Vicisitudes del consuelo
Esto debió de ocurrir mil setecientos años antes del período clásico, en el reino de Hsia, que llegaba hasta la curva del río Amarillo. El pueblo estaba orgulloso de su religión; se había librado de la creencia, que reputaba burda, en las serpientes de mar, en los leones, en los dioses, en los brujos, en el mal de ojo y no había caído en un incrédulo materialismo. Mantenían allí un solo artículo de fe; pero en cuanto a ese artículo, nadie dudaba. Nadie dudaba de que además de su cabeza todo hombre disponía de una supuesta; es decir (¿quién lo ignora?), de una cabeza supuesta; y que además de su tronco, todo hombre disponía de un tronco supuesto y así sucesivamente con los brazos, con las piernas y con otras partes del cuerpo, por pequeñas que fueran.
De esto nadie dudó hasta que apareció un hereje, que las crónicas portuguesas registran como el letrado con una sola cara y las recopilaciones jesuíticas como el letrado sin cara. En su prédica este hombre encontró dificultades y obstáculos.
Cuando procuraba explicar que ningún rengo, aprovechando la pierna supuesta, prescindía de las muletas, le contestaban que esos casos de fe debilitada eran, por desgracia, frecuentes, pero que nada probaban contra la verdadera religión. Y en todo caso, le argumentaban con un ligero cambio de tono, ¿por qué va uno a desprenderse de una creencia tan poco onerosa y que en momentos tristes, que nunca faltan, puede confortarnos y consolarnos?
T. M. CHANG, A Grove of Leisure (Shanghai, 1882).