33
Luke
Luke no podía moverse. Mientras permanecía de pie en la última fila, percibió un silencio de asombro en la sala. Hicieron falta unos segundos para que todos los allí presentes —no solo Luke— asimilaran las palabras de Ira.
Sanders no podía hablar en serio. O, si lo había hecho, entonces seguramente Luke lo había malinterpretado. Porque lo que había oído era que acababa de recibir la colección entera. Pero eso no era posible. No podía ser, ¿no?
La audiencia parecía reflejar sus propios pensamientos. Luke vio expresiones de estupor y ceños fruncidos de incomprensión, gente que alzaba las manos, caras que mostraban impacto emocional y confusión, quizás incluso traición.
Y, a continuación, el caos. No se trataba de la típica pelea de un partido de fútbol o algo así, en la que las sillas vuelan por los aires, sino de una ira controlada, la de los más pretenciosos entre el público, que se creían con derechos adquiridos. Un hombre en la tercera fila en la sección central se puso de pie y amenazó con llamar a su abogado; otro gritó que lo habían llevado hasta allí engañado y que también pensaba poner el asunto en manos de su abogado. Otro incluso soltó que se había cometido un fraude.
La indignación y la rabia en la sala fueron en aumento, primero lentamente y luego de forma explosiva. Mucha gente se puso de pie y empezó a reprender a Sanders; otro grupo centró su atención en el caballero del pelo plateado. Al fondo de la sala, uno de los caballetes se estrelló estrepitosamente contra el suelo como resultado de que alguien había abandonado la sala con un portazo.
Y entonces, de repente, las caras empezaron a volverse hacia Luke. Él sintió la rabia de la multitud, su decepción y su sentimiento de traición. Pero también notó en algunos de ellos una clara sospecha. Algunos rostros reflejaban la atracción ante una posible oportunidad. Una llamativa rubia ataviada con un ajustado traje chaqueta se le aproximó. De hecho, en un abrir y cerrar de ojos, todos empezaron a apartar las sillas hacia los lados para acercarse a Luke, gritando al mismo tiempo:
—Disculpe…
—¿Podemos hablar?
—Me gustaría programar una reunión con usted…
—¿Qué piensa hacer con el cuadro de Warhol?
—Mi cliente está particularmente interesado en uno de los cuadros de Rauschenberg…
Instintivamente, Luke agarró a Sophia de la mano y empujó su silla hacia atrás para abrir una vía de escape. Un instante más tarde, iban a la carrera hacia la puerta, con un montón de gente pisándoles los talones.
Luke abrió las puertas enérgicamente. Al otro lado se encontró con seis vigilantes de seguridad detrás de dos mujeres y un hombre que llevaban distintivos en la solapa que los acreditaban como personal de la casa de subastas. Una de ellas era la misma mujer atractiva que le había tomado los datos y que había recogido todo el dinero que Luke llevaba en el billetero.
—¿Señor Collins? Me llamo Gabrielle y trabajo para Sotheby’s —se presentó—. Hemos dispuesto una sala privada para usted justo al final del pasillo. Ya habíamos supuesto que la reacción podría ser un tanto… agitada, así que hemos adoptado medidas especiales para su seguridad y comodidad. Por favor, sígame.
—Estaba pensando en ir a la camioneta y…
—Todavía quedan algunos papeles por firmar, como probablemente comprenderá. Por favor, por aquí. —Ella señaló hacia el pasillo.
Luke miró hacia atrás, hacia la multitud que se acercaba.
—De acuerdo —decidió.
Todavía aferrado a la mano de Sophia, se dio la vuelta y siguió a Gabrielle, flanqueados por tres de los vigilantes. Se fijó en que los otros tres se habían quedado en las puertas para retener a la audiencia y no permitir que los siguieran. A duras penas podía oír sus gritos, bombardeándole con mil y una preguntas.
Luke tenía la impresión surrealista de que alguien le estaba gastando una broma pesada, aunque no tenía ni idea de con qué finalidad. Era una locura. Todo aquello era una locura…
La comitiva giró la esquina y enfiló hacia una puerta que conducía a las escaleras. Cuando Luke miró hacia atrás por encima del hombro, se dio cuenta de que solo dos de los vigilantes seguían con ellos; el otro se había quedado apostado a la puerta para vigilar.
En la segunda planta, los condujeron hasta una serie de puertas paneladas en madera, que Gabrielle abrió para ellos.
—Por favor —los invitó a pasar a un conjunto de habitaciones espaciosas—, pónganse cómodos. Hemos preparado un refrigerio y refrescos, así como el catálogo. Estoy segura de que tendrán mil preguntas. Les aseguro que todas ellas recibirán respuesta.
—Pero ¿qué pasa? —preguntó Luke.
Ella enarcó una ceja.
—Creo que ya lo sabe —dijo, sin contestar directamente la pregunta.
Gabrielle se volvió hacia Sophia y le tendió la mano.
—Me temo que aún no sé su nombre.
—Sophia, Sophia Danko.
Gabrielle ladeó la cabeza.
—Apellido eslovaco, ¿verdad? Bonito país. Encantada de conocerla. —Entonces se volvió nuevamente hacia Luke y dijo—: Los vigilantes se quedarán haciendo guardia en la puerta, así que no se preocupen; nadie les molestará. Estoy segura de que necesitarán hablar y pensar. Les dejaremos unos minutos a solas para que puedan examinar su colección. ¿Les parece bien?
—Supongo que sí —contestó Luke, mientras su mente seguía dando vueltas vertiginosamente—. Pero…
—El señor Lehman y el señor Sanders no tardarán.
Luke miró a Sophia, perplejo, antes de echar un vistazo a aquella estancia tan bien equipada. En el centro había una mesita baja y redonda rodeada de sofás y sillas. Sobre la mesa vio una selección de bebidas, incluido un balde con hielo y una botella de champán, más una bandeja de bocadillos y fruta troceada, así como una selección de quesos en una fuente de cristal.
Junto a la mesa estaba el catálogo, abierto por una página en particular.
La puerta se cerró a su espalda y Luke se quedó solo con Sophia. Ella se acercó a la mesa con cautela, con la vista fija en el catálogo. Luke la observó mientras ella examinaba la página abierta de este.
—Es Ruth —dijo, al tiempo que acariciaba la página.
Luke vio como deslizaba el dedo suavemente por encima de la fotografía.
—Esto no puede estar sucediendo de verdad, ¿no?
Ella continuó contemplando la fotografía antes de volverse hacia él con una sonrisa aturdida y beatífica.
—Sí —respondió Sophia—, creo que está sucediendo de verdad.
Gabrielle regresó con el señor Sanders y el señor Lehman, al que Luke reconoció como el caballero con el pelo plateado que había presidido la subasta.
Sanders se presentó a sí mismo; acto seguido, tomó asiento en la silla y se sonó la nariz con un pañuelo de lino. De cerca, Luke se fijó en sus arrugas y en sus pobladas cejas blancas. Debía de tener unos setenta y cinco años; sin embargo, en su expresión se distinguía un leve ademán travieso que le confería un aspecto más joven.
—Antes de empezar, permítanme que responda la pregunta más obvia que seguramente se habrán planteado —comenzó Sanders al tiempo que apoyaba ambas manos en las rodillas—. Probablemente se preguntarán si esto es una trampa. Se estarán preguntando si de verdad, por el simple hecho de haber adquirido el Retrato de Ruth, ha heredado toda la colección. ¿Me equivoco?
—No, no se equivoca —admitió Luke.
Desde la conmoción en el auditorio, tenía una horrorosa sensación de vértigo. Aquel escenario…, aquella gente… Nada podría resultarle más extraño.
—La respuesta a su pregunta es «sí» —dijo Sanders con amabilidad—. De acuerdo con los términos del testamento de Ira Levinson, el comprador de esa obra en particular, Retrato de Ruth, adquiere toda la colección. Por eso fue el primer cuadro que salió a la venta. En otras palabras, no hay trampa ni cartón. La colección es suya, y puede hacer con ella lo que quiera.
—¿Me está diciendo que podría pedirles que cargaran todos esos cuadros en la plataforma de mi camioneta y podría llevármelos a casa? ¿Ahora mismo?
—Sí —respondió Sanders—. Aunque teniendo en cuenta el gran número de obras que componen la colección, probablemente debería realizar varios trayectos para llevárselos todos. Y dado el valor de algunas de esas obras de arte, le recomendaría que usara un medio de transporte más seguro.
Luke se quedó mirando al abogado sin pestañear, estupefacto.
—Sin embargo, hay algo que debe saber.
«Ya me extrañaba…», pensó Luke.
—Se trata de los impuestos patrimoniales —señaló Sanders—. No sé si sabrá que cualquier legado que exceda de una determinada cantidad de dinero está sujeto a tributación a la Hacienda Pública. El valor de la colección supera en mucho esa cantidad, lo que significa que usted adeuda ahora un sustancial importe en concepto de impuestos sucesorios. A menos que usted valga su peso en oro y que posea una fortuna descomunal con sustanciales activos líquidos para sufragar tales impuestos, lo más probable es que tenga que vender parte de la colección para poder abonarlos. Quizás incluso la mitad de la colección. Por supuesto, eso dependerá de las obras que decida vender. ¿Entiende lo que le digo?
—Creo que sí. He heredado una gran fortuna y he de pagar los impuestos correspondientes a la Agencia Tributaria.
—Exactamente. Así que, antes de seguir, me gustaría preguntarle si tiene o conoce a algún abogado especialista en sucesiones que pueda encargarse del caso; si no, yo mismo puedo recomendarle algunos.
—No tengo abogado.
Sanders asintió.
—Lo suponía; es usted demasiado joven para tales cosas. Pero no se preocupe, no pasa nada. —Sanders hundió la mano en el bolsillo y sacó una tarjeta de presentación—. Si me llama el lunes por la mañana a mi despacho, le pasaré una lista. Por supuesto, no es obligatorio que recurra a ninguno de los nombres que yo le sugiera.
Luke examinó la tarjeta.
—Aquí dice que usted es abogado especialista en sucesiones.
—Así es. Al principio me dedicaba a otras áreas, pero hace años que me especialicé en sucesiones.
—Entonces, ¿puedo contratarle?
—Si lo desea, sí —contestó.
Sanders señaló hacia el resto de los presentes en la estancia.
—Ya ha conocido a Gabrielle. Es vicepresidenta de las Relaciones con los Clientes de la casa de subastas. También quiero presentarle a David Lehman, el presidente de la casa de subastas.
Luke le estrechó la mano e intercambió unas palabras, pura formalidad, antes de que Sanders continuara.
—Como ya imaginará, organizar la subasta según estas condiciones ha sido…, digamos que, en cierto modo, complicado, incluidos los aspectos económicos. La casa de subastas del señor Lehman es la que Ira Levinson prefirió. Aunque usted no está obligado a emplearla en el futuro, mientras Ira y yo concretábamos los pormenores, me pidió que recomendara al comprador la posibilidad de establecer una relación firme con ellos. Sotheby’s es una de las más prestigiosas y antiguas casas de subastas del mundo, algo que usted mismo puede comprobar fácilmente.
Luke examinó los rostros a su alrededor mientras empezaba a entender el mecanismo del juego.
—De acuerdo, pero yo no podría tomar esa clase de decisión sin antes hablar con mi abogado.
—Es una sabia decisión —apuntó Sanders—. Si bien estamos aquí para responder todas sus preguntas, le recomendaría consultar los pasos que debe seguir con un abogado lo antes posible. Se beneficiará de los consejos de un profesional en este proceso, que puede ser un tanto complicado, no solo por lo que concierne a los impuestos, sino también a otras áreas de su vida. Después de todo, usted es ahora, incluso después de pagar los impuestos, un hombre increíblemente rico. Así que, por favor, hágame todas las preguntas que desee.
Luke miró a Sophia a los ojos, luego volvió a mirar a Sanders.
—¿Durante cuántos años fue abogado de Ira?
—Más de cuarenta años —contestó con ademán melancólico.
—Y si contrato un abogado, ¿él me representará de la mejor forma posible?
—Dado que usted será su cliente, el abogado estará obligado a hacerlo.
—Entonces, quizá sea mejor cerrar esa cuestión lo antes posible. ¿Qué he de hacer para contratarle? De ese modo, podré hablar con el señor Lehman aquí mismo.
—Tendrá que darme un anticipo.
—¿Qué cantidad quiere? —Luke arrugó la frente, visiblemente preocupado.
—De momento, creo que con un dólar bastará.
Luke soltó un largo suspiro. Empezaba a asimilar la magnitud de lo que estaba pasando: la fortuna que acababa de heredar, lo que podría hacer con el rancho, el proyecto de vida que podría crear con Sophia.
Acto seguido, sacó el billetero e inspeccionó su contenido. Después de la compra del retrato, no le quedaba mucho, solo lo necesario para repostar un poco de gasolina y poder llegar a casa.
O quizá ni eso, ya que usó parte de lo que le quedaba para contratar a Howie Sanders.