VEINTISIETE
Noelia hundía los pies descalzos en la resaca de las olas. Joaquim se había arremangado los pantalones y llevaba sus zapatos en la mano. Ya quedaba poca gente en la playa a aquellas horas estiradas de la tarde.
—¿Sabes quiénes eran? Si no quieres denunciar, lo que sí que haría yo en tu lugar es hablar con sus padres —dijo Joaquim.
—No soy yo quien debe decidir quién debe enterarse. Ya está bastante afectada. ¿Sabes que ha estado temblando hasta hace poco, que se ha dormido? No voy a ser yo quien se lo haga pasar peor. Es hora de hacer de madre. No la han violado, no sé qué coño ha pasado en la playa esta noche pero dice que nadie la ha forzado, y la creo. Ahora, otra cosa es la culpa que la carcome, y el dolor, supongo… y algo de despecho también debe de sentir, conozco a mi hija.
Noelia lanzaba la vista al horizonte. Algunos pescadores comenzaban a desplegar sus catres y escampaban sus enseres, con un orden asombroso, antes de fijar las cañas.
—Esa mujer se ha portado bien. Si no fuese quien es, hasta podría quererla como a una buena amiga, como parte de la familia, incluso. Y Enda le tiene cariño, ¿sabes? Y me da vergüenza confesar que eso me mata, aunque supe desde que la vi que harían buenas migas. Y no te rías, pero creo que Artur también lo sabía.
—No me río, creo lo mismo que tú, que Artur lo sabía.
La marea iba subiendo poco a poco para desgracia de algún castillo de arena.
—Tengo que contarte algo. Necesito tu opinión.
El pelo le bailaba ligeramente sobre los hombros.
—Enda necesita un padre. Una autoridad. Sí, ya sé… —dijo Noelia al ver la cara de desacuerdo que ponía Joaquim— no es necesario un padre para eso. Pero tú ya sabes que yo nunca fui del todo una madre para ella. No creo que pueda hacer sola todo el trabajo.
—Hace un momento me hablabas de Enda Berger…
—Ella se marchará —le interrumpió Noelia—. Tan sólo está esperando a poder vender el taller de bicicletas. Ojalá tarde mucho tiempo, aunque su presencia me recuerda a cada minuto que mi marido era un misterio para mí… pero acabará marchándose, y tú sabes que el invierno en la playa es duro, triste. No quiero que mi hija se convierta en mi juguete, pero tampoco quiero estar sola. No soporto estar sola, Joaquim. Siempre he sabido que lo estaré algún día.
—Oh, vamos, Noelia, mírate. Tú no eres un estorbo para Enda, eres un ejemplo de fortaleza. Te admira.
—Puede. Pero ¿por qué no tener también un padre?
Un silencio quedó suspendido en el aire como lo haría un martín pescador al acecho de algún insecto acuático.
—No creo que eso sea algo que se pueda planear, sinceramente —dijo Joaquim un poco ruborizado—. Esas cosas surgen de forma natural.
—¡Por Dios! —exclamó Noelia—. No me refiero a eso. No te me estoy insinuando.
Joaquim se puso colorado.
—No, ya lo sé, mujer —intentaba arreglarlo—. Me refiero a que ya encontrarás a alguien. No hay que forzar las cosas.
Noelia se sentó en un viejo tronco masticado por el mar que la marea había devuelto a tierra unos años atrás en aquel preciso lugar.
—Verás, siempre he creído que tú lo sabías, Artur no tenía secretos para ti —dijo Noelia—. Pero el otro día comencé a sospechar que no sabes nada.
—Suéltalo. No tengo ni idea de qué hablas.
—No sé quién es el padre de Enda. Puede ser Artur, pero no lo sé con certeza.
—¿Cómo podría parecerse tanto a él si no fuera hija suya?
Noelia volvió a lanzar el humo con fuerza antes de contestar.
—No lo sé. ¿Casualidad, tal vez? No sé, puede que no se parezca tanto como todos pensáis. Pero créeme, Artur lo sabía. Sabía que podía no ser el padre. Aún así se casó conmigo. Eso es todo.
—¿Quién es el otro? ¿Es del pueblo? —preguntaba casi con miedo de conocer la respuesta.
—Cuando se lo dije no quiso saber nada más del asunto. ¿Recuerdas a Patrick, el francés de ojos verdes que nos llevaba a todas locas?
—Hostia, sí. Aquel gilipollas.
—Exacto, aquel gilipollas.
Un niño desnudo jugaba en la orilla a que no le alcanzaran las olas.
—Fue al poco de irse Artur. Yo estaba furiosa porque sabía que nunca conseguiría retenerlo a mi lado. Salimos unos cuantos a emborracharnos y a las cuatro de la mañana me encontré debajo de Patrick el francés en lo que recuerdo fue un mal polvo. Y el resto de la historia ya la sabes.
—Aunque él fuera el padre de Enda, ¿por qué crees que ahora Patrick querría conocer a una hija de dieciséis años cuando no quiso saber nada en su momento?
—No lo sé. Pero creo que ella tiene derecho a saberlo. Tiene derecho a elegir tener un padre o no tenerlo. O, por lo menos, a saber si lo tiene. ¿No crees?
Joaquim miraba subir la marea, en silencio. Organizaba la información e intentaba ordenarlo todo antes de comenzar a hablar.
—Si Artur viviera, las cosas serían diferentes —continuó Noelia—, o si ella fuese un poco más mayor, no me plantearía nada de esto. El problema es que a su edad necesita un padre, y el hecho es que podría tener uno. ¿Qué derecho tiene nadie a decidir por ella?
—No lo sé, es un tema complicado. Todo esto es complicado; ¡recuerdas lo que te dije antes sobre Enda Berger? Creo que Artur ya pensó en ello cuando planeó hacerla venir hasta aquí.
—¿Eso crees? ¿Crees que ya pensaba en ello cuando le puso su nombre a mi hija? ¿Por qué lo hizo a sabiendas de que me haría daño?
—No lo sé. Pero cuando decidió hacerlo creó un vínculo entre ellas. Puede que siempre hubiese planeado que tu hija conociese a Enda Berger.
—Eso es muy raro.
—Sí, lo es.
—Bueno, ¿cuál es tu opinión? ¿Qué hago? —preguntó Noelia.
—¿Yo? ¿Quieres que yo te diga qué debes hacer?
—Eres el abogado de la familia, ¿no? —dijo ella con cierta sorna.
—Bien, en ese caso…
Joaquim se levantó antes de continuar y Noelia tras él.
—La verdad es que no creo que el capullo de Patrick el francés haya cambiado mucho en todo este tiempo. No lo querría ver educando o dando ejemplo a una hija mía, ya que me lo preguntas.
—Vosotros le odiabais porque todas íbamos tras él —replicó Noelia.
—Puede, pero era un capullo y te lo demostró. No creo que haya cambiado de parecer ni vale la pena intentarlo. Y a lo mejor remueves la mierda y ni siquiera es el padre, a lo mejor el padre es Artur. Mi consejo es que te relajes y cruces los dedos. Con un poco de suerte, Enda Berger no irá a ninguna parte y te ayudará a soportar el peso de una hija adolescente. O, en el peor de los casos, te puede salir un novio —dijo él sonriendo.
—Sí, un abogado, ¿no?
Joaquim se volvió a
sofocar.