Él había vuelto a cogerle la mano y con el pulgar le acariciaba el interior de la muñeca.
-¿Al cine? –Esas caricias le habían aniquilado las neuronas.

 

-Sí, podríamos ir a ver una de esas películas malísimas y luego pasarnos toda la cena criticándola. –Logró colarle la invitación para cenar sin que se diera cuenta. O eso creía.
-Me encantaría…

 

-Pero… -la interrumpió él.

 

-Pero esta noche he quedado-. Ver esos penetrantes ojos llenos de preocupación la impulsó a continuar-. Dos de mis mejores amigos regresan esta noche a la ciudad y hemos quedado para cenar. ¿Te gustaría venir? –Seguro que a Gabriel y a Ágata no les importaría.
En ese instante llegó el camarero con el vino y el ritual de la apertura le dio unos segundos para pensar.
-Gracias por la invitación, pero no creo que sea lo más acertado. Ella vio que detrás de esas palabras se escondía algo más.
-¿Por qué? Ágata, Gabriel y los demás son geniales. –Dio un sorbo de vino para reunir el valor necesario para añadir-, a mí me gustaría que vinieras.
-Entonces voy –respondió mirándola a los ojos-. ¿Ágata y Gabriel son pareja?
-S í , s u h i s t or i a d e a m o r e s p r ec i os a. G a b r i e l e s m e d i o es p a ñ o l y v i v i ó e n

 

España hasta que sus padres se separaron. Al parecer se pasaba largas temporadas en casa de Guillermo, su mejor amigo y hermano mayor de Ágata. Hace unos meses, Ágata, que llevaba un más de diez años sin verlo, vino a trabajar aquí, en Londres, y él le ofreció que viviera en su piso. –Se rió entre dientes-. Supongo que Gabriel sólo tenía intención de ser amable con ella, pero pronto perdió la cabeza y
el corazón por Ágata. –Suspiró, como si creyera que a ella jamás le sucedería algo así y tuvo ganas de besarla allí mismo.
-¿Qué pasó? –preguntó buscando un tema de conversación.

 

Amanda le relató lo que le había sucedido a Gabriel y cómo había ido a Barcelona a reconquistar a Ágata. David la escuchó con interés y se acordó de lo distinta que había sido su relación con Eva. Miró a Amanda a los ojos y supo que tenía que contárselo. Sólo hacía una semana que la conocía, si es que podía llamarse así, pero empezaba a sentir por ella algo que jamás había sentido por su prometida. Algo sincero y dulce. Y si no quería echarlo a perder, más le valía ser sincero desde el principio.
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