.
Sin embargo, no podía dejar de mirar la escena embelesada y se estremeció cuando las afiladas hojas giraron bajo la humeante luz y seccionaron los cuellos de los hombres que estaban tendidos en el suelo. Se preparó mentalmente para ver los cuerpos decapitados, pero al instante desaparecieron en medio de una ráfaga de aire y un destello de luz de un intenso color azul.
Helen se quedó inmóvil y aturdida en el silencio que siguió. Poco a poco el mundo pareció regresar hasta que pudo sentir el viento que le alborotaba los cabellos y oler el aceite de las farolas que iluminaban la calle.
Griffin se acercó a ella mientras plegaba su hoz con un leve chasquido y se la volvía a colgar del cinturón.
—¿Te encuentras bien? —preguntó secándose la frente.
Ella asintió, y se agarró a la caja de madera como a un salvavidas.
Él la sujetó del brazo. Ella se sorprendió al notar que lo hacía con suavidad.
—Vamos —le dijo él—. Ha sido una noche muy larga para ti.
Darius no abrió la boca de camino a casa. Caminaba delante de ellos tal como había hecho anteriormente, solo que esta vez, ella no cuestionó que escogiesen las calles más estrechas y oscuras.
Cuando por fin cruzaron la puerta trasera de la casa, Darius se fue derecho a las escaleras.
—Duerme cuanto puedas, Helen. —No se volvió para mirarla mientras hablaba—. Mañana tendremos que tomar decisiones con respecto a tu seguridad.
Para cuando ella y Griffin llegaron a la gran escalera, Darius ya había desaparecido en los pasillos de arriba.
—No deberías habernos seguido. —Griffin hablaba con calma mientras subían.
De haber hecho Darius esa misma observación, ella le hubiese replicado de inmediato antes de poder contenerse. Pero en el tono de Griffin no había acusación ni fastidio.
—Lo siento, pero recordé algo que me dijo mi madre. Me dijo que me llevaríais a casa de Galizur. Y entonces me acordé de que tú y Darius hablasteis de que ibais a ir a verlo. —Llegaron a lo alto de las escaleras—. No quería quedarme sola aquí esperando.
—Helen.
—¿Sí?
Sus ojos brillaban en la oscuridad.
—No pretendo desanimarte…
—¿Pero? —No pudo evitar interrumpirlo.
—Aún hay un montón de cosas que no entiendes. Un montón que pueden hacerte daño. Si quieres sobrevivir, tendrás que escucharnos hasta que seas capaz de defenderte tú sola.
Su tono amable la desarmaba. En lugar de la réplica acalorada que le hubiese gustado lanzar, se encontró con el escozor de las lágrimas. Apartó la mirada, pues no quería que él advirtiese su brillo a la luz de las velas alineadas en la pared.
—Sí, bueno, puede que en este momento no me importe seguir viva.
Esperaba que él protestase, pero simplemente se limitó a asentir.
—¿Y qué hay de la venganza? —preguntó—. ¿Eso si te importa?
Ella lo miró a los ojos.
—Sí, eso me interesa más.
—Entonces deberías procurar seguir con vida para poder llevarla a cabo.
El joven reemprendió de nuevo la marcha, y no le dejó otra opción que seguirlo. Los pasillos eran largos y sinuosos. Mientras caminaban, ella iba fijándose en las vueltas —izquierda, izquierda, derecha— buscando un método más seguro para orientarse que el instinto del que se había servido para encontrar las escaleras aquella noche. Griffin se detuvo ante una puerta similar a todas las demás.
—Yo estoy dos cuartos más allá, a la derecha, por si necesitas algo, o puedes tocar la campanilla que tienes al lado de la cama.
Helen hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Gracias.
Ya casi se había dado media vuelta para marcharse cuando ella encontró el coraje para plantear la cuestión que llevaba inquietándola desde que aparecieron en el callejón aquellos dos hombres.
—¿Qué eran esas… cosas, en la calle?
Griffin vaciló. Ella se dio cuenta de que trataba de buscar las palabras adecuadas.
—Eran espectros.
—¿Espectros?
Él asintió.
—Demonios menores.
—¿Demonios menores? —Se sentía como una idiota repitiéndolo todo, aunque su cerebro estaba trabajando tan deprisa como podía, tratando de procesar todo lo que él le estaba diciendo—. ¿Eso existe?
—Sí —dijo Griffin—. Los Dictata están al frente de nuestro bando, la Alianza, y también existe un sistema de castas dentro de las filas de la Legión.
—¿Qué es la Legión?
Él se pensó lo que iba a decir.
—La Alianza se compone de los descendientes de los ángeles menores originales, ¿de acuerdo?
Ella asintió.
—Bien, la Legión está compuesta por los ángeles caídos.
—Conocidos, además, como demonios —murmuró ella, comprendiendo por fin.
—Exacto —dijo él—. Hay un tratado que mantiene el orden con los demonios más poderosos, aunque los espectros no son más que un incordio. No poseen capacidad intelectual para la estrategia seria, por eso Darius y yo pudimos derrotarlos tan fácilmente.
—No parecía muy fácil —dijo ella.
—Es cuestión de práctica, y ya llevamos algún tiempo cuidando de nosotros mismos. —Esbozó una leve sonrisa.
Ella sintió una punzada de tristeza, por él, y también por sí misma, y por todos a los que habían perdido.
—¿Fueron ellos los responsables de…? —Las palabras le salían a duras penas, no había tenido ocasión para expresar su dolor desde que Galizur le confirmara la muerte de sus padres. Se obligó a decirlo en voz alta—. ¿Mataron ellos a mis padres?
Griffin sacudió la cabeza, un mechón de pelo le cayó sobre los ojos.
—No, no están preparados para un asunto así. Quien matase a tus padres y a los nuestros era mucho, mucho más peligroso.
Ya se había alejado de la puerta cuando a ella se le ocurrió la siguiente pregunta.
—¿Griffin?
Él se volvió para mirarla.
—¿Sí?
—¿Por qué matar a nuestras familias si es a nosotros a quienes quieren? ¿Si somos los únicos que tenemos la llave?
Él se encogió de hombros.
—¿No es evidente? —Ella no fue capaz de distinguir si era tristeza o ira lo que iluminaba los ojos del joven—. Nos tienen justo donde quieren. A la fuga y desprotegidos.