París: 6 de abril de 1994
—Muy bien —dijo Alicia, rompiendo el silencio. Parecía exasperada—. Ya conocemos la identidad de la Muerte Roja, así como sus motivaciones. Conocemos su línea de sangre. Genial. ¿De qué coño nos vale toda esta información? ¡Aún no sabemos una mierda de cómo planea hacerse con el control de la Camarilla y del Sabbat! ¿Alguien quiere responderme a esta pregunta?
—En un momento tendré mi archivo sobre Saulot y los Salubri —dijo Phantomas nervioso—. Estoy seguro de que no te sentirás defraudada.
—Ya sabemos más de lo que crees sobre la Muerte Roja y su progenie —dijo McCann a Alicia—. No sorprende que tenga relación con el clan Tremere. Ese hechizo de teleportación que empleó en los primeros ataques necesita un punto focal. Tyrus Benedict y Hugh Portiglio le sirvieron para ello de forma admirable, y Phantomas dijo que había un mago Tremere invitado a la recepción del Príncipe Villon en el Louvre.
—¿Quién hay mejor para descubrir un trozo perdido de El Libro de Nod que un mago de ese clan? —dijo Phantomas.
—Igualmente importante —dijo McCann—, es el hecho de que, aunque no sepamos cuántos vampiros pertenecen a esa línea de sangre, está bastante claro que solo otros tres controlan Cuerpo de Fuego. Destruir a esos cuatro frustrará los planes de los Sheddim para engullir al mundo en las llamas.
Alicia sacudió la cabeza.
—¿Cómo? ¿Solo cuatro? Presumo que te refieres a los que nos atacaron en el Depósito de la Armada.
—Por supuesto. Lo he sabido desde aquella noche. La Muerte Roja quería destruirnos desesperadamente, y Cuerpo de Fuego es su arma más poderosa. Nos atrajo al Depósito, donde nos atacó junto a sus chiquillos. Si otros miembros de su línea de sangre poseyeran ese poder, ¿no crees que también hubiera recurrido a ellos? ¿Por qué usar solo a tres ayudantes si dispones de diez? ¿O de cien? Cuantos más fueran, más posibilidades tendría de triunfar.
Se detuvo un momento para que sus palabras surtieran el efecto necesario.
»Cuando traté de leer la mente de la Muerte Roja descubrí que para despertar a los Sheddim hicieron falta varios vampiros muy poderosos trabajando juntos. Solo unos Vástagos de las Generaciones Cuarta y Quinta podrían canalizar tal poder. Tras destruir a su propio sire, ¿crees que St. Germain confiaría el secreto de Cuerpo de Fuego a más Cainitas de los necesarios? Los tres vampiros que estaban en el Depósito de la Armada eran sus únicos chiquillos. Los Hijos de la Noche del Terror son sus descendientes. Poseen los poderes que St. Germain heredó de Saulot, pero no controlan Cuerpo de Fuego.
—Así que no nos enfrentamos a una horda innumerable —dijo Alicia—. Cuatro contra dos. No está tan mal.
—Aparte del hecho de que son vampiros increíblemente poderosos y que nosotros no somos sino avatares humanos de criaturas similares —dijo McCann, riendo—. Madame Zorza tenía razón. Los números siempre importan.
—Igualmente importante —intervino Phantomas—, es saber que la Muerte Roja original, St. Germain, es un cobarde.
—¿Cómo? —dijo Alicia—. No parecía especialmente asustado durante nuestro primer enfrentamiento en Manhattan.
—Lo mismo digo del ataque en San Luis —añadió McCann.
—En cada caso empleó su poder para crear el pánico —dijo Phantomas—. Lo mismo sucedió en París, aunque no estoy seguro de si el ataque del Louvre lo realizó St. Germain o alguno de sus chiquillos. Repito: es un cobarde. Es un vampiro de la Cuarta Generación con un poder mayor al de cualquier enemigo al que se haya encontrado nunca. Sin embargo, a la hora de enfrentarse a vosotros dos confía en la ayuda de sus tres chiquillos.
—Aquella noche parecía bastante cauto —dijo Alicia—, aunque en Washington aseguró que actuaba de ese modo para atraernos a su verdadera trampa.
—Tonterías —respondió Phantomas—. Una regla básica de la guerra es matar a tu enemigo a la primera oportunidad posible. La Muerte Roja es algo más que precavido. Es un cobarde. Tras no conseguir eliminarme en el Louvre podía haberme atacado en mi guarida bajo las calles de París, pero no lo hizo. Envió a otros tres vampiros para terminar el trabajo.
—La misma lógica se aplica a Flavia —dijo McCann—. Envió a Makish a eliminarla, en vez de enfrentarse a ella personalmente.
—St. Germain no hace nada que no sea absolutamente imprescindible —aseguró el Nosferatu—. Siempre que puede prefiere trabajar mediante otros. No parece probable que os encontréis con él ni en Nueva York ni en Linz. Vuestros oponentes en esas batallas serán sus tres chiquillos, mientras él se queda a cubierto en su guarida. El mayor reto será localizar y destruir a la verdadera Muerte Roja.
—Eso no me sorprende —comentó McCann—. Como muchos de la Cuarta Generación que han vivido miles de años, St. Germain tiene verdadero miedo a la Muerte Definitiva. Es mucho más fácil emplear agentes y chiquillos Vinculados con Sangre que arriesgar la propia inmortalidad. —El detective sonrió—. Su punto de vista no es difícil de entender. Después de todo, nosotros servimos como avatares de Anis y Lameth. A pesar de nuestro conflicto con la Muerte Roja y sus secuaces, ni la Reina de la Noche ni el Mesías Oscuro están en verdadero peligro. Nosotros asumimos todos los riesgos.
—Es cierto —dijo Alicia con un suspiro—. ¿Tiene tu ordenador alguna información real que podamos emplear contra ese monstruo y su progenie, o vamos a la batalla tan ignorantes como empezamos?
Phantomas observó la pantalla y miró a Alicia con una sonrisa grotesca.
—Creo que tengo lo que necesitamos —dijo—. Parece que el hombre rata tiene las respuestas, aunque he tardado un poco más de lo esperado en acceder a los bancos de memoria.
—Dinos —dijo McCann.
—Poco se sabe de Saulot y sus chiquillos —comenzó—, pero todas las historias y leyendas que tengo aquí coinciden en un detalle: la progenie de Saulot poseía una disciplina que les permitía circular sin ser detectados entre los demás vampiros. Ése es el motivo de que nadie sepa con seguridad si los Salubri siguen existiendo. Es posible que lleven varios siglos ocultándose entre los Vástagos. Este atributo es una combinación de varios poderes Cainitas, y su nombre es bastante adecuado: Engaño.
Alicia maldijo y McCann rió. Ninguno de los dos parecía especialmente contento.
—Los chiquillos de Saulot pueden imitar perfectamente a cualquier vampiro con el que se encuentren —dijo Phantomas—. Se convierten literalmente en duplicados de sus objetivos, hasta el menor detalle. Sus poderes son los mismos, igual que sus rasgos. Es imposible distinguirlos del original.
—Excepto por los recuerdos —dijo Alicia—. No pueden robar los recuerdos y las experiencias de sus víctimas. Ésa es su única debilidad. Al fin todo tiene sentido. Los misterios quedan claros y los acertijos se resuelven.
—En Washington, en el Depósito de la Armada —dijo McCann rezumando furia—, las cuatro Muertes Rojas tenían un aspecto idéntico. Debería haber comprendido entonces que los otros eran duplicados de su líder. Lo tenía delante de la cara y no pude verlo.
Alicia sacudió la cabeza con disgusto.
—No te tortures. Yo lo debería haber adivinado cuando oí que Melinda había regresado supuestamente de la muerte. Melinda Galbraith, regente del Sabbat, no está bajo el dominio mental de la Muerte Roja, ni ha hecho alianza alguna con el usurpador. La verdadera desapareció en el desastre de Méjico y no ha vuelto nunca. Es un impostor el que ha aprovechado la situación para asumir su identidad. Es uno de los chiquillos de la Muerte Roja el que destruyó a Justine Bern y ahora dirige el Sabbat.
—No hay duda de que piensa emplear la reunión en Nueva York con los líderes de la Mano Negra para consolidar su poder sobre el culto —dijo McCann.
—Eso mismo pienso —respondió Alicia—. Empleando Cuerpo de Fuego, la falsa Melinda piensa destruir a los Serafines y reemplazarlos con miembros de los Hijos de la Noche del Terror. Cuatro vampiros entran en la cámara del consejo y cuatro salen. Nada parece cambiar. Sin embargo, la progenie de la Muerte Roja se ha hecho con el control total del Sabbat sin que nadie sepa siquiera que se ha producido un golpe de estado.
—Un plan diabólico —dijo Phantomas—. Sencillo pero efectivo. La conspiración de la Muerte Roja se está conviniendo en una verdadera mascarada.
—No hace falta mucha imaginación para suponer que planea una estrategia similar en el Cónclave de los Vástagos en Linz —dijo Dire McCann—. St. Germain tiene vínculos con el clan Tremere, y no es coincidencia que sea Karl Schrekt, Justicar de ese mismo clan, uno de los organizadores. Irónicamente, el propósito de la reunión es discutir sobre la amenaza de la Muerte Roja. Durante las deliberaciones, St. Germain planea destruir a los principales líderes de la Camarilla y reemplazarlos con sosias de su propia línea de sangre. Se hará con el control de la Camarilla en una maniobra tan secreta como audaz.
—Recuerda esa línea de la profecía —dijo Alicia—. Muchos no son lo que parecen. Ahora tiene sentido. Ese es el secreto definitivo del vampiro que se hace llamar Conde St. Germain.
—Tenemos las respuestas —señaló McCann—. Sabemos la verdad. Ahora solo queda una pregunta: ¿Podremos detenerle?