Ríos de oro: el Madre de Dios, Beni, Acre y Purús
El Madre de Dios, llamado Amarumayo (río serpiente, en quichua) por Garcilaso en sus Comentarios Reales, y Manutata o padre de los ríos por los indios territoriales, ha sido el camino andando por donde vinieron a estas regiones guerreros, exploradores y misioneros.
Célebre entre todas es la expedición militar del inca Yupanqui, el cual bajó con 10.000 indios embarcados en challapos o balsas para sojuzgar el país de los muxos, moxos o mojos. Como señales del paso del inca por aquí, se enseñan los restos de una fortificación roquera en la barranca Vitoria, sobre el Beni, a legua y media de Riberalta, y de otra también frente a la cachuela Esperanza, en el mismo sitio en que ahora está emplazada la tumba de la esposa del Sr. Suárez.
El Amarumayo o Manutata debe su moderno nombre de Madre de Dios a que los indios chunchos arrojaron al río la imagen de Nuestra Señora de la Hacienda de Coripata, cerca de Paucartambo, adonde había sido trasladada a poco de su invención sobre un peñasco del río. El río tiene sus cabeceras en los ríos Manu y Tambo, en Paucartambo (Perú); presenta un recorrido de 1.500 kilómetros, y se junta con el Beni a los 170 kilómetros arriba de la cachuela Esperanza, a los 11º latitud Sur. En la confluencia, el Madre de Dios mide 716 metros de anchura por 244 el Beni. La desembocadura tiene 9 metros de profundidad.
No sé por qué en Geografía el Beni absorbe al Madre de Dios, cuando éste es tan largo como aquél, más ancho y más caudaloso; es, en fin, más río que el otro, si vale la frase. He vivido un año en una de las barracas del Madre de Dios, «San Pablo», del Sr. Salvatierra; he navegado el río, si no en toda su longitud, lo bastante para poder apreciarlo, y siempre me ha parecido mayor y más magnificente que el Beni. Lo misterioso del Madre de Dios, y quizás la jettatura con que ha contaminado cuantas exploraciones se han hecho en él, habrán sido parte para que el Beni le haya arrebatado fama y jurisdicción.
Blanco de los deseos de geógrafos y exploradores, el Madre de Dios no se ha dejado conocer sino paso a paso y con repetidos esfuerzos. En los años de 1851-52, el teniente de navío norteamericano Gibbon y el franciscano Bobo de Revello hicieron juntos el reconocimiento del origen del río en las sierras de Paucartambo. Siguen Maldonado en 1860 y La Torre en 1875. El coronel peruano D. Faustino Maldonado fue el primero que a conciencia navegó todo el curso del Madre de Dios: salió al Beni y llegó hasta el Madera. El resultado práctico de esta expedición fue casi nulo, por haber muerto el explorador en una de las cachuelas de este último río, regresando los sobre-vivientes por el Marañón y Huallaga al Perú. Más desgraciada fue la exploración organizada por La Torre, prefecto de Cuzco, el cual murió a manos de los bárbaros del río.
Tras éstos siguen el P. Mancini y los gomeros, Antonio Vázquez el primero de ellos, que hicieron viajes parciales entre el Beni y el Madre de Dios. Luego, el P. Armentia en 1875, el coronel Pando (ex presidente de Bolivia), hasta la embocadura del Inambari; dos viajes comerciales del peruano Carlos F. Fiscarral por el Camisea, Urubamba, Manu y Madre de Dios hasta Riberalta, y el viaje de la lancha Esperanza el mismo año de mi llegada al Beni, en 1896, remontando el río hasta el Uyucali y consiguiendo ver los nevados de los Andes.
En el intermedio de todas estas exploraciones, los barraqueros sen-taron sus reales en ambas márgenes del Madre de Dios, donde existen las siguientes barracas, por orden de antigüedad: «San Pablo», «Genichiquia», «Maravillas» «Conquista», «Sena», «Camacho» y «Carmen»; las de Suárez: «Asunción», «San Pedro», «América» «Washington» y
«Montevideo», y otras más situadas en las nuevas sendas que desde la margen izquierda del Madre de Dios o desde las cabeceras del Orton van al Acre.
Hablando del Acre y del Purús, se impone hacer particular mención de William Chanless, explorador inglés de estos ríos del Noroeste de Bolivia.
Había supuesto Gibbon que el Madre de Dios entraba en el Purús. Markham, después de haber bajado desde las fuentes del primer río en 1853, también creía que éste se vaciaba en el Purús, y con galana pluma ratificaba lo que la tradición y la fábula consignaban sobre estas regiones primitivamente dominadas por los incas. Cual Gibbon, llamó la atención sobre los inmensos beneficios que podía sacar el comercio si se podía hacer accesible la navegación a vapor de la red amazónica.
El genio aventurero y emprendedor de Chanless (1826-97) se aprestó a explorar y reconocer las cabeceras del entonces menos conocido tributario del Amazonas. Hallábase por entonces en Manaos, de regreso de su expedición de Tapajos, que remontó 1.200 millas más allá de Santarem, y en 1864 acometió la nueva empresa. En menos de un año ascendió el tortuoso curso del Purús en una extensión de 1.865 millas, hasta que fue detenido por el escaso caudal de agua, que no daba libre paso a su canoa.
Esta exploración fue la primera de carácter serio llevada a cabo por Chanless, con su forzoso complemento, la del Aquiry o Acre, río que también remontó casi hasta su cabecera. La prolijidad que puso en esta empresa, la descripción que hace del Purús, sus observaciones sobre la importancia de éste como arteria comercial de los productos de la región recorrida y sus numerosas e importantes observaciones sobre la latitud y longitud de los lugares, todo da el sello a esta exploración de la más útil hecha hasta entonces en la hoya del Amazonas; a la vez que el tacto extremado y el arrojo que se desprenden de las relaciones que entablara con las numerosas tribus salvajes que encontrara en el curso del río, danle patente de viajero intrépido y experto.
Su informe sobre la «Subida del río Purús», leído ante la Sociedad Geográfica de Londres en 26 de febrero de 1866, le mereció la meda-lla de oro de esa Corporación. En 1869 hállase otra vez Chanless en Bolivia, y en compañía de D. Santos Mercado (industrial cruceño), recorrió las orillas de los ríos Beni y Mamoré y navegó el Itenes, de viaje a San Joaquín, en compañía de Mercado y del doctor Veira, que iba como cónsul del Brasil a Trinidad del Beni, y que por cierto murió de flecha en una agresión de los bárbaros ribereños.
Chanless recibió comisión de la Sociedad Geográfica de Londres para navegar el Beni hasta su encuentro con el Madre de Dios, con encargo de reconocer la zona que de este río se extiende hasta el Acre.
Remontó el Beni desde Villa-Bella hasta la cachuela Esperanza, pero no pasó adelante, proporcionando así a Heat la magna empresa de 1880, referida anteriormente.
Desde la visita del geógrafo Chanless al Purús y su gran tributario de la margen derecha, el Acre, el tráfico por estos ríos tomó sorprendentes proporciones, mayormente en 1869, año en que el Brasil 283 decretó la libre navegación de sus ríos. El objetivo del Gobierno boliviano es conseguir de la otra República la concesión de la boca Acre-Purús, inconscientemente regalada por Melgarejo en el tratado de 1867, por cuyo recobro daría hoy Bolivia cualquiera otra compensación.
Asunto es éste de los ríos del Noroeste de vital importancia para Bolivia. Prescindiendo del cómodo transporte y exportación de la goma beniana, bastará fijarse en la utilidad que el Madre de Dios y el Beni reportarían al interior de la nación. El Madre de Dios es un camino abierto a la exportación de productos peruanos por el Madera, vía que no se utiliza por el espectro de las cachuelas. Cuando este espectáculo se allane, el Beni reportará incalculables beneficios con el tráfico de nuevos comerciantes, según lo han demostrado las expediciones de Fiscarral. El río Beni, que nace en los Andes y corta la ciudad de La Paz el nombre de Choqueyapa (chacras de oro), engrosándose con numerosos afluentes en todo su curso, podría ser la salida de Bolivia por el Atlántico, con ventaja de tiempo y de numerario.
Compárese si no: el viaje que hoy se hace en noventa días por Magallanes, Antofagasta, Oruro y La Paz, quedaría reducido a quince días, construido el camino Madera, exentas de derechos aduaneros las mercancías, que por el Brasil sólo pagarían la tasa de transporte. En reso-lución, que los ríos del Noroeste serían las venas que renovarían la cir-culación de la mediterránea Bolivia.
Con todos estos pormenores, podrá juzgar el lector sobre la llamada «Cuestión del Acre», que tanto ruido hizo. Para percatarse de la trascendencia que tuvo la concesión hecha al Bolivian Sindicat (en el que figuran varios banqueros influyentes de Nueva York, tales como George Blis, W. A. Kead, Boron, Brothers y otros), basta saber que por ella gozaba esta Empresa durante treinta años de derechos casi soberanos en la extensa zona, excepcionalmente rica en gomales, comprendida entre la margen izquierda del río Madre de Dios, las dos márgenes del Orton, la parte alta del Acre y los orígenes del Yurúa, donde actualmente ejerce jurisdicción el Perú. La extensión total de lo arrendado al sindicato norteamericano puede estimarse en 70.000 millas cuadradas, sobre las que tenía el derecho de propiedad ad perpetuum, pagando sólo 10 centavos de boliviano por hectárea al Gobierno de Sucre; resaltando la importancia futura a que está llamada esta región, si se considera que en el actual estado embrionario de su explotación rinde a Bolivia cerca de un millón de bolivianos anuales por derechos de exportación sobre la goma.
Conviene recordar que por decreto de 3 de agosto de 1901, el Gobierno de Bolivia había concedido ya a la Bolivian Company, organizada también en Nueva York por el conocido explorador inglés sir Martin Conway, 15.000 millas cuadradas en propiedad en la margen derecha del Madre de Dios y a la izquierda del Beni, zona inmediata a la región peruana de Inamburi y del Marcapata, extraordinariamente rica en oro y gomales, y sobre la que se extienden las pretensiones territoriales de Bolivia. El Bolivian Sindicat y la Bolivian Company se refundieron en una sola Empresa, que abarca, por consiguiente, 85.000 millas cuadradas en la región del Acre y sus aledaños. Como es natural, una vez que los capitalistas norteamericanos pusieran los pies en aquellos lugares y ejercieran los actos de gobierno para los cuales estaban facultados por el contrato de arrendamiento aprobado por el Congreso de Bolivia, quedarían las regiones del Purús y del Madre de Dios convertidas en una verdadera colonia angloamericana; y para el caso de que esas tierras resulten más tarde estrechas y no satisfagan la aspiración de lucro de los banqueros de Nueva York que las han arrendado, Bolivia misma puso en manos de ellos imprudentemente los elementos necesarios para dominar militarmente el nuevo Estado semisoberano del Acre, pues en el Memorándum que sirvió de base al contrato se autoriza expresamente al Bolivian Sindicat para organizar las fuerzas de policía que juzgue necesarias, no sólo con el fin de proteger a los habitantes del territorio cedido, sino para mantener en él la obediencia a las Ieyes de Bolivia.
Es decir, que esta nación, creyendo tener un aliado en la colonia del Acre para la defensa de su soberanía en aquella zona, puso en peligro su integridad, junto con la de los pueblos vecinos suyos, Perú y Brasil, ya que los concesionarios de la Empresa yanqui usarían probablemente de las armas, antes que para mantener en el territorio del Acre la soberanía boliviana, para extender las fronteras de la colonia hasta donde pudieran encontrar mayores utilidades en su negocio.
Por todos estos inconvenientes que podían surgir para estos pueblos débiles del establecimiento en el corazón de la América del Sur de un nuevo Estado semi-independiente, aparte de los títulos de dominio que sobre parte de la zona arrendada alegan Perú y Brasil, es por lo que los Gobiernos de estas dos Repúblicas protestaron del referido pacto de arrendamiento mediante el cual Bolivia otorgaba a un sindicato extranjero el privilegio de navegación en los ríos brasileños afluentes del Amazonas y una especie de dominio en territorio litigio-so. Por fortuna, los Gobiernos del Brasil y de Bolivia llegaron a un arreglo con el sindicato angloamericano respecto al territorio de Acre, en virtud del cual dicho sindicato se avino a ceder sus derechos mediante una cuantiosa indemnización.