44
Adam era un chico joven, soñador y aventurero. Durante las semanas que estuve en Hjelmeland me habló de su vida y de cómo pasaba los días trabajando junto a su padre. También me contó historias de su familia, de cómo estos emigraron desde el norte de Noruega hasta Oslo, donde vivían, a pesar de que él y su padre habían decidido quedarse en el pueblo para seguir con sus obligaciones. Roy era el cuarto hijo de una familia de seis, bisnieto de un importante hombre que marcó un antes y un después en Hjelmeland y su comunidad.
Me fascinaba poder escuchar esas historias, cómo era capaz de recordar y documentar casi todo lo ocurrido tiempo atrás, la pasión que había en sus palabras al hablar de toda su familia y cómo, orgulloso, mostraba sus orígenes. Aunque también había una parte oscura en su historia. Cuando Adam un niño, la casa en la que vivían y el embarcadero que tenían se vino abajo, quedando su madre Marie dentro de esta, donde acabó perdiendo la vida, lo que provocó que Roy no pudiera pasar mucho tiempo con él. Tal vez fuese eso lo que me unía a él: el hecho de no haber podido disfrutar de nuestros padres.
Estuvimos en la moto durante algo más de media hora, lo suficiente como para poder llegar a lo alto de la montaña que había frente a la casa de Liv y desde la que se veía todo el fiordo de Bokna, iluminado con los primeros rayos del sol. Era realmente hermoso, casi tanto como el lago en el que padre le pidió a madre que se convirtiera en su esposa.
—¡Qué bonito! —exclamé cuando me quité el casco.
El sol acunaba el ligero movimiento del agua que balanceaba a los pequeños peces que nadaban en el frío líquido.
—Es lo más bonito que verás en mucho tiempo.
—La verdad es que sí —admití.
Nos sentamos en las rocas que se alzaban frente al acantilado y que nos servían como sillas. Observamos cómo el sol empezaba a salir entre los altos árboles, cómo alumbraba todo aquello donde se posaban sus hermosos rayos.
—¿Has traído a Liv aquí? —le pregunté sin maldad.
—No, nadie ha venido conmigo antes —me explicó—. Eres la primera.
De reojo lo miré. Vi una bonita sonrisa se esbozarse en sus labios, alegrándome el alma, haciendo que incluso olvidara al estúpido Ottar. Aquel día estaba destinado a ser uno de los mejores que pasaría en Hjelmeland, o tal vez en todo el Midgard, y no sabía si estaba dispuesta a que ese maldito elfo me lo arruinara. El gesto de Adam se torció. No dejaba de juguetear con sus manos como lo haría un pequeño, lleno de nerviosismo.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Sí, claro —se apresuró a contestar—. Solo hay algo que…
Antes de que pudiera decir ni hacer nada, me tomó por la cintura, acercándome un poco más a él, y posó sus dulces labios sobre los míos, adentrándome en un mundo lleno de ternura y pasión. Me sujetó cerca de él, haciendo que mi pecho quedara unido al suyo, dejando que sintiera cómo su respiración se volvía agitada. Volvió a besarme, e instintivamente mi cuerpo reaccionó devolviéndole cada uno de los besos y caricias que me daba.
Lo miré perpleja cuando nuestros labios se separaron; incluso llegué a estar confusa durante unos segundos. Sus ojos se fijaron en los míos, devorándome con la mirada, lentamente, como cuando el fuego empieza a crear las brasas.
—Lyss…
Mi corazón rugió ardiendo en llamas al sentir que mi nombre en sus labios sonaba tan hermoso como los poderosos rayos de Thor brillando en el cielo. Había algo en él que hacía que todo mi ser se volviera completamente loco, tanto que era como si reaccionara antes siquiera de conocerlo.
—No te disculpes.
Durante unos segundos permaneció en silencio, con la mirada fija en la mía, como si hubiera algo en ella, algo escondido en el más profundo abismo.
—No iba a hacerlo. —Sonrió contra mi boca.
Sin decir nada más volvió a besarme, haciendo que me pusiera en pie, hasta que acabé sentándome a horcajadas sobre él, sintiendo que todo se magnificaba hasta límites insospechados. Me agarró con fuerza, uniéndome más a él, provocando que mis sentidos se volvieran locos.
—Te deseo, hermosa Lyss.
Su voz sonó ronca, provocadora e incluso explosiva, capaz de prender la más apagada de las ascuas, encendiéndome, haciéndome perder la cabeza por completo. Jamás había sentido algo así… Hasta que conocí a Ottar. Mi mente volvió a su lado, recordando las veces en las que había yacido con él. La rabia nació en mí al recordar que no había aparecido como cada noche, aunque ¿qué esperar de un elfo oscuro? Eran pretenciosos, arrogantes, sangrientos y déspotas, pero jamás se preocupaban de nada salvo de su propio trasero.
Negué con la cabeza, lanzándome de nuevo al vacío y sin nada que pudiera sujetarme, pero tampoco me importaba. Besé a Adam como si me fuera la vida en ello, provocando que mi propio calor hiciera que mi sexo se humedeciera pidiendo a gritos que alguien lo calmara, y solo él podría hacerlo.
—No podemos quedarnos aquí —anunció.
Una de sus manos se adentró entre mis pantalones y las braguitas que llevaba. Ansiosa, me moví sobre su abultado pantalón.
—Vamos, a donde sea, pero vamos.
La moto se detuvo frente a una casita —si es que realmente lo era— frente al glorioso fiordo que nos acompañaba. Era pequeña, más parecida a una cabaña que a una casa, pero aun así acogedora. Al entrar me encontré con una mesita en la que había dos tazas de café vacías, una cama revuelta con mantas y edredones y una minúscula cocina junto a la entrada.
Adam tomó una de mis manos, tirando de ella y haciendo que girara sobre mis talones, hasta que me topé con su pecho y con la profunda mirada que me escrutaba con detenimiento. Besó mis mejillas con delicadeza, mis hombros e incluso mis manos, hasta que llegó a mi boca. Entonces, la ternura desapareció dejando paso a la pasión, y en un arrebato de frenesí, acabó mordiéndome el labio inferior. Dejé ir un ligero quejido. Mi corazón se aceleraba a cada segundo que pasaba cerca de él. Era extraño que llegara a hacerme sentir tan sumamente bien.
—No sabes las ganas que tenía de esto, Lyss… —murmuró sin apartar las manos de mi cintura.
Dejé que acariciara mi cuerpo a la vez que iba deshaciéndose de todas y cada una de las prendas que me cubrían, igual que lo hacía yo con las suyas, arrojándolas al suelo, como mis murallas y armaduras.
Estaba desnuda completamente: alma y cuerpo libres para volver a amar, para volver a sentirse queridos y no tan solo ninguneados o chantajeados por los oscuros recuerdos del pasado. Todavía no conocía lo que una vez me envolvió, pero de lo que estaba segura era de que viviría para crear nuevas historias que recordar. Tragué saliva, nerviosa, sintiendo cómo mi vello se erizaba ante su contacto. Era tan hermoso que jamás pensé que pudiera ser real. No podía apartar la vista de él, o creía que en algún momento se esfumaría, dando lugar a un sueño perfecto y utópico.
—Eres tan sumamente hermosa…
Admiré su fuerte torso desnudo, cómo se erguía frente a mí, musculoso y rudo. Ya no había nada que nos separara; estaba desvestido. El tatuaje que había en su brazo pareció resplandecer cuando se adentró en mi interior, pero ya ni siquiera sabía si aquello me lo había inventado o de verdad había pasado. Cogí aire, ahogando un gemido, sintiendo que se movía, creando que todo mi cuerpo temblara bajo su contacto.
—El día en el que recuerdes…
—¿En el que recuerde? —le pregunté confusa.
—Nuestro hermoso encuentro, Lyss.
Sus besos no dejaban de llenarme. Esos carnosos labios no dejaban de agasajarme como si fuera una reina. Era delicado pero a la vez rudo, paciente y seductor, lleno de lujuria contenida que hacía que ni siquiera fuese capaz de pensar con claridad.
Cerré los ojos, y al abrirlos, fue a Ottar a quien vi sobre mí, quien me observaba como una bestia, salvaje e indómito, regalándome su gozo como yo hacía con el mío.