Prólogo

PUNTO DE ENCUENTRO FOXTROT

02:15 horas, Mar Arábigo

5 millas al sur del río Indo

Costa de Pakistán

Un barco oscuro es un barco cargado, pensó Moore parado afuera de la cabina del piloto del veloz buque de ataque OSA-1 Quwwat. Había sido construido en el Astillero y Taller de Ingeniería de Karachi sobre la base de un antiguo diseño soviético, con cuatro misiles superficie-superficie HY-2 y dos cañones antiaéreos de 25 milímetros. El bote patrullero de 130 pies de largo era propulsado a treinta nudos por tres motores diesel y tres ejes a través de las olas teñidas de plata por un cuarto de luna que brillaba bajo en el horizonte. Navegar en un «barco oscuro» significaba ir sin luces de alcance o de tope, de babor o de estribor. El Reglamento Internacional para Prevenir Abordajes en el mar (RIPA) dictaba que si se producía un incidente, el Quwwat tendría la culpa independientemente de las circunstancias.

Más temprano aquella noche, a la hora del crepúsculo, Moore había bajado por un muelle de Karachi con el subteniente Syed Mallaah, seguido por cuatro soldados rasos, un equipo de SPE-COPS1 del Grupo de Servicios Especiales de la Armada de Pakistán (SSGN)2, una organización similar a los SEAL de la Armada de los Estados Unidos, pero, ejem, sus operadores no eran ni remotamente tan capaces. Una vez a bordo del Quwwat, Moore insistió en hacer un recorrido rápido, al final del cual le presentaron superficialmente al oficial al mando, el teniente Maqsud Kayani, quien fue distraído mientras daba la orden de salir del puerto. El oficial no podía haber sido mucho mayor que Moore, que tenía treinta y cinco años, pero la comparación llegaba hasta ahí. Los anchos hombros de Moore creaban una fuerte yuxtaposición con el delgado físico del ciclista de Kayani que apenas llenaba su uniforme. El teniente tenía una nariz ganchuda y si se había afeitado en la última semana, no había ninguna evidencia clara de ello. A pesar de su aspecto desgarbado, tenía la máxima atención y el respeto de la tripulación de veintiocho hombres. Él hablaba. Ellos saltaban. Kayani finalmente le dio un firme apretón de manos a Moore y le dijo:

—Bienvenido a bordo, Sr. Fredrickson.

—Gracias, teniente. Le agradezco su ayuda.

—Por supuesto.

Hablaron en urdu, la lengua nacional de Pakistán, que a Moore le había parecido más fácil de aprender que el dari, el pashto o el árabe. Había sido presentado como «Greg Fredrickson», un estadounidense, a estos marinos paquistaníes, a pesar de que sus rasgos oscuros, espesa barba y pelo negro largo ahora recogido en una cola de caballo le permitían pasar por afgano, paquistaní o árabe si así lo deseaba.

—No se preocupe, señor —continuó el teniente Kayani—. Tengo planeado llegar a nuestro destino a tiempo, si no más temprano. El nombre de esta embarcación significa destreza y cada pedazo de ella es exactamente eso.

—Fantástico.

El Punto Foxtrot, la zona de encuentro, estaba a tres millas de la costa de Pakistán, justo en las afueras del delta del río Indo. Allí se reuniría con el bote patrullero indio Agray para recibir un prisionero. El gobierno indio había acordado entregar un comandante talibán capturado recientemente, Akhter Adam, un hombre que decían era un objetivo de alto valor que poseía inteligencia operacional acerca de las fuerzas talibanes ubicadas a lo largo de la línea sur de la frontera entre Afganistán y Pakistán. Los indios creían que Adam aún no había alertado a sus propias fuerzas de su captura; simplemente había desaparecido por veinticuatro horas. Sin embargo, el tiempo era crucial. Los dos gobiernos querían asegurarse de que los talibanes no se enteraran de que Adam había caído en manos de los estadounidenses. Por lo tanto, no se estaba utilizando ningún activo o fuerza militar estadounidense en la operación de transferencia, excepto un tal oficial de operaciones paramilitares de la CIA llamado Maxwell Steven Moore.

Moore tenía sus dudas respecto a utilizar un equipo de seguridad de tipos del SSGN liderados por un joven subteniente sin experiencia; sin embargo, durante la sesión informativa le habían dicho que Mallaah, un chico local de Thatta, en la provincia de Sind, era ferozmente leal, confiable y muy respetado. Al modo de ver de Moore, la lealtad, la confianza y el respeto se ganaban, y ya se vería si el joven subteniente estaba a la altura del desafío. El trabajo de Mallaah era, después de todo, rudimentario: supervisar la transferencia y ayudar a proteger a Moore y al prisionero.

Suponiendo que Akhter Adam llegara sano y salvo a bordo, Moore comenzaría a interrogarlo durante el viaje de regreso al muelle de Karachi. Por su parte, Moore usaría ese tiempo para determinar si el comandante era de hecho un objetivo de alto valor digno de la seria atención de la CIA o alguien a quien había que dejar atrás para que los paquistaníes jugaran con él.

Más allá del través de babor, la oscuridad era perforada por tres rápidos destellos blancos del faro de Turshian Mouth que custodiaba la entrada al río Indo. La secuencia se repetía cada veinte segundos. Más hacia el este, cerca de la proa, Moore vio el destello de luz blanca del faro de Kajhar Creek y ese se repetía cada doce segundos. El haz de luz giratorio del frecuentemente disputado Kajhar Creek (también conocido como el faro de Sir Creek) estaba situado en la frontera entre Pakistán y la India. Moore había prestado especial atención al nombre, ubicación y secuencia de luz identificativa de los faros en las cartas de navegación desplegadas durante la sesión informativa. Los viejos hábitos de un SEAL no se desvanecen fácilmente.

Con la puesta de luna a las 02:20 horas y un cielo cubierto en un cincuenta por ciento de nubes, anticipaba condiciones muy oscuras para el encuentro a las 03:00 horas. Los indios también estaban navegando en un barco oscuro. Si se viera en apuros, los faros de Turshian Mouth y Kajhar Creek lo mantendría orientado.

• • •

El teniente Kayani se mantuvo fiel a su palabra. Llegaron al Punto Foxtrot a las 02:50 horas y Moore se trasladó alrededor de la cabina del piloto a la única mira telescópica de visión nocturna montada en el lado de babor. Kayani ya estaba allí, manejando la mira. Mientras tanto, Mallaah y su equipo esperaban en la cubierta principal, en medio del buque, para transportar al prisionero a bordo una vez que el barco indio llegara a su lado.

Kayani se apartó de la mira de visión nocturna y se la ofreció a Moore. A pesar de los nubarrones, las estrellas ofrecían fotones suficientes para bañar el bote patrullero indio clase Pauk en un extraño crepúsculo verde, lo suficientemente iluminado como para exponer el número 36 pintado en su casco. Acercándose por la proa, con el doble de peso que el Quwwat, el Agray de quinientas toneladas llevaba ocho misiles superficie-aire GRAIL y dos lanzacohetes antisubmarinos RBU-1200 sobre su proa. Cada sistema de diez tubos era capaz de desplegar señuelos y cohetes antisubmarinos para operaciones de guerra superficie-superficie y antisubmarinas. El Quwwat se sentía diminuto en su presencia.

Cuando el Agray comenzaba a deslizarse por el lado de babor y se preparaba para girar para hacer su acercamiento, Moore vio su nombre pintado en letras negras en la popa, por encima de la bruma agitada por la estela de la proa. Luego echó un vistazo por la puerta de la cabina del piloto hacia el alerón de estribor del puente y captó un destello de luz corto-largo, corto-largo. Trató de recordar qué faro utilizaba esa secuencia. El Agray completó su giro y Kayani ahora estaba inclinado sobre el lado de babor, ocupado dirigiendo la colocación de defensas para minimizar cualquier daño en el casco una vez que los dos barcos se juntaran.

Los destellos de luz se repitieron: corto-largo, corto-largo.

Qué faro, ni qué carajo, pensó Moore. ALFA-ALFA era el Código Morse Internacional para, en términos prácticos, decir «¿Quién diablos eres?».

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Moore.

—Teniente, estamos recibiendo un ALFA-ALFA desde el lado de estribor. !Estamos siendo desafiados!

Kayani corrió a través de la cabina hacia el alerón de estribor y Moore fue a toda prisa detrás de él. ¿Cuántas veces habían sido desafiados ya? Se encontraban en aguas territoriales de Pakistán, ¿cuáles eran las reglas de enfrentamiento de Pakistán?

Una bengala estalló sobre sus cabezas, iluminando la noche y dibujando profundas sombras a través de las cubiertas de ambos botes patrulleros. Moore miró a través del mar y lo vio, a mil metros de distancia, emergiendo de las olas, una pesadilla con una imponente vela negra y cubiertas negras opacas totalmente inundadas mientras se levantaba, con su proa apuntando hacia ellos. El comandante había traído el submarino a la superficie para desafiarlos y luego había disparado la bengala para confirmar visualmente su objetivo.

Kayani levantó los binoculares que colgaban de su cuello e hizo un acercamiento.

—¡Es el Shushhuk! Es uno de las nuestros. ¡Se supone que debería estar de vuelta en el muelle!

El pecho de Moore se contrajo. ¿Qué diablos hacia un submarino de la Armada de Pakistán en su zona de encuentro?

Estiró el cuello para mirar hacia el Agray, en cuya cubierta asumía que estaba el prisionero talibán en estos momentos. Según el plan, Adam llevaba un overol negro y un turbante, y sus muñecas estaban atadas. Se suponía que sus escoltas eran dos MARCOS (comandos marinos) de la Armada de la India fuertemente armados. Moore se dio vuelta hacia el submarino...

Y entonces, de pronto, la vio: una línea de burbujas fosforescentes en el agua pasando como un rayo más allá de la popa, en dirección al Agray.

—¡Torpedo! —gritó apuntando.

En el siguiente respiro, Moore se abalanzó por detrás de Kayani, lo empujó a un lado y luego él mismo dio un salto al tiempo que el torpedo impactaba el Agray con una explosión horrible cuyo estruendo y destellos fueron tan surreales como sorprendentemente cercanos. Una onda expansiva de restos rebotó en el casco del Quwwat y cayó como lluvia al agua en docenas de violentas salpicaduras.

Los ojos de Moore se abrieron en tanto el humeante y silbante mar se levantaba hacia ellos, ahora caliente por los incandescentes fragmentos del casco, la cubierta y el torpedo que seguían estallando del Agray. Al caer el agua, casi estrellándose contra una pieza dentada de acero, una bola de fuego encendió los misiles GRAIL superficie-aire y los dos grupos de cohetes antisubmarinos en el castillo de proa del Agray.

Moore se hundió bajo las olas y sus zapatos chocaron con algo más abajo. Nadó de vuelta hacia la superficie y miró a su alrededor, buscando al teniente. Allí estaba, fuera de su alcance.

De pronto, tres de los cohetes antisubmarinos del Agray explotaron en el área de almacenamiento de los misiles Silkworm a bordo del Quwwat. Las detonaciones resultantes resonaron tan fuerte y fueron tan brillantes que Moore se metió instintivamente de nuevo bajo el agua para cubrirse. Nadó hacia el teniente, que estaba flotando boca arriba y parecía semiconsciente, con la cara ensangrentada por una profunda herida en el lado izquierdo de su cabeza. Debió de haber golpeado algunos restos cuando cayó en el agua. Moore volvió a salir a la superficie junto al hombro del hombre. Le echó agua salada en la herida mientras Kayani lo miraba vagamente.

—¡Teniente! ¡Vamos!

A treinta metros de distancia, la superficie del mar estaba en llamas con la quema de combustible diesel. El hedor hizo que Moore hiciera una mueca mientras sentía por primera vez el profundo retumbar de los motores diesel cercanos... el submarino. Tenía algo de tiempo. El submarino no se acercaría a los restos del barco hasta que las llamas disminuyeran.

Había otros hombres en el agua, apenas visibles, sus gritos interrumpidos por más explosiones. Un grito ahogado resonó cerca. Moore miró a su alrededor en busca de su prisionero talibán, pero el retumbante estruendo de otra explosión lo envió de nuevo bajo las olas. Cuando salió a la superficie y se volvió, el Quwwat ya estaba escorándose bruscamente a babor, a punto de hundirse. La proa del Agray estaba totalmente sumergida, los incendios y el humo negro aún ardiendo ferozmente, las municiones detonándose con fuertes estallidos y explosiones medio amortiguadas. El aire se llenó con una neblina que olía a goma quemada y plástico.

Obligándose a sí mismo a volver a un estado de calma mientras el calor de los incendios le quemaba el rostro, Moore se quitó los zapatos, ató los cordones y luego se los puso alrededor del cuello. Tres millas hasta la playa... pero ahora, tan bajo en el agua, no tenía idea de dónde estaba la playa. Con la excepción de las llamas, todo a su alrededor estaba negro como la tinta y cada vez que miraba hacia el incendio, su visión nocturna se arruinaba.

Flash-Flash-flash. Espera un minuto. Recordó. Empezó a contar... uno, dos... a los diecinueve fue recompensado con otros tres destellos rápidos. Había localizado el faro de Turshian Mouth.

Moore agarró a Kayani y lo dio vuelta. Aún yendo y viniendo entre la conciencia y la inconciencia, el teniente le echó una mirada a Moore, a los incendios a su alrededor y entró en pánico. Extendió la mano, agarrando a Moore por la cabeza. Obviamente el hombre no estaba pensando con claridad y este comportamiento no era raro entre las víctimas de accidentes. Pero si Moore no reaccionaba, el frenético teniente fácilmente podría ahogarlo.

Sin pensarlo dos veces, Moore puso las manos en la parte de adelante de las caderas de Kayani, con las palmas contra el cuerpo del hombre, los dedos extendidos, los pulgares agarrando los costados del teniente. Empujó a Kayani hacia la posición horizontal, usando este apalancamiento para soltarse del hombre. Moore liberó su cabeza y gritó:

—¡Relájese! ¡Lo tengo! Sólo dese vuelta y respire —Moore lo agarró por la parte posterior del cuello de su uniforme—. Ahora flote sobre su espalda.

Remolcando al hombre por el cuello, Moore comenzó a nadar en un estilo modificado del nado de costado de combate alrededor de los restos en llamas; las piscinas de diesel ardiendo empezaban a extenderse hacia ellos y las orejas le ardían por el continuo zumbido y estruendo de las chispeantes y flagelantes llamas.

Kayani se tranquilizó hasta que pasaron junto a media docena de cuerpos, miembros de su tripulación, más restos y desechos flotantes. Gritó sus nombres y Moore pataleó con más fuerza para alejarlos. Sin embargo, el mar se hizo cada vez más espeluznante, un brazo aquí, una pierna allá. Y entonces vio algo oscuro en el agua más adelante. Un turbante flotando. El turbante del prisionero. Moore hizo una pausa, estirando el cuello para mirar a la derecha y a la izquierda hasta que vio un cuerpo sin vida flotando sobre las olas. Nadó hacia él, giró el cuerpo hacia un costado lo suficiente como para ver el rostro con barba, el overol negro, el terrible tajo a través del cuello que había cortado su arteria carótida. Era su hombre. Moore apretó los dientes y agarró más fuerte el cuello del uniforme de Kayani. Antes de empezar a nadar, miró en dirección al submarino. Ya se había ido.

En sus tiempos de SEAL, Moore podía nadar dos millas de océano sin aletas en menos de setenta minutos. Remolcar a otro hombre por el cuello lo haría más lento, pero se negó a permitir que el desafío aplastara su espíritu.

Se concentró en el faro, siguió respirando y pataleando, sus movimientos suaves y elegantes, sin desperdiciar energía, cada brazada y aleteo de los pies impulsándolo en la dirección que tenía que ir. Giraba la cabeza hacia arriba, tomaba un respiro y continuaba, nadando con una precisión maquinal.

Un grito desde algún lugar detrás de él hizo que Moore desacelerara el ritmo. Nadó girando sobre sí, entornando los ojos hacia un pequeño grupo de hombres, diez, quince tal vez, nadando hacia él.

—¡Solo síganme! —les gritó—. Síganme.

Ahora no solo estaba tratando de salvar a Kayani, estaba motivando al resto de los sobrevivientes para que llegaran a la orilla. Estos eran hombres de la Armada, entrenados para nadar y nadar duro, pero tres millas era una distancia tremendamente larga, más aún con lesiones. No podían perderlo de vista.

El ácido láctico se estaba acumulando en su brazo y sus piernas, al principio como un ardor constante, luego amenazando con empeorar. Redujo la velocidad, sacudió las piernas y el brazo que estaba usando, volvió a tomar un respiro y se dijo: No me voy a rendir. Jamás.

Se concentraría en eso. Llevaría la delantera e impulsaría al resto de los hombres para llegar a casa, incluso si eso lo mataba. Los guió a través del mar que subía y bajaba, pataleo tras agonizante pataleo, escuchando las voces del pasado, las voces de instructores y supervisores que habían dedicado sus vidas a ayudar a otros a liberar el espíritu del guerrero profundamente arraigado y latente en sus corazones.

Cerca de noventa minutos después escuchó las olas rompiendo en la orilla y con cada oleada vio linternas moviéndose a lo largo de la playa. Las linternas significaban gente. Habían venido a ver los incendios y explosiones en alta mar, y es posible incluso que pudieran verlo a él. La operación encubierta de Moore estaba a punto de estar en los titulares. Maldijo y miró hacia atrás. El grupo de sobrevivientes estaba mucho más atrás, a cincuenta metros o más, incapaces de seguir el acelerado ritmo de Moore. Apenas podía verlos.

Para cuando sus pies desnudos tocaron el fondo de arena, Moore estaba exhausto, dejando toda su energía en el Mar Arábigo. Kayani seguía recobrando y volviendo a perder la conciencia cuando Moore lo sacó del oleaje y lo arrastró a la playa donde cinco o seis habitantes del pueblo se reunieron alrededor de él.

—¡Pidan ayuda! —les gritó.

Afuera, en la distancia, las llamas y destellos continuaban, como relámpagos de calor que imprimían las nubes en negativo, pero las siluetas de los dos barcos habían desaparecido, dejando atrás el resto del combustible, que seguía quemándose.

Moore sacó su teléfono celular, pero estaba muerto. La próxima vez que planeara ser atacado por un submarino, se aseguraría de empacar una versión resistente al agua. Le pidió un teléfono a uno de los lugareños, un chico de edad universitaria con una delgada barba.

—Vi los buques explotar —dijo el chico sin aliento.

—Yo también —contestó Moore—. Gracias por el teléfono.

—Démelo —dijo Kayani desde la playa, con su voz quebrándose, pero parecía mucho más lúcido—. Mi tío es coronel en el Ejército. Él conseguirá que tengamos helicópteros aquí en una hora. Es la manera más rápida.

—Tome, entonces —dijo Moore. Había visto los mapas y sabía que había horas de distancia en automóvil hasta el hospital más cercano. El punto de encuentro había sido intencionalmente situado frente a una costa rural poco poblada.

Kayani contactó a su tío, quien a su vez prometió ayuda inmediata. En una segunda llamada a su comandante, Kayani pidió naves de rescate de la Guardia Costera para los que seguían en el mar, pero la Guardia Costera de Pakistán no tenía helicópteros de rescate aire-mar, solo corbetas y barcos patrulleros de fabricación china que no llegarían hasta media mañana. Moore volvió su atención al oleaje, estudiando cada ola, en busca de sobrevivientes.

Cinco minutos. Diez. Nada. Ni un alma. Entre la sangre y las partes de cuerpo esparcidas por el agua como un guiso impío, de seguro los tiburones ya habían llegado. Y rápidamente. Eso, junto con las heridas de los otros sobrevivientes, podía haber sido demasiado para ellos.

Pasó otra media hora antes de que Moore viera el primer cuerpo levantándose sobre una ola, como un trozo de madera. Le seguirían muchos otros.

• • •

Pasó más de una hora antes de que el Mi-17 apareciera en el cielo del noroeste, sus dos turbinas rugiendo y el ruido de sus rotores haciendo eco en las laderas. El helicóptero había sido específicamente diseñado por los soviéticos para su guerra en Afganistán y se había convertido en un símbolo de ese conflicto: unos Goliat del cielo asesinados con hondas. El Ejército de Pakistán tenía casi un centenar de Mi-17 en su inventario, un detalle trivial que Moore conocía porque había sido pasajero a bordo de ellos unas cuantas veces y había oído a un piloto quejarse de estar clavado volando un montón de chatarra rusa que se descomponía vuelo por medio y que el ejército de Pakistán contaba con casi un centenar de pedazos de chatarra voladores.

Un poco nervioso, Moore abordó el Mi-17 y fue llevado junto con Kayani al Sindh Government Hospital en Liaquatabad Town, un suburbio de Karachi. Durante el vuelo, los médicos a bordo les administraron analgésicos y los ojos bien abiertos de Kayani adoptaron una mirada más tranquila. Estaba saliendo el sol cuando aterrizaron.

Moore salió del ascensor del hospital en el segundo piso y entró a la habitación de Kayani. Habían estado en el hospital aproximadamente una hora. El teniente quedaría con una bonita cicatriz de batalla que lo ayudaría a llevarse mujeres a la cama. Ambos habían llegado severamente deshidratados a la orilla y había un goteo intravenoso en el brazo izquierdo del teniente.

—¿Cómo se siente?

Kayani levantó la mano y tocó la venda en su cabeza

—Todavía tengo dolor de cabeza.

—Va a pasar.

—No podría haber nadado de vuelta.

Moore asintió con la cabeza.

—Se golpeó muy fuerte y perdió algo de sangre.

—No sé qué decir. «Gracias» no es suficiente.

Moore tomó un largo trago de agua de la botella que le había dado una de las enfermeras.

—Olvídelo.

Un movimiento en la puerta llamó la atención de Moore. Era Douglas Stone, un colega de la Agencia, acariciando su barba moteada gris y mirando a Moore por encima de la montura de sus anteojos.

—Me tengo que ir —dijo Moore.

—Señor Fredrickson, espere.

Moore frunció el ceño.

—¿Hay alguna manera de contactarlo?

—Claro, ¿por qué?

Kayani miró a Stone y frunció los labios.

—Oh, no hay problema. Es un buen amigo.

El teniente vaciló unos segundos más y luego dijo:

—Sólo quiero darle las gracias... de alguna manera.

Moore usó un bloc y un lápiz que estaban sobre la bandeja plegable para escribir una dirección de correo electrónico.

El teniente agarró el papel con fuerza en la palma de su mano.

—Estaré en contacto.

Moore se encogió de hombros.

—Ok.

Se dirigió hacia el pasillo, dobló, luego se alejó de Stone marchando energéticamente y hablando entre dientes.

—Entonces, Doug, dime, ¿qué diablos pasó?

—Lo sé, lo sé.

Stone estaba usando su habitual tono de voz tranquilizador, pero Moore no quería saber nada con eso, no ahora.

—Les aseguramos a los indios que el encuentro sería limpio. Tenían que cruzar a las aguas territoriales de Pakistán. Estaban muy preocupados por eso.

—Nos dijeron que los paquistaníes se habían encargado de todo.

—¿Quién lo arruinó?

—Nos están diciendo que el comandante del submarino nunca recibió la orden de permanecer en el muelle. Alguien se olvidó de emitirla. Él hizo su patrullaje habitual y pensó que se había encontrado con algún tipo de enfrentamiento. Según él, envió múltiples señales sin obtener respuesta.

Moore soltó una risa irónica.

—Bueno, no estábamos buscándolo precisamente y, cuando lo vimos, ya era demasiado tarde.

—El comandante también informó que vio a los indios tomando prisioneros en su cubierta.

—¿Así que estaba listo para disparar contra su propia gente también?

—Quién sabe.

Moore se detuvo en seco, giró y miró boquiabierto al hombre.

—El único prisionero que tenían era nuestro hombre.

—Mira, Max, sé lo que estás pensando.

—Vamos a nadar tres millas. Entonces lo sabrás.

Stone se quitó los anteojos y se frotó los ojos.

—Mira, podría ser peor. Podríamos ser Slater y O'Hara y tener que encontrar la forma de pedirle perdón a los indios mientras nos aseguramos de que no bombardeen Islamabad con armas nucleares.

—Eso estaría bien, porque me dirijo hacia allá ahora.

Contra todo enemigo
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