TREINTA Y TRES

 

Enda Berger abrió los ojos. La calidez de otro cuerpo se sumaba al suyo bajo las sábanas. Se dio la vuelta y su cara estaba frente a la de Artur. Él respiraba como lo hace un fumador. Aquella nariz era un instrumento de viento. Ella tan sólo tuvo que alargar los labios para besarla. Lentamente, él abrió los ojos. Alguien debería inventar un color nuevo para ellos, pensó Enda, que no estaba acostumbrada a ver aquel marrón verdoso.

 

Bon dia —dijo él—. Precisamente estaba soñando contigo.

 

Good morning.

 

Les costó un buen rato dejar de besarse y salir de la cama para preparar café y comer algo. Después fumaron el primero de muchos cigarrillos recostados en aquel catre hecho con maderas que Artur tenía como cama.

 

—¿Dónde está mi dibujo? —preguntó ella.

 

—No sé de qué me hablas —contestó él.

 

—Oh, vamos. Sí que lo sabes. El dibujo que estabas haciendo cuando me mirabas desde la Catedral y no nos conocíamos.

 

—Ah, ese dibujo. Lo tiré a la basura.

 

Ella se levantó tan repentinamente que a punto estuvo de desparramar los cafés y el cenicero que había sobre la cama.

 

What a fuck! ¿Lo has roto?

 

—No, sabes muy bien que no. Pero todavía no está terminado, ayer estuve todo el día con tu bicicleta.

 

—Creí que no te había supuesto mucho esfuerzo.

 

—Te mentí. Si no hubieses sido tan guapa, la hubiese tirado a un contenedor.

 

—Oh, gracias —dijo ella con ironía—. Así que eso es lo único que soy, una cara bonita con la que hacer gimnasia en tu cama, ¿eh?

 

—Pues claro —dijo él sonriendo—, no pensarás que me puedo a enamorar de una irlandesa, ¿verdad?

 

—No.

 

—Bien.

 

Un silencio de un par de segundos acabó con aquello.

 

—Enséñamelo —dijo ella en otro tono.

 

Él se levantó y salió de la habitación. Volvió al poco con una lámina boca abajo.

 

—Bien. Es sólo un boceto y no está terminado.

 

—Venga, dale la vuelta.

 

Eso hizo. Le dio la vuelta a la lámina y mostró un dibujo en el que se podía apreciar a una chica fumando junto a una bicicleta.

 

—¿Y bien? —preguntó él.

 

Ella tardó unos segundos en contestar.

 

—No está mal —dijo.

 

—¿No está mal? —sonaba un tanto decepcionado—. ¿No te gusta?

 

—Sí, es muy bonito. Lo haces muy bien.

 

—No te gusta. Admítelo.

 

—Bueno, no es eso. Es sólo que yo no entiendo de arte, soy bióloga. Supongo que debe de ser bueno, tú eres el artista.

 

La verdad era que aquel dibujo era una auténtica mierda. A un verdadero artista le hubiese costado trabajo hacer algo tan carente de estilo y trazo a propósito, pero aun así, ella estaba contenta de que él la hubiese reflejado sobre aquella lámina, aunque hubiese sido con tan mala fortuna.

 

El hombre que arreglaba las bicicletas
titlepage.xhtml
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_000.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_001.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_002.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_003.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_004.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_005.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_006.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_007.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_008.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_009.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_010.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_011.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_012.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_013.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_014.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_015.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_016.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_017.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_018.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_019.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_020.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_021.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_022.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_023.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_024.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_025.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_026.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_027.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_028.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_029.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_030.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_031.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_032.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_033.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_034.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_035.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_036.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_037.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_038.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_039.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_040.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_041.html
CR!4E31DB1QBN3DX1AYBABKBJ9QDCT6_split_042.html