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David tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo fue como si se desatara una tormenta. La rodeó con los brazos y la besó con toda la pasión que llevaba días reteniendo. Se habían visto casi cada día, y con cada despedida se le hacía más difícil alejarse de ella. Amanda le devolvió el beso con la misma pasión y sintió que a él le temblaban las manos al empezar a deslizarlas hacia sus pechos.
Le dio un vuelco al corazón al ver que él se sentía inseguro y que con cada temblor era como si le pidiera permiso para continuar. Ella no sabía cómo responder. Sólo había estado con un chico, su novio de la universidad, y la experiencia no había sido para nada memorable. Optó por levantar las manos y desabrocharle los botones de la camisa; se la había puesto para ella, él no solía llevar. Debió de acertar con el gesto, pues David empezó a hacer lo mismo con los botones de la espalda de su vestido. Ambos terminaron al mismo tiempo, y él volvió a esperar a que fuera ella la que dictara el ritmo. Amanda separó los extremos de la camisa y se quedó sin habla. Definitivamente eso de la informática era más físico de lo que creía. ¿Cómo podía haberle comparado con Brad Pitt? Seguro que los abdominales de Brad eran mérito del photoshop, mientras que los de David eran de verdad. No sólo era alto y fuerte, y daba los mejores abrazos del mundo, sino que su torso era de esos que paran el corazón y funden las neuronas. Él debió notar que estaba embobada y le colocó un dedo en la barbilla para levantarle un poco la cabeza y poder mirarla a los ojos mientras le deslizaba el vestido por los hombros.
-Eres preciosa –susurró como si le costara respirar.
-No digas…
Agachó la cabeza y la besó antes de que pudiera terminar la frase.
-Eres preciosa –repitió al apartarse. Y esta vez ella no se quejó.
-Siempre he querido hacer esto.
-¿El qué? –preguntó ella aún aturdida por ese beso.
-Esto –respondió cogiéndola en brazos como Red Butler en Lo que el viento se llevó .
Subió las escaleras sin dejar de besarla, aunque a medio camino retrocedió entre risas y, sin soltarla, fue hasta la cocina para parar el horno.
-No quiero que nada nos interrumpa –le confesó tras recorrerle la oreja con la lengua.
Ella se limitó a responder con un murmullo.