Capítulo 13:
Mejorar las relaciones (incluida la pareja)
Hubo una época de mi juventud en que me llevaba mal con uno de mis hermanos. Cuando todavía vivíamos en casa de nuestros padres, yo consideraba que Gonzalo era demasiado egoísta: «¡No se merece mi confianza, va siempre a la suya!», pensaba a menudo. En varias ocasiones, me había dejado colgado con alguna inversión que habíamos planeado a medias. Recuerdo que, una vez, decidimos comprar unos abonos para ver los partidos del Fútbol Club Barcelona y cuando yo hube comprado el mío, Gonzalo dio marcha atrás de malas maneras. Me dijo:
—Ya no quiero ir al fútbol. He decidido gastarme el dinero en otra cosa.
—Pero me dejas colgado con mi abono. ¡Ahora tendré que ir al estadio solo! —repliqué.
—¡Es lo que hay! Ya encontrarás a alguien con quien ir… —concluyó abruptamente.
El tipo era así. Te la podía jugar en cualquier momento y, después, se justificaba a sí mismo con cualquier excusa barata. Por su culpa, ya había perdido dos o tres pequeñas fortunas juveniles. ¡Con lo que costaba reunir dinero en aquellos tiempos!
Después de varias «traiciones» como ésa, me puse a terribilizar y llegué a la conclusión de que mi hermano era insoportable y no merecía mi cariño y, de hecho, estuve algún tiempo sin contar con él para muchas actividades. Sin embargo, al cabo de poco tiempo, sucedió algo que me hizo cambiar de opinión y que me enseñaría una importante lección vital.
Un día fuimos a jugar un partido de fútbol. Él jugaba de defensa y yo de delantero en el mismo equipo. En medio del juego, yo tuve un rifirrafe sin importancia con otro jugador. Era un tipo mucho mayor que el resto, muy corpulento, y con un bigote muy poblado que le daba un aire temible. Discutimos por un lance del juego sin importancia pero, sin esperarlo, el gigante se acercó y me propinó un fuerte cabezazo en la frente.
En ese momento, caí al suelo. No perdí la conciencia, pero me quedé sin fuerza, tumbado. Entonces oí, en la lejanía, un grito que venía del otro extremo del campo:
—¡Maldito cerdo! ¡Te vas a enterar! ¡Has pegado a mi hermano!
Alcé la cabeza y ahí estaba Gonzalo, corriendo hacia el gigante para vengar a su hermano caído. Lo recuerdo ahora como si hubiese sucedido a cámara lenta. Cuando llegó al agresor empezó a lanzarle puñetazos al torso, pero el tipo era tan grande que no le hacían ninguna mella. Recuerdo que me puse en pie e intenté ayudar porque pasé a preocuparme más de la integridad de mi hermano que de la mía. ¡El gigante podía abrir la boca y zamparse a los dos en cualquier momento! La verdad es que tuvimos suerte porque enseguida apareció el resto de jugadores, que se interpusieron entre él y nosotros dos.
El hecho es que, después de aquella desventura, nunca más he pensado que mi hermano es egoísta. Todo lo contrario. Quizá no sea tan bueno para algunas cosas, pero es maravilloso para otras. ¡Como todo el mundo! Aquel día, él arriesgó el pellejo por mí sin pensárselo un segundo, cosa que seguramente yo no sea capaz de hacer. La persona de la que me quejaba tanto, hizo por mí algo que muy pocos en este mundo harán jamás. Esta experiencia la llevo en el corazón y creo que me ha enseñado a ser un poco más flexible con los demás.
Hermanos, hijos, cuñados, amigos, compañeros de trabajo: injustos, falsos, jetas, faltones, egoístas, trepas… ¡Demonios, qué fácil nos resulta juzgar! Pero no nos damos cuenta de que cada uno de estos juicios sumarísimos nos vuelve literalmente locos, nos hace débiles y nos aleja de la felicidad.
Si queremos madurar de una vez por todas, ponernos en la senda de la fortaleza, hemos de aprender a aceptar a los demás tal y como son en realidad. No hay otro camino. Veamos cómo podemos llevarlo a cabo.
El collage de la amistad
En una ocasión, leí una entrevista que le hacían a María Luisa Merlo, la actriz madrileña de la que hemos hablado al principio de este libro, en la que contaba cosas de su vida. María Luisa decía que ella tenía los mejores amigos que se pueden tener. El periodista se extrañaba de la contundencia de la afirmación y ella se explicaba así:
—El secreto para tener los mejores amigos es el siguiente: pedirle a cada amigo sólo lo que pueda dar. Nunca lo que no pueda dar.
Y añadía:
—Al amigo que se acuerda de tu cumpleaños todos los años, no le pidas que venga a consolarte a las tres de la mañana porque te ha dejado el novio. Ése no vendrá porque es una persona metódica que suele acostarse temprano. Y, por el contrario, a la persona dispuesta a consolarte a cualquier hora de la noche, ¡no le pidas que se acuerde de tu cumpleaños! Ése no se acuerda ni del suyo propio.
»Pero ¿con cuánta frecuencia hacemos todo lo contrario? ¿No es cierto que, a menudo, exigimos a nuestros amigos que nos aporten todo, que sean perfectos? Bueno, a nuestros amigos, familiares y a ¡todo aquel al que queremos! ¿No es absurdo pedir más a quien deberíamos perdonar más?
La experiencia con mi hermano Gonzalo y estas palabras de María Luisa Merlo me hicieron pensar que, en las relaciones humanas, hay que aceptar más al otro y componer lo que llamo «el collage de la amistad», es decir, plantearse las relaciones como un gran mural donde cada persona te aporta una cosa diferente. De esa forma, entre varias personas, uno por aquí, otro por allá, lograremos tener «los mejores amigos».
Si lo pensamos bien, cada uno de nosotros tenemos unos puntos fuertes y otros débiles. ¡No existe la perfección! Y no podemos exigir a nuestros amigos y familiares que sean perfectos. Cuando lo hacemos, nos indignamos con facilidad y tenemos la tentación de descartar a personas muy valiosas. Y, a veces, de tanto descartar nos quedamos solos. ¡Qué paradoja: de tanto buscar la mejor compañía nos quedamos más solos que la una!
Un giro radical en la forma de entender la amistad
La concepción cognitiva de las relaciones está basada en un concepto llamado «aceptación incondicional de los demás», lo que implica un giro radical respecto a la idea habitual de las relaciones. Si queremos tener «los mejores amigos», como María Luisa Merlo, hemos de acostumbrarnos a pedirles sólo lo que pueden dar. Si enfocamos el asunto de esta forma, nos volveremos más flexibles y aceptaremos a las personas tal y como son, aprovechando sus puntos fuertes y olvidándonos de sus fallos.
Al amigo que siempre llega tarde, es mejor pasarlo a buscar a su casa. Al que es poco generoso, no le pidas dinero. Al que se va de la lengua, no le cuentes confidencias… Pero aprovecha el resto de sus cualidades. Así, entre todos, tendrás todo lo que se le puede pedir a la amistad.
La estrategia del collage de la amistad también implica no dejarse presionar por los demás. Muchas veces, serán los otros quienes nos exijan la perfección y eso tampoco lo tenemos que admitir. Si yo no soy un buen cocinero es mejor que no me pidan que prepare la cena de Navidad.
Cada uno de nosotros escoge lo que desea aportar y no tenemos por qué esforzarnos demasiado sólo para complacer a alguien que exige demasiado. ¡La vida es demasiado corta para exigirse ser el amigo o el hermano ideal! Como amigos, hermanos o hijos habrá cosas que sí podamos ofrecer y otras que no.
A veces, alguien a quien queremos nos pide un favor que no nos apetece hacer: «¿Me puedes venir a recoger al aeropuerto?». No lo hagas si no tienes ganas. Eso significará que tienes otras prioridades legítimas, como ir al gimnasio o, simplemente, que no te gusta conducir en hora punta… Si la otra persona se enfada, mala suerte, pero tú no puedes darlo todo. Es mejor así.
Esta manera de entender las relaciones hace que todo sea más fluido, más cómodo y, paradójicamente, obtenemos y aportamos más al conjunto con menos esfuerzo.
Críticas que sientan bien
Un día estaba comiendo con una buena amiga mía y, entre plato y plato, me dijo lo siguiente:
—¿Sabes? Nuestro amigo Luis te critica que da gusto a tus espaldas. Dice que eres demasiado pasota, informal, que no te preocupas por los demás; ¡que vas demasiado a la tuya! Y lo peor es que Jaime le da la razón. Ya ves, en cuanto les das la espalda, ¡te ponen a caldo!
Mi amiga lamentaba que me criticasen, pero sinceramente, pensé: «Vaya, no son críticas demasiado fuertes». Además, pensé: «Hay algo positivo en ello: estos dos amigos, Jaime y Luis, me quieren a pesar de mis fallos, me siguen llamando y cuentan conmigo. Eso es hermoso. Ellos creen que soy falible y aun así son mis amigos. ¡Eso es aceptación!».
Que sus críticas sean ciertas o no, no es tan importante. Ellos piensan que tengo fallos incorregibles, y quizás exageran un poco. A lo mejor sería bueno que no lo dijesen a mis espaldas, pero… ¿es eso tan importante? El hecho esencial es que ellos me aceptan y yo también a ellos. Son buena gente; yo también lo soy.
Reflexionemos sobre las críticas. Todos las hacemos y no tienen importancia. A todos nos las hacen, pero no es una afrenta mortal. Es mejor no juzgar, pero el ser humano es falible y no puede evitarlo.
Por otro lado, yo soy humano y estoy muy contento de cometer fallos, de ser imperfecto. ¡Uf, vaya esfuerzo sería intentar alcanzar la perfección! Yo prefiero aceptarme como soy, no exigirme demasiado y soportar con buen humor y deportividad las críticas de mis maravillosos (aunque también falibles) amigos.
En pareja
Sé con seguridad —por experiencia propia y ajena— que la aceptación incondicional de los demás es la clave para mejorar las relaciones en general. También sé lo mucho que cuesta cambiar el chip cuando estamos acostumbrados a juzgar y castigar. Sin embargo, con un poco de apertura mental, no es tan difícil lograrlo. Y vale la pena: el mundo de las relaciones es una fuente maravillosa de realización, tiene muchas satisfacciones que darnos, pero hay que hacer ese giro radical.
Pero hablando de relaciones… ¿Y las relaciones de pareja? ¿También funciona la aceptación incondicional en el caso de la pareja? La respuesta es: ¡mucho más!
En mi consulta de Barcelona también hago lo que se llama terapia de pareja, esto es, ayudamos a los matrimonios o a las parejas a solucionar sus problemas de convivencia. Desde hace tiempo, toda la base de mi trabajo con parejas se cimenta en la aceptación incondicional. Puedo asegurar que el cambio que se produce en pocos meses es increíble. Veamos cuáles son las bases de ese trabajo.
Durante todas las semanas que estamos trabajando juntos —veo a los dos miembros por separado—, mi objetivo primordial, prácticamente mi única meta, es que cada miembro aprenda a aceptar al otro tal y como es, con todos sus fallos.
Y es que yo creo —firmemente— que una buena pareja es aquella que es capaz de ser feliz independientemente de lo que haga el otro.
El presupuesto fundamental en que me baso es que, si estamos sanos, si somos fuertes, todos podemos estar bien con la persona que tenemos al lado pese a sus defectos, porque no hay defecto tan grave como para hacernos realmente infelices.
Otra forma de decirlo sería: «¡Deja de quejarte y disfruta de la vida!». Nos conviene dejar de terribilizar acerca de la pareja.
Sin embargo, todas las parejas que acuden a la consulta del psicólogo no hacen más que quejarse: «¡No me da el sexo que necesito!»; «¡Va a la suya, no me dedica nada de tiempo!»; «Me ha sido infiel y no lo puedo soportar!»…
Ya sé que, en estos momentos, el lector estará pensando que esta propuesta es darle un cheque en blanco al otro. ¡La ruina! «Si ya va a la suya, si ya es un egoísta como la copa de un pino, ¡qué será de mí, si dejo de defender mi terreno!». Pero como veremos a continuación con la estrategia de la aceptación total conseguiremos mucho más de lo que hasta ahora hemos logrado con la queja y la lucha.
Prohibido quejarse
Partiendo de esta base, les propongo a las personas que se prohíban a sí mismas quejarse por nada de lo que suceda en la relación. Me refiero a las quejas por la convivencia cotidiana, a esas quejas que están relacionadas con nuestras pequeñas imperfecciones y que, por recurrentes, se pueden convertir en insoportables. Si él nunca saca la basura pese a que así estaba pactado, mala suerte, ella no podrá quejarse. Simplemente, la sacará ella o la dejará en el cubo y ¡santas pascuas! ¡No vale la pena amargarse el día por una bolsa de basura!
Por otro lado, un día a la semana, el sábado o el domingo, les pido que redacten la «Lista de Sugerencias Con Amor» y se la entreguen a su pareja. En ella escribiremos todo aquello que desearíamos que nuestra pareja cambiase, por ejemplo: «Me gustaría que sacases la basura cada día, tal y como habíamos pactado…».
¡Pero lo más importante viene ahora!: hay que acabar cada sugerencia con el siguiente final: «… pero si no lo haces, yo te querré igual durante el resto de mis días». Es decir, cada sugerencia va acompañada de una frase que subraya que el cambio no es importante, que no nos estamos quejando. ¡Y se trata de una idea sincera!
- LISTA DE SUGERENCIAS CON AMOR
- Me gustaría que me dijeses más cosas bonitas…, pero si no lo haces, te querré siempre igual hasta que seamos viejecitos y nos muramos juntos.
- Me gustaría que no le chillases nunca al niño…, pero si lo haces, te querré siempre igual. Es sólo una sugerencia. No le des demasiada importancia.
- Me gustaría que no comprases cosas caras sin consultármelo antes, pero si no puedes evitar hacerlo, tranquilo, ¡sobreviviremos! Yo te querré siempre muchísimo.
Sugerencias en vez de obligaciones
¿Por qué es importante no quejarse? Porque al quejarnos, solemos exagerar y terribilizar (por ejemplo, «¡No puedo soportar que no cumplas con tus tareas del hogar!»), y ello centra nuestra atención en lo que no funciona de la pareja y olvidamos lo que sí funciona. Nos hacemos desgraciados a nosotros mismos porque, en ese momento, «necesitamos» que la cosa cambie, nos convencemos de que así no podemos seguir.
Pero la segunda razón para no quejarnos es que cuando lo hacemos, paradójicamente, ¡hacemos que el cambio sea más difícil!
Se trata de un extraño fenómeno de psicología inversa. Al quejarnos perdemos influencia en la otra persona porque le exigimos el cambio terribilizando. Sin embargo, si le quitamos relevancia, aunque parezca increíble nuestra pareja nos prestará más atención. ¿Por qué sucede eso?
Porque cuando exageramos, estamos convirtiendo en importantes cosas que no lo son tanto. Estamos haciendo una montaña de problemas menores, y siempre es más difícil negociar sobre asuntos graves. Si la otra persona entra en nuestra dinámica terribilizadora y llega a creer que «sacar o no sacar la basura es un asunto gravísimo», le costará mucho renunciar a su derecho de no hacerlo.
Para entender este concepto, suelo explicar «el fenómeno de la cola del pan». A todos nos ha sucedido que hemos ido a comprar algo, por ejemplo el pan, y después de esperar un buen rato, cuando ya nos toca nuestro turno, alguien intenta colarse. Entonces, suele suceder que aplicamos la solución de quejarnos:
—Perdone, pero me toca a mí. ¡Se está usted colando!
A lo que la otra persona suele responder:
—¡No, no! Iba yo primero. ¡Me toca a mí!
En ese momento, puede iniciarse un conflicto entre las dos personas. Ambas combaten por lo que es suyo y gastan mucha energía personal. Tras la lucha, a veces obtendremos lo que deseamos y a veces no.
Sin embargo, yo propongo una solución no terribilizadora. Cuando alguien se cuela, podemos decir:
—Perdone, pero me toca a mí. Se está usted colando. Pero si quiere, compre usted primero, no me viene de unos minutos.
Entonces, la persona que tiene la intención de colarse suele responder:
—¡Se equivoca! Iba yo primero, pero a mí tampoco me viene de unos minutos. Compre usted antes.
¡Voilà! Con nuestra estrategia no terribilizadora, el asunto queda solucionado al momento, sin conflicto, y la mayor parte de las veces, a nuestro favor. Eso sucede porque en el primer caso hemos planteado la situación como un problema muy grande, le hemos dado mucho valor al hecho de comprar un minuto antes o después y la otra persona se ha contagiado de esa idea y, entonces, no quiere renunciar a algo «tan valioso».
En el segundo caso, le quitamos importancia al asunto y la otra persona está dispuesta a renunciar a su turno porque se da cuenta de que es un asunto menor. Hemos renunciado a quejarnos y pelear, y hemos obtenido mejor resultado.
Lo mismo sucede entre dos personas que se pelean por una prenda rebajada en unos grandes almacenes. Al final, una de ellas se lleva el gato al agua, pero cuando llega a casa, muchas veces se dice: «¡Pero qué camisa más fea he comprado! Realmente no me gusta nada». El hecho de que otra persona le diese importancia y estuviese dispuesto a pelearse por ella, hace que ésta adquiera una relevancia absurda.
Por eso, suelo recomendar a las parejas que le quiten importancia a todas sus demandas mutuas. De esta forma no se amargarán por lo que no funciona en la relación y, por otro lado, cuando se enfrenten al problema, lo harán de forma moderada, lo cual facilitará su resolución. Habrán aplicado la psicología inversa que dice: «Si le das poca importancia, será más fácil de solucionar».
Un último apunte: recomiendo continuar incluyendo, semana tras semana, las sugerencias no atendidas de la pareja, in eternum. Por ejemplo, si la sugerencia: «Me gustaría que sacases la basura todas las noches…» no es atendida, conviene perseverar y volver a incluirla una y otra vez. Quizá cumplamos 80 años y… allá esté la sugerencia, en la lista, formando parte de nuestra historia vital.
Nosotros confiaremos en que, algún día, la otra persona se decida a cambiar su actitud. Si no lo hace, realmente es porque no podía hacerlo. No iba con su personalidad o, mala suerte, no estaba dentro de su capacidad real.
En este capítulo hemos aprendido que:
- Nadie es perfecto, ni nosotros ni los demás.
- La clave de las buenas relaciones es «pedirle a cada cual lo que pueda dar y no lo que no pueda dar».
- Es mejor sugerir que exigir el cambio en los demás.
- Quejarse es la mejor forma de arruinar una relación.
- Podemos renunciar a muchas cosas de nuestra pareja y ella también puede hacerlo.