Capítulo 13

VINO EN SILENCIO

Inary

Cuando llegué a casa parecía, y me sentía, como un gatito empapado. Me aparté el pelo mojado de la frente y entré.

Lo percibí al instante.

Se me erizó el cabello. Ahí estaban de nuevo las señales inequívocas de que un espíritu andaba cerca: el cosquilleo, el silencio de fondo, el constante zumbido en los oídos, la piel de gallina. Sentí tal alivio que estuve a punto de marearme. Pues claro. Por supuesto. Había estado buscando a Emily por todo el pueblo y ella había estado aquí todo el tiempo. ¿Dónde si no? Corrí a la cocina. «Emily, Emily, Emily», llamé buscando en las alacenas, detrás de la estufa, debajo de la mesa. Me di la vuelta, fui a toda prisa hacia el salón y miré en los sofás, en la chimenea, en las estanterías por si estaba medio escondida en la penumbra. Nada.

«¡Emily!», me desgañité. Me dolía la garganta por el esfuerzo, pero ninguna palabra salió de mi boca. Salí disparada escaleras arriba. Tal era mi deseo de verla que casi tropecé en el último peldaño. Aún sentía ese hormigueo tan intenso que rozaba el punto del dolor. La energía estática me recorría la piel. Fui directa a su habitación. Abrí la puerta con el corazón en la garganta…

El resplandor amarillento de la farola que teníamos enfrente de casa se filtró a través de la ventana y la abertura de las cortinas. Recorrí el dormitorio con la mirada. La cama pulcramente hecha, sin tocar; el escritorio; el tocador con sus perfumes y sus medicamentos alineados; la máquina de coser y el acogedor espacio entre la cama y la pared donde solíamos sentarnos mientras yo le leía mis historias.

Allí no había nadie. Emily no estaba en su habitación.

Dejé escapar un sollozo. «¿Dónde estás? ¿Por qué te escondes de mí?»

Sin embargo, sentía su presencia. Incluso tuve la extraña sensación de que mi pelo empezaba a erizarse, como cuando te lo cepillas y se carga de energía estática. A esas alturas mi corazón latía desbocado. Me dirigí a la habitación de mis padres, pero en el mismo instante en el que entré la decepción me golpeó de lleno como un chorro de agua fría. El hormigueo empezó a aminorar, al igual que la electricidad en el aire. Todavía sentía el zumbido en los oídos, solo que mucho más débil. El ambiente a mi alrededor empezó a normalizarse, ya no estaba cargado de exceso de electricidad. Mi hermana se iba…

«¡Emily, no! ¡No antes de que te vea!», intenté gritar con tanta fuerza que conseguí emitir un susurro estrangulado como un suspiro entrecortado. Abrí la puerta de mi habitación y me adentré en la oscuridad.

Entonces la vi.

Había una sombra sentada en mi tocador, la misma forma femenina que ya había visto. Durante un segundo el terror me cegó por el recuerdo de lo que había contemplado hacía años, la horrible visión que me despojó de mi don. Pero solo fue un instante; esta aparición era diferente. Tenía que tratarse de mi hermana. Tenía que ser Emily.

Enfoqué la mirada en la penumbra. El cabello de aquel espíritu no era pelirrojo, como el de Emily, sino negro. Pero seguía sin verla con claridad. Estaba claro que era mi hermana. ¿Quién si no?

Llevaba el pelo recogido en un moño suelto a la altura de la nuca. Mi hermana nunca iba peinada así. Aquella esbelta figura iba cubierta con un camisón de lana azul y Emily odiaba ese tipo de prendas.

Entonces giró un poco el rostro y por fin pude ver su perfil.

No podía negar lo obvio. No se trataba de Emily.

La decepción me destrozó el corazón. Me sentía estafada.

Y aun así, a pesar de la tristeza, a pesar de que la herida que me había producido la muerte de mi hermana volvía a sangrar después de aquella decepción, me di cuenta de que estaba viendo a un espíritu.

Ahora estaba segura. Después de trece años, mi don había regresado.

Estaba demasiado embelesada para moverme. En medio de todo aquel silencio me oí tragar saliva, mi respiración y los latidos de mi corazón. La joven sonreía y su rostro irradiaba felicidad. Sus delgados dedos sostenían una vieja pluma estilográfica; escribía una carta. Me quedé tan quieta como pude e intenté dejar de temblar y tiritar. Estaba empapada y congelada.

La voz de la muchacha inundó la habitación, resonaba en mi cabeza y en mi corazón como si estuviera hablando en mi interior. En ocasiones anteriores había oído en mi mente los pensamientos de los espíritus, pero nunca los había oído hablar. Aquel espíritu era especial. Más fuerte. Más real que ninguno de los que había visto antes.

—Por favor, Robert, vuelve pronto a Glen Avich —dijo, murmurando cada palabra mientras la escribía—. Sabes que estoy contando los días que faltan y que no encontraré la tranquilidad hasta que regreses. Por siempre tuya, con todo mi amor, Mary. —Soltó un sonoro y prolongado suspiro mientras yo contenía el aliento para no perderme ni una sola de sus palabras. Estaba sorprendida y aterrada a la vez. Era incapaz de emitir sonido alguno. La joven llamada Mary agarró con ambas manos la carta y alzó la cabeza para mirar al exterior, hacia el cielo gris. Sin hacer ruido, me dejé caer sobre la alfombra y observé su hermoso rostro de perfil, sus pies descalzos y la elegancia con la que movía las manos mientras introducía la carta en el sobre. Me quedé allí sentada, sobre el frío suelo, con los mojados mechones de pelo goteando sobre mis hombros, estudiando sobrecogida a la muchacha que había venido a visitarme en el peor día de mi vida. Seguía decepcionada, pero también encontré consuelo en su presencia, como si la soledad me estuviera ofreciendo un respiro.

Un golpe en la puerta interrumpió nuestra silenciosa intimidad.

—¿Inary? ¿Te encuentras bien?

Era Lesley. Me giré un segundo hacia la puerta y cuando volví a mirar Mary se había ido.

* * *

Media hora después tenía el pelo seco y había regresado a la cama. Estaba tan disgustada por no haber podido ver a Emily que tenía la sensación de que me habían apaleado el corazón; cada latido me dolía. Pero también estaba asombrada por la visita de Mary.

Mary, a la que se veía tan feliz mientras yo estaba llena de tristeza. Mary, que escribía una carta de amor y suspiraba de alegría.

De pronto sentí la imperiosa necesidad de hablar con Álex. ¿Pero cómo iba a buscar su consuelo después de lo que había sucedido antes de irme de Londres? No había venido al funeral; algo muy significativo.

Miré el reloj. Las cuatro y treinta y cuatro de la madrugada. Una hora intempestiva para llamar a nadie. Además, tampoco podía hablar; solo era capaz de emitir jadeos entrecortados que me harían parecer un acosador más que otra cosa. Mis dedos, sin embargo, decidieron ir por su cuenta y marcaron el número de Álex; antes de que mi cerebro me ordenara que me detuviera, ya había presionado el botón de llamada. Intenté colgar, pero el teléfono se me cayó al suelo y llegué demasiado tarde. Lo recogí tan rápido como me fue posible. Esperaba oír el mensaje del buzón de voz que me conocía de memoria —«Hola, soy Álex, ahora mismo no puedo atenderte, dime qué quieres y te llamo en cuanto pueda»—, pero para mi horror el tono de llamada empezó a sonar y se iluminó la pantalla en la oscuridad. Después de unos segundos conseguí pulsar el botón de colgar. Mi corazón latía a toda mecha. ¿En qué narices estaba pensando?

Ni siquiera lo sabía. Solo quería asegurarme de que estaba allí. Que todavía existía.

De pronto, mi teléfono emitió un ding que resonó en el silencio de toda la casa, sobresaltándome. Seguro que había despertado a Lesley por segunda vez en esa noche, pensé contrita. Era un mensaje de Álex.

¿Necesitas hablar? ¿Quieres que te llame?

Sí. Sí.

Tenía tal necesidad de oír su voz, esa voz que tanto conocía, que se me hizo un nudo en el estómago. Aunque era difícil de explicar y de entender, quería contarle todo lo de mi hermana…, incluso lo de Mary. Pero recordé que no podía hablar y me llevé una mano a la garganta.

Siento mucho haberte despertado. He perdido la voz. No puedo hablar. Te juro que no es ninguna excusa.

La respuesta llegó de inmediato y la luz de mi teléfono parpadeó en la penumbra.

Me tienes preocupado. Te mando un correo ahora mismo.

Me levanté y encendí el portátil. En cuanto vi el espacio vacío donde solía tener la carpeta en la que guardaba mis historias sentí una punzada de remordimiento. Todo lo que había escrito se había perdido. Nada más comprobar que en la bandeja de entrada tenía el correo que Álex me había prometido contuve el aliento; ambos estábamos entre esas raras personas que no se habían unido a Facebook. Los dos detestábamos la falta de privacidad y la invasión de miles, millones de personas que terminaban entrando por la fuerza en tu vida.

De: Alex.McIlvenny@hotmail.co.uk

Para: Inary@gmail.com

¿Qué te pasa en la voz? Siento no haber estado en el funeral. No tenía muy claro lo que querías que hiciera. ¿Te encuentras bien?

En realidad no. No había nada que fuera bien en mi vida.

De: Inary@gmail.com

Para: Alex.McIlvenny@hotmail.co.uk

Querido Álex:

Perdón por no haber hablado contigo antes. He perdido la voz. Le estamos diciendo a todo el mundo que es debido a una infección en la garganta, pero no creo que sea por eso. La perdí la misma noche en la que murió Emily. Ahora que mi hermana se ha ido, todo me parece raro y siento que las cosas van mal.

Inary

La respuesta llegó después de unos minutos.

De: Alex.McIlvenny@hotmail.co.uk

Para: Inary@gmail.com

Querida Inary:

Seguro que lo de la voz es por la conmoción de lo que ha sucedido. Ya verás como la recuperas enseguida. Siento mucho lo de tu hermana, lo siento mucho por ti y por Logan. En este momento me gustaría poder seros de más ayuda.

Se me empezaron a cerrar los ojos. Por lo visto, todo lo sucedido aquel día —y aquella noche— cayó sobre mí de repente, dejándome agotada. Mi cuerpo se estaba quedando dormido sin ni siquiera consultármelo antes.

De: Inary@gmail.com

Para: Alex.McIlvenny@hotmail.co.uk

Hablar contigo es una gran ayuda…

Tengo muchas cosas que contarte, pero me voy a quedar dormida en cualquier momento. Ha sido una noche muy larga. Te escribiré pronto.

Inary

P. D. Lo siento mucho.

Caí rendida en la cama y me acurruqué bajo el edredón. Se suponía que tenía que evitarle y, sin embargo ahí estaba, le buscaba.

Sabía que yo había tenido la culpa. No tendría que haber dejado que ocurriera nada entre nosotros. Aquella noche… Aquella noche había sido tan increíble y dulce que tan solo recordarla me dolía. Cuando le dije que había sido un error, no sé quién de los dos debió quedarse más deshecho, pero no podía permitir que nadie volviera a estar tan cerca de mí. Nadie tendría de nuevo ese poder sobre mí. Jamás. Y la forma en que Álex se había apoderado de mi corazón esa noche…

No. Nunca más.

Y aun así, no podía dejar de pensar en él.

Estaba tan cansada de estar enfadada conmigo misma. Empecé a perder la consciencia; no obstante, creí volver a oír a Mary susurrando. Intenté escuchar con atención, pero no pude evitar precipitarme en la oscuridad. Caí dormida con su voz en mis oídos como el murmullo de una canción de cuna.