Capítulo 7

UN MURO ENTRE NOSOTROS

Inary

Sabía que Logan buscaba pelea. Podía sentirlo por la manera en que abría y cerraba los cajones, por cómo suspiraba mientras preparaba el café, por sus ademanes a la hora de hurgar en los medicamentos de Emily para comprobar Dios sabía qué o por el modo en que luchaba contra los paños de cocina como si se tratara de un nido de serpientes.

Una parte de mí quería alejarse de su camino, evitar la confrontación inminente, pero otra parte quería plantarle cara y decirle todo lo que había guardado en mi interior desde que me había mudado a Londres. Lo poco que me gustaba que me castigara sin parar. Que yo no había escogido que mi vida se hiciera añicos para verme forzada a abandonar mi hogar. Lo mucho que detestaba que fuera tan resentido…

—¡Inary! No sé qué narices estás cocinando pero se está quemando —gritó Logan. Me espabilé y aparté la sopa del fogón de la cocina—. Justo lo que nos faltaba, ¡que la casa ardiera en llamas! ¿No puedes centrarte por una vez en tu vida? ¿Dejar que tu mente se concentre en lo que estás haciendo? ¿O como siempre tienes un millón de cosas más importantes en las que pensar?

Ahí estaba. Era inevitable. Mis manos temblaron de rabia mientras me apartaba el pelo de la cara e intentaba no gritar, pero él no me dejó en paz.

—¿Puedes decirme dónde ha viajado esta vez esa cabeza tuya, Inary? ¿Dónde?

Estaba de pie, muy cerca de mí; demasiado. Le miré. Mi hermano era un hombre alto, mucho más alto que yo, y de complexión fuerte. Pero estaba tan furiosa que no me amedrenté en absoluto.

—Mi cabeza está aquí con Emily —susurré con rabia—. Donde siempre ha estado, Logan. Siempre estoy pensando en ella. Y haz el favor de bajar la voz…

—¿Así que mientras estabas Londres pensabas en ella? Emily no necesitaba que pensaras en ella, ¿sabes? Que pensaras en ella no conseguía que se tomara sus pastillas todos los días, ni la llevaba al hospital de Aberdeen cada cuatro semanas para recibir siempre malas noticias. Siempre. Nunca oí que alguien me dijera «todo va bien». Jamás. Cada mes, cuando preguntaba cuándo llegaría el corazón y si se pondría bien, lo único que recibía por respuesta era una sonrisa profesional y un encogimiento de hombros.

Me odié a mí misma al sentir cómo las lágrimas descendían por mis mejillas. Traté de abrir la boca, pero al parecer, mi hermano todavía no había terminado.

—Llevo años sin dormir una noche del tirón. Siempre me he levantado para ver cómo estaba, como hacía mamá cuando éramos pequeños, ¿te acuerdas? Aunque puede que nunca te dieras cuenta. No he dormido una noche entera porque tenía miedo de encontrármela muerta por la mañana. Y no había forma de decirte la verdad, Inary, no lo entendías… Cada vez que intentaba contarte que no viviría a menos que consiguiera un nuevo corazón, ¡no me escuchabas! Estabas convencida de que sucedería algún milagro…

Sollocé y me llevé una mano a la boca.

—Que creyeras que Emily se pondría bien tal vez fue lo que te ayudó a que te marcharas de casa. Pero no está bien, se está muriendo. Y has estado fuera tres años. Te marchaste y me dejaste solo…

No podía soportarlo. Era incapaz de seguir allí y escuchar una sola palabra más.

Porque tenía razón.

Quería huir, salir a la calle y correr hasta el pozo de St. Colman para poder llorar en paz.

En lugar de eso le di una bofetada.

Él se quedó inmóvil y me miró con furia. Durante un segundo, creí que me devolvería el golpe, así que me preparé por dentro para recibirla, pero no lo hizo. Se volvió y le dio un puñetazo a la pared con tanta fuerza que la oí crujir. Después se sujetó la mano magullada con la otra e hizo una mueca de dolor.

—¿Podéis tranquilizaros, por favor? —Lynda, la enfermera, se asomó por la puerta—. Emily os está oyendo y está muy alterada. Sea cual sea el problema, ¡resolvedlo en otra parte! —siseó.

—Lo siento —dije. Me sequé las lágrimas que todavía me surcaban la cara.

—No puedes arreglar lo que hiciste, Inary. Hagas lo que hagas, no podrás deshacerlo. Tendrás que vivir con ello —espetó Logan con un iracundo susurro antes de marcharse de la cocina y de la casa.

* * *

Me quedé llorando un rato sentada a la mesa de la cocina. Después subí las escaleras para ir a ver a Emily. Me había prometido que nunca me vería llorar y tenía la intención de mantener aquella promesa. Me senté en su cama y le coloqué bien las mantas.

—Siento que nos hayas oído gritar. Ya nos conoces, nos llevamos como el perro y el gato.

—Sí. ¿Te está poniendo Logan las cosas muy difíciles? —susurró. Nunca terminé de acostumbrarme a lo azulado de sus labios ni a lo mucho que siempre parecía costarle respirar. Cómo me hubiera gustado respirar por ella.

—No más de lo normal. —Intenté sonreír.

—Él no te entiende.

—Qué va. En el fondo tiene razón. No tenía que haberte dejado… —Me odié a mí misma. En ese momento me detestaba de verdad.

—Logan no tiene por qué vivir como lo hace, Inary.

—¿A qué te refieres?

Emily tomó una profunda bocanada de aire, tan profunda como se lo permitió su aliento.

—A que yo soy su excusa.

Vaya.

—¿Su excusa?

—Mientras yo esté aquí, él tiene que cuidarme. No puede irse de Glen Avich, no puede tener una relación seria…

—¿Por qué no? Claro que puede tener novia.

—Exacto —murmuró ella. Cada vez tenía más problemas para respirar. Tenía que dejarla tranquila, hablar le suponía demasiado esfuerzo—. Como te acabo de decir, yo soy su excusa.

—Basta de charlas, cariño. ¿Necesitas algo?

—¿Puedes leerme otro capítulo de Cassandra?

Sonreí.

—Por supuesto. Así descubrirás si consigue escaparse o no.

—Pobre Cassandra… —susurró.

Asentí.

—Las mujeres lobo llevan una vida muy dura. No quiero ni pensar lo que tienen que pasar para afeitarse las piernas.

La hice reír. Le apreté la mano y me estremecí un poco, aún me dolía la palma con la que había abofeteado a Logan.