TREINTA Y UNO
—¡Ha ocurrido algo! ¡Despierte, señor Channing! ¡Ha ocurrido algo!
Helen se despertó de golpe, parpadeó para disipar el sueño y se preguntó si no estaría imaginándose al chico que estaba de pie al lado de su cama.
—¿Qué pasa? ¿Quién eres tú y qué haces en mi cuarto? —le preguntó ella.
Las ventanas estaban oscuras, a pesar de que las cortinas estaban descorridas. Ella y Griffin debían de llevar dormidos mucho rato. Aun así, eso no explicaba la presencia del muchacho ante su lecho.
Algo debía de haberle ocurrido a Darius.
El pánico estalló en su interior cuando Griffin se incorporó y llamó al golfillo por su nombre.
—¿Wills? ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha sucedido?
—Es el señor Galizur —dijo muy agitado y sin aliento el niño llamado Wills—. Lo atacaron en la calle.
Griffin se puso en pie disparado.
—¿Qué quieres decir? —inquirió—. ¿Dónde está mi hermano?
El chico tragó saliva. Helen lo miró a la cara y supo con certeza que el miedo que reflejaba no se debía a la pregunta de Griffin.
—Ya se ha marchado, señor. Me dijo que los despertara a usted y a la señorita. —Sus ojos fueron a parar a Helen—. Y dijo que debían venir los dos, señor. Enseguida.
Nada de lo que había sucedido hasta entonces asustó a Helen tanto como la visión de la puerta entreabierta del edificio de Galizur.
Ella y Griffin habían salido de la casa en menos de dos minutos después de haber sido despertados por Wills. Saltaron de inmediato hasta casa de Galizur, esta vez cogidos de la mano. Era indudable que, fuera lo que fuese lo sucedido, no se trataba de nada bueno. Helen se sentía con más fuerza gracias a sentir las manos de Griffin en las suyas mientras se colocaban debajo de la farola, y se deslizaban por la oscuridad en su viaje a través de la luz. Un instante después aparecían enfrente del edificio de Galizur.
Pasaron al interior del frío recibidor. Habían roto los apliques y bajo sus pies crujieron los cristales quebrados mientras se dirigían con precaución hacia el fondo. Helen pensó en Anna, en la diligencia con que se ocupaba de los cerrojos que aseguraban el edificio, y esperaba fervientemente que se hallase a salvo.
Tras cruzar el umbral de la segunda puerta, anduvieron unos pocos pasos más antes de que Griffin se volviese hacia ella, con un dedo sobre los labios. Helen se detuvo, y dirigió sus oídos hacia el ruido que salía de alguna parte del edificio. Eran voces susurrantes. Bajo la apariencia de una simple conversación, a Helen le pareció escuchar un llanto, aunque no podía estar segura.
Un momento después, Griffin le indicó con señas que siguiera adelante. Ella lo siguió, su ansiedad iba en aumento cada vez que atravesaban una puerta.
Algo iba muy, muy mal.
Por fin llegaron a la última puerta. Estaba abierta, lo mismo que las demás, Griffin se detuvo, y le hizo gestos para que se arrimase a la pared. Entendió que sospechaba que podía tratarse de una trampa. Griffin quería evitar una posible emboscada y echó un vistazo al interior de la habitación antes de indicarle por señas que entrase.
Con la mano sobre su hoz, Helen inspiró hondo y rezó en silencio una plegaria por Galizur y Anna. Justo en ese momento se escuchó un grito dentro. Le siguió el sonido de la voz de Darius que hablaba en un tono que ella jamás le había oído emplear.
—Anna… Anna —estaba diciendo, con la voz empañada de impotencia—. ¿Qué puedo hacer? ¡Dime qué hacer!
Y entonces oyeron a Anna, que hablaba muy bajo pero que no parecía que se sintiera amenazada.
Griffin suspiró y se volvió para mirar a Helen.
—Creo que va todo bien. Vamos.
Ella lo siguió al interior de la sala, y pese a estar impaciente por saludar a su amiga y preguntarle qué había sucedido y qué iba mal, no estaba preparada para lo que se encontró.
—¿Anna? —fue cuanto se le ocurrió decir al contemplarla arrodillada junto al sofá, inclinada sobre cuerpo de su padre que yacía allí boca abajo.
Anna volvió su rostro surcado de lágrimas hacia Helen.
—¿Qué ha sucedido? —Helen se acercó por el otro lado del sofá—. ¿Se encuentra bien?
Aunque ella sabía que Galizur no estaba bien. Tenía el rostro ceniciento, en cierto modo como si estuviese dormido. Bajo su cabeza una mancha oscura se extendía como una enfermedad, impregnando la tela del sofá.
Anna sacudió la cabeza.
—Está… —La voz se le atragantaba. Le llevó un instante calmarse antes de continuar.
—Se ha ido.
—¿Qué quieres decir? —Helen era vagamente consciente de la histeria que empezaba a apoderarse de su voz—. ¿Qué quieres decir con que se ha ido?
A pesar de saberlo, lo preguntó.
Griffin la cogió de la mano.
—Helen —empezó a decir.
Anna se puso en pie y se alisó el vestido mientras se le acercaba. Cogió las manos de Helen entre las suyas, mirándola a los ojos.
—Regresaba a casa desde la tienda de la esquina, cuando lo atacaron. Él… —Se limpió las lágrimas de sus mejillas de porcelana—. Consiguió llegar hasta aquí, pero murió poco después.
—¿Qué? No. —Helen sacudió la cabeza, retrocediendo como si con negarlo bastase para que todo fuese falso—. No. No puede ser.
—¿Fueron ladrones? —Griffin tomó la palabra a su lado—. ¿Espectros?
—Me temo que no —dijo Anna, bajando la voz—. Fueron los hombres de Alsorta, de Alastor.
Griffin se mostró confuso.
—No lo entiendo. ¿Para qué iban a ir a por Galizur? Fue designado como intermediario por los Dictata. Goza de inmunidad.
—Alastor no se atiene a las reglas, hermano. —Darius hablaba con amargura, poniendo sus manos sobre los hombros de Anna—. Por si no te habías dado cuenta.
—¿Cómo lo sabes? —insistió Griffin—. ¿Cómo puedes estar seguro de que ha sido Alastor?
Darius extendió una mano hacia ellos y la abrió. Dentro había uno de los dardos de Galizur.
El tiempo pareció alargarse hasta el infinito cuando Helen lo miró. Retrocedió tambaleante, apartando sus manos de Anna, y les volvió a todos la espalda cuando fue consciente de lo ocurrido. Durante un instante no pudo ni respirar.
Una mano amable se cerró sobre su hombro.
—No es culpa tuya. —Anna hablaba con suavidad—. Padre quería que tú los tuvieras. Era su obligación ocuparse de que permanezcáis vivos. Siempre ha estado dispuesto a sacrificar su vida por ello.
—Pero yo me lo dejé —susurró Helen, dándose la vuelta para mirar a Anna. Vio cómo los animales, gruñían y rechinaban los dientes mientras avanzaban despacio hacia ellos, como caían al suelo cuando los dardos alcanzaron sus dianas. Y luego el último perro, abatido demasiado cerca de la posición de Helen en la boca del túnel—. Recuperé los cuatro primeros, pero el último animal se nos venía encima cuando estábamos bajando al subterráneo. Los hombres iban pisándole los talones.
—Lo entiendo, Helen. —Anna la miró a los ojos—. Lo mismo que mi padre.
Helen le devolvió la mirada y vio que Anna era sincera.
Aunque eso no lo hacía más fácil.
—Lo siento, Anna. Lo siento muchísimo. —Quiso llorar, pero no pudo, por supuesto. Quiso implorar su perdón, pero habría sido egoísta pedirle algo en aquellos momentos. En cambio se inclinó hacia delante, y envolvió en un abrazo a su amiga. Un instante después, se apartó para ofrecerle lo único que tenía. Una promesa.
—Lo pagará, Anna. Haré que lo pague.
Y aunque a la sonrisa de Anna apenas le quedaba un resto de su antiguo fulgor, Helen se sorprendió de ver que sus ojos seguían siendo, como siempre, una balsa de serenidad.
—Si Alastor paga por algo —dijo Anna— que sea por la ejecución de los Guardianes del mundo. Vuestra seguridad era el propósito prioritario de mi padre.
Griffin se llevó una mano a la frente.
—Se trata de infracciones muy serias del tratado. Un salvoconducto abierto para una guerra entre la Legión y la Alianza.
—A menos que podamos detenerlo —dijo Darius—. Aquí y ahora.
Griffin se dio la vuelta y paseó por la habitación.
—Solo que ahora Alastor sabe que vamos tras él. Ahora ya no nos será fácil acceder a sus propiedades.
—Asaltaremos las malditas propiedades, si tenemos que hacerlo —bramó Darius.
Su voz hizo estremecer a Helen, aunque a pesar de su aseveración, ella sabía que aquello no era posible. La experiencia le decía que serían liquidados por los hombres de Alastor, por sus perros, por su propio poder, antes de poder alcanzar siquiera su sanctasanctórum.
—Puede que tengáis los instrumentos necesarios para combatir a Alastor, si encontráis el modo de entrar en sus propiedades —dijo Anna, sorbiéndose la nariz—. Es cierto que la mayor parte de los inventos de padre aún no habían sido probados ni estaban listos para ser usados, pero algunos estaban casi, casi, a punto.
Griffin asintió.
—Algo es algo, aunque me temo que conseguir entrar en la propiedad va a ser al menos tan difícil como luchar contra Alastor una vez estemos dentro.
—A menos… —Helen sabía que Griffin se enfadaría con lo que iba a decir, y más aún Darius. Aunque ¿qué otra cosa tenían? El más joven de los Channing giró los ojos para mirarla.
—¿A menos que qué?
Ella se tragó su miedo y se obligó a mirarlo de frente.
—A menos que consigamos ayuda de Raum.
Durante unos instantes fue tal el silencio en la habitación, que creyó haberse quedado sorda. Ni siquiera podía escuchar su propia respiración en el vacío dejado por sus palabras.
Por fin habló Darius, su voz grave y amenazadora.
—¿Cómo te atreves a mencionar a ese… ese traidor en presencia de Anna? ¿En nuestra presencia? Antes preferiría estar muerto…
—Si te limitases a escuchar, verías por qué tiene sentido. Por qué esto puede ayudar a Anna —lo interrumpió Helen, deseando hacerlo callar. Hacer que escuchase antes de emprender el camino de las negativas, del cual no había vuelta atrás. Siguió hablando a pesar de que Darius seguía clamando, y ni siquiera podía estar segura de si escucharía algo de su diatriba por encima de la suya propia—. Raum ha trabajado para Alastor, pero eso también significa que conoce mucho más las propiedades de Alastor que nosotros. Seguramente se habrá reunido con él en esa misma casa. ¿Cómo si no podía haber sabido lo de los perros? Ahí tenemos la ayuda, Darius. Ahí mismo. Sé que Raum nos ayudará si se lo pido. Y si tú la rechazas… si la rechazas, será solo por testarudez y rabia, no por el deseo de proteger a Anna. Decidas lo que decidas, al menos en esto, sé honesto contigo mismo.
Se sorprendió de encontrarse a todos callados. En algún punto de su discurso, Darius había dejado de hablar, a pesar de que ella no se hacía ilusiones.
—Tiene razón, Darius. Y me parece que tú lo sabes. —Helen se quedó absolutamente impresionada de escuchar a Griffin acudir en su ayuda—. La cumbre es pasado mañana. Necesitaremos toda la ayuda que podamos para destruir a Alastor antes de que la Legión mueva ficha para tomar el control.
—¿Tú, Griffin? —Darius se volvió hacia su hermano—. ¿Lo vas a permitir? ¿Después de todo lo que ha pasado?
—No es que yo lo apruebe o desapruebe, hermano. En esto somos iguales. Todos buscamos venganza por la muerte de nuestros padres. Por la muerte de Galizur. Todos queremos ver a Alastor de vuelta en el infierno al que pertenece. Pero somos compañeros. Tenemos que decidir juntos. Simplemente te estoy diciendo cómo lo veo yo.
—¿Raum se sometería a la censura de los Dictata, si le concedieran una amnistía por ayudarte? —preguntó Anna.
Helen pensó en el destello de los ojos de Raum. En su actitud altiva y el modo en que se mantenía alejado del mundo. Pensó en todo ello y dijo la verdad.
—No lo sé.
Anna asintió, mordisqueándose el labio inferior. Se giró hacia Darius y tomo su mano grande entre la suya, mucho más pequeña.
—Si Raum puede facilitarte el acceso a la propiedad de Alastor e información acerca de su poder, merece la pena considerarlo.
—De acuerdo con las normas de los Dictata, a la vista de lo que ha hecho deberíamos matar a Raum —dijo Darius, enfadado.
—Sí —asintió Anna—. Pero si después de todo está de acuerdo en comparecer ante ellos, suponiendo que sobreviva, yo creo que ellos estarían de acuerdo en que pedirle ayuda es el modo más sensato de actuar.
—¿Y tú estarías de acuerdo con eso, Anna? —Darius miró a Anna a los ojos. Helen apartó la vista, tratando de proporcionarles toda la intimidad que podía, dadas las circunstancias. Lo que estaba sucediendo entre ellos parecía demasiado íntimo, demasiado personal, para que Griffin y ella formasen parte de ello—. ¿No te dolería vernos trabajar con la persona que, en última instancia, es responsable de todo? ¿Incluso de la muerte de tu padre?
—Me parece que es más complicado que eso —dijo Anna—. Todos lo hemos perdido todo, incluso Raum. Creo que mi padre querría que libraras al mundo, y a sus Guardianes, de cualquier amenaza de la Legión. Y no creo que te reprochara la ayuda de ese descarriado para hacerlo.
Helen sintió el mundo entero pendiente del hilo del silencio que siguió a continuación. El mundo en el cual vivían y el orbe que giraba lentamente debajo de ellos. Ambos luchando por una oportunidad.
Por fin Darius se volvió hacia ella:
—¿Cómo sabes que vendrá?
Si me necesitas, ahí estaré.
Helen no se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento hasta que lo dejó escapar.
—Vendrá.