18
Durante horas había sentido cómo mi estómago se revolvía igual que lo hacía mi mente. Dolía tanto que parecía que iba a estallarme. No había sido capaz de recordar nada, pero podía notar que algo cambiaba en mí. Tragué saliva perdiendo la mirada en el lejano horizonte que ya empezaba a atisbarse con la tenue luz del sol. Ottar había permanecido a mi lado durante la noche, y por primera vez desde que nos reencontramos pudimos hablar, aunque solo hubieran sido unas escasas frases repletas de rencor y curiosidad.
Giré la cabeza y vi cómo aún descansaba sobre mi cama con los ojos cerrados, tranquilo. Se podría decir que estaba en paz. Su atlético pecho subía y bajaba con una extraña normalidad. Era tan distinto que incluso llegaba a confundirme. No era únicamente un sanguinario y despiadado elfo, sino que en él había una parte capaz de razonar como cualquier humano o valkyr. Era todo lo contrario a Norak o a cualquiera de los elfos que había visto, incluso distinto a Grimm, su propio padre y líder de los elfos oscuros.
—Hay algo de lo que quiero que hablemos —murmuró, aún con los ojos cerrados.
—¿De qué? —le pregunté, desviando la mirada de nuevo al profundo bosque.
Se levantó de la cama. Con un par de pasos llegó hasta donde me encontraba y se sentó en la butaca que había frente a mí.
—Hay alguien…, alguien a quien conoces, que también ha estado ocultándote la verdad, igual que lo han hecho los dioses —fijó sus ojos en los míos—, a pesar de que ha tenido la oportunidad de hablar contigo. —Apreté las manos, cerrándolas en puños. La sangre empezó a hervirme. Cada vez estaba enfadándome más, y no sabía cuánto más iba a poder aguantar. Dejé ir un soplido que me vació por dentro, llena de dolor y de furia—. Estoy seguro de que querrás saber quién es.
Asentí lentamente a la vez que lo veía sonreír jocoso, cosa que a mí no me hacía ninguna gracia. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, de pies a cabeza y sin dejar un solo vello sin levantar.
—¿Quién? —le exigí enfadada.
Había intentado ignorar el mal que me rodeaba. Tan solo quería descubrir lo que el pasado tenía oculto, pero sentirme traicionada hacía que todo mi interior se prendiera en llamas, provocadas por el rencor y el sufrimiento a los que me habían sometido esos malditos dioses que en algún momento dijeron ser mis padres. No podía aguantar más todas esas preguntas, todo el mal que sentía por su culpa. ¡Habían borrado los años más felices escondiéndome mi propia verdad!
—¿Quién? —repetí más resentida que hacía unos minutos.
—Ulric.
Parpadeé. No comprendía qué tenía que ver Ulric conmigo, y mucho menos con los elfos.
—¿Qué demonios sabe ese Dökk?
—Todo, Lyss —me contestó escueto—, pero será mejor que lo compruebes por ti misma.
Entré en la casa más alejada de todas, en aquella en la que estaba el fiero guerrero con el que me topé una vez, el Dökkvalkyr más rudo de todo el Midgard: Ulric.
—Te recuerdo, Lyss Egildóttir. —Avancé entre la penumbra, sin decir ni una sola palabra. Estaba de pie frente al fuego, con el torso descubierto. En su espalda había cientos de runas grabadas—. Sé quién eres, Lyss.
Se sirvió una copa de whiskey y se sentó en una butaca junto a una hoguera que brillaba como nunca había visto que lo hiciera una. Ulric era distinto. Su energía era tan fuerte que incluso me desconcertaba en algunos momentos.
—Cuéntame quién crees que soy.
Me acerqué a donde se encontraba, en el sillón orejero, hasta apoyarme en el respaldo de este, esperando a que contestara. Le dio un largo trago a la bebida hasta conseguir terminársela, por lo que se sirvió un poco más.
—Eres Lyss Egildóttir, nacida en el año 886, hija de uno de los grandes reyes vikingos, Egil Thorbransson, y la skjaldmö más indómita de toda Noruega, Gala Hammerdóttir. —Su voz se quebró al hablar de ella—. Hija de la mejor de las guerreras y madres… De mi sobrina Gala.
Coloqué mi puñal contra su cuello, sujetándolo con fuerza, con la firmeza que en tantas ocasiones me había faltado. Cogí aire y fijé mi vista en el fuego. Algo en mí había muerto al descubrir el engaño de los dioses. Mi corazón se había resquebrajado en tantos pedazos que dudaba que en algún momento fuese a estar unido de nuevo.
Los dioses estarían orgullosos del monstruo que ellos mismos habían creado a base de dolor, rabia, ira y calumnias. Habría dado mi vida por ellos, por el honor de haber servido en sus filas, pero aquello ya había acabado. El desconsuelo había arrasado mi alma igual que lo haría un huracán. Se lo había llevado todo, incluso los fugaces recuerdos que aún atormentaban mi mente.
—Yo ya no soy aquella niña indefensa, Jokull —le susurré al oído. Alzó la cabeza, fijando sus ojos en el techo, y tras eso los cerró, dejándose llevar. No iba a luchar contra algo que, supuestamente, los dioses habían decidido. Si aquel era su final, lo aceptaría como el guerrero que era—. Los dioses no volverán a acogerte en el Valhalla. No hay lugar para ti, traidor —le gruñí.
Ottar
—Detente —le ordené.
Todo estaba saliendo como debía, tal y como había planeado desde un principio. El rencor que había en ella era tan grande que incluso llegaba a cegarla ante sus actos. No era capaz de reaccionar a lo que su mente le decía, sino que tan solo se dejaba llevar por su arrasada alma, aquella que clamaba venganza. Me acerqué a ella, puse mis manos sobre sus hombros y pude sentir que su energía se contagiaba de la mía.
—Te daré el resarcimiento que mereces, mi vikinga. —Me miró de reojo, llena de furia. Había tanto en Lyss que no sabía si iba a poder calmar ese fuego que arrasaba con todo su interior—. Ahora no es momento de acabar con la vida de este miserable. Llegará su momento cuando el cielo caiga y los gigantes vuelvan. —Las pequeñas hebras de luz no hacían más que recorrer sus manos. Estaba preparada para acabar con Jokull por haber ayudado a los dioses con su conspiración en su contra—. Lyss…
Lyss
Me di la vuelta tan enfada que podía sentir mis ojos arder, cómo un maldito infierno me destrozaba por completo y cómo las amargas lágrimas empezaban a acechar. No lloraría, no derramaría ni una sola de estas por alguien como él. Se suponía que era mi tío, sangre de mi sangre, pero no había sido capaz de desvelarme el secreto que todo el mundo conocía, todos salvo yo.
—¡No puedes impedirme que acabe con él! —alcé la voz. Me sujetó por los hombros con fuerza, hasta que me di la vuelta y fijé mis ojos en los suyos—. Ottar… —gruñí.
—Tranquila, fiera —me susurró al oído. Por alguna extraña razón, aquel maldito elfo era capaz de calmarme con tan solo unas simples palabras—. Dejaré que lo mates, pero cuando llegue el momento.
Antes de que pudiera hacer nada, el elfo sacó de algún lugar que no vi una jeringuilla con una aguja y se la clavó en el cuello a Ulric, dejándolo completamente inconsciente.
—¿Qué había ahí? —le pregunté a la vez que corríamos hacia la salida del poblado de los Dökk.
—Un líquido preparado por Moa.
Lo miré con los ojos entrecerrados. ¿Quién demonios era realmente Moa y por qué era capaz de hacer algo así?