9

Inquisición

—¿Podemos confiar en que os comportéis?

Todd y Ray asintieron con recelo, alzando la cabeza para mirar a su interrogador con los ojos entrecerrados. La luz que iluminaba sus rostros era cegadora. Al apartar los ojos, pudieron ver que se encontraban en un elegante lavabo público con piezas doradas y suelo de mármol negro. Les dolía el culo de estar sentados en el duro y frío suelo.

El hombre llevaba un casco peculiar, un tubo negro y alto con los lados planos y la parte trasera ondulada como la pala de un timón, y con un agujero cruciforme por delante para poder ver a través de él. Preguntó:

—¿Qué intentáis hacer exactamente?

—Unirnos a vosotros —dijo Todd. Su lengua se le antojaba una babosa muerta.

—¿Y eso por qué?

—No queremos acabar como esos monstruos azules de ahí fuera.

—Decías que vinisteis de un barco. ¿Cómo se llamaba?

—No tenía nombre. Era un submarino nuclear retirado del servicio.

—¿Quién más estaba en ese submarino?

—Mucha gente. ¿Quieres una lista?

—¿Estaba el demonio Lulú en el submarino con vosotros?

—¿Lulú? ¿Te refieres a Lulú Pangloss? ¿Qué pasa con ella?

—¡La conoces!

—La conocíamos. Hasta que se convirtió en xombi.

—¡Sois esbirros de la furia azul! ¡Admitidlo!

—Señor, lo último que supimos de Lulú fue que se marchaba a tierra. No volvimos a verla después de aquello.

—¡Mentiroso! ¡Sois sus espías! ¿Por qué si no habríais venido a tierra?

—Estábamos escasos de provisiones, así que la tripulación nos envió a por más.

—¿No estabais preocupados por los infernales?

—¿Los infernales?

—Xombis. Ex. Ménades.

—No se veía ninguno desde el barco. Creímos que la costa estaba despejada. Nos equivocamos.

—¿Por qué asumisteis que la costa estaba despejada?

—Estábamos desesperados.

—¿O fue porque vuestra ama os envió para infiltraros y debilitar nuestra sagrada misión?

Ray dijo:

—Esto habría estado muy guay. Pero no.

—¡Mentiroso! ¡Sois agentes del mal, esclavos y suplicantes de la maligna!

—¿La qué?

—¡La maligna!

Todd dijo:

—Eso son gilipolleces, tío, gilipolleces. Para empezar, Lulú no era más que una tía desaliñada, no una especie de... maligna. Por otro lado, no teníamos ni idea de que existíais siquiera; de lo contrario habríamos intentado contactar con vosotros. ¿Por qué si no íbamos a estar tan desesperados como para salir a tierra? No teníamos armas, nada. ¡Vimos cómo mataban a casi cuarenta de vuestros amigos, o bien los xombis o bien los Segadores, así que te pueden dar mucho por culo!

—Todd —susurró Ray entre dientes.

—Estoy bien, estoy bien.

Ante el estallido de Todd, su interrogador suavizó el tono:

—Puede que estéis diciendo la verdad. O puede que no, ya lo veremos. Solo tengo unas cuantas preguntas más, y os sugiero que las respondáis con sinceridad, porque vais a ser juzgados. No por mí, sino por el señor Adán, bendito sea.

—Fallo mío. Adelante.

—¿Os arrepentís de vuestros pecados?

—Sin duda.

—¿Os habéis regocijado en compañía de homosexuales?

—¿Qué?

—¿Entiendo que os arrepentís de ser sodomitas y desviados sexuales?

—En realidad eso no es...

—No hay por qué mentir. Tenemos declaraciones juradas que atestiguan vuestras perversiones en Thule.

—¡Thule! ¿Es una broma? ¡Aquellos hijos de puta nos tenían prisioneros!

—Eso es irrelevante —dijo el hombre con suavidad—. ¿Os sentís atraídos sexualmente entre vosotros?

—¡No!

—¿Entonces estáis libres de pecado?

—No... Pero de ese sí.

—¿Estáis preparados para hacer voto de castidad a partir de este día?

Sintiéndose acorralados, los dos saltaron:

—¡Coño, sí!

—¿Amáis a los Estados Unidos?

—Desde luego.

—¿Sois verdaderos patriotas? ¿Moriríais por vuestro país?

—Sí... Seguramente.

—¿Entonces por qué no estáis muertos, como tantos otros patriotas?

—¿Por qué no lo estáis vosotros?

—Porque yo tengo un deber sagrado que cumplir. ¡Responded a la pregunta!

—Bueno... pues lo mismo.

—¿Quién es mejor: el profeta Jim o el apóstol Chace?

—Eh... ¿Jim?

—¡Ambos son iguales a los ojos del señor! ¿Creéis en la resurrección de los moguls?

—Ah sí, totalmente.

—¿Estáis preparados para jurar fidelidad al señor Adán, al profeta del señor, Jim, al apóstol del señor, Chace, y a todos los santos en vida de los adamitas?

—Eh... claro.

—¿Cuál es su propósito al revelarse ahora?

—¿Quién?

—El profeta Jim.

—Yo... no lo sé.

—¿No has presenciado sus obras?

—Creo que no... ¿Las hemos presenciado, Ray?

—No.

—¿Estáis preparados para jurar lealtad eterna al Dios vivo, al que serviréis como instrumentos de la destrucción final de Miska? ¿Estáis preparados para asumir la responsabilidad de los hijos de Adán?

—Por supuesto.

—Y si alguno de nosotros no está a la altura, o traiciona la confianza depositada en él, o profana de algún otro modo el sagrado juramento, ¿juráis defender el castigo por dicha conducta, incluso si dicho castigo se os impone a vosotros o a vuestros seres más queridos?

—¿Cuál es ese castigo?

—Trabajos forzados. Azotes. Castración. Purificación mediante el fuego. En ese orden.

—Vaya. Y solo por curiosidad, ¿cuál es la alternativa a ingresar?

—La purificación.

—Vale, ¡supongo que estamos dentro!

—¡Entonces bienvenidos, hermanos! ¡Bienvenidos y alegraos!

Tras el interrogatorio, les quitaron las ataduras pero los dejaron encerrados en el lavabo sin ventana. Pasaron muchas horas, tal vez días; no tenían modo alguno de saberlo, salvo por el hambre voraz que iba en aumento. Tenían agua del grifo en abundancia, pero no comida ni intimidad. Se turnaban para dormir sobre el duro suelo de azulejos.

Para cuando la puerta se abrió de pronto, ya no les quedaban fuerzas para resistirse. No querían hacerlo.

—¿Qué es lo que os ha llevado tanto tiempo? —preguntó Ray mientras un hombre lo ataba de pies y manos y le cubría la cabeza con una bolsa.

Los llevaron por una escalera mecánica que no funcionaba hasta un restaurante italiano cerrado, situado en el piso de arriba. Cuando la puerta del restaurante se cerró tras ellos, de repente todo se quedó en completo silencio. Sus captores los sentaron y les retiraron las capuchas. Todd estornudó, y un hombre dijo:

—Jesús.

—Gracias —respondió el.

El restaurante estaba vacío. No era más que una estancia enmoquetada con cristales tintados que daban a la calle y que iban desde el suelo hasta el techo. Una luz sepia se colaba a través de ellos. Los únicos muebles que había eran los taburetes en los que estaban sentados y una mesa auxiliar entre ambos.

Sobre aquella mesa había un festín que superaba sus fantasías más desenfrenadas: una bandeja de fiambre, verduras en vinagre, galletas saladas, frutas deshidratadas y dos latas de zumo de piña frío.

Cuando se dispusieron a atacar vorazmente todo aquello, la puerta se abrió y alguien entró en la habitación; un hombre calvo y alto con cojera. Era muy serio y muy pálido, y llevaba unas gafas con montura de acero y una túnica oscura. Parecía una especie de sacerdote ortodoxo. Entonces Ray le echó un segundo vistazo y se le cayó la cuchara.

—¿Tío Jim? —dijo. Cerró la boca, pensando: ¡Cállate, idiota!

—¿Tío? —dijo Todd.

—Más bien un amigo de la familia.

El silencio del hombre no parecía presagiar nada bueno. Se acercó a Ray como Nosferatu.

—Te conozco —dijo.

Ray asintió, encogiéndose en su asiento.

—No estás muerto.

—La información sobre mi muerte se ha exagerado enormemente. ¿Qué estás haciendo aquí?

Ray se había quedado sin palabras, así que Todd intervino:

—Regresamos aquí después que de que usted... abandonara el barco. Soy Todd Holmes, señor. Mi padre era su capataz de taller... ¿Larry Holmes?

—Conozco a Larry —dijo Sandoval.

—Murió, señor. —Todd a punto estuvo de añadir: «Como usted».

Sandoval dirigió su mirada de Todd a Ray, y luego volvió a mirar a Todd.

—El submarino. ¿Está aquí?

—No. Estaba, pero se ha ido. Lo atacaron esos Segadores y se largó. Vinimos a tierra en busca de provisiones, así que nos quedamos tirados.

—¿Alice Langhorne se encontraba a bordo?

—Sí.

—¿Cómo está?

—No lo sabemos.

—¿Y qué hay del resto? ¿Lulú Pangloss?

—Lulú es una xombi —dijo Ray.

—Una xombi. ¿Cómo?

Todd intervino:

—Un puñado de gente se convirtió en xombi en Thule, pero la doctora Langhorne ideó una forma de mantenerlos bajo control utilizando la sangre de Lulú.

—Eso no me sorprende —respondió Sandoval pensativo—. No me sorprende nada. ¿Qué es lo que has dicho sobre los Segadores?

—Atacaron el barco. Lo vimos todo desde India Point.

—¿Qué es lo que visteis?

—Eh... Es una buena pregunta. Algo realmente... extraño... salió del barco y los capturó. Por eso no intentamos embarcar de nuevo.

—Ya veo...

—¿Qué nos va a ocurrir ahora?

—Se os llevará al adoctrinamiento —dijo el hombre—. Hay un proceso completo para los nuevos discípulos, ya lo veréis. Todo el mundo tiene que pasar por ello.

—¿Cuánto dura?

—Solo unos días; es como un curso intensivo.

—¿Un curso intensivo de qué?

—De ciudadanía.