30
Algo brillante en la montaña llamó mi atención; un fugaz destello que me decía que allí estaba la respuesta de lo que había ocurrido o, tal vez, parte de ella.
—¿Lo has visto? —le pregunté.
—¿El qué? —musitó Liv.
No aparté los ojos del punto en el que había vislumbrado el destello. Necesitaba saber si aquello estaba relacionado con el asalto a la casa de Liv. Además, la energía oscura que había alrededor de todo aquel lugar me hacía pensar que no había sido un asalto fortuito. Giré sobre mis talones, dispuesta a ir a buscar lo que allí se escondía, pero entonces la joven de cabellos blanquecinos me tomó por la mano.
—Será mejor que todos vayamos a descansar —me anunció—. No es hora de jugar a los detectives, Lyss.
—Pero…
—Mañana será otro día. Hablaremos con las autoridades y dejaremos que sean ellos los que se encarguen de buscar al malnacido que ha hecho esto.
Asentí sin estar muy convencida de lo que decía. Quería saber qué se escondía más allá de la linde y averiguar qué había ocurrido, pero aun así acaté sus normas. Volví al salón, donde me encontré a Ash sentado en el sofá y mirando un aparato que no sabía para qué servía.
—Dormirás en el cuarto que hay junto al baño. —Liv señaló la habitación a la vez que entraba detrás de mí.
—¿Y Ash? —le pregunté confusa.
No había más de tres habitaciones en aquella casa, por lo que las cuentas no me salían: una para Nura, otra para Liv, la de invitados que ocuparía yo, pero… ¿dónde dormiría Ash?
—Él dormirá en mi habitación. Pondremos un colchón en el suelo.
—Sí, no te preocupes por eso. —El joven sonrió de medio lado.
—De acuerdo.
Por alguna razón, aquella sonrisa me cautivó y me trajo recuerdos que ni siquiera sabía que existían, transportándome a la era pasada a la que de verdad pertenecía.
—¿Por qué sonríes? —le pregunté.
Ottar estaba frente a mí, con las manos posadas sobre mi cintura, con esa sonrisa de medio lado tan insufrible pero a la vez cautivadora con la que casi siempre me miraba. No podía apartar la mirada de su boca, de esos carnosos labios con los que era capaz de robar mi corazón y llevárselo consigo al más oscuro y aterrador Svartalfheim.
—¿Por qué no iba a hacerlo? —me preguntó burlón.
Alcé los hombros ligeramente. Aquel Svartálfar conseguía hacer que perdiera los nervios con cualquier cosa, y aquella era una de las ocasiones. Era tan distinto a los hombres del poblado que me resultaba terriblemente atrayente en comparación con ellos. Amaba tanto a aquel distinto ser que habría sido capaz de dar la vida a su lado con tal de que los dioses nos dejaran estar juntos. Pero, por suerte, no había sido necesario. Estaba segura de que los dioses habían bendecido nuestra unión desde el Valhalla, protegiéndonos de todo mal que pudiera rodearnos.
Ottar permanecía en la oscuridad de la noche, en las tinieblas del bosque, aguardando cada instante en el que poder estar a mi lado una vez más.
Ottar… Había emprendido aquel viaje para saber qué se escondía en la pradera en la que la luna dibujara su rostro, pero no sabía realmente si llegaría en algún momento. Quería vivir, averiguar cómo era aquel reino, ver el territorio que alguna vez fue el reino que mi padre protegió ante los enemigos, qué era lo que los elfos tenían planeado contra aquellos seres y qué papel tenía yo en todo aquel embrollo.
—¿Entendido?
—Eh… —murmuré—. Sí, sí.
Los tres nos dirigimos hacia la habitación de invitados, uno detrás del otro. Cuando entré, me encontré con algo distinto a lo que creí que vería. Las paredes que me rodeaban estaban llenas de marcos llenos de fotografías en las que pude distinguir a una pequeña Liv junto a una joven Nura que no hacían más que sonreír. Sentí pena por la chica, recordando el terror que había en su rostro al ver cómo la abuela yacía en el interior de la bañera. Sentí lo mismo que la joven. Me había dolido como si hubiera encontrado a Astrid en ella, o incluso más.
—Te quedarás aquí —me ordenó Liv—. ¿De acuerdo?
Asentí un par de veces a la vez que seguía observando todo lo que me rodeaba, incluyendo la enorme ventana que daba a la parte trasera de la casa.
—Gracias una vez más por dejar que me quede.
—No hay de qué.
Me senté en el lecho mientras veía cómo ambos se marchaban, desapareciendo tras la puerta, aunque unos minutos más tarde volvió a abrirse. Tras ella vi cómo una mano asomaba con una manta sujeta.
—Adelante —dije, aguantando una pequeña risotada.
—No sabía si estarías ya en la cama —se excusó Ash—. He pensado que tal vez necesitarías una de estas. —Sonrió a la vez que se acercaba a mí y dejaba la manta sobre el colchón. Parecía un buen muchacho, a pesar de tener un carácter fuerte. En él había bondad y lealtad, cosa que parecía escasear en Asgard—. Esta habitación es bastante fría.
—Gracias por cedérmela.
—No tienes que dármelas. En realidad, la casa es de Liv. Es ella quien nos deja estar aquí.
Sí, había sido Liv quien permitía nuestra presencia en aquel lugar. Si no fuera por ella, ambos estaríamos en la calle muertos de frío y sin saber a dónde ir.
—¿De qué conoces a Liv? —le pregunté curiosa, deseando saber un poco más de la amistad que parecían compartir.
El joven de ojos marrones suspiró a la vez que me hacía un gesto, pidiéndome permiso para poder sentarse. Asentí a la vez que le daba dos golpecitos al colchón para que se colocara a mi lado.
—Pues… —murmuró—. Liv y yo nos conocimos una noche en un local. Ella estaba en la barra con esa mirada penetrante y fría pero con una enorme sonrisa en los labios —recordó—. Algo le había salido bien, cosa que normalmente no ocurría. Estaba feliz. —En su boca se esbozó una tímida sonrisa que me hizo pensar que en Ash había más de lo que parecía—. Me invitó a una copa, estuvimos charlando y poco más. —Ver cómo hablaba de Liv era una auténtica maravilla. No sabía realmente qué era lo que sentía por ella, aunque podía ver el cariño en sus ojos cuando las palabras salían de su interior como si viera en mí alguien de quien fiarse—. Liv es una mujer fuerte y cabezota. Tiene una enorme muralla rodeando su alma, pero, aun así, confió en mí a pesar de todo.
—Parece muy seria.
Cierto era que apenas conocía a Liv, pero no lo necesitaba para saber qué se escondía tras esa gran barrera. Era dura, fría, mandona y calculadora, pero algo me decía que su corazón era más grande de lo que dejaba ver.
—No te creas. —Bajó la vista—. Solo necesitas entrar bajo la coraza que lleva. Entonces, todo cambia.
—Supongo… —murmuré.
El joven de cabellos dorados se puso en pie a la vez que sonreía ligeramente y me dio un par de golpecitos en el hombro.
—Será mejor que descansemos —me dijo antes de acercarse a la puerta—. Buenas noches, Lyss.
—Buenas noches.