Capítulo 21
LLÉVAME A CASA
Inary
Al día siguiente ahí estaba de nuevo frente al portátil, solo que en aquella ocasión revisando un manuscrito escrito por otra persona; alguien tan valiente como para dejar que su trabajo viera la luz. Alguien que había escrito una novela tan aburrida que me estaba quitando las ganas de vivir: la historia casi autobiográfica de una mujer que adoraba a los cuervos hasta límites insospechados. En ese instante estaba peleándome con un párrafo con un sinfín de pájaros —pájaros volando, pájaros picoteando, pájaros que se posaban en las ramas…— cuando oí cómo llamaban a mi puerta. Un segundo después, Logan irrumpía en mi habitación agitando su teléfono.
—Taylor acaba de mandarme un mensaje. Pregunta si te apetece que venga a recogerte ahora.
«¿Qué?», articulé con los labios.
—Para enseñarte la excavación.
Ah, sí. Él. ¿Había dicho que sí? Dios mío, sí. Miré a Logan con ojos suplicantes.
—Tú decides. No tienes por qué ir —se encogió de hombros—. Solo dile que no. —Así era mi hermano, la sutileza personificada en lo que a relaciones humanas se trataba.
«Dile que iré», escribí en el reverso de un folio A4 que saqué de la bandeja de la impresora.
—Está bien, pero puedes cambiar de opinión siempre que quieras.
«¿Tú también vienes?», me arriesgué a preguntar.
—No puedo. Esta tarde no tengo a nadie que me eche una mano en la tienda y tengo que quedarme allí.
Me detuve un segundo a pensarlo.
«Dile que sí.»
—¿Estás segura?
Asentí.
—De acuerdo. Aquí tienes su número, te lo mando ahora mismo… Ya está. Voy a prepararte algo de comer antes de que te vayas.
Sonreí. Era como una gallina clueca. Una un poco dejada y malhumorada, pero toda una «mamá gallina» al fin y al cabo.
Cerré el archivo de la mujer pájaro sin ningún cargo de conciencia.
* * *
Fuimos hasta el lago en el Land Rover de Taylor. Vivía a tan solo diez minutos del lugar, no hacía falta ir conduciendo. Aunque sospechaba que quería alardear un poco, aquello me resultó muy tierno.
Lástima que a mi cabeza hubieran vuelto a acudir aquellos inquietantes pensamientos sobre Álex. Por mucho que lo intentara, no podía dejar de pensar en él…
No, tenía que mantenerme firme. Había tenido mucha suerte de que Álex volviera a hablarme. No podía permitirme volver a ese punto; no después de todos los problemas que me había causado. Me había hecho una promesa y estaba dispuesta a cumplirla.
Con enorme esfuerzo volví al presente, al lago Avich. Era un día frío y claro y agradecí que no hubiera ninguna neblina sobre el agua. Taylor tenía una pequeña embarcación de madera muy bonita. Estaba pintada de azul y tenía forma de vaina. Se parecía mucho al bote de mi padre. No pude reprimir una sonrisa. Esperaba algo un poco más moderno. Taylor debió de leerme el pensamiento.
—Esta es la tecnología más avanzada que podemos permitirnos en la excavación, Inary. —Se rio—. En serio, hemos invertido casi todos nuestros fondos en los equipos subacuáticos. Además, creo que esta es la mejor manera de viajar por el lago. Es tranquila, no perturba a la fauna ni a la flora autóctona y es bastante rápida. Hasta le he puesto un nombre… —Señaló las letras pintadas con letras en un azul más oscuro que había a un lado de la embarcación: «Rover». Qué nombre más raro para un barco.
«¿Tu novia?», escribí en el cuaderno que me había llevado. Esperaba que captara la broma. Taylor volvió a reírse.
—¡Qué tonta! Rover era el perro que tenía cuando era pequeño —explicó. Era encantador, el típico estadounidense que sabía cómo desplegar sus encantos. No podía negarlo.
Cuando subí a la embarcación esta se balanceó mucho. Pero no era eso lo que más me preocupaba, tampoco el hecho de que fuera muy pequeña. Lo que me alteraba era algo diferente. El fino manto de niebla que empezaba a surgir del lago… y aquellas aguas tan negras… Me senté tensa, agarrándome a ambos costados del barco como si me fuera la vida en ello. Taylor debió de percibir mi ansiedad porque estudió mi rostro y frunció el ceño.
—¿Te encuentras bien? No hace falta que vayamos si no quieres…
Negué con la cabeza con una sonrisa más brillante de lo que me sentía por dentro. Había llegado la hora de superar mi miedo. Trece años evitando algo que te había aterrorizado era demasiado tiempo. Además, tampoco quería decepcionarle; se le veía tan entusiasmado por mostrarme la excavación.
Y el orgullo también jugaba una baza importante. No podía echarme para atrás y dejar que creyera que me asustaba ir en… ¡un barquito! Sí, eso sería demasiado humillante.
Taylor empujó la embarcación hacia el agua; se hizo con los remos y despacio, sin hacer casi ruido, empezamos a deslizarnos por el agua y a alejarnos de la orilla. La zona estaba en absoluto silencio, el agua era como un espejo negro y el cielo de un blanco tan puro que brillaba, estaba cubierto de nubes, como suele suceder a veces en inverno. Pasamos Ailsa, el islote rocoso situado en medio del lago. De apenas cien metros de diámetro, estaba cubierto de árboles oscuros e inclinados por el viento y de arbustos resistentes. Me recordaba un poco al cuadro de Arnold Böcklin La isla de los muertos.
Está bien, pensé, puede que este no sea el momento más adecuado para hacer esa comparación. Traté de no pensar en aquello.
—No te preocupes, esto es seguro —intentó calmarme Taylor a golpe de remo—. Y en cuanto lleguemos a la plataforma será como si estuvieras en tierra firme.
Tomé el cuaderno del bolsillo de mi cazadora y escribí: «No le tengo miedo al agua». Mentira. «Soy buena nadadora.» Verdad.
—¿Entonces eso no es lo que te pone tan nerviosa? ¿Soy yo?
Reí y negué con la cabeza. Era imposible estar nerviosa en presencia de Taylor.
Me relajé un poco y me recosté sobre el asiento, dispuesta a admirar la belleza del paisaje y a disfrutar del suave balanceo de la embarcación. Tal vez podría permitirme el lujo de no pensar en nada, aunque solo fuera por una hora. Solo un rato, lo justo para volver a tomar una profunda bocanada de aire sin la ansiedad que provocan la pena o el temor por las oportunidades perdidas. Lo justo para seguir viviendo.
El agua estaba completamente negra, pero de vez en cuando se podían atisbar algunos peces plateados nadando sobre la superficie. Era la primera vez que navegaba por el lago en años y tenía que reconocer que no estaba nada mal. Tal vez había cometido una estupidez al evitar aquellas aguas durante tanto tiempo. En aquel momento, lo que había sucedido aquel día trece años atrás me parecía un sueño del pasado. O más bien una pesadilla.
—¡Mira! Desde aquí ya se ve la excavación —anunció Taylor que, sin soltar las remos, hizo un gesto con la cabeza hacia la derecha.
Sobre el agua, a unos cien metros de la orilla, se erguía una plataforma de madera. Frente a ella, un poco más allá de la playa de guijarros, se encontraba aparcada una caravana blanca y azul. A su lado pude ver los restos de una hoguera; supuse que fruto de una sesión de malvavisco a la parrilla después de una jornada laboral.
—Hoy hace muy buen tiempo, seguro que podremos ver lo que hay debajo del agua —dijo Taylor un tanto jadeante por el esfuerzo de remar—. Estoy deseando enseñarte lo que hay allí abajo. Es espectacular… En un día soleado, cuando el agua está clara, hasta se pueden ver los postes que se usaron como apoyo del crannog. Algunos todavía se mantienen en pie. Pensar que esto lo construyeron hace tantos años gente como tú y como yo… Es increíble. Me estremezco solo de imaginármelo —continuó.
De pronto el corazón empezó a latirme más deprisa. El rostro de Taylor irradiaba el tipo de brillo que solo se ve en las personas apasionadas, aquellas que están inspiradas de verdad. Yo, sin embargo, me sentía tan vacía… Quería respirar su entusiasmo, embeberme de él, saborear la vida de nuevo.
No quería ser la muchacha que se quedaba sentada delante de una pantalla vacía, sin ninguna historia que contar.
Me incorporé un poco a medida que nos acercábamos a la plataforma. Taylor ató la embarcación a uno de los pilotes y subió a ella. Luego se agachó y me tendió una mano.
—Vamos —dijo.
Había venido a esta parte del lago en contadas ocasiones. Era una zona mucho más salvaje que la que daba a la aldea, más hermosa y llena de esa paz que uno solo encuentra en los lugares ancestrales, quizá por el peso del pasado.
Cerré los ojos durante un segundo y permití que los demás sentidos tomaran el control; el sonido del agua al golpear contra la plataforma, el tap-tap-tap de la embarcación contra el pilote al que estaba amarrada, el aroma a agua fresca y a niebla. Ahora entendía por qué Logan pasaba tanto tiempo en la naturaleza. La paz que allí se respiraba seguro que le ayudaba a hacer frente a las complicaciones de la vida, al peso que había cargado sobre sus hombros durante tanto tiempo.
Cuando abrí los ojos la belleza del paisaje que me rodeaba me dejó sin aliento, como si lo estuviera viendo por primera vez: los valles acunando el lago, la suave extensión de agua impulsaba por pequeñas ondulaciones que reflejaban el cielo blanco, el suave e infinito manto de nubes.
De pronto me percaté de que Taylor me estaba mirando pensativo, con la cabeza algo ladeada, como si estuviera admirando un hallazgo reciente en un museo. Me sonrojé por completo.
—Ven, mira… —Me agarró de la mano y se arrodilló sobre el borde la plataforma, mirando hacia el lago. Me quedé quieta, sosteniendo su mano, vacilante. Quería arrodillarme junto a él, pero dudaba si sería una buena decisión. Aunque no había percibido ningún signo físico que anunciara una inminente aparición, el último recuerdo que tenía con mi rostro tan cerca del agua era…
No, prefería no recordar. Mi corazón volvió a acelerarse… y no porque Taylor estuviera flirteando conmigo. Comprobé de nuevo mi estado: ningún hormigueo o zumbido en mis oídos. Perfecto.
—No te preocupes, Inary. —Sonrió Taylor—. Soy muy buen nadador y te prometo que no permitiré que te ahogues.
A mi orgullo aquello no le sentó nada bien porque me di cuenta de que no me había creído cuando le dije que sabía nadar. De todos modos, tampoco podía contarle la verdad, así que respiré hondo y decidí que había llegado la hora de enfrentarme a mis viejos temores.
Me armé de valor, me arrodillé junto a Taylor y bajé la vista hacia las aguas oscuras y tranquilas.
—¿Puedes ver la silueta de la estructura, Inary? —empezó Taylor—. La gente vivía aquí, personas como nosotros; hombres, mujeres y niños que cazaban, labraban la tierra y dormían juntos en su casa del lago. Vivieron aquí durante generaciones. Creerás que estoy loco, pero muchas veces sueño despierto con ellos. Me imagino qué aspecto tendrían, sus nombres, cómo serían sus vidas. Supongo que los arqueólogos estamos obsesionados con el pasado… No puede haber otra razón…
Su voz era hipnótica. Siguió hablando de la excavación, de cómo había terminado en Glen Avich y de lo que habían encontrado. Nadie mejor que yo podía entender su fascinación por el pasado.
Mientras le escuchaba, dejé que me envolviera la tranquilidad de las aguas negras, aquel silencio perfecto, roto tan solo por el suave sonido de su voz y el chapoteo del agua.
De pronto, dejé de entender las palabras de Taylor porque a mis oídos acudió aquel leve zumbido que tan bien conocía… Intenté negarlo a toda costa. Unas sombras empezaron a arremolinarse en el agua. «Será el reflejo de las nubes», me dije. «O los postes del crannog.» Había contado tres que seguían en pie, otro más partido —como un muñón robusto con la forma de un diente roto— y otros tantos dispersos entre las piedras.
Cuando sentí el hormigueo en las piernas y brazos y el aumento del zumbido solté un gemido. Lo normal es que aquellas sensaciones fueran inofensivas, pero ahora me dolían como si un cuchillo intentara abrirse paso desde mi interior. Traté de moverme, pero el miedo me tenía paralizada. No, no solo el miedo, algo me mantenía inmóvil, pegada al agua… cautiva. De las profundidades de mi mente surgió una plegaria.
«Por favor, que sea la gente del crannog, los espíritus de los que vivieron aquí hace tantos años… y no esa otra cosa del lago.»
Pero sabía que no iba a tener tanta suerte. Jamás me había sentido así… excepto aquella otra vez. Ninguna otra visión me había causado tal pavor.
Mi cara y pecho se congelaron como si acabaran de tirarme a una piscina de hielo, y supe que, fuera lo que fuese, estaba cerca. Una forma plateada y borrosa apareció ante mis ojos girando como loca y, acto seguido, una abrumadora sensación de soledad y abandono asaltó mi alma trayendo consigo un mar de lágrimas.
«Me abandonaron. Me dejaron aquí sola. Llévame a casa.»
Sabía que esos pensamientos no eran míos, que no eran mis recuerdos. Había algo más —alguien más—, invadiendo mi mente. Luché con todas mis fuerzas por liberarme, pero no pude. Era como si esos pensamientos fueran manos; manos crueles que me mantenían donde estaba: de rodillas sobre los paneles de madera, con el rostro inclinado sobre el agua y el pelo cayendo a ambos lados de la cara. Me aferré al borde de la plataforma con tanta desesperación que me dolieron las manos. Debí de emitir algún jadeo, porque Taylor envolvió un brazo alrededor de mí. Le oía hablar, pero no tenía ni idea de lo que estaba diciendo; su voz me llegaba a los oídos como si viniera desde el otro extremo de un enorme túnel.
No dejaba de seguir con la vista aquella forma que giraba y giraba tan rápida como un salmón pero mucho más grande, tan blanca como el reflejo de una nube pero mucho más sólida.
«Me dejaron sola. Tengo frío. Quiero ir a casa. Llévame a casa…»
Los pensamientos de aquella extraña criatura chillaban en mi mente, desgarrándome por dentro. Por encima de aquellas palabras que no dejaban de resonar en mi cabeza y del dolor que estaba destrozándome, me di cuenta de que mi pecho bajaba y subía a tal velocidad que corría el riesgo de morir allí mismo… De hecho ya empezaba a ver algún que otro punto blanco.
Me aferré al borde de la plataforma con más fuerza, rezaba para no caer en el agua, junto aquella cosa. Para que no me arrastrara con ella.
La forma blanca continuó nadando con furia alrededor de la plataforma, iba de un lado para otro como algas arrastradas por la corriente. Sabía que había vuelto a dar conmigo.
Oí a Taylor llamarle e intenté pedirle ayuda, implorarle que me alejara de aquel espíritu, de aquel lago, pero no pude. Mi boca estaba abierta en un grito silencioso. Aquella cosa no me dejaría ir. «Ella» no me dejaría marchar.
Entonces la forma se detuvo en seco y empezó a flotar enfrente de mí, quedándose justo por encima del nivel del agua. Creí que moriría de miedo. Sin embargo, gracias a Dios, después de lo que había pasado cualquier tipo de sentimiento me había abandonado, dejándome vacía y agotada. Ya no sentía ni miedo ni terror.
En su lugar me quedé observando cómo el espíritu se elevaba sin hacer ruido, sin un mínimo sonido, como si estuviera hecho solo de agua.