Capítulo 8
QUE TU ESPÍRITU VUELE LIBRE
Inary
Una tarde, tres semanas después de mi llegada a Glen Avich, Emily alcanzó de repente el sueño profundo, como suelen hacerlo los niños cuando están exhaustos. No como el sueño irregular que había tenido durante semanas, inducido por la medicación, que te da unos breves momentos de descanso pero luego te deja más agotaba que antes. No, este sueño fue intenso y tranquilo y trajo de nuevo el color a su rostro. Su respiración se tornó más constante y sus párpados dejaron de temblar; volvió a parecerse a la Emily de siempre, con las mejillas sonrosadas y una expresión serena en el rostro. En ese momento el sol se estaba poniendo, proyectaba un halo anaranjado sobre las colinas y los rayos que entraron por la ventana hicieron que el pelo de mi hermana pareciera del mismo tono que la miel.
Logan y yo nos sentamos a su lado. Mientras las horas pasaban y seguía sin despertarse nos dimos cuenta de que nunca más volvería a hacerlo; supimos que todo había llegado a su fin.
Al caer la noche, el pecho de Emily continuó subiendo y bajando un poco más hasta que el semblante de mi hermana cambió. Fue algo imperceptible, intangible, lo que hacía que mi hermana fuera ella misma, desapareció. Se había ido. Así sin más. No hubo ninguna palabra de despedida, ninguna conversación transcendental; solo sueño, paz y silencio. Eran las tres de la mañana, la hora más letal, cuando muchas almas en pena deciden dejar de luchar y permiten que se las lleven.
Me quedé tan aturdida que tenía los ojos completamente secos cuando me incliné sobre Emily y no percibí aliento alguno, ni siquiera aquellos más débiles a los que entonces nos tenía acostumbrados. Me levanté para abrir la ventana de par en par y oí a mi hermano llorar. Estaba siguiendo una tradición de las Tierras Altas, dejar que las almas de los difuntos se liberen. El frío aire del invierno penetró en la habitación y llenó nuestros pulmones.
Quería que el espíritu de Emily fuera libre.
Quería que mi hermana no siguiera atrapada en esa cáscara insana que había sido su cuerpo; un cuerpo que había ido menguando sus fuerzas poco a poco, que había traicionado su alma sedienta de vida.
El aroma de la noche escocesa barrió todo olor a tristeza y a medicamentos. Sentí una oleada de alivio. Emily, mi preciosa hermana, ahora era libre.
En medio de un doloroso silencio, volví a sentarme en su cama. Sostuve su fría mano y abrí el cierre de su pulsera de plata con el colgante de una golondrina. El animal tenía las alas extendidas, como si estuviera volando en total libertad, justo lo que quería para Emily. Traté de ponérmela en la muñeca, pero me temblaban tanto las manos que Logan tuvo que ayudarme.
Mi hermano y yo nos miramos el uno al otro, conmocionados. Ansiaba decirle algunas palabras de consuelo; el tipo de palabras que dan más alivio por el tono con el que las pronuncias que por su significado, como cuando cantas una nana a un bebé cuando llora. Levanté la vista hacia él y abrí la boca dispuesta a decirle que estaba allí para lo que me necesitara, que sentía haberle dejado… Pero en cuanto mis labios se separaron atisbé a Emily, tumbada sin vida sobre la cama, con su hermoso cabello esparcido sobre la almohada y los ojos cerrados para siempre. Tenía una mano estirada a un lado y la otra descansaba sobre su pecho. Bajo las sábanas se marcaba el contorno de su menudo cuerpo; el cuerpo que tantas veces había abrazado, que había lavado y vestido los últimos días de su existencia…
A mi mente acudieron en tromba un sinfín de imágenes. Emily de pequeña, corriendo a la orilla del lago con un vestido de verano en color amarillo; ambas jugando al escondite en la casa de nuestra abuela o compartiendo una bolsa de golosinas cuando íbamos al colegio; mi hermana saltando sobre un charco en un día de lluvia. Pero sobre todo recordé aquel rincón especial que teníamos en la habitación que compartíamos, un pequeño y acogedor espacio entre la cómoda y el escritorio en el que nos sentábamos mientras yo le contaba historias. Cuando estábamos allí nos sumergíamos en nuestro propio mundo.
Pero ahora Emily yacía inerte sobre la cama.
Algo se rompió en mi interior, en mi pecho, de forma tan repentina e impactante como una enorme grieta en un espejo. Lo sentí tan real que casi pude oírlo. Mi boca estaba lista para hablar, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta; esa grieta se las tragó todas. No pude articular nada. Lo intenté una y otra vez, pero lo único que salió de mis labios fue un silencio implacable.
* * *
Logan y yo nos sentamos en el salón y nos quedamos contemplando el fuego en silencio, aturdidos por el dolor. Yo aún no había derramado ni una sola lágrima.
Cuando el alba se cernió sobre las colinas que rodeaban Glen Avich, llenando la estancia con una luz plateada, me levanté todavía confundida y me hice con unas tijeras que había en el cajón de los cubiertos. Subí al baño de arriba y me miré en el espejo. Una vez más, no reconocí el rostro que se reflejaba en él. Era una cara llena de dolor, con los ojos enrojecidos pero secos, ¿quién era esa mujer?
Vacilé durante un instante —no sabía lo que estaba haciendo—, y entonces, como si me hubiera dividido en dos personas distintas, vi mi cabello caer sobre las baldosas, tijeretazo tras tijeretazo, en esponjosos montículos, mientras sentía la cabeza cada vez más ligera.
Me derrumbé sobre el suelo y me quedé allí sentada. Tenía mechones de pelo enredados en los dedos. No podía sentir los brazos y piernas; en realidad no notaba ninguna parte del cuerpo, como si tanto dolor hubiera empujado mi alma al exterior. Solo podía seguir allí sentada, abrazada a mis rodillas con nubes de pelo rojizo en las manos.
Después de un rato —no supe cuánto—, Logan entró. Envolvió mi cintura con un brazo y me levantó. Cerré los ojos y empecé a apoyar la cabeza sobre su pecho, pero él me apartó un poco.
—Tu pelo…
¿Qué? Ah, sí. Me lo había cortado.
—Ven —dijo. Y me llevó a mi habitación, hasta la cama. Hizo que me acostara en ella y me tapó con el edredón. Solo entonces me di cuenta del frío que tenía. Un prolongado y doloroso estremecimiento me recorrió por completo, estaba tan helada que creí que nunca más volvería a sentir calor.
Oí una voz. Se trataba de Lynda.
—Logan, ¿tienes un minuto?
—Descansa un poco, Inary. Vuelvo enseguida —dijo mi hermano. Tenía los ojos muy abiertos, como si todavía no se creyera lo que había pasado. Como si no creyera que la muerte hubiera vuelto a visitar a nuestra familia.
Esperé hasta que oí sus pasos bajando las escaleras. Entonces me levanté e hice caso omiso del frío que sentía y de la forma en que la habitación parecía estar dando vueltas a mi alrededor. Encendí el portátil y abrí la carpeta que había titulado «Historias». Ahí tenía guardado todo en lo que estaba trabajando y casi todo lo que había escrito en mi vida. Fui borrando uno a uno todos los archivos. La historia de Cassandra había dejado de existir… Todas mis historias. Fue como si nunca hubiera escrito nada. Sentí el deseo de volver a abrir la ventana para que todas ellas volaran libres igual que el espíritu de Emily.
Tenía el corazón como un témpano de hielo, los ojos secos y el alma vacía. Un pánico repentino se apoderó de mí de una forma tan intensa que volví a estremecerme. Pensé que seguiría el mismo camino que Emily y que mis historias y que terminaría disolviéndome en el aire.
Y ahí fue cuando sucedió.
Se me erizaron los pelos de la nuca, sentí un hormigueo en los brazos y piernas y un zumbido retumbó en mis oídos. Un escalofrío extraño y antinatural me recorrió los hombros y supe que no estaba sola; había alguien detrás de mí. Me volví despacio, temblando, y entonces la vi, sentada en mi tocador. Parpadeé en la oscuridad y clavé la vista en la sombra. Traté de quedarme lo más quieta posible y en absoluto silencio; ni siquiera me atreví a respirar.
«¿Emily?»
La llamé desde el corazón una y otra vez, rogando porque aquella figura tomara forma; deseando que aquella sombra callada y esbelta se diera la vuelta y me mostrara su rostro, su amada cara. Pero no sucedió. Su contorno empezó a desvanecerse y antes de que me diera cuenta se había marchado.
«Regresa, por favor. Vuelve a mí», imploré mirando el espacio vacío que el espíritu había dejado mientras temblaba sobrecogida con una mezcla de temor y nostalgia. Mi don había vuelto. Solo podía tratarse de eso. Ahora podría volver a ver a Emily.
—¿Inary? —Era Logan que, de nuevo, me ayudó a ponerme de pie. Me aferré a su mano con fuerza para que me mantuviera en este mundo, en el lado de los vivos.
No recuerdo lo que pasó después de aquello.