Cuando decidí escribir esta historia, o quizá debería decir cuando esta historia me eligió a mí para que la escribiera, solo tenía una cosa clara, una única exigencia.
Mi madre es la mejor madre del mundo, aunque supongo que todas las hijas pensamos eso de nuestras madres, y espero que mis hijas piensen eso de mí algún día.
Mi madre está ahí día a día escuchando mis neuras, sin mostrarse jamás aburrida ni impaciente, siempre cariñosa, siempre dispuesta. Aunque esté en el fin del mundo, o a la vuelta de la esquina, siempre está para mí.
Ella, que tantas y tantas veces me ha alentado, escuchado y animado, solo me reprocha una cosa. Y ese reproche que me hace continuamente es mi uso indiscriminado de tacos y palabras malsonantes.
Un buen día leí una cita de Jorge Luis Borges y acto seguido Marcos y Ruth aparecieron en mi cabeza, me contaron su historia durante mis sueños, me poseyeron con sus palabras, sus recuerdos y sus actos. Día a día he escrito sus frases en mi teclado, y solo les puse una condición: de los labios de Ruth jamás saldría un insulto, ni una palabra malsonante.
Va para ti, mamá.