PRUEBAS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

1 Levántate, resplandece,

porque llega tu luz

y la gloria del Señor despunta sobre ti,

2 mientras las tinieblas envuelven la tierra

y la oscuridad cubre los pueblos.

3 Las naciones caminarán a tu luz

y los reyes al resplandor de tu aurora.

19 Ya no será tu luz el sol durante el día,

ni la claridad de la luna te alumbrará,

pues el Señor será tu luz eterna y tu Dios, tu esplendor.

20 No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna,

porque el Señor será tu luz eterna,

cumplidos ya los días de tu duelo.

ISAÍAS 60, 1:3; 19:20

Estaban sentados en unas sillas robustas, en el suelo de guijarros, al lado del jardín, bajo los aleros de la casa de verano. Los separaba una mesa con vino y vasos, un fajo de papeles, pluma y tinta. El más gordo de los dos hombres, desabrochado el jubón, la frente amplia manchada y surcada de cicatrices, fumó un poco antes de tranquilizarse. El otro cogió una manzana de la hierba, la mordisqueó y retomó el hilo de la conversación que al parecer habían trasladado al exterior.

—¿A qué perder el tiempo con insignificancias que no te llegan al ombligo, Ben? —preguntó.

—Me da un respiro… me da un respiro entre combate y combate. A ti no te vendrían mal un par de peleas.

—No para malgastar cerebro y versos con ellas. ¿Qué te importaba a ti Dekker? Sabías que te devolvería el golpe… y con dureza.

—Marston y él me han estado acosando como perros… a cuenta de mi negocio, como dicen ellos, aunque en realidad era por mi maldito padrastro. «Ladrillos y mortero», decía Dekker, «y ya eres albañil». Se burlaba de mí en mis propias narices. En mi juventud todo era limpio como la cuajada. Luego este humor se apoderó de mí.

—¡Ah! ¿«Cada cual y su humor»? Pero ¿por qué no dejas en paz a Dekker? ¿Por qué no lo mandas a paseo como haces conmigo?

—Porque ya he desenvainado… y no es más digno de ser ahorcado que Gabriel. Dejando a un lado lo que ha escrito sobre mí, hay que reconocer que ese perro mercenario tiene su mérito. Sus Vacaciones del zapatero. ¿Eh? Aunque cuando se presente mi Feria de san Bartolomé, valdrá por tres y…

—Mejor me lo pones. Ya me has hecho leerla dos veces. Chirría como un carro de heno hasta los topes —lo interrumpió el otro—. Das demasiado.

Ben sonrió con altivez y siguió diciendo:

—Pero me alegro de haberlo atacado con mi Poetastro, por más que después haya trabajado con él. ¿Cómo es que nunca he peleado contigo, Will?

—En primer lugar, Behemoth[33] —dijo el otro arrastrando las palabras—, hacen falta dos para engendrar cualquier clase de iniquidad. En segundo lugar, el progreso de la época actual, y acaso de la siguiente, reposa principalmente sobre nuestros cuatro hombros. Si caen los Pilares del Templo, la naturaleza, el arte y el conocimiento se estancarán. Y para terminar, aún no soy tan burro como para pregonar mis íntimos resentimientos ante el populacho. ¿Qué te ofrecen la corte, los ciudadanos o los aprendices a cambio de tus peleas con Dekker… o con el Gran Diablo?

—Hay que enseñarles… enseñarles.

—No me vengas con ésas. ¿Cuál es tu comisión por ilustrarnos?

—Los conocimientos que yo mismo he acumulado a lo largo de toda una vida, con mi propio esfuerzo. Y también el dominio de mi oficio y de mi arte. No toleraré burla ni maldad de nadie en ese sentido.

—Ése es el camino más seguro hacia la burla.

—Nada de lo que guardo en mi cerebro les niego a mis versos. Yo… construyo mis propias obras de principio a fin.

—Pero cuando Dekker te llama «albañil» no te hace gracia.

Ben hizo amago de incorporarse.

—Te debo una paliza por lo que acabas de decir cuando adelgace un poco. Lo anoto en la cuenta. Digo que construyo sobre mis propios cimientos; ideo y perfecciono mis propias tramas; las adorno sólo lo justo para la época, el lugar y la acción. Mientras que tú en eso pecas terriblemente. Yo no establezco principados a orillas del mar.

—Ellos pagan su penique para divertirse… no para aprender —respondió Will con el corazón de la manzana en los labios.

—Penique o seis peniques, tú les debes respeto. En la factura de las obras… no, escucha, Will… todos los detalles deben abordarse históricamente (teres atque rotundus) tanto en los adornos como en el carácter. Como mi Sejano, del que la chusma era indigna.

Will puso entonces cara compungida y repitió:

—¡Indigna! Yo sí que fui indigno, Ben… ¿qué hice durante ese largo hastío? Me porté como un burro redomado.

—El papel de Cayo Silio —dijo Ben fríamente.

Will soltó una carcajada.

—Cierto. «A decir verdad ese territorio no era mi provincia».

Debía de tratarse de una cita, porque Ben parpadeó un poco antes de decir:

—Lo mismo pasa con mi Alquimista, al que el mundo sólo entiende parcialmente. Sus principales enseñanzas siguen todavía necesariamente ocultas para ellos. En cuanto a tus obras, Will…

—Yo soy un pecador por los cuatro costados. Estás a punto de tirar el vino.

—No te salvará la confesión… ni el soborno. —Ben llenó el vaso—. Con tal de ahorrarte el justo sudor frío que exige el idear tus propias tramas, tú birlas, emborronas, mezclas de fragmentos de baladas, de pasquines, de historietas de viejas solteronas y de libros destrozados…

Will asintió con absoluta satisfacción.

—Continúa —dijo.

—Lo haces con casi todo lo que escribes. Ele conocido cuervos más honestos. ¿Y a quién engañas entre los instruidos? Entrelas (¿cuántas son?) cuarenta obras que has engendrado no hay siquiera seis que no tengan tramas tan vulgares como ese lúgubre charco de Moorditch.

—Te excedes, Ben. No hay siquiera una. Mis Trabajos de amor perdidos (no sé cómo llegué a escribirla) es casi legítima. Mi Tempestad (sí sé cómo llegué a escribirla) es en parte mía. En cuanto al resto, me confieso culpable. ¡Todas bastardas!

—¿Y no te avergüenza?

—¡En absoluto! Nuestro negocio se construye con piezas robadas… y dan más problemas los muchachos que los hombres. Dame un esqueleto cualquiera y yo me encargaré de vestirlo tan deprisa como el que más. Pero incubar nuevas tramas es desperdiciar el tiempo sin retorno que Dios nos da como… —soltó una carcajada— como una gallina.

—¡Y todo lo que yerras! La invención sumada al conocimiento, del cual procede, es la principal gloria del arte…

—¿Errar, dices? Dick Burbage… en mi Hamlet, que emborroné para él cuando se hartó de nuestros reyes. (Noblemente lo interpretó). ¿Fue él un error?

Antes de que Ben pudiera responder, Will lo interrumpió en tono autoritario.

—Y cuando el pobre Dick estaba enfrentado con el mundo en general y con las mujeres en particular, le ofrecí mi Lear a cambio de un vómito.

—Un batiburrillo de pasión irracional —fue el veredicto.

—No del todo. Se fundió en un molde demasiado grande para cualquier tribunal. (¡Culpa mía!). Y sin embargo Dick lo compensó. Y cuando al fin dejó atrás su arrepentimiento de putañero, le serví mi Macbeth para endurecerlo. ¿Fue eso un error?

—Concedo que tu Macbeth es lo que más se acerca a mi Sejano en espíritu; pongamos por ejemplo: «Ved cómo se las gasta la fortuna cuando comienza a jugar sus bazas». Ya veremos quién de los dos vive más tiempo.

—¡Amén! No he de guardar rencor a los gusanos.

Un hombre de librea, con botas y espuelas, entró en el jardín por una cancela conduciendo un caballo ensillado. A una señal de Will ató al animal a un árbol, se hizo a un lado y se tendió en la hierba. Ben, curioso como una lagartija no obstante su volumen, quiso saber qué significaba aquello.

—Hay un entrometido juez de paz dentro de ti —respondió Will—. Se trata de un asunto que por tu oronda persona he descuidado todo el día… y eso que ése está más borracho… ¡Paciencia! Todo está dispuesto sobre la mesa. ¡Cuidado con la tinta!

Ben se levantó torpemente para alcanzar el montón de papeles y leer la siguiente inscripción:

—«A William Shakespeare, caballero, en su casa de New Place, en la ciudad de Stratford, éstas… con diligencia de M. S.». ¿Por qué oculta su nombre? ¿O es una de tus mujeres? Veamos.

Fisgón como era, abrió y desplegó con maestría un fajo de papeles impresos.

—Es del doctísimo y divino Miles Smith de Brazen Nose College —explicó Will—. Tú conoces este negocio tan bien como yo. El rey tiene a todos los eruditos de Inglaterra preparando una Biblia que será obligatoria para la Iglesia entre todas las biblias usadas por los hombres.

—Lo sé —Ben no podía apartar la vista de la página impresa—. Sé más de la corte de lo que tú imaginas. Los conocimientos de Oxford y de Cambridge, «muy nobles y muy igualitarios», como ya he dicho, y también los de Westminster, se concentrarán en un puñado de biblias. La de Ginebra (mi madre me leía fragmentos sentado en sus rodillas), las de Douai, Rheims, Coverdale y Matthews, la gran biblia, la de los obispos, y todas las demás.

—Ahí las tienes todas puestas en página… texto contra texto. ¿Y me llamas a mí zurcidor de ropa vieja?

—Justamente. ¿Qué tienes tú que ver en estos zurcidos? ¿Te propones hacer las paces con los Divinos? Tengo entendido que hay cincuenta trabajando en esto.

—Yo sólo trato con uno. Nos conocimos cuando actuamos en Oxford… cuando la peste azotaba Londres.

—Ahora recuerdo a ese Miles Smith. ¿Hijo de un carnicero? ¿No es así? —gruñó Ben.

—¿Es eso cierto? —fue la tranquila respuesta de Will—. Dijo que le habían conmovido algunos de mis versos del personaje de Dick. Dijo que eran, en su excelsa percepción, una parábola, por así decir, de su reverenda persona descendiendo oscuramente hacia su tumba entre precipicios de hielo y de hierro.

—¿Qué versos? No conozco ningunos versos tuyos que tengan esa fuerza. Pero mi Sejano…

—Estos de mi Macbeth. Nada perdían en boca de Dick:

El mañana, el mañana

y el mañana avanza a pasos cortos, día a día

hasta alcanzar la sílaba postrera

del tiempo registrado; los ayeres

a los pobres mortales escoltaron

en la senda del polvo de la muerte…

o algo por el estilo. Condell las adapta a sus necesidades, y le dice que soy juez de paz (en eso miente) y un escudero, lo cual me sitúa entre las aceptables criaturas de Dios y de la Iglesia. Luego, poco a poco, este reverendo Miles Smith me revela sus intenciones. Se propone, con ayuda de una decena de clérigos, renovar a los profetas, de Isaías a Malaquías. A la luz de ciertos comentarios se ha formado la opinión de que poseo alguna habilidad con las palabras y ha condescendido a…

—¿Cómo? —le espetó Ben—. ¿Condescender?

—¿Por qué no? Ha condescendido a consultarme personalmente cuando carecía de una iluminación directa para embellecer sus palabras o interpretar alguna figura. Por ejemplo —dijo Will señalando los papeles—, aquí están los tres primeros versos del capítulo 6o de Isaías, junto con el decimonoveno y el vigésimo. Miles llevaba más de una semana atascado con ellos.

—No han contado conmigo —dijo Ben, acariciando amorosamente las pruebas impresas a mano en lujoso papel de lino—. El latín precede aquí —pasó el grueso dedo índice sobre el papel— a tres o cuatro versiones en inglés de otras biblias. Han sido muy exigentes. Veámoslo juntos. ¿Quieres oír primero el latín?

—¿Acaso podría impedírtelo, Holofernes?

Ben recitó suntuosamente:

—«Surge, illumare, Jerusalem, quia venit lumen tuum, et gloria Domini super te orta est. Quia ecce tenebrae aperient terram et caligo populos. Super te autem orietur Dominus, et gloria ejus in te videbitur. Etambulabuntgentes in lumine tuo, et reges in splendore ortus tui». ¿Eh… hummm? ¿Te consideras capaz de mejorar esto?

—¿Cómo lo ha resuelto el equipo de Smith?

—Así —dijo Ben, leyendo del papel—: «Levántate, oh Jerusalén, y resplandece, porque llega tu luz, y la gloria de Dios se ha alzado sobre ti».

—¡Arriba, arriba, bah! —exclamó Will con irreverencia.

Ben continuó leyendo:

—«Mira cómo las tinieblas envuelven la tierra y a los pueblos».

—No me parece gran cosa para poner en labios de Isaías. ¿Cómo sigue, Ben?

—«Pero Dios arrojará Su luz sobre ti y en…» o «sobre», ¿qué pone aquí?… —Ben se acercó el papel hasta la nariz— «y en ti se manifestará Su gloria. Y así las naciones caminarán bajo tu luz y los reyes en la gloria de tu aurora».

—Se podría mejorar. Léeme ahora la versión de Coverdale. Está en el mismo pliego, a la derecha, Ben.

—¡Hummm… hummm! Coverdale dice: «Levántate pues, no te demores, porque aquí está tu luz, y la gloria del Señor se alzará sobre ti. Pues hete aquí que mientras la oscuridad y las nubes envuelvan la tierra y a los pueblos, el Señor te enviará Su luz, y en ti brillará Su gloria. Acudirán a tu luz los gentiles, y los reyes al resplandor que de ti emana». Gentes suele referirse casi siempre a «pueblos» —concluyó Ben.

—¿Eh? —dijo Will con indiferencia—. ¿Estás seguro?

La pregunta provocó una avalancha de ejemplos en Ovidio, Quintiliano, Terencio, Columela, Séneca y otros. Will hizo caso omiso hasta que cesó el torrente, contemplando el jardín entre la neblina de septiembre.

—Léeme ahora las versiones de Douai y de Ginebra para «Levántate, oh Jerusalén» —dijo al fin.

—Supongo que estarán todas ahí —dijo Ben, aludiendo a las pruebas—. Las dos dicen «ponte en pie». Geneva dice «ponte en pie y brilla». Douai dice «ponte en pie y sé iluminada».

—¿Y? Pásame el papel.

Will lo tomó de su compañero, se levantó y echó a andar hacia un árbol del jardín, por un sendero hollado en la hierba. Ben se inclinó hacia delante en su silla. Su amigo levantó la mano libre en señal de advertencia y dijo:

—¡Quieto! ¡Espero a mi demonio! —Y adoptando la zancada escénica de su arte, comenzó a hablarle al aire:

—¿Cómo debería empezar? «¿Ponte en pie?». ¡No! «¡En pie!». Sí. Sin débiles combinaciones. ¡Es un llamamiento aúna ciudad! «En pie… refulge». Nada de academicismos, porque Isaías no es Holofernes. «¡En pie… refulge; pues tu luz ha llegado, y…!». —Se refrescó con las pruebas y la manzana, sin dejar de andar—. «¡Y la gloria de Dios!». No, Dios es demasiado corto. Necesitamos más sílabas.

»”Y la gloria del Señor se ha alzado sobre ti”. Es Isaías quien lo dice. Lo sabemos de sus propios labios. ¿Qué dice Smith a continuación?… “¿Mira cómo?”. No, eso es horrible… horrible. ¿Y Ginebra dice “hete aquí”? (¡Tranquilo, Ben! ¡Tranquilo!). “Hete aquí” es mejor, sin duda alguna. Sin embargo, para mantener el ritmo con “Señor” diremos “mira”. ¿Cómo sería? “Pues las tinieblas envuelven ya la tierra y… y…”. ¿Qué color y qué sentido tiene ese maldito caligo, Ben? “Et caligo populos”.

—Es «nebulosa» o «ceguera», como en Plinio. Y después…

—Noo… Puede que caligo venga de tenebrae. «Quia ecce tenebrae operient terram et caligo populos». ¡No! «Sombra» y «niebla» no tienen hombría suficiente para una obra como ésta… ¿Has dicho ceguera, Ben?… ¿La negrura de la ceguera sobre la mera oscuridad?… ¡Por Dios! ¡La de veces que lo he empleado en mis obras! ¡La «vileza» la busca a toda costa! «Las tinieblas cubren»… no, «cubren» (siempre mejor breve). «Pues las tinieblas cubren ya la tierra y la vileza… la vileza oscurece al pueblo». Pero Isaías está profetizando; la tormenta aún no ha llegado. ¿No te das cuenta, Ben? Hay que hablar en futuro. «Cubrirán la tierra»… El resto es más claro… «Pero en ti se alzará Dios». (No; eso supone sacrificar al Creador por la Criatura). «Pero el Señor se alzará sobre ti» y… sí, volvemos a oír ese «ti»… «y en ti se…». ¡No! «Y Su gloria en ti resplandecerá». ¡Muy bien! —Probó el ritmo en silencio, murmurando los dos versos antes de pronunciarlos.

—¡Ya lo tengo! ¡Escucha, Ben! «En pie… refulge, pues tu luz ha llegado, y la gloria del Señor se ha alzado sobre ti. Pues las tinieblas cubrirán la tierra y la vileza oscurecerá al pueblo. Pero el Señor se alzará sobre ti, y Su gloria en ti resplandecerá».

—No está del todo mal —concedió Ben.

—Mi demonio nunca me ha traicionado cuando he confiado en él. Y ahora vamos con ese verso que conduce al toque de los cuernos de carnero. «Et ambulabunt gentes in lumine tuo, et reges in splendore ortus tui». ¿Qué nos dice ahí Smithy? «¿Acudirán a tu luz los gentiles, y los reyes al esplendor que de ti emana?». Y Coverdale y los obispos dicen lo mismo, ¿verdad? Conservaremos «gentiles», Ben, por la caída de la última sílaba. Pero debería ser «Y los gentiles acudirán». ¡No! ¡Cuanto más sencillo mejor! «Los gentiles acudirán a tu luz, y los reyes al esplendor de…». (Aquí nos alejaremos de Smith. Necesitamos algo que levante de nuevo las trompetas). «Los reyes… los reyes…». (Escucha, Ben; pero ¡por lo que más quieras no hables!) «Los gentiles acudirán a tu luz y los reyes a tu resplandor». ¡No! «Los reyes al resplandor que mana…». ¡No sirve! Una trompeta debe responder a la otra. Y el estallido de un trompeta es siempre agudo y prolongado. «El resplandor de…». ¿Ortus significa «alzamiento», Ben, o qué?

—Sí, o nacimiento, o el Oriente en general.

—¡Qué burro! Ésa es la palabra que responde ala «luz». «Los reyes al resplandor de tu nacimiento». ¡Mira! Ahora todo refulge por dentro y por fuera. ¡Dios! ¡Que una palabra pueda contener tanto! —Repitió el verso—: «Los gentiles acudirán a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento».

Se acercó a la mesa y anotó rápidamente en el margen de las pruebas los tres versos tal como los había recitado.

—Si se atienen a esto —dijo, levantando la cabeza—, no irán por mal camino. Vamos ahora con los versos diecinueve y veinte. En el otro pliego, Ben. ¿Qué? ¿Qué? ¿Smith dice que aplaza su traducción hasta que haya visto la mía? En ese caso las mezclaremos todas. Léeme primero la versión latina; luego la de Coverdale y por último la de los obispos. Hay en el aire un contagio de sueño. —Devolvió las pruebas, bostezó y reanudó su paseo.

Ben leyó obedientemente:

«Non erit tibi amplius Sol ad lucendum per diem, nec splendor Lunae illuminabit te». Que Coverdale traduce así: «No dará nunca el sol luz a tus días, ni brillará jamás en ti la luna». Los obispos dicen: «No será tu sol la luz de tus días y la luz de la luna jamás brillará sobre ti».

—Es mejor la de Coverdale —dijo Will, y, frunciendo ligeramente la nariz, añadió—. Los obispos colocan las luces con torpeza. Veamos, Ben.

Ben apretó los labios y arrugó el ceño.

—El tono es el mismo en los dos versos; cambia sólo una cuarta en el segundo. Por eso es más difícil.

—¿Lo ves entonces? —dijo Will, sin mirarlo y sin dejar de murmurar sobre soles y lunas mientras paseaba. Volvió luego a la prueba, escogió otra manzana y gruñó:

—Hummm. Hummm. «Tu sol nunca será…». ¡No! Suena plano como una viola rota. «Non erit tibi amplius Sol…». Debemos conservar amplius.

»¡Ah!… “Tu sol… tu sol… no será más tu luz de día”. Una entrada hermosa. “¿O?” ¡No! No puede ser detrás de “día”. Es mejor “ni”… “Ni la luna…”. Pero aquí llega el splendor y vuelven a sonar los cuernos. (Por lo tanto… ¡iii-iii!)… “Ni brillará la luna…”. (¡Pardiez! Es el Señor quien ocupa el lugar de la luna sobre Israel. Debe ser “tuluna”). “Ni brillará tu luna… ni dará luz tu luna…”. ¡Ah! ¡Escucha! “No será más el sol tu luz de día, ni brillará tu luna con su luz sobre ti”. Eso está más que bien para la primera entrada. ¿Cómo sigue, Ben?

Ben asintió con gesto de autoridad mientras Will se acercaba; tendió la mano para coger las pruebas y leyó:

«Sed erit tibi Dominus in lucem sempiternam et Deus tuus in gloriam tuam». He aquí una joya de Coverdale que los obispos han plagiado sabiamente en su totalidad. ¡Escucha! «Pues el Señor será tu luz eterna, y tu Dios será tu gloria». —Ben hizo una pausa y dijo—: ¡Eso sí que es una buena cuarta de esplendor para que un hombre pueda abarcarlo!

—Más bien dos cuartas. Ha arpado las cuerdas tan divinamente como David ante Saúl —asintió Will—. Nosotros también lo conservaremos en su totalidad. ¿Qué pasa ahora, Holofernes?

Ben lo miraba con fría piedad académica.

—¡Dos cuartas! ¿Alguna vez te has molestado en dominar cualquier forma o variedad de prosodia…? ¿Conoces siquiera los nombres de las medidas y de las cadencias de las palabras en poesía?

—Yo las concibo y dejo que tú las bautices. ¿Sabes tú algo de los esfuerzos del parto?

—Nada. Nada. Pero ¡no conocer los nombres de las herramientas del propio oficio! —Ben musitó y pronunció alguna palabra en griego que nada significaba para su amigo, quien replicó:

—Le pido perdón por cualquier pecado que haya podido cometer. Yo sólo conozco las palabras que necesito, Ben. ¡No te impacientes!

Reanudó sus murmullos y su deambular:

—«Porque el Señor será tu, ¿o vuestra?, luz eterna». Sí. Lo diremos así. —Lo repitió dos veces—. ¡No! Es mejorable. Escucha, Ben. Aquí el sol se dispone a ocupar todo el cielo y a poseerlo por siempre jamás. Por lo tanto (¡tranquilo, amigo!) enjaezaremos a los caballos del alba. ¿Oyes sus cascos? «El Señor será en ti luz eterna y…». ¡Espera un momento! Tras ese trueno ascendente hay que frenar con suavidad… como unas grandes alas deslizándose. Por eso no diremos «será tu gloria» sino «¡Y tu Dios tu gloria!». ¡Suave como un águila al posarse! ¡Bien… bien! Volvamos de nuevo al sol y a la luna del vigésimo verso, Ben.

Ben leyó:

—«Non occidet ultra Sol tuus et Luna tua non minuetur: quia erit tibi Dominus in lucem sempiternam et complebuntur dies luctus tui».

Will le arrebató el papel y leyó en voz alta la versión de Coverdale:

—«No se pondrá tu sol ni te será tu luna arrebatada…». ¿Qué demonios hace Coverdale con los ets y los urs, Ben? ¿Qué significa minuetur? Ya casi lo tengo.

—Disminuir… rebajar… aplacar… mitigar, como en…

—¿Entonces? —Will le lanzó las pruebas—. Entonces «menguar» nos servirá. «Ni menguará tu luna». «Menguar» está bien, aunque queda demasiado débil junto a «luna»… —Blasfemó en voz baja—. Isaías ha abolido tanto la luna como el sol en la tierra. Exeunt ambo. ¡Ajá! ¡Empiezo a entenderlo!… El Sol, el hombre, desciende… por unas escaleras o una trampa… según el caso. Es decir, hay que mantener la idea de «bajar». «Ponerse» habría sido mejor, como una espada que vuelve a casa sin haber sido desenfundada, pero chirría… chirría. Por eso la luna debe replegarse de una manera sencilla… ¿Cuál? ¡Mira que soy burro! Es la manera de hablar más corriente en todas las obras…

»La palabra es “retirarse”… “Retirar el favor…”. “Retirar el saludo…”. “La reina se retira…”. ¡Será “retirarse”! “Ni se retirará tu luna”… ¿Oyes, Ben, cómo raspa las tablas su tren de plata? “Jamás caerá tu sol, ni se retirará tu luna. Porque el Señor…” (ah, el Señor, sencillamente) “será en ti”… sí, aquí “en ti”… “luz eterna”… ¿cómo dice el final, Ben?

—«Et complebuntur dies luctus tui» —leyó Ben—. «Y tus días de pesar te serán compensados». Eso dice Coverdale.

—¿Y los obispos?

—«Y tus días de pesar habrán cesado».

—Eso de ningún modo. ¿Y Douai?

—«Concluirán tus penas».

—¿Y la de Ginebra?

—«Cumplidos ya tus días de aflicción».

—¡Los suizos lo han conseguido! Pon la cola de Ginebra con la cabeza de Coverdale y el final resulta perfecto.

Empezó a golpear a Ben en el hombro.

—¡Lo tenemos! ¡Lo tengo todo, Hijo del Trueno! ¡Bendito sea mi Demonio! ¡Escucha! «No será más el sol tu luz de día, ni brillará la luna por la noche. Porque el Señor será tu luz eterna, y tu Dios tu gloria».

Tomó aliento con fuerza y prosiguió:

—«Jamás caerá tu sol, ni se retirará tu luna, pues el Señor será en ti luz eterna, cumplidos ya tus días de aflicción».

Se reanudó la lluvia de trompetas triunfales.

—Si esos otro siete diablos de Londres se atienen a esto, servirá. ¡Aunque sabe Dios qué no son capaces de poner patas arriba!

Ben se retorció y protestó:

—¡Déjalo estar! Pareces más emocionado con estos malabarismos que si el planeta hubiera ardido.

—¡Paja! ¡Paja vieja! ¡Y plagada de pulgas!… Pero Ben, tendrías que haber oído a mi Ezequiel burlarse de la caída de Tiro en su capítulo veintisiete. Miles me ha enviado esto para unos pequeños retoques, según dijo. Con ello me fui al río… a las cuatro de una madrugada de verano; me tendí en una de nuestras barcas… y contemplé Londres, puerto y ciudad, a ambos lados del río; los vi desperezarse engalanados hasta caer en el exceso. ¡Sí! «Un mercader para las gentes de tantas islas… ¿Cantarán tus hazañas “Las naves de Tarsis” en tus mercados?». ¡Sí! Vi todo Tiro desplegado ante mí relinchando de orgullo contra los cielos… Mas, ¿cuántas de todas mis obras consentirán que perduren? ¿Cuáles? Nunca lo sabré.

Había empezado a recoger y a anudar pulcra y rápidamente el fajo de papeles mientras hablaba.

—Eso es un misterio —dijo al terminar.

—Lo perderá en el camino —dijo Ben, señalando al hombre dormido bajo el árbol—. Está borracho como una cuba.

—Pero su caballo no —respondió Will.

Cruzó el jardín, despertó al hombre; introdujo el paquete en una alforja, cerró la hebilla con cuidado; lo acompañó hasta la cancela y regresó a su silla.

—¿Quién sabrá que hemos participado en esto? —preguntó Ben.

—Dios, tal vez… si alguna vez presta oídos a la tierra. He ganado y perdido suficiente… he perdido suficiente. —Se recostó en el asiento y suspiró. Hubo un largo silencio hasta que habló a media voz—. Y Kit, que fue mi maestro en mis comienzos, murió cuando el mundo entero era joven.

—Acuchillado en una taberna, supongo… ¡ni siquiera por una moza! —añadió Ben.

—Sí. Pero ¡de haber vivido me habría alentado! ¡Por Dios que me habría alentado!

—¿Ha sido Marlowe, o algún otro hombre, alguna vez tu maestro, Will?

—Sólo él. El único. Yo envidiaba a Kit. Tú no conoces esa envidia, ¿verdad, Ben?

—No en lo que a mis obras se refiere. He sentido el dolor y el fracaso cuando la chusma es conducida a preferir a una Musa abyecta. Eso lo sabes… tal como conoces mi doctrina dramática.

—No… no del todo… explícamela a fondo —dijo Will, relajándose en el asiento, pues la virtud le había abandonado. Formuló un par de preguntas adormiladas. En cuestión de tres minutos, Ben despotricaba con vehemencia sobre la decadencia del teatro, que él había nacido para enmendar; sobre los conciliábulos y las intrigas en torno a su persona que había tenido que combatir sin tregua; y sobre el inveterado atolondramiento del populacho a menos que fuera debidamente azotado por una mano magistral como la suya.

Todo estaba en calma en el jardín ahora que el caballo se había marchado. El calor persistía aun cuando el sol había declinado, y el vino había causado efecto. El discurso de Ben se vio de pronto interrumpido por un ronquido desde el otro asiento.

—¡Estaba escuchando, Ben! No he perdido una sola palabra. —Will se incorporó y se frotó los ojos—. Me has mantenido en vilo. —Volvió a dejar caer la cabeza antes de terminar la frase.

Ben lo miró, rió entre dientes y pronunció una cita de una de sus propias obras:

—«Mi ardoroso y vehemente chapucero, además de diácono, Will, no puedo discutir contigo».

Sacó piedra, acero y ceniza, pipa y bolsa de tabaco de algún lugar de su cintura, encendió y sopló entre los mosquitos hasta que también él se quedó dormido.