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Corrimos a través del túnel en el momento en que los estaban colocando en la valla de salida. Nos gustaba Happy Needles. Sólo estaba 9 a 5 y yo me figuraba que no podíamos ganar dos días seguidos, así que sólo le aposté 5 dólares. Manny le puso 10 dólares a ganador. Happy Needles ganó por una cabeza, rematando por el exterior en los últimos metros. Teníamos el ganador y también teníamos 32 dólares de apuestas equivocadas, cortesía de los chicos del almacén.
Se corrió la voz y los chicos de los otros almacenes donde yo iba a recoger los pedidos me entregaban sus apuestas. Manny tenía razón, muy raras veces acertaban. No sabían cómo apostar; apostaban al muy favorito o al caballo imposible, cuando el adecuado siempre andaba por la mitad de la escala. Me compré un buen par de zapatos, un cinturón nuevo y dos costosas camisas. El dueño del almacén dejó de parecerme tan poderoso. Manny y yo comenzamos a tomarnos más tiempo con nuestros almuerzos y a volver fumando habanos de primera. Pero seguía siendo una brutal galopada todas las tardes para llegar a la última carrera. La muchedumbre del hipódromo ya nos conocía de vernos aparecer siempre corriendo por aquel túnel, y todas las tardes nos aguardaban. Nos animaban aplaudiendo y agitando sus revistas hípicas, y los vítores parecían crecer cuando pasábamos a su lado en el sprint final hasta la ventanilla de apuestas.