49
No rechaces tus sueños.
¿Sin la ilusión, el mundo qué sería?
RAMÓN DE CAMPOAMOR
Marcos soltó el pomo de la puerta, recorrió los escasos metros que lo separaban de la cama y se lanzó sobre Ruth besándola apasionadamente. Lamió las comisuras de su boca, mordisqueó y estiró sus labios y ella le respondió irrumpiendo en su boca y ondulando contra su lengua. Pararon cuando ambos se quedaron sin respiración. Entonces Marcos metió la mano bajo su lado de la almohada y sacó una cajita de terciopelo negro.
—Toma.
—¿Qué es? —preguntó Ruth sorprendida.
—Ábrela.
—¡Caramba! —Lo miró aturdida—. Es exquisito.
—Estuve buscando un anillo de compromiso, pero me parecía algo demasiado tradicional y rutinario para ti, así que pensé en otras cosas… Y se me ocurrió esto —dijo sacando lo que había en la cajita.
Era un pequeño y perfecto aro de oro en forma de media espiral, con un engarce de ámbar en forma de corazón en un extremo. El tono del ámbar era casi idéntico al del iris de Ruth.
—Es… divino —comentó Ruth girándolo entre sus dedos sin dejar de admirarlo. Era más que divino.
—Es un piercing para el ombligo —explicó Marcos—. Recordé aquel que te pusiste, y lo bien que te quedaba y decidí que no quería un anillo simple y moliente. Quería algo tan especial como tú. Y bueno… ¿Te gusta?
Ruth no llegó a responder. Se abalanzó sobre él, rodaron sobre la cama, él vestido y ella desnuda, abrazados. Ruth rodeó con sus piernas las caderas de Marcos. Marcos le amasó el trasero con sus manos, con la cara enterrada en sus perfectos y puntiagudos pechos. El falo de cristal rodó a los pies de la cama y el lubricante cayó en el suelo.
Y justo así, los encontró su hija.
—¡Mamá, mamá, mamá! ¡Tengo hambre! —Se paró en el umbral de la puerta al ver a sus padres de esa manera—. ¡Papá, has vuelto! ¿Qué estáis haciendo? —dijo imitando la postura de su madre cuando se enfadaba, es decir cruzando los brazos y arrugando la nariz.
—Vaya si soy torpe, me he caído sobre tu madre —dijo Marcos sentándose en la cama y doblando las piernas hasta su pecho. Doler, dolía, pero no quería que su hija le viese la antena parabólica de los pantalones.
—Me he enredado en las sábanas y papá me estaba ayudando a salir… —dijo Ruth a la vez… con una excusa todavía menos creíble, mientras se tapaba como podía con las sábanas en las que supuestamente estaba enredada. Al cogerlas el falo de cristal cayó al suelo.
—¡Ahí va, cómo mola! Déjame eso.
—No —dijo Marcos tirándose a cogerlo, para luego esconderlo bajo su camiseta. «Mierda… ¡La parabólica!», pensó mientras volvía a encogerse a la velocidad del rayo sobre la cama.
—¿Qué es, qué es, qué es?
—Nada —dijo Ruth roja como un tomate.
—Un medidor de frecuencias espasmódicas adyacentes introductorias casuales —contestó Marcos.
—¿Qué? —preguntaron ambas a la vez.
—Es un artilugio técnico específico para inducir reacciones espasmódicas vibratorias que actúa como dosificador relativo a la disposición inherente de la profundidad y consistencia, con empuje rítmico variable en retroceso-avance casual, que en el interior de una cavidad saturada por humedad introductoria conduce a un éxtasis de dimensiones cuánticas —soltó Marcos, sabiendo que cuando su hija no podía asimilar algo lo dejaba de lado.
—Vale… es un trasto —confirmó Iris, a la que tanta información había sumido en la confusión.
—Exactamente —corroboró Ruth, perpleja. ¿Desde cuándo Marcos tenía esa capacidad para el monólogo?—. Cariño, si nos dejas un segundito, papá y mamá tienen que hablar. Vete al comedor, que ahora mismo salgo y te preparo el desayuno —solicitó, roja como la grana. El lubricante estaba todavía en el suelo, ella seguía desnuda y a Marcos no se le bajaba la exaltación.
—¡No me voy! ¿Qué crees, que soy tonta? Se lo voy a contar a la abuela y a tío Darío y os vais a enterar. No me voy a quedar sin pájaros por vuestra culpa —amenazó.
—Iris, ¿de qué estás hablando? —preguntó Marcos totalmente confundido.
—No podéis dormir juntos si no estáis casados, lo dice la abuela —gruñó Iris a sus padres—. Dice que luego pasa lo que pasa y lo tiene que arreglar y está muy mayor para andar arreglando nada. Que el oído lo tiene muy bien, y que ve lo que ve y oye lo que oye, y luego resulta que de boda nada de nada. Y que como sigáis así se lo va a decir a tío Darío, y os vais a enterar porque a mamá le va a poner un cinturón de castiguidad, y a papá le va a hacer una jaula para que no se le escape el pajarito. Y yo no quiero que haga jaulas para mis pájaros. Yo les echo migas todos los días y vienen a verme, y si tío Da los mete en una jaula ya no van a poder volar y me da mucha pena. Si vamos a tener un animal en casa prefiero que sea un perro. El tío de los Repes tiene una perra que tiene perritos y yo quiero uno. ¿Puedo, papá?
—¿Puedes qué? —preguntó Marcos totalmente aturullado.
—Tener un perro, claro. ¡Pero qué crees! No te enteras de nada.
—Bueno… esto… Se lo tienes que preguntar a tu madre, que ella decida —dijo Marcos usando la fórmula magistral que usan todos los padres confusos del planeta tierra: colgarle el muerto a la madre.
—¿Puedo, puedo, puedo? —preguntó a su madre dando saltitos.
—Papá y mamá van a casarse —dijo Ruth, usando la fórmula magistral que usan todas las madres del mundo cuando no quieren discutir con sus hijos: desviar la atención.
—¡No podéis casaros! —exclamó Iris furiosa—. No se hace así —dijo dando un pisotón—. Papá no ha seguido las reglas. No es justo.
—Ven conmigo —ordenó Marcos levantándose de la cama.
—No quiero. No es justo. Me niego —respondió enfurruñada.
—Ven conmigo —reiteró él tendiéndole la mano. Iris se la dio y le siguió refunfuñando.
Marcos cogió su mochila y se dirigió al salón, sacó el portátil de su funda y lo encendió.
—¿Vamos a jugar al ordenador? —preguntó Iris sagaz. No lograría convencerla con juegos, ni aunque fuera el último de Tarta de Fresa. No era justo. Punto—. No quiero jugar.
—No vamos a jugar —contestó él sacando un pendrive de la mochila e insertándolo en el puerto USB.
—¿No? ¿Qué vamos a hacer? —preguntó intrigada.
—Mirar fotos. —Abrió el archivo «Shrek.jpg».
—Eso es un rollo patatero.
—El Teide es la montaña más alta de España. —Abrió la imagen «01.jpg» y apareció en la pantalla una panorámica del volcán.
—Pues vale —gruñó Iris.
—Y en la cima, arriba del todo —continuó Marcos ignorándola—, vive el dragón Malasombra. —Iris le prestó toda su atención—. Y te preguntarás qué hace un dragón en lo más alto del Teide.
—¿Qué hace?
—En lo más alto de la montaña más alta de España, oculto entre el humo y el fuego, está el castillo de piedra negra del dragón más malvado, Malasombra. —Marcos abrió la imagen «02.jpg», la pantalla se iluminó con llamas ficticias pero muy reales, que surgían de la cima del Teide. Rodeado por estas, se ubicaba un castillo negro y de torres retorcidas, cortesía de su maestría con el Photoshop.
—¡Hala!
—Y sobre la torre más alta del castillo, está Malasombra, con su nariz enorme y humeante. Un dragón que se come a los príncipes verdes, marrones y morados con patatas fritas… —Apareció en el monitor la imagen «03.jpg», que no era ni más ni menos que el dragón que había fotografiado hacía años en la cueva del castillo de la Bella Durmiente, en Disneyland París.
—¡Jopetas!
—Pero no a los príncipes azules. —Hizo clic sobre «04.jpg», y apareció la imagen de Marcos vestido enteramente de azul al pie del castillo.
—¡Ese eres tú! —gritó Iris con los ojos abiertos como platos.
Marcos no dijo nada más. Abrió la imagen «05.jpg».
Iris gritó y se abrazó a él.
El portátil le mostraba, espada en mano, escalando una torre cual King Kong escalando el Empire State Building, mientras, el dragón lo observaba desde lo más alto lanzando fuego por las fauces. Para algo tenía que valer ser fotógrafo y conocer cada truco del Photoshop como la palma de su mano.
—¿Has matado al dragón?
—Casi. En cuanto subí a lo más alto de la más alta torre, el dragón me atacó, pero yo me defendí con mi espada. —Marcos se levantó y fue escenificando cada escena que narraba—. Me intentó quemar con el fuego de su garganta. Yo pegué un salto enorme y le di una soberana patada en todas las narices. Entonces el dragón gritó asustado y huyó con el rabo entre las piernas hacia las profundidades de la montaña.
—¡Enséñame la foto!
—No podía hacer fotos en ese momento, ¡estaba peleando por mi vida! —exclamó teatralmente Marcos. Lo cierto era que no tenía ninguna foto del trasero de un dragón para crear una escena con este huyendo.
—Vaya —exclamó Iris decepcionada.
—Pero tengo… —Sacó un paquete de la mochila y se lo tendió. Iris lo abrió y volvió a gritar—. Un diente que le arranqué a Malasombra tras la tremenda lucha. —Guiñó un ojo a Ruth, el colmillo era ni más ni menos que un colgante que había comprado en un mercadillo.
—¡No!
—¡Sí! Lo hice convertir en collar para mi hermosa hija. —No le iba a pillar otra vez un farol por falta de pruebas.
—¡Hala!
Marcos se arrodilló ante la niña.
—¿Me permites casarme con mamá? —dijo haciendo una gran reverencia.
—Sí —contestó ella sin prestar mucha atención, absorta por completo en el colmillo—. Se van a enterar los Repes. Ellos decían que no escalarías el castillo y, fíjate, ¡has vencido al dragón y le has arrancado un diente! ¡Toma ya!
—¡Dios santo! Me voy a casar con el mayor embaucador del mundo mundial —gimió Ruth alucinada.