10

Grité. Lo hice con todas mis fuerzas, con las pocas que me quedaban y que aún me mantenían con vida. El profundo dolor era tan potente que ni siquiera me permitía abrir los ojos. Sentí mi garganta desgarrada, igual que parte de mi piel. Olía a sangre, a fuego y a cera, pero sobre todo al flujo que no dejaba de emanar de cada una de mis heridas. Cogí aire, sintiendo cómo mi pecho subía y bajaba frenético. Todo estaba tan oscuro que tan solo era capaz de vislumbrar la tenue luz de unas velas al final del sitio en el que nos encontrábamos.

Apenas podía aguantar el peso de mis párpados, que no hacían más que intentar cerrarse a cada segundo que pasaban abiertos. El dolor no desaparecía. Era tan profundo que llegaba a meterse en mi columna para inmovilizarme. Todo el cuerpo me pesaba, y apenas podía respirar sin sentir cómo el mal me recorría. Estaba tan agotada que no sabía cuánto tiempo lograría mantenerme despierta.

Parpadeé, luchando por disipar la angustia y la confusión que me inundaba, hasta que lo vi. Fue entonces cuando ya no pude hacer nada más. Abrí la boca e intenté volver a gritar, pero algo impedía que mi voz saliera. Frente a mí estaba Moa, con un largo vestido de color blanco. Tenía el rostro manchado de negro y bajo sus ojos se dibujaban dos lágrimas de sangre roja como rubíes.

Cogí una bocanada de aire que mis pulmones apenas pudieron retener y poco después intenté forcejear. No podía moverme porque me tenían atada, y el daño que había recibido mi cuerpo era demasiado grande como para ignorarlo. Los nervios me tomaron, provocando que respirara agitadamente, al igual que latía mi corazón. ¿Qué demonios estaba haciendo Moa? Ottar no apartaba los ojos de los míos, pero eran distintos a como los había visto hasta entonces; ni siquiera parecían suyos. Los míos se llenaron de lágrimas al ver la maldad, la ira y la rabia que aún había en su interior.

—Es hora de empezar. —Sonrió con inquina.

De repente, todo volvió a turbarse. Las velas se apagaron de golpe, dejándonos completamente a oscuras, y los tambores se detuvieron.

Me desperté sobresaltada, envuelta en un sudor frío que me recorría la espalda. Miré asustada hacia todos lados. ¿Qué era lo que había vivido? ¿O tal vez no había sido más que un sueño? Lancé la manta que me tapaba hacia el suelo y levanté la camiseta que me cubría. Me sentía abrumada y confusa. En mi vientre no había nada, ni una sola cicatriz, ni una sola herida. Negué con la cabeza. Estaba muy segura de lo que había sucedido. El dolor había sido real, o eso creía.

Desde que había descendido del Valhalla —razón por la que todo había cambiado radicalmente en mi existencia—, me había perdido en mi propio camino. Me senté en la cama en la que yacía a la vez que miraba todo lo que me rodeaba. La oscuridad en la que había estado sumida desde que llegué había desaparecido. Los aposentos en los que me encontraba tenían grandes ventanales por donde entraba la luz del sol, la cual iluminaba toda la estancia. Era tan distinto a lo que me había encontrado que no parecía ser ni el mismo lugar.

Me puse en pie, y me acerqué a la ventana. No sabía dónde estaba, pero aquellas tierras eran tan hermosas como Asgard. Frente a nosotros había un gran lago rodeado por montañas altas cubiertas de nieve. Miré maravillada el bello paisaje que tenía rendido ante mí.

Alguien tocó la puerta, alertándome, por lo que con rapidez me di la vuelta para ver quién aparecía tras ella. Esta se abrió y vi el blanquecino cabello de Moa asomarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro al darse cuenta de que ya estaba despierta.

—Buenos días, Lyss.

La miré; me sentía perdida y perpleja. Parecía tan radiante… Nunca la había visto tan dichosa como lo parecía en aquel momento. La Moa triste y con mala energía había desaparecido para dar lugar a la que tenía frente a mí.

—¿Cómo has dormido, pequeña? —me preguntó, acercándose.

—Eh… —Me pasé una mano por el pelo—. Bien, creo.

Sonrió de oreja a oreja a la vez que entraba, cerrando la puerta tras de sí.

—Me alegra oírte.

Se acercó hasta donde me encontraba, atusó mi cabello recogiéndolo en una larga trenza rojiza y estiró las mantas que cubrían la cama. La observé moverse. Ver cómo había cambiado tanto en tan poco tiempo me resultaba chocante.

—Te siento extraña, Moa… —murmuré.

—¿Por qué dices eso, valkiria? —me preguntó a la vez que abría uno de los armarios que había a uno de los lados de la cama.

Tragué saliva, miré hacia otro lado y poco después alcé los hombros. Tal vez solo fuera impresión mía, pero aquella Moa era distinta a la que había visto hasta entonces.

—¿Cuánto tiempo he dormido?

Me dolía la cabeza. Era como estar incompleta. Los recuerdos se sucedían demasiado deprisa y se entrelazaban con las visiones que no había dejado de tener desde que había llegado al Midgard.

—Has dormido mucho, pequeña. —Hizo una mueca a la vez que se acercaba.

—¿Cuánto? —volví a preguntarle.

—Algo más de dos días.

Abrí los ojos tanto como pude. ¡No me lo podía creer!

—¡¿Dos días?! —alcé la voz.

Moa se limitó a asentir a la vez que terminaba de recoger las mantas con las que había dormido y el vaso de agua del que se suponía que en algún momento debía haber bebido. Me dejé caer sobre el colchón. Hacía tanto que no descansaba que no recordaba cómo era hacerlo.

—He tenido un sueño tan extraño… —Negué con la cabeza.

La elfo de la luz se acercó a mí, sentándose a mi lado. Pasó una de sus manos por mis piernas a la vez que las acariciaba con cuidado.

—Muéstramelo.

Tomé sus manos entre las mías, cerré los ojos y le enseñé el terrible sueño que había tenido la noche anterior. El dolor que había sentido se repetía al cerrar los ojos. Era capaz de sentir lo mismo y revivirlo una y otra vez aun sin estar allí. Su gesto se torció. Ella también podía notar todo lo que había vivido, igual que me ocurrió cuando Niels me mostró cada una de sus visiones y recuerdos.

—Dioses…

Se tapó rápidamente la boca, como si se le hubiera escapado.

—No te preocupes… —susurré.

—Lo siento, Lyss —me dijo en voz baja—. Es un sueño espeluznante.

Se abrazó a mí, acongojada. Podía sentir su energía, cómo se había tornado débil y apagada, casi como cuando la conocí.

—¿Por qué Ottar me mantiene viva?

Miró hacia la puerta, cerciorándose de que estuviera cerrada a cal y canto. De uno de sus bolsillos sacó un pequeño aparato y lo activó. Tras eso asintió, fijando sus ojos de nuevo en los míos.

—Todo lo que dice es cierto, Lyss —admitió—. Todo lo que te ha dicho, cada uno de esos recuerdos que veías… Él ha estado estrechamente relacionado contigo, por eso tu ser es capaz de reconocerlo.

Cientos de flashes empezaron a recorrer mi mente, todo mi vello se erizó y un escalofrío me invadió. Durante unos segundos, se me nubló la vista y solo pude sentir las manos de Moa agarrándome con fuerza, intentando que no me desvaneciera.

—Tranquila, Lyss —escuché que me decía.

A mi pensamiento acudió él; su rostro, sus dos pozos oscuros como la noche. Negué una y otra vez, intentando echarlo. Aun así, podía ver su sonrisa burlona, cómo me miraba…

—Sácalo, Moa —le rogué.

—Solo tú puedes echarlo.

Miré a la elfo de la luz, quien había colocado una de sus manos en mi frente, viendo lo mismo que veía yo en tiempo real.

—Aleja tu mente de él y llévala lejos de aquí.

Escuchaba a Moa en la lejanía como si estuviera metida en una cueva, escondida. La oscuridad volvió a tomar lugar. Una profunda niebla se lo llevó todo, colocándome en un escenario distinto que no conocía.

—Hola, Lyss.