-No, no es por nada de eso. –Ensanchó la sonrisa-. Es que sólo las como cuando acabo un crucigrama, y por tu culpa hace tres días que no lo hago.
-Vaya, lo siento –dijo él sin sentirlo lo más mínimo. Le gustaba saber que conocerlo la había desconcentrado lo bastante como para que no pudiera hacerlo-. Supongo que tendré que encontrar el modo de compensarte.
-Tranquilo, ya lo había pensado. –Le señaló el sofá-. Ahí tienes los periódicos de los tres últimos días. Vamos a ver si de verdad se te da tan bien la geografía.
-Digamos que esto no era lo que tenía en mente, pero, en fin, tendré que conformarme.
Se sentó y abrió el primero. Cinco minutos más tarde ya lo había terminado. Amanda, que había ido a terminar de secarse el pelo, regresó ese mismo instante.
-Mira. –Sujetó el periódico orgulloso-. Ya puedes comerte una piruleta.

 

-Estoy impresionada. ¿Quieres una? –le preguntó mientras rompía el envoltorio de la suya.
David se quedó mirándola; estaba sentada a su lado sin darse cuenta de que su mera presencia lo volvía loco.
-¿Puedo pedir otro premio?

 

-Claro –respondió con el caramelo ya entre los dientes.

 

-Entonces… -Sujetó el bastoncillo blanco que salía de entre los labios de

 

Amanda y tiró de él.

 

A Amanda empezaron a temblarle las rodillas. David dejó la piruleta encima del plástico que aún estaba sobre la mesa sin dejar de mirarla a los ojos. Levantó una mano, le acarició la mejilla y despacio inclinó la cabeza hacia delante. La besó. El beso empezó como algo inocente, o al menos eso se dijo a sí mismo, pero al sentir piel contra piel, aliento contra aliento, a los dos les dio un vuelco el corazón. Amanda entreabrió los labios con timidez y el gesto enloqueció a David, que le sujetó la cara con las dos manos para poder devorarle el alma. Ella se agarró a la camisa de él y fue al encuentro de sus caricias. Las respiraciones se iban
acelerando y los latidos acompasando hasta que de mutuo acuerdo, comunicándose sólo con los labios, fueron rebajando la intensidad del abrazo.
-Vaya… -suspiró ella sin atreverse a mirarlo.

 

-Sí, vaya. –David tenía las manos sobre las rodillas para que ella no viera que aún temblaban-. Esto es peor de lo que me temía.
-¿Peor? –Se puso de pie de un salto. Ella ya sabía que tenía muy poca experiencia con los hombres, pero no creía que se mereciera un comentario tan insultante como ése-. No tenías ninguna obligación de besarme. Si haces memoria, yo te había ofrecido una piruleta.
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