QUINCE
El silencio caló en las paredes de la Alquería Julieta durante el resto del día. La hora de la comida dejó una mesa puesta a la que nadie se sentó y una ensaladilla rusa sin tocar. Noelia estuvo un rato esperando. Sabía que su hija no bajaría pero, por decoro, preparó la comida para Enda Berger. Tampoco apareció. Joaquim se despidió hasta el jueves, día en que contaban con verse todos en la notaría, a lo sumo el viernes, le había dicho don Francisco. Octubre, como era de suponer, tampoco estaba a la vista. Noelia se sentó dentro y se sirvió un poco de vino. La llegada de aquella irlandesa la había confundido. Deseaba odiarla, y en verdad, ya lo hizo con todas sus fuerzas antes incluso de verla por primera vez. Pero a cada momento que pasaba, sentía que aquella mujer era también una parte de Artur; de un Artur que no volvería y de quien había que conservar en la memoria incluso lo malo. Un mal recuerdo, con el tiempo, puede ser un dulce. Recordó aquella ocasión en que se enfadó en la fiesta del aniversario de Pau, su editor, porque ella estuvo flirteando con un joven arrogante y sexy, de los que vuelven locas a las mujeres casadas que no recuerdan el olor del sexo de su marido, y se marchó sin decir nada dejándola en ridículo cuando ella preguntó a todos por él y a punto estuvo de llamar a la policía. Sí, aquella irlandesa tenía algo de Artur, le había tomado prestado algún gesto, algún aspecto en la dicción de las palabras, porque los amantes no sólo se aman y se besan, también se contagian. Se contagian la risa, los miedos, la forma de mirar… y sólo por ello podía ser que mereciera estar allí, por lo poco que pudiese quedar en ella de Artur. Y sabía que no podía luchar contra eso y al mismo tiempo velar por aquella mesa coja que era su familia.
El atardecer las
sorprendió paseando por la playa, las tres, una detrás de otra,
separadas por unos metros de oxígeno tan necesarios para firmar una
tregua de unas horas. En silencio, profanaban una arena que, a
pesar de la época del año que era, todavía estaba inmaculada a
aquellas horas de la tarde, como la vida que les quedaba aún por
delante. Tres senderos de huellas. Tres caminos diferentes. Tres
mujeres que compartían su amor por un hombre que ya no
estaba.