CATORCE
—¿Helen? —Cuando la vio agazapada en el suelo Griffin bajó de un salto la escalera y llegó hasta ella en pocos segundos—. ¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien?
—Yo… Ha sido… —Helen sacudió la cabeza.
—¿Qué ha sucedido? —Darius miró a su alrededor, percibía algo extraño en la escena—. ¿Quién ha estado aquí?
—Era él. —Abrió la mano para mostrarles una llave.
Era la llave lo que le hacía estar tan segura. Nada más desaparecer el hombre, se había precipitado a coger el objeto que se le había caído. Al recogerla, al igual que cuando había visto la llave que encontraron entre los escombros de su casa, sintió una punzada de reconocimiento. En esta ocasión esa punzada fue mucho más fuerte. La transportó a un día soleado en que estaba tomando el té con las muñecas. Estaba sentada con su amigo Raum ante una mesita. Con ellos estaban las muñecas, cada una en su asiento. Raum había aceptado el té y le había comunicado tímidamente que tenía un regalo para ella.
No es nada de comer, como sándwiches para el té, ni nada de beber, le había dicho. Es algo brillante y bonito para que lo mires.
Cuando le entregó el extraño objeto, ella lo había contemplado asombrada, mucho más que ahora. No era la misma llave, desde luego, pero estaba claro que era del mismo fabricante. Como también estaba claro que, después de todo, su amigo imaginario resultó no ser tan imaginario.
Oyó cómo su madre la llamaba para que entrase en casa: ¡Helen! ¡Raum! ¡Venid adentro niños! ¡Empieza a refrescar!
Eran los recuerdos borrosos de su niñez.
—¿Helen? ¡Escúchame, Helen! —Griffin tenía las manos puestas sobre sus hombros. Ella, dio un respingo y se dio cuenta de que llevaba ya un rato hablándole.
Pestañeó y levantó la vista hacia él.
—¿Sí?
Él le cogió la llave de su mano y se la mostró.
—¿De dónde has sacado esto?
—Él me la dejó. —Lo miró directo a los ojos—. Me la ha dejado Raum.
—No entiendo. —Griffin se paseaba de un lado a otro de la biblioteca mientras Helen estaba sentada en el sofá, aún conmocionada—. ¿Cómo es posible que lo conozcas?
—No lo conozco —dijo ella, bajando la vista hacia sus manos—. Ya no.
—Pero lo conocías. —Darius habló desde un sillón cerca del fuego. Resultaba extraño verlo tan quieto mientras Griffin se paseaba con energía felina por la biblioteca.
—Sí. —Se quedó mirando el fuego que chisporroteaba en la chimenea—. Yo pensaba que… Bueno, yo pensaba que no era real. Cuando era pequeña jugaba mucho con él. Ni siquiera recuerdo cuando dejó de venir a vernos. —Levantó la vista para mirar a Griffin—. Se lo mencioné a mi madre hace un par de años. Me dijo que mucha gente tiene amigos imaginarios.
—Me extraña que Raum Baranova sea amigo de nadie. —El tono de Darius era mordaz—. Probablemente la llave que tienes en la mano era la que pensaba dejar en la escena de nuestro asesinato.
Las palabras tardaron unos instantes en hacer su efecto. Cuando lo hicieron, Ella lo miró impresionada.
—¿Raum… Baranova? —Se puso en pie y comenzó a pasearse por la habitación tratando de recuperar el aliento.
Griffin asintió.
—El hijo único de Andrei Baranova. No tenía más que dieciséis años cuando murieron sus padres. Ni siquiera había alcanzado la Iluminación.
—¿Iluminación? —Helen se irguió. Su garganta amenazaba con cerrarse, en tanto que su mente conectaba las cosas que estaban diciendo Griffin y Darius con las que habían sucedido tan atrás en el tiempo, la llave extrañamente familiar, el niño de ojos azules de su jardín—. El hijo de Andrei Baranova era un Guardián.
Griffin asintió con la cabeza.
—¿Es él, verdad? —preguntó ella—. Es Raum quien está dejando las llaves.
—Eso parece —dijo Griffin en voz baja.
—¿Por qué no me hablasteis de él? —exigió ella—. Está claro que sabíais que era una posibilidad.
Griffin se encogió de hombros.
—No estábamos seguros. Raum desapareció después del suicidio de sus padres. La Alianza intentó encontrarlo. Para ellos era inconcebible volverle la espalda a un Guardián, ni siquiera a alguien que aún no había alcanzado la Iluminación. Pero Raum se esfumó sin más. Un año más tarde, bueno… hubo que poner a otro Guardián en su lugar.
Helen luchaba contra la incipiente compasión que empezaba a sentir por el chico que lo había perdido todo. Ella sabía bien lo que era tal pérdida.
—¿Pero por qué iba a querer vernos muertos habiendo sido él uno de los nuestros?
—Creo que la venganza es una apuesta segura —dijo Darius.
Helen no fue capaz de ocultar su sorpresa.
—¿Por qué iba a vengarse de nosotros? ¿De nuestras familias? ¡Nadie obligó a sus padres a vender llaves al Sindicato! ¡Nadie los obligó a suicidarse!
—Nadie ha dicho que tenga que tener sentido, Helen —dijo Darius.
Ella sacudió la cabeza, caminando de un lado a otro.
—Tiene que haber alguna explicación.
—¿Existe alguna explicación que pueda exculparlo? —dijo Griffin con tono duro—. Él asesinó a nuestros padres.
—Ya os he dicho que él no cometió los asesinatos. —Se arrepintió de decirlo en cuanto las palabras hubieron salido de su boca, aunque su remordimiento no era equiparable al enfado de Griffin.
—¿Y eso qué importa? —Bajó la vista para mirarla, sus ojos brillaban de furia—. Él ordenó las ejecuciones. Él puso una de sus llaves en la mano de mi madre muerta. El hecho de que no fuese él mismo quien le quitase la vida no le hace merecedor del perdón.
Ella tragó saliva, preguntándose por qué le costaba tanto hablar.
—Lo sé. Solo estoy diciendo que puede que haya algo más detrás de lo que parece a simple vista.
—En realidad, lo que dice Helen tiene sentido —dijo Darius, muy calmado, para sorpresa de Helen.
—¿De verdad? —El tono de voz de Griffin destilaba sarcasmo—. Por favor, hermano ilumíname, porque yo soy incapaz de encontrárselo.
Helen se estremeció con el sonido de su voz. Solo conocía a los Channing desde hacía dos días, pero ya era bastante difícil aceptar a Griffin como la persona furiosa e imprevisible que tenía delante, mientras Darius estaba sentado en el sillón, analizando la situación con calma.
—Afirmó que no cometer los asesinatos él mismo era «parte del acuerdo» —recordó Darius a su hermano. Helen les había narrado, palabra por palabra, todo lo que Raum había dicho durante su breve encuentro.
—Vale, está trabajando para otra persona. —Griffin dejó de pasearse y se dejó caer en un sillón al lado del sofá en el que estaba sentada Helen—. Lo mismo da. Si es él quien mató a nuestros padres, quien planea asesinarnos, tenemos que detenerlo.
Darius asintió.
—Estoy de acuerdo. ¿Pero no te parece que sería más sensato aprovecharse antes de él?
Helen miró a Darius.
—¿Qué quieres decir?
—Si le dejamos, puede que nos conduzca hasta quien está detrás de las ejecuciones —dijo—. Si Raum no es más que un sicario, sería una locura deshacerse de él sin llegar hasta su jefe. —Darius hizo un gesto con la mano, distraído—. Encontrarían rápidamente un sustituto.
Durante un minuto permanecieron en silencio. Hasta que Griffin suspiró cansado y dijo:
—Supongo que tienes razón.
—Además —dijo Darius— tenemos una nueva pista. Deberíamos aprovecharla.
—¿Qué pista? —Griffin miró a su hermano.
Darius extrajo un gran sobre amarillo de su chaqueta.
—Esta.
Se lo entregó a Griffin. Tras abrir la solapa, este sacó de su interior un montón de hojas de papel dobladas. Helen reprimió su impaciencia mientras él extendía los papeles sobre sus rodillas y los sostenía bajo la luz de la lámpara. Frunció el ceño concentrado mientras leía cada vez más rápido.
Cuando hubo terminado, miró a su hermano.
—¿Dónde has encontrado esto?
Darius se encogió de hombros.
—En la habitación del altillo.
—No me dijiste nada. —El tono grave de Griffin era tremendamente acusatorio.
—Sí, bueno… Fue justo antes de escuchar ruidos abajo. —Miró a Helen, como si ella fuese la responsable del ruido, en lugar de Raum, quien había dejado caer la llave al suelo de cemento justo antes de salir corriendo.
—¿Me dejas? —Helen tendió una mano hacia Griffin.
Él se los pasó.
—Son direcciones. —Helen echó una rápida ojeada a los papeles. Griffin tenía razón. Se trataba de direcciones.
Las de ellos.
—Contienen las direcciones de todos los Guardianes que han sido asesinados. Incluida la nuestra —explicó Darius.
—Éramos los próximos. —Toda la furia de Griffin pareció esfumarse en cuanto dijo aquello.
Darius asintió.
Helen leyó su dirección entre las otras, todas ellas reducidas a números y nombres de calles. Notó como si una soga estuviese enroscándose alrededor de su corazón, hasta que fue tal la opresión en su pecho que no estaba segura de si podría seguir respirando. Se esforzó para que el aire entrase en sus pulmones. Si se dejaba llevar por el dolor, aquello acabaría con ella lo mismo que si hubiese muerto junto a sus padres.
Miró a Darius.
—No comprendo cómo estas direcciones pueden ayudarnos a encontrar al que contrató a Raum.
—No pueden —dijo él—. Pero el papel puede que sí.
Helen revisó las hojas que tenía en su regazo en busca de pistas. Un instante después levantó la vista y sacudió la cabeza.
—Yo no veo nada.
—Eso es porque no tienes la luz adecuada. —Darius le hizo señas para que se acercase hasta su asiento, cerca del fuego.
Ella se puso en pie y salvó los pocos pies de distancia que los separaban con Griffin pegado a sus talones. Darius se irguió, le cogió los papeles de las manos y sostuvo una de las páginas frente al fuego. El papel era de buena calidad y consistencia. «Como el de padre», pensó Helen.
Aun así, el fuego destacaba la silueta de la marca de agua, apenas visible en el papel.
—Qué diablos es… —Griffin se inclinó hacia delante hasta colocar su rostro a escasas pulgadas de la hoja. Helen se preguntó si no necesitaría lentes—. Me parece que hay unas letras.
Se enderezó y miró primero a su hermano y luego a Helen.
Ella distinguía el contorno de las letras, pero no con nitidez. En lugar de acercarse más, como había hecho Griffin, se echó hacia atrás, para tratar de ver los trazos que se escondían en la marca de agua formando parte de un todo, y relajó la mente con la esperanza de que de ese modo la imagen se le revelaría.
Y al poco rato, así fue.
—Son iniciales —dijo, paseando la mirada de Darius a Griffin—. Estoy casi segura.
—Creo que tienes razón. —Darius echó un vistazo a su hermano—. Y me da la impresión de que mi hermano necesita lentes.
Griffin le dedicó una mirada fulminante antes de volverse hacia Helen.
—¿Eres capaz de identificarlas?
Helen sostuvo el papel a contraluz una vez más, tratando de ver la imagen que se traslucía. Por un momento se preguntó si no estaría equivocada. De pronto le pareció que en lugar de letras eran triángulos, pero se echó hacia atrás para apreciar la totalidad del conjunto y entonces lo vio.
—Es una V, creo. Y una A. Detrás hay un emblema. —Sacudió la cabeza como si tratase de distinguir la imagen—. Parece alguna clase de animal. ¿Un toro, tal vez? —Bajó el papel, y se giró hacia los hermanos.
—Uve, A… —murmuró Griffin. Miró a Darius—. Uve, A, con un toro detrás. ¿A ti te suena de algo?
Este sacudió la cabeza.
—No, pero la noche ha sido larga. A lo mejor se nos ocurre algo mañana.
—¿Guardo esto, por ahora? —preguntó Helen, señalando el sobre.
Darius asintió.
—Si crees que puede sernos útil.
—Puede. —Los ojos le picaban a causa del esfuerzo de mirar fijamente el papel. Decidió seguir pensando en ello al día siguiente—. Estoy tan cansada. Aunque…
—¿Qué pasa? —preguntó Griffin.
—¿No creéis que será peligroso irnos a dormir? —Estaba pensando en el sobre que contenía la dirección de los Channing.
—Si hubiese querido matarnos esta noche —dijo Darius—, lo habría hecho hace dos horas.
Helen se percató de la pregunta implícita en esa afirmación. Era la misma que se había estado haciendo ella desde que Raum había huido del almacén.
¿Por qué no la había matado cuando tuvo ocasión?
Había subido ya la mitad de las escaleras cuando Griffin le dio alcance.
—Siento haber sido tan duro en la biblioteca. —Bajó la voz—. Pero cuando te vi en el suelo de la fábrica, pensé que te había pasado algo.
Ella se daba cuenta de lo mucho que le costaba decir aquello. Lo miró, un mechón de pelo le caía sobre los ojos y tenía la expresión de un niño pequeño preocupado.
—Lo entiendo —dijo ella—. Todo esto es demasiado.
Continuaron caminando por los pasillos en sombras y Helen se maravilló de que ya le resultasen tan familiares. Trató de recordar cómo se sentía al recorrer los pasillos de su propia casa, pero los recuerdos estaban bloqueados.
—Él te… —Griffin hizo una pausa cuando llegaron a la puerta del cuarto de ella—. ¿Te hizo daño?
La miró de frente, apartándose de la luz de la hilera de lámparas de la pared. En la oscuridad el brillo de sus ojos era de color verde y oro.
Ella sacudió la cabeza.
—Me puse a gatas para buscar la llave. Al principio no sabía lo que era. Solo oí el ruido y vi que algo se le caía de la mano.
Él pareció aliviado, pero cuando habló, no fue alivio sino determinación lo que ella percibió en su tono.
—Mañana pasaremos el día practicando con la hoz. Espero que no tengas que usarla, pero no me gusta la idea de que puedas estar indefensa si Raum viene a por nosotros.
Por un momento se sintió molesta, pero la expresión protectora en sus ojos la desarmó. Además, después de ver a los hermanos luchando en la calle contra los espectros, tenía que admitir que no estaba preparada para hacer frente a las más que posibles amenazas.
—De acuerdo. —Lo miró sonriente a los ojos. Algo indefinido, aunque peligrosamente cercano al cariño, surgió entre ellos. Por fin apartó la mirada y puso una mano en el pomo de la puerta de su habitación—. Buenas noches, Griffin.
—¿Helen? —su voz la detuvo cuando estaba a punto de entrar.
—¿Sí?
—¿Por qué no te mató? —El rostro de Griffin era una máscara de perplejidad—. Me refiero a Raum. ¿Por qué no te ha matado esta noche, si ha tenido ocasión de hacerlo?
Ella quiso darle una respuesta razonable, y pensó en varias posibilidades: «Fuimos amigos en la infancia»; «Él se acuerda de mí lo mismo que yo lo recuerdo a él»; «El recuerdo le pilló por sorpresa».
Pero ninguna de ellas explicaba la abrupta huida de Raum de la fábrica cuando la más vulnerable era ella.
Todo cuanto pudo hacer fue mirar a Griffin a los ojos y decir la verdad:
—No lo sé.
Era un alivio estar en la intimidad de su habitación, donde no se las tenía que ver con tantas preguntas que no parecían tener respuesta. Era como si estuviese en la cubierta de un barco, en un mar encrespado. Cada vez que creía recuperar el equilibrio, se le presentaba algo y la hacía caer de nuevo. La mayor parte de lo que había ocurrido no se lo podía explicar ni a sí misma, menos aún a los hermanos.
Su cama estaba recién hecha, y en el aguamanil habían dejado una palangana de agua caliente. Inspeccionó la habitación con cierto recelo, preguntándose de nuevo quién se ocuparía de las tareas en la casa de los Channing. Ella aún no había visto a nadie, aparte de Griffin y Darius.
Dejó el misterio de lado, para lavarse la cara y cambiarse rápidamente. Se puso la camisa que había usado la noche anterior. El reloj de encima de la chimenea dio la hora con dos toques mientras ella se metía en la cama.
Le escocían los ojos a causa del cansancio, pero su cabeza no paraba de dar vueltas a todo lo sucedido. Cogió la llave que estaba en la mesilla de noche. Bajo la luz presentaba un brillo apagado, la levantó y le dio la vuelta para inspeccionarla, como si contuviese la respuesta a la reacción de Raum en la fábrica. Se la imaginó abandonada entre los escombros de la casa en la que ahora dormía. El hogar de los dos jóvenes que se habían convertido en sus amigos. La idea le dolió, y volvió a dejar la llave encima de la mesilla. No acertaba a entender lo que le había provocado el hombre que la había dejado marchar en la fábrica. Enfado, desde luego. E ira, sí, porque él había permitido —mejor dicho, ordenado— aquellos horribles actos.
Aunque había algo más. Ella deseaba llamarlo gratitud por perdonarle la vida, fuera cual fuese la razón. Aunque en el fondo, sabía que se trataba de algo mucho más complejo.