-Lo sé. Siempre han estado allí cuando los he necesitado, y nunca me han juzgado. Tal vez sea porque todos estamos en Londres, lejos de nuestras familias…
-O tal vez sea porque de verdad sois amigos –la interrumpió él.
-¿Los estás comparando con Charles? Él se encogió de hombros.
-Supongo.
-No lo hagas. Todos tenemos un «Charles» en nuestra vida. Vale, ya sé que no todo el mundo ha pasado por lo que has pasado tú, pero todos nos llevamos desengaños. Piensa que eso sirve para saber en quién puedes confiar de verdad.
David se quedó pensando durante unos segundos.
-Tienes razón. Mis hermanos, Robert y Sean, siempre están a mi lado y nunca me han fallado.
-Lo ves –dijo ella contenta.
Se detuvieron frente al portal.
-¿Qué vas a hacer mañana? –preguntó él mientras ella abría.
-Nada especial. Mis padres viven lejos de la ciudad y esta semana están de viaje. Supongo que por la mañana iré a pasear por algún mercadillo y me obligaré a no comprar nada.
-¿Te apetecería venir a mi casa? Me gustaría enseñártela. –Vio que ella lo miraba a los ojos y le explicó-: Con el dinero de la venta del piso me compré una pequeña y ruinosa casa. La estoy arreglando poco a poco. Creo que te gustará. – Quiero que te guste, pensó para sí-. ¿Qué me dices?
-Veo que empiezas a conocerme. Primero las piruletas, y ahora mi segunda debilidad: las antigüedades.
-Cuando algo me interesa, soy muy observador. Qué, ¿quieres venir? – Estaba nervioso.
-Está bien.
-Perfecto. ¿Quieres que venga a buscarte? –No quería arriesgarse a que a media mañana cambiara de opinión.
-No hace falta. Tú dame las señas y dime a qué hora te va bien.
Sacó un papel de un bolsillo, y con un bolígrafo que ella le prestó anotó la dirección de su casa.
-V e n c u a nd o qu i er a s .
-¿Te han dicho alguna vez que eres muy tozudo?
-Tenaz. Es distinto. Ambos sonrieron.
-No voy a besarte –dijo David mirándola.