Capítulo 41

PROMESAS ROTAS

Inary

Al día siguiente, como si no estuviera ya bastante afectada, me encontré con él.

Lewis.

Todo comenzó a girar a mi alrededor mientras una avalancha de recuerdos caía en tromba sobre mí.

—Inary. Te he estado buscando por todas partes…

Me crucé de brazos y bajé la mirada. Sabía dónde vivía. Aunque tal vez no quiso arriesgarse a que Logan le viera. No podía culparle.

—Estás preciosa —dijo. En ese momento tuve la tentación de darle una bofetada, como debería haber hecho hacía tres años—. Me ha hecho tan feliz volver a verte.

«Feliz» no era la palabra que yo hubiera usado. En el funeral de Emily había estado tan aturdida, tan sobrepasada por todo lo que había sucedido, que no tuve la claridad mental suficiente para echarle. Tuvo suerte de que Logan no le viera.

—¿Podemos ir a algún sitio? ¿Algún lugar un poco más discreto que la calle?

¿Había algún lugar discreto en Glen Avich? Aparte de mi casa. Y estaba claro que no iba a dejar que pusiera un pie en ella. Negué con la cabeza.

—Inary, por favor. Escúchame, aunque solo sea esta vez.

Suspiré. Qué más daba. Sea como fuere, lo que tuviera que decirme no me iba a hacer más daño del que ya estaba hecho. Y tal vez así obtendría una explicación a lo que había pasado, por fin podría confirmar si de verdad había roto conmigo por mi don.

Empecé a caminar por St. Colman’s Way mientras Lewis me seguía en silencio. Un rato después me senté en un banco desde el que se podía ver una excelente panorámica de todo el pueblo y me envolví con mi suave cárdigan de angora, dispuesta a escucharle.

—¿Cómo estás?

Saqué mi cuaderno un poco molesta.

«Bien. ¿Dónde está Claire?»

—En casa. —De modo que vivían juntos. Me entraron ganas de vomitar—. Dios mío, Inary… ¡Escribes en vez de hablar! ¿Te ha visto algún médico?

Puse los ojos en blanco. Su preocupación llegaba un poco tarde.

«He perdido la voz por el trauma que me ha producido todo lo que ha pasado», escribí. «Con el tiempo la recuperaré.»

—Oh, Inary… —Me acarició el brazo.

Sentí una profunda repulsión, aunque una pequeña parte de mí, la parte que todavía estaba sentada en la mesa de nuestra casa en Kilronan, casi lloró de alivio al sentir su contacto de nuevo. Odié a esa parte con todas mis fuerzas.

«¿Saliste con Claire mientras estábamos juntos?», garabateé con manos temblorosas.

—¡No, Inary, por Dios! ¡Por supuesto que no!

«De acuerdo. Siento haber pensado que eras más cabrón de lo que en realidad eres», pensé para mí.

—No fue por eso. Es que… No sé qué me pasó, yo… Todo iba tan rápido…

«Fuiste tú el que quiso que viviéramos juntos. El que insistió en que nos prometiéramos.»

Los ojos me ardían ante lo injusto que me parecía todo aquello. Había sido él el de las prisas, él quien decía que no tenía suficiente de mí, él quien me prometió que estaría conmigo para siempre.

—Lo sé, lo sé. Soy un imbécil. —Miró a lo lejos.

No me podía creer que hubiera tenido la desfachatez de buscarme.

«¿Fue por lo que te conté? ¿Por lo de mis visiones?»

Apartó la mirada.

Había dado en el clavo.

—Lo siento. No sé qué me pasó por la cabeza… Cuando me lo contaste… me asusté.

«¿Por qué? ¿Qué tenía que ver contigo?»

—¡Inary! ¡Me dijiste que veías fantasmas! ¿Cómo hubieras reaccionado tú si te hubiera contado algo parecido? ¡Dijiste que te había atacado un espíritu que salió del lago!

«Y así fue.»

—No pude… Simplemente no pude.

«Pensaste que estaba loca.»

—Creía que te conocía y de pronto me contaste aquello.

«Cometí un error. No debería haberte dicho nada.»

—No, no. Tenías que hacerlo. Fui yo el que se comportó como un idiota… Cuando te dejé me quedé destrozado.

«Pobrecillo», pensé con ironía.

—Logan vino a verme. Me dijo que te habías mudado a Londres. Que me mantuviera alejado de ti. Amenazó con romperme la nariz, ya sabes cómo es tu hermano…

«Bien por él», escribí furiosa.

—Lo sé. Me lo merecía. Y después no tuve el coraje para ponerme en contacto contigo. Cuando te vi en el funeral de Emily…

Hice una mueca.

«Fin de la conversación», escribí y me puse de pie.

—Inary, por favor, no te vayas —imploró, poniéndose frente a mí. Se acercó un poco más—. Lo siento —susurró y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Cuando me hablaste de tu… don… debería haber estado a tu lado. Debería haber sabido que estabas pidiendo ayuda y haberte ayudado…

«¿Qué?», articulé con la boca.

—No tienes por qué avergonzarte de nada, Inary —continuó, estrechando mi mano con la intención de que me calmara—. Ahora lo entiendo. Deberíamos haber hecho frente a tus problemas juntos, como pareja…

¿Mis problemas?

Me eché a reír. No lo pude evitar.

—¿Inary?

Pensaba que estaba enferma. Que tenía un trastorno mental. Bueno, no tenía sentido seguir discutiendo.

Di media vuelta y me alejé.

Sin más.

Y ahora no me sentí como si estuviera perdiendo una extremidad o desgarrándome por dentro, como solía experimentar cada vez que nos separábamos.

—¿Inary? —repitió.

Me detuve. Todavía tenía algo que decirle. Volví a sacar el cuaderno y escribí a toda prisa.

«Por cierto, sigo viendo gente muerta. Por todas partes. Díselo a tu madre. Seguro que puede conseguirme un buen exorcista.»

Me gustaría poder decir que aquello me produjo cierta satisfacción, pero estaría mintiendo. En realidad no sentí nada. Seguí caminando sin mirar atrás, adentrándome en St. Colman’s Way con el frío viento azotando mi pelo y sin una sola lágrima en los ojos.

Mi don no era ninguna enfermedad. Era un privilegio.

Y había llegado el momento de usarlo como era debido.

Cuando llegué a casa tomé una profunda bocanada de aire. Por primera vez en tres años me sentía libre. Libre de Lewis, libre de remordimientos. Él creía que estaba enferma, pero mi don era la mejor parte de mí. Y ahora que por fin había dejado atrás a Lewis, había encontrado mi don.

Volvía a sentirme completa. El corazón que mi ex había roto en mil pedazos ahora era más fuerte. No había razón alguna para seguir escondiéndome, para ocultar mi don a aquel a quien de verdad amaba.

Hablar con Lewis me había hecho entender muchas cosas. Mi don había regresado en el peor momento de mi vida, después de perder a mi hermana. Y justo en ese instante, Mary había llegado para consolarme en mis horas más oscuras. Ahora era mi turno de ayudarla. La niña del lago me necesitaba. Darme un susto de muerte fue la única forma que encontró para que la escuchara. Parecía un monstruo, pero sus palabras revelaban que solo era una niña asustada.

«Por favor, Inary. Ayúdame. Llévame a casa.»

No había nadie más. Nadie que la escuchara. Nadie que la llevara a casa.

Nadie excepto yo.

De: Inary@gmail.com

Para: Alex.McIlvenny@hotmail.co.uk

Querido Álex:

Hoy me he topado con Lewis. Me ha dicho que sentía mucho lo que me hizo, que cuando le conté lo de mis visiones debería haberme ayudado con mis problemas.

Dios, qué suerte tuve al perderle de vista.

Inary

De: Alex.McIlvenny@hotmail.co.uk

Para: Inary@gmail.com

Cómo me hubiera gustado ser yo el que se topara con él. O mejor dicho, que mi puño se topara con él. Menudo imbécil.

La imagen de Álex pegando a alguien me hizo reír. Era una persona tan tranquila que era imposible…

Lo siento, tengo que irme.

Hablamos luego.

Álex

Vaya. Qué despedida más rápida. Me pregunté qué tendría que hacer, a dónde tendría que ir. ¿Habría quedado con Sharon? Mejor no preguntar. Me hubiera dado un millón de cabezazos contra la pared por haber estado tan ciega. Pero no podía retroceder en el tiempo.