31
Luke
El mes de febrero tocaba a su fin y ya faltaba menos para la graduación de Sophia, y a su vez también se acercaba la inevitable ejecución de la hipoteca del rancho. Las ganancias de Luke en los tres primeros rodeos les habían dado otro mes —máximo dos— antes del desahucio, pero, a finales de mes, su madre empezó a hablar discretamente con los vecinos, para averiguar si alguno estaba interesado en comprar la finca.
Sophia empezaba a preocuparse por su futuro. No había recibido noticias ni del Museo de Arte de Denver ni del MoMA, y se preguntaba si acabaría trabajando para sus padres y viviendo en su antigua habitación. A Luke también le costaba conciliar el sueño por las noches. Le preocupaban las escasas opciones de su madre y no sabía cómo podría contribuir a su mantenimiento hasta que ella encontrara algo viable.
Pese a ello, ni Luke ni Sophia querían hablar del futuro. En lugar de eso, intentaban centrarse en el presente, buscando el bienestar en su mutua compañía y en el amor que sentían el uno por el otro.
En marzo, Sophia aparecía por el rancho el viernes por la tarde y no regresaba hasta el domingo. A menudo, también se quedaba con Luke los miércoles por la noche. A menos que lloviera, pasaban casi todo el tiempo paseando a caballo por la finca. Normalmente Sophia ayudaba a Luke en las tareas del rancho, pero a veces le hacía compañía a su madre.
Era la clase de existencia que Luke siempre había soñado…, si bien era consciente de que esa vida se acababa y que no podía hacer nada por evitarlo.
Un atardecer, a mediados de marzo, cuando en el aire ya se palpaban las primeras notas primaverales, Luke llevó a Sophia a un local donde actuaba una conocida banda de country. Desde el otro lado de la mesa de madera, él se fijó en la forma en que Sophia agarraba firmemente la cerveza y seguía el ritmo de la música con los pies.
—Si sigues mostrando tanto interés, acabaré por creer que te gusta esta música —soltó él al tiempo que señalaba hacia los pies de Sophia.
—Me gusta esta música.
Luke sonrió.
—¿A pesar de que sean canciones con unos temas tan tristes y siempre hablen de lo mismo, de hombres que han perdido a su esposa y todo aquello que quieren? Por cierto, ¿has oído el chiste de qué es lo que consigues si tocas una canción country al revés?
Sophia tomó un trago de cerveza.
—No, creo que no.
—Pues que recuperas a tu esposa, tu perro, tu camioneta…
Ella sonrió burlonamente.
—Qué gracioso.
—Pues no te has reído.
—Es que tampoco es tan gracioso.
Su ocurrencia le hizo reír.
—¿Has hecho las paces con Marcia?
Sophia se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Al principio la situación era un poco incómoda, pero ya hemos recuperado prácticamente la normalidad.
—¿Sigue saliendo con Brian?
Ella resopló.
—No, cortó con él cuando se enteró de que le estaba poniendo los cuernos con otra.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace un par de semanas, o quizás un poco más.
—¿Le afectó mucho?
—La verdad es que no. Por entonces, ella ya estaba saliendo también con otro chico. Es uno o dos años menor que ella, así que no creo que esa relación tenga futuro.
Luke empezó a pelar distraídamente la etiqueta de la botella de cerveza.
—Es una chica curiosa.
—Tiene un buen corazón —la defendió Sophia.
—¿Ya no estás enfadada por lo que te hizo?
—Lo estaba, pero se me ha pasado.
—¿No le guardas rencor?
—Marcia cometió un error. No tenía intención de herirme; me pidió perdón un millón de veces. Además, se puso de mi parte cuando la necesité. Así que sí, sin rencor. Asunto olvidado.
—¿Crees que seguirás en contacto con ella, después de que te gradúes?
—Por supuesto. Sigue siendo mi mejor amiga. Y a ti debería caerte bien.
—¿Por qué? —preguntó Luke, enarcando una ceja.
—Porque sin ella, yo nunca te habría conocido.
Unos días más tarde, Luke acompañó a su madre al banco para proponer una negociación en el plan de pagos que les permitiera quedarse con parte del rancho. Su madre presentó una propuesta que implicaba vender prácticamente la mitad de la finca, incluida la plantación de abetos, el campo de calabazas y uno de los pastizales, en el caso de que consiguieran encontrar comprador. Disminuirían la vaquería en un tercio, y así, según los cálculos de su madre, podrían hacer frente a los pagos reducidos del préstamo.
Tres días más tarde, el banco rechazó formalmente su propuesta.
Un viernes por la noche de finales de mes, Sophia se presentó en el rancho, visiblemente angustiada. Tenía los ojos rojos e hinchados, y los hombros desplomados en actitud de desconsuelo. Luke la envolvió con sus brazos tan pronto como ella llegó al porche.
—¿Qué pasa?
Sophia hipó. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa.
—No podía esperar más, así que he llamado al Museo de Arte de Denver y he preguntado si habían tenido la oportunidad de revisar mi solicitud. Me han dicho que lo han hecho, pero que la vacante ya está cubierta. Y la misma respuesta he obtenido del MoMA.
—Lo siento —dijo Luke, acunándola entre sus brazos—. Sé que habías depositado muchas esperanzas en esas dos opciones.
Al cabo, Sophia se apartó de él, con una ansiedad patente en el rostro.
—¿Qué voy a hacer? No quiero volver con mis padres. No quiero volver a trabajar en la charcutería.
Luke le iba a proponer que se quedara con él tanto tiempo como quisiera, pero recordó que eso tampoco sería posible.
A principios de abril, Luke vio a su madre paseando por la finca con tres hombres. Reconoció a uno de ellos como un ranchero vecino de Durham. Habían hablado una o dos veces en las ferias de ganado, y Luke no tenía ninguna opinión formada acerca de ese individuo, aunque incluso desde lejos era obvio que a su madre no le gustaba demasiado.
Luke no sabía si se trataba de una antipatía personal o de si comprendía que aquello implicaba que estaban muy cerca de perder el rancho definitivamente. Supuso que los otros dos hombres debían de ser parientes o socios del ranchero.
Aquella noche, durante la cena, su madre no dijo nada al respecto. Y él no preguntó.
Aunque Luke había participado solo en tres de los siete rodeos anuales, había obtenido bastantes puntos como para colocarse en la quinta posición en la fecha límite, lo suficiente para clasificarse en el circuito mayor. El siguiente fin de semana, en Chicago, había un rodeo con un premio en metálico tan importante como para mantener el rancho a flote hasta finales de año, suponiendo que Luke montara tan bien como lo había hecho al principio de la temporada.
No dijo nada sobre el rodeo ni a Sophia ni a su madre. El toro mecánico en el granero permaneció cubierto por la lona, y otro jinete ocupó su lugar en el circuito mayor, sin lugar a dudas soñando con ganar y ocupar la primera posición aquel año.
—¿Te arrepientes de no haber competido este fin de semana? —le preguntó Sophia.
Habían decidido ir a pasar el día a Atlantic Beach, bajo un esplendoroso cielo azul sin una sola nube. En la orilla, la brisa era fresca pero agradable, y la playa estaba repleta de gente que paseaba o hacía volar cometas; algunos surfistas intrépidos se atrevían a cabalgar sobre las extensas olas que los arrastraban hasta la orilla.
—No —respondió él sin vacilar.
Dieron unos pasos más. Los pies se hundían bajo la arena.
—Estoy segura de que habrías hecho un buen papel.
—Probablemente.
—¿Crees que podrías haber ganado?
Luke reflexionó un momento antes de contestar, con la vista fija en un par de marsopas que se deslizaban por el agua.
—Quizás, aunque… no creo. Hay bastantes jinetes buenos en el circuito.
Sophia se detuvo de golpe y alzó la vista para mirar a Luke a los ojos.
—Acabo de darme cuenta de una cosa.
—¿De qué?
—Cuando participaste en el rodeo en Carolina del Sur, dijiste que te había tocado Big Ugly Critter en la ronda final, ¿no es cierto?
Luke asintió.
—Pero no me dijiste qué pasó.
—No —respondió él, sin apartar la vista de las marsopas—. Es verdad, no lo hice.
Al cabo de una semana, los tres hombres que habían ido a ver el rancho regresaron y se encerraron media hora en la cocina con su madre. Luke sospechaba que habían ido a hacerle una oferta, pero no tuvo el valor de entrar para confirmarlo. En vez de eso, esperó hasta que se hubieron marchado. Cuando entró en la cocina, encontró a su madre todavía sentada junto a la mesa.
Ella alzó la mirada hacia él sin decir nada.
Después, simplemente sacudió la cabeza.
—¿Tienes planes para el próximo viernes? —preguntó Sophia—. No me refiero a mañana, sino al siguiente.
Era jueves por la noche; quedaba un mes escaso para la graduación. Era la primera —y probablemente última— vez que Luke estaba en un local rodeado por un grupo de universitarias. Marcia también estaba allí, y, aunque no dudó en saludar a Luke, se mostró mucho más interesada en el muchacho con el pelo negro que también había asistido a la fiesta. Luke y Sophia prácticamente tenían que gritar para que se oyera su voz por encima de la atronadora música.
—No lo sé, trabajar, supongo, ¿por qué? —se interesó él.
—Porque el jefe del departamento, que a su vez es mi tutor, me ha pasado una invitación para ir a una subasta de obras de arte y quiero que vayas conmigo.
Él se inclinó sobre la mesa.
—¿Has dicho subasta de obras de arte?
—Sí. Por lo visto, será increíble; uno de esos acontecimientos que solo pasan una vez en la vida. La celebrarán en el centro de convenciones de Greensboro, y se encargará una de las casas de subastas más importantes de Nueva York. Al parecer, un tipo anónimo de Carolina del Norte se ha pasado media vida adquiriendo pinturas hasta reunir una colección de arte moderno de primera categoría. Asistirá gente de todos los confines del planeta para presentar ofertas. Según dicen, algunas piezas de arte valen una verdadera fortuna.
—¿Y quieres ir?
—¡Menuda pregunta! ¡Se trata de arte! ¿Sabes cuándo fue la última vez que se celebró una subasta de este calibre aquí cerca? ¡Nunca!
—¿Cuánto rato durará?
—No tengo ni idea. Jamás he ido a una subasta, pero, solo para que lo sepas, pienso ir. Y me encantaría que fueras conmigo. Si no, tendré que sentarme junto a mi tutor, y sé que él ha invitado a otro profesor del departamento, lo que significa que se pasarán todo el rato hablando y no me harán ni caso. Si es así, probablemente me pondré de mal humor y tendré que quedarme todo el fin de semana en la residencia de estudiantes para recuperarme.
—Si no te conociera bien, diría que me estás amenazando.
—No se trata de una amenaza. Solo es… un plan…, algo que tener en cuenta.
—¿Y si lo tengo en cuenta y al final digo que no quiero ir?
—Entonces tendrás un problema, te lo advierto.
Luke sonrió.
—Si tan importante es para ti, no me lo perdería por nada del mundo.
Luke no estaba seguro de por qué no se había dado cuenta antes, pero se sorprendió al pensar que, con el paso de los días, cada vez le costaba más iniciar el trabajo rutinario en el rancho. Los trabajos de mantenimiento se habían visto afectados. No se trataba de que considerara que no eran importantes, sino que apenas tenía motivación para llevarlos a cabo. ¿Por qué reemplazar las tablas combadas en el porche de su madre? ¿Por qué llenar el sumidero junto a la bomba de riego? ¿Por qué llenar las pozas en la larga pista sin asfaltar que se habían hecho más profundas a lo largo del invierno? ¿Por qué hacer todas esas tareas, si dentro de poco ya no vivirían allí?
Había creído que su madre sería inmune a esa clase de sentimientos, que ella tenía una fortaleza que él no había heredado, pero al salir a caballo aquella mañana para examinar el ganado, algo en la propiedad captó su atención. Luke tiró de las riendas para detener a Caballo.
El huerto siempre había sido un motivo de orgullo para su madre. Cuando era un crío, ya la veía arando y plantando semillas en primavera o quitando las malas hierbas en verano, con atención diligente y recogiendo las hortalizas al final de una larga jornada. Ahora, sin embargo, mientras Luke echaba un vistazo a lo que deberían haber sido unas hileras bien trazadas, se dio cuenta de que el campo estaba lleno de maleza.
—En cuanto al viernes que viene, recuerda que se trata de una subasta de obras de arte. —Sophia se dio la vuelta en la cama para mirarlo a la cara.
Solo faltaban dos días para el gran acontecimiento. Luke había intentado mostrar tanta atención por el tema como había podido.
—Sí, lo sé.
—Habrá un montón de gente rica, gente influyente.
—De acuerdo.
—Necesitarás un traje.
—Tengo un traje; de hecho, uno que me queda muy bien.
—¿Tienes un traje? —Sophia abrió los ojos como naranjas.
—¿Por qué te muestras tan sorprendida?
—Porque no puedo imaginarte vestido con un traje. Siempre te he visto con pantalones vaqueros.
—Eso no es verdad. —Luke le guiñó el ojo—. Ahora no llevo pantalones vaqueros.
—¿Quieres prestarme atención? —lo reprendió ella, sin hacer caso a su comentario—. Hablo en serio. Ya sabes a qué me refiero.
Luke se echó a reír.
—Me compré un traje hace dos años, junto con una corbata, una camisa y unos zapatos de vestir, para que lo sepas. Tenía que ir a una boda.
—A ver si lo averiguo, esa fue la única ocasión en la que te lo pusiste, ¿verdad?
—No —contestó él al tiempo que sacudía la cabeza—. Me lo puse otra vez.
—¿Para otra boda? —quiso saber ella.
—Para un funeral. Una amiga de mi madre.
—Ya sabía yo que era para una boda o un funeral —aseveró ella.
De un salto, Sophia se incorporó de la cama. Agarró una manta fina y se envolvió con ella como si fuera una toalla de baño.
—Quiero verlo. ¿Está en el armario?
—Sí, colgado a la derecha… —señaló, admirando su figura cubierta por esa improvisada toga.
Sophia abrió la puerta del armario y sacó la percha para inspeccionar el traje.
—Tienes razón —admitió—. Bonito traje.
—Ya estás otra vez con ese tono de sorpresa.
Todavía con la percha en las manos, ella desvió la vista hacia él.
—¿Acaso tú no estarías sorprendido?
Por la mañana, Sophia regresó al campus mientras Luke salía a caballo a inspeccionar el ganado. Habían quedado en que él pasaría a buscarla al día siguiente. Para sorpresa de Luke, sin embargo, se la encontró sentada en el porche de la cabaña cuando regresó un rato más tarde.
Sostenía un diario entre las manos. Cuando lo miró, él detectó una expresión extraña en su rostro.
—¿Qué pasa? —le preguntó, desconcertado.
—Se trata de Ira —respondió ella—, Ira Levinson.
Luke necesitó un segundo para reconocer el nombre.
—¿Te refieres a ese tipo que rescatamos de su coche?
Ella alzó el diario.
—Lee esto.
Él agarró el periódico y echó un rápido vistazo al titular, que describía la subasta que se iba a realizar en Greensboro.
Luke arrugó la frente, sin entender.
—Es un artículo sobre la subasta.
—La colección es de Ira —explicó ella.
Todo estaba en el artículo, o, por lo menos, mucha información. Había menos detalles personales de los que Luke habría esperado, pero se enteró de que Ira había sido el propietario de una pequeña sastrería, y en el artículo aparecía la fecha en que se casó con Ruth. Mencionaba que su esposa había sido maestra en una escuela y que habían empezado a coleccionar obras de arte juntos unos años antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. La pareja no había tenido hijos.
El resto del artículo se refería a la subasta y a las obras que iban a presentarse; la mayoría de ellas no significaban nada para Luke. El artículo concluía con una frase que lo sorprendió, y que le provocó el mismo efecto que a Sophia.
Ella frunció los labios cuando Luke llegó al final del artículo.
—No salió del hospital —se lamentó, en un tono suave—. Murió a causa de las heridas el día después de que lo encontráramos.
Luke alzó los ojos hacia el cielo y los cerró un momento. No había nada que decir.
—Fuimos las últimas personas que estuvimos con él —añadió Sophia—. Eso no sale en el artículo, pero lo sé. Su esposa había fallecido, no tenían hijos; probablemente Ira llevaba una vida de ermitaño. Murió solo, y eso me parte el corazón. Porque…
Cuando ella no pudo continuar, Luke la estrechó entre sus brazos, pensando en la carta que Ira había escrito a su esposa.
—Sé a qué te refieres —suspiró Luke—. A mí también me parte el corazón.