DIEZ
Joaquim Ortells caminó descalzo hasta el frigorífico y sacó de él una botella de cerveza. Hacía mucho calor en su piso ya que había estado cerrado durante dos días. Era un verano duro, aunque en la geografía valenciana siempre lo son. La humedad de esta costa bañada por el Mediterráneo aumenta la sensación de calor y una temperatura de treinta y seis grados puede parecer de cuarenta. Las estrellas que poblaban desordenadamente el firmamento brillaban con todo su esplendor para decir que el que venía sería un día despejado y caluroso, de nuevo. Dio un trago y la sensación de las burbujas frías transitando por su garganta a tiempo de socorrerla le pareció un placer como pocos. Sacó el móvil de su bolsillo e hizo la llamada.
—Noelia, soy yo. Hemos llegado. Te confirmo lo del lunes, ya he hablado con don Francisco.
—¿Dónde está?
—La he llevado al Hotel Matilde, por si mañana quiere ir a la playa o a dar una vuelta. Es extranjera, supongo que le gustará ese ambiente. No veo conveniente presentaros antes de la reunión.
—Sí, claro —respondió Noelia casi sin escuchar.
Joaquim pareció encontrar el momento que buscaba.
—Hay algo que no te va a gustar. Te lo digo porque quiero que estés preparada. No puedo contarte nada ahora pero te adelanto que hay algo que no te va a gustar de ella.
—Lo que no me gustan son estos juegos, Ximo —volvía a utilizar el apelativo que tan poco le agradaba a él.
—No son juegos. No debo comentar nada de ella contigo, pero quiero que estés preparada.
—No te preocupes, llevo esto mejor de lo que todos pensáis.
—De acuerdo. Buenas noches, Noelia.
Él acabó su cerveza apoyado en el balcón. A lo lejos
veía el mar. Ella cogió el mando a distancia del televisor y se
echó en el sillón. Miró la hora y pensó que le daba tiempo a ver,
al menos, tres películas antes de que llegara su hija y comprobar
que lo hacía sana y salva. Artur ya no podía hacerlo.
Iba a ser una noche larga. Y también solitaria. Los grillos hacían
su trabajo y cantaban canciones sin ritmo para aquellos oídos sin
estrofa.