VEINTICUATRO

Acababan de dar las cinco en punto y la tarde estaba tan gris como siempre. Helen no sabía cuánta luz haría falta para saltar, aunque no parecía recomendable intentar hacerlo bajo la escasa luz de la lámpara de la mesa. Especialmente habiendo saltado solo una vez ella sola, y eso con ayuda de Griffin.

Tenía menos de cuatro horas para hacer lo que había decidido. A las nueve Griffin ya la estaría esperando en el pasillo, junto a la puerta de su dormitorio.

Esperaba que cuatro horas fueran suficientes.

Tenía que ir a ver a Galizur. Después de la marcha de Raum, había estado recordando todo cuanto Griffin le había explicado acerca de los saltos, y esperaba tener suerte.

Cuando por fin se encendieron las farolas, la noche ya empezaba a descender, esperando su turno para apoderarse de Londres. Helen aguardó a que las calles se despejaran antes de poner un pie en el alféizar de la ventana. No lo habría intentado de no haber visto antes cómo Raum lo usaba con el mismo propósito. Si él podía hacerlo, ella también.

No era casual que la ventana diese a la casa de al lado y no a la calle. Obviamente Raum había escogido el punto de entrada —y salida— por su discreta ubicación. Helen lo agradeció cuando pasó por encima del alféizar y sacó ambas piernas. Era demasiado tarde para cambiar de idea. Se quedó allí sentada un momento con las piernas colgando, tratando de calmar el inquieto galope de su corazón. Luego se agarró del marco con las dos manos y se atrevió a mirar abajo.

Al momento se dio cuenta del método de Raum. Una historiada moldura de piedra, de al menos seis pulgadas de grosor, parecía recorrer el edificio, justo por debajo del alféizar. Hizo memoria, imaginando la fachada de la casa como si estuviese delante de ella la primera noche de su llegada. La vio tan clara como si la tuviera delante en ese mismo momento. Y sí, encima de la puerta principal, había una marquesina de piedra o mármol artísticamente decorada.

Si se desplazaba a lo largo de la moldura de la fachada, podría sujetarse en la parte superior del saliente y descender hasta el punto desde el cual podría soltarse y aterrizar de pie.

O al menos eso esperaba.

Le ponía nerviosa intentar tal hazaña donde algún transeúnte pudiera levantar la vista y verla allí colgada, como un vulgar ladrón. Pero Raum lo había hecho, y ella haría lo mismo.

Deslizándose con cuidado fuera del alféizar, se movió despacio hasta que sus pies fueron a posarse sobre algo sólido. Por un terrorífico instante, se quedó colgada por los codos, doblada hacia atrás en un ángulo casi doloroso, mientras trataba de calcular lo sólido que era el lugar donde estaban sus pies. No tuvo tiempo de dudar, los brazos empezaron a temblarle y se soltó. Se mantuvo pegada a la fría piedra mientras se obligaba a respirar con calma. Cuanto antes llegara a la fachada delantera, antes podría volver a pisar suelo firme.

Se desplazó sobre la repisa con la espalda pegada al edificio, y se detuvo un minuto al llegar a la esquina. Allí la moldura era más ancha, una cornisa en forma de voluta insertada en la misma esquina del edificio. Tuvo ocasión de recuperar el aliento, y asomó la cabeza para mirar a la puerta principal y calcular la distancia. A Dios gracias, cada vez era menor.

Cuando por fin alcanzó la decorativa moldura que coronaba la imponente puerta, solo dedicó unos pocos segundos a trazar una estrategia. El suelo estaba a unos ocho pies por debajo. No tan cerca como había esperado, pero tendría que hacerlo.

Agarrándose a la parte superior de la moldura, fue bajando hasta quedar con el vientre pegado a un lado del saliente. Se deslizó más deprisa de lo que esperaba, y soltó un pequeño chillido al tratar inútilmente de ralentizar el descenso.

El impacto fue fuerte y estuvo a punto de rodar por las escaleras, pero tuvo tiempo de apoyar una mano contra la fachada de piedra para recuperar el equilibrio.

Todo había resultado más chapucero y escandaloso de lo que había planeado. Casi esperaba que Darius o Griffin abriesen la puerta para investigar el ruido. No vino nadie, y un momento después, se sacudió y bajó los escalones hasta la calle.

La luz que usaban normalmente para saltar estaba allí, pero pasó de largo, buscando una menos obvia. No tenía ni idea de cómo pasaban el tiempo los hermanos cuando no combatían con espectros o buscaban justicia, pero con tanto tiempo por delante hasta su cita, era muy posible que uno de ellos, o ambos, salieran de la casa, por no hablar de los viandantes que transitaban por la calle. Observando el ir y venir de la gente, comprendía por qué Darius y Griffin preferían saltar tan tarde. Era mucho menos frecuente ver gente a medianoche que a las cinco en punto de la tarde.

Continuó por la calle hasta llegar a un callejón. Se extendía, oscuro y misterioso, hasta la siguiente manzana. No vio allí ninguna luz, aunque sí se fijó en una farola al otro extremo. Gracias a las muchas veces que ella y su padre habían callejeado tras tomar el té y a su misteriosa capacidad para recordar cosas, era capaz de distinguir las calles que rodeaban la casa de los Channing con la misma claridad con que lo haría si estuviese mirando un plano. Veía dónde se cruzaban, terminaban y pasaban por delante de teatros y otros lugares de interés. Las veía todas y sabía con certeza que la calle al otro extremo del callejón estaba menos transitada que aquella en la que se situaba la casa de los Channing.

Aún era temprano, por supuesto. Era muy probable que hubiese viandantes, hasta en las más desiertas calles de Londres, pero era mejor que tratar de saltar donde Darius o Griffin pudieran verla en caso de que decidiesen salir de la casa. Y sin luz en el callejón, las posibilidades de que apareciesen espectros eran escasas.

Se adentró en la negrura. Casi al instante, todo desapareció frente a ella. En el callejón, la oscuridad era total.

Dio un paso al frente, con la intención de que sus ojos se acostumbraran a la total ausencia de luz. Unos pasos más adelante, aunque seguía estando oscuro, ya era capaz de distinguir montones de basura desperdigados a lo largo de las paredes de los edificios. Bajo sus botas crujían la piedra y los desperdicios mientras iba adentrándose cada vez más en el callejón. El sonido de sus propios pasos subrayaba su aislamiento, su vulnerabilidad. Se obligó a continuar mientras escuchaba el susurro cercano de pequeñas criaturas y veía cómo sus cuerpos se arrastraban y se escabullían. Pensar que seguramente no serían más que ratas era un triste consuelo.

Se encontraba a mitad de camino, cuando se fijó en un débil destello amarillento que salía de detrás de unas cajas de madera.

Con movimientos vacilantes, trató de localizar la fuente de luz y la posibilidad de que hubiese otras. Se aproximó a las cajas dando pasos inseguros, suplicando para sus adentros que no hubiera nadie merodeando por la luz. Se detuvo al lado e intentó ver lo que había más allá de los cajones apilados.

Había una especie de lámpara empotrada en la pared, su llama lamía los bordes de una pantalla de cristal rota y ahumada. Pensada sin duda para iluminar la puerta que se abría en los ladrillos rojos del edificio, Helen no podía imaginarse quién frecuentaría un sitio al que había que acceder a través de un callejón tan lúgubre. Ni siquiera le servía para usarla para saltar. La luz era demasiado débil y la ubicación demasiado peligrosa, así que pasó de largo. Estuvo a punto de chillar cuando sus pies toparon con un hatillo de trapos mucho más grande que una rata. Al momento se oyeron un ininteligible susurro y un gemido: un vagabundo durmiendo la mona.

Continuó recorriendo el callejón, ansiosa por dejar atrás la luz. Aún se hallaba a cierta distancia de la farola de la calle a la cual se dirigía, cuando escuchó un extraño pero inconfundible murmullo en el aire.

Se quedó paralizada, el aliento retenido en sus pulmones mientras el miedo estremecía su cuerpo. El instinto le decía que echase a correr. A correr sin mirar atrás.

Pero no podía.

Tenía que saber y volvió la cabeza muy despacio, para mirar hacia la lámpara rota. Allí estaba el espectro, de pie bajo la endeble luz, su puño cerrado alrededor de algo que sin duda era una hoz. Pudo distinguir el destello plateado de sus dientes cuando se dirigía hacia ella, mientras sus pisadas reverberaban por el callejón de un modo distinto al que lo habían hecho las suyas.

Estaba desarmada. No tenía modo de defenderse. Aún no había recibido el arma prometida a raíz de su ejercicio de entrenamiento con Darius. Helen suponía que se la darían antes de ir a casa de Victor Alsorta. Lo cual no le servía de nada en ese preciso instante.

Sola y sin armas, solo le quedaba un recurso.

El simple hecho de apartar los ojos de su perseguidor le costó gran fuerza de voluntad, como si no mirarlo hiciese su presencia más inmediata, como si acelerase sus pasos. Pero lo hizo. Apartó los ojos de su rostro y echó a correr. Sus pisadas golpeaban el suelo mientras huía hacia la luz del fondo del callejón. Le supuso un esfuerzo no mirar atrás. No comprobar el avance de la cosa que estaba persiguiéndola.

Y estaba persiguiéndola. Podía oír sus pisadas mientras corría tras ella. Su única esperanza era alcanzar la luz antes que él para tener suficiente tiempo de desaparecer e ir a casa de Galizur.

¿La seguiría el espectro? ¿Podría hacerlo, dado que desconocía su destino?

Fueron preguntas fugaces, pasando de refilón por su mente como una hoja al viento. Poco importaban las respuestas.

Ya casi estaba al final del callejón. Podía ver la luz de la farola cada vez más clara con cada paso que daba. Tuvo un breve destello de esperanza, al pensar que lo lograría. Entonces su pie tropezó con algún desperdicio, Helen perdió el equilibrio y fue a parar sobre el pavimento con todo el peso de su cuerpo.

Se quedó allí tirada, desmadejada, medio dentro medio fuera del callejón mientras el espectro se acercaba cada vez más. La cabeza estaba a punto de estallarle, tanto por el impacto de la caída como por el miedo que le provocaba el rápido avance de su perseguidor, que estaba ya al final del callejón, contemplándola con una mezcla de placer y desprecio.

Temerosa de apartar los ojos de él tan siquiera un momento, inspeccionó cuanto pudo la zona que la rodeaba, buscando algo que pudiera darle alguna esperanza de escapar. Solo encontró una posibilidad. No era ni ingeniosa ni segura, pero no se le ocurría ningún motivo por el que no pudiera funcionar.

Griffin no había dicho que estar de pie fuese un requisito para saltar.

Inspiró hondo, recordando todo lo que le había explicado acerca de viajar a través de la luz. Luego fue gateando por el sucio suelo en dirección a la luz, hasta que estuvo lo bastante cerca como para lanzarse dentro.

El espectro seguía moviéndose cuando ella cerró los ojos e imaginó cómo su cuerpo y alma viajaban en pequeños fragmentos a través de la energía de la luz y aterrizaban bajo la farola enfrente de la casa de Galizur.

Durante una décima de segundo todo quedó en silencio, y se preguntó si ya estaría muerta.