OPIO

NO TE PONGAS ASÍ

Ocurrió una vez que fui a pasar tres días a una ciudad provinciana de Europa. Y todo por culpa de mi voluntad blanda y sumisa. Los organizadores del festival local de literatura me habían enviado invitaciones excesivamente cordiales. La chica de la dirección del certamen me esperó en el aeropuerto y muy amable me dejó en la puerta del hotel. Me instalé. Di una vuelta por la localidad, visité el monumento local construido por los antiguos romanos. Al día siguiente la chica me llevó en coche hasta el cercano campus universitario, donde tenía fijados dos encuentros con estudiantes de escritura creativa. «Ésta es una escritora muy famosa…», dijo una profesora con dientes de caballo y la cara surcada de capilares, y esbozó una sonrisa de disculpa. Era obvio que no sabía ni quién era yo ni qué hacer conmigo. La segunda profesora era más espabilada que la primera. Ésa logró pronunciar mi nombre (aunque no el apellido), pero por otro lado no me dejó abrir la boca. Me resigné. Por suerte, habíamos agotado la mañana. Quedaba todavía agotar la tarde y la noche.

En el exterior soplaba el viento helado de marzo. El hotel ahorraba en calefacción. Me fui a dar un paseo por la ciudad. Para entrar un poco en calor, me metí en la librería local. La tienda estaba abarrotada de libros de memorias: desde Memorias de una geisha, pasando por Mi vida y Mi vida hasta ahora, y Turning Memories Into Memoirs (Transformar memorias en libros de memorias). Entre todos me llamó la atención un libro de tapas modestas, Los profetas. Cogí ese librito y Mi vida, de alguien, también de oferta, pagué y salí a la calle.

En un comercio compré dos jerséis, uno negro y otro beis. En una panadería compré unos dulces de hojaldre. En el cine local adquirí una entrada para ver Syriana, pero la proyección no comenzaba hasta las ocho. Los dos o tres bares locales a los que eché un vistazo me parecieron deprimentes. No quedaba adonde ir. Se me habían acabado las ideas y todavía eran las doce del mediodía. Sólo al día siguiente por la tarde los organizadores del festival irían a recogerme para llevarme a un acto literario. Viajaría a casa el día después por la mañana. Regresé a la habitación del hotel, me puse los dos jerséis, el negro y el beis, me metí en la cama y me tapé con la colcha. Cogí el mando de la televisión. La polvareda levantada por la caricatura danesa, que había puesto en pie a todo el mundo musulmán, se estaba calmando. Ya no quemaban banderas. Apagué la tele y la habitación se volvió más fría. La situación en la que me encontraba parecía no tener salida. Abrí el librito de tapas modestas. El autor prometía iniciarme rápida y eficazmente en las cuestiones de la fe. Toda fe es buena, señalaba el autor con benevolencia.

CONÓCETE A TI MISMO

No sé nada en absoluto acerca de las cuestiones de la fe, me he quedado mentalmente atascada en el lema propagandístico de Marx según el cual la religión es el opio del pueblo y ahí sigo hasta hoy. Soy atea. No bautizada. Mi abuela no me llevó a la iglesia a escondidas para que me bautizaran (el as que escondían en la manga tantos europeos del Este de mi generación). Mis padres eran ateos. Mi abuelo materno corrió a unirse a los comunistas cuando eso era peligroso. En cuanto los comunistas subieron al poder, el abuelo perdió el interés. Sentía un odio fanático por los curas. Pero supuestamente este odio no tuvo nada que ver con su comunismo, aunque es evidente que algo sí tuvo que ver con mi madre. También ella odia a los curas.

Yo, a diferencia de mi abuelo y de mi madre, soy flexible, cosa que a los incrédulos no nos cuesta mucho trabajo. Estoy abierta a las experiencias con carga religiosa. Soy capaz, por ejemplo, de pasar horas contemplando en los mercados a los vendedores de productos de limpieza quitando manchas de las alfombras por arte de magia. Los trileros, esos tipos sospechosos que en la calle manipulan bolitas bajo unas cajas de cerillas, tienen un efecto hipnótico sobre mí. Me entusiasman los ilusionistas, esos que transforman pañuelos de seda en palomas, y al revés. Sin embargo, nunca he llegado a interesarme más en serio por Aquel que transformaba agua en vino. Total, pertenezco a una población humana insignificante. I do not count. Algunos demógrafos de las religiones afirman que no pasamos del ocho por ciento en todo el mundo. A ese porcentaje pertenecemos nosotros, los ateos flexibles y los inflexibles, los agnósticos y los escépticos, los defensores de diferentes creencias tribales y anteriores al cristianismo, los supersticiosos y los adivinos, los futuristas y los astrólogos, los que creen en platillos volantes, los paranoicos y los aficionados a las teorías de la conspiración. El resto, el noventa y dos por ciento de la humanidad, se integra en los sistemas religiosos, sean grandes o pequeños, por lo menos eso afirman los monitores del nivel religioso global. Un noventa y dos por ciento no es poca cosa. Aunque seamos escépticos con respecto a las estadísticas y reduzcamos bastante la proporción, sigue sin ser poca cosa. Algunos científicos sostienen que esa increíble propensión del cerebro humano al «opio» se debe a un gen, un gen religioso.

APRENDE DE LA CUNA A LA TUMBA

Avanzaba rápido con el libro, el escándalo mundial que había provocado la caricatura danesa contribuyó a que los profetas despertaran mi curiosidad. Me preguntaba, por cierto, por qué tanta gente se había levantado recientemente para defender el honor de un hombre muerto desde hace siglos, y cuyo honor —teniendo en cuenta que hace cientos de años que dura, inspira a millones de fieles leales y perdurará para siempre— debería ser incuestionable. Si los defensores del honor se hubiesen manifestado con el mismo furor en nombre de los millones de niños africanos y asiáticos que se están muriendo de hambre, sida y balas, lo habría comprendido. ¡Pero por una caricatura! ¡Glup, lo siento! Me mordí la lengua. ¿Acaso en mi antiguo país no se destruía, quemaba y mataba en nombre del honor de los muertos? ¿Acaso mis compatriotas no desenterraban tumbas, arrastraban los huesos de sus antepasados y degollaban en su nombre? Además, ¿acaso en mi antiguo entorno no me habían proclamado «bruja» por hacer semejante pregunta en público? ¿No sería mejor, entonces, cerrar la boca e intentar aprender algo?

¿Quiénes son los profetas? Los profetas son personas de las que se cree que hablan en nombre de Dios. Los profetas son la «boca de Dios», hombres que en los tiempos antiguos, sin medios de comunicación, actuaban como una especie de micrófono divino. Supongo que todas las criaturas de Dios son potencialmente micrófonos divinos, pero si Dios hubiese usado a cada uno como micrófono, pasaría como en aquel juego infantil llamado el teléfono roto. Por eso Dios elegía micrófonos de alta calidad. Y no vivía pegado a ellos, dándoles pequeños golpes con el dedo, diciendo un, dos, tres, empeñado en establecer contacto con los incrédulos. Dios no pierde el tiempo de cháchara. Una vez pronunciada, la palabra de Dios es ley.

En aquellos tiempos remotos mucha gente estaba dispuesta a ser «la boca de Dios». De lo que al principio había sido un número impresionante de profetas hombres y mujeres, las grandes religiones reconocieron tan sólo a unos pocos, y todos varones. Entre los profetas no todos tienen la misma trascendencia. Los más importantes son los «padres», aquellos que impulsaron la creación de los grandes sistemas monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam. En el contexto de los diferentes sistemas religiosos los profetas gozan de diferentes estatus. Los sistemas religiosos son complicados, la burocracia divina es la más antigua y la más rígida del mundo.

Los profetas, por lo tanto, eran hombres de carne y hueso. Todos tienen su currículum vitae. Todos tienen en común el «hecho» de haber superado grandes tentaciones. La revelación inesperada de Dios —en forma de un arbusto en llamas, una voz en la cueva, un código cincelado en la roca, una voz interior— no era exactamente un premio de lotería. Al principio, excepto las mujeres y los niños, nadie les creía. Por eso, para dejar al vulgo asombrado, recurrían a trucos: daban un golpe de bastón en la roca y aparecía un manantial, dividían el mar, transformaban agua en vino, caminaban sobre las aguas, resucitaban a alguien de entre los muertos, desencadenaban una gran lluvia de una pequeña nube. La gente los apedreaba, crucificaba, humillaba, torturaba, perseguía, expulsaba, los declaraba locos, pero ellos perseveraban en su camino y al final lograban la victoria moral.

Además del espiritual, existe también un lado práctico de la actuación de los profetas: fueron defensores del monoteísmo, de la moral y del mesianismo, los primeros defensores de la sociedad civil, reformadores sociales y legisladores. Es decir, en traducción contemporánea, fueron activistas sin una ONG, ni patrocinadores, ni oficinas, ni ordenadores, ni teléfonos, ni cuenta bancaria. Con el tiempo algunos se institucionalizaron dentro de la religión, y otros se convirtieron en instituciones religiosas fuertes.

Los grandes profetas —Jesús, Moisés, Abraham, Mahoma— son gente con biografía. Los conocemos porque arrastraron tras de sí no sólo a numerosos seguidores, sino también a numerosos biógrafos. Los biógrafos fueron registrando cada detalle de su vida. Dios no tiene biografía. Los profetas de Dios la tienen.

En la historia de los profetas lo más atractivo sigue siendo el hecho de que eran hombres corrientes aunque, eso sí, con talentos específicos. Los libros de sus vidas podrían, por lo tanto, ser también los libros de nuestras vidas. Lo que significa que también nosotros tenemos una biografía.

DI SIEMPRE LA VERDAD POR MUY AMARGA Y DESAGRADABLE QUE SEA

El título de la famosa ópera rock de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber, Jesucristo Superstar, introduce la idea sencilla de que en los tiempos remotos y no mediáticos los profetas eran las primeras grandes estrellas, los famosos.

Cuando la revista Time invitó a sus lectores a que votaran el personaje más influyente del siglo, se hallaron en el mismo cesto Elvis Presley (el más votado) e Isaac Rabin, el papa Juan Pablo II, Adolf Hitler (bah, qué se va a hacer, ¡también Hitler!), la Madre Teresa de Calcuta, Madonna, la princesa Diana y Mahatma Gandhi. ¿Qué es lo que todos tienen en común? Nada, salvo el hecho de haber sido famosos.

Quizá los grupos que se reunían alrededor de los profetas tenían la misma composición. Quizá había entre ellos filántropos, políticos, servidores del Señor, cantantes, tragafuegos, actores, fans y simpatizantes. Quizá esa gente se llamaba Bono, Bill Clinton, Luciano Pavarotti, Kofi Annan, Bob Geldof, Angelina Jolie. Quizá eran personas que viajaban por el mundo, ofrecían una palabra amable y la esperanza de un mundo mejor.

Ser famoso es tener un estatus parecido al de profeta. A diferencia del antiguo, el cielo de nuestro mercado global está plagado de miles de estrellas y estrellitas. La teología ha solucionado sus problemas. A la celebritology todavía le queda resolver los suyos. Uno de sus grandes problemas podría ser una paradoja de carácter demográfico: los famosos se reproducen como las amebas, y encima tienden a la inmortalidad. Además, la probabilidad de que la gente común y corriente se convierta en famosa aumenta a una velocidad asombrosa y divina. Resulta que la gente común y corriente tampoco se resigna ante la idea de haber llegado a este mundo sólo para reproducirse y disolverse en el fango como salmones.

En el Museo Topkapi en Estambul pude ver una reliquia inusual: un pelo de la barba de Mahoma. Los pelos de la barba son muchos, supongo que también hay pelos con sello de «autenticidad» expuestos en otros lugares. Y hay más restos del profeta: un diente, unas zapatillas, cabello, ropa, espadas. En el museo se podían comprar unos objetos de recuerdo. Me encantó un llavero con una brújula que siempre señala la dirección de La Meca.

Estando en Memphis, visité Graceland, el museo de Elvis Presley. Allí hay tantos recuerdos como reliquias, de modo que un admirador del Rey puede comprar sandalias, bolsos, insignias, llaveros, bufandas, mecheros, gafas, paraguas, cazadoras, calzoncillos bóxers, sombreros, una réplica del traje de escena de Elvis, un recuerdo para su mascota, ajedreces, relojes de pared, lámparas en forma de guitarra, papel pintado, bisutería, juguetes, cojines y calcetines, todo al estilo de Elvis. Algunos admiradores de Elvis creen que sigue vivo, otros que resucitará un día, los hay convencidos de su inmortalidad, de modo que celebran su cumpleaños todos los años, y los que exigen su beatificación oficial.

En Berlín, en el Museo de Historia, vi un objeto inusual: una piel de jabalí que traslucía la imagen de Erich Honecker como un holograma. La mano diligente del esforzado artista había dedicado un buen rato a aplastar y a doblar la piel del jabalí hasta que apareció entre las cerdas un retrato en relieve del líder comunista de la Alemania del Este con gafas sobre la nariz.

En 1981 (exactamente un año después de la muerte de Tito), en el apartado pueblo croata de Međugorje, seis niños confiaron al párroco local que se les había aparecido la Virgen María. Ésta prometió a los niños que les iría revelando poco a poco unos misterios, diez en total, todos ellos de excepcional importancia para la humanidad. Desde entonces la Virgen se comunica a diario con los seis elegidos. Hoy día los niños son adultos, pero la Virgen sigue enviándoles mensajes SMS. Entretanto, Međugorje se ha convertido en uno de los santuarios más conocidos del mundo, que recibe todos los años a centenares de miles de fieles. El increíble éxito de la historia de Međugorje alentó a que los demás desarrollaran una sensibilidad religiosa. Hace un año o dos, en un pueblo de Međimurje apareció en la ventana de una casa una mancha brumosa que no se quitaba con nada. La propietaria de la casa afirmó que no se trataba de una mancha, sino de la Virgen María. Desde entonces, filas de creyentes han hecho guardia delante de su casa. Algunos vienen en autobús, en viajes organizados.

En el mausoleo de Lenin, la tumba de la momia más famosa y la más joven de nuestros tiempos, no he estado jamás; nunca me ha apetecido esperar en unas larguísimas colas agotadoras. Por algo crecí en un entorno que durante una treintena de años adoró a Tito. En el colegio íbamos de excursión a Kumrovec, a visitar la casa natal de Tito. Lo que más nos gustaba era la cuna de madera en la que había dormido el bebé Tito. Crecimos con las leyendas sobre Tito. La que gozaba de más popularidad era la historia acerca de cómo de niño robó una vez una cabeza de cerdo, la cocinó y así alimentó a sus muchos hermanos hambrientos. Los yugoslavos, al idear el lema «Y después de Tito, ¡Tito!», siguieron festejando el cumpleaños de su líder incluso varios años después de su muerte.

Una amiga mía, actriz, durante unos años interpretó un papel en una serie americana de ciencia ficción que tuvo mucho éxito. Fue catapultada a la fama, y desde entonces viaja a menudo y aparece en convenciones. Las convenciones son un sustituto moderno de los santuarios tradicionales. Las convenciones son La Meca y Lourdes que se desplazan hasta sus fieles. Las estrellas como mi amiga bajan por un momento del firmamento mediático y se exhiben ante los admiradores, coleccionistas, creyentes, curiosos y simpatizantes. Allí las estrellas contestan a las preguntas de sus fans, venden fotos con su retrato y autógrafos (dotados de poderes curativos) escritos a bolígrafo con tinta dorada, plateada o normal. Sus admiradores declaman de memoria sus diálogos y se pasean disfrazados de personajes de las series de ciencia ficción. Este santuario promueve el politeísmo. Los fans (creyentes) escogen entre una gran cantidad de estrellas (santos) a los suyos. Luego se llevan como recuerdo alguna copia de las reliquias de esta peregrinación (camisetas, fotos, muñecos, insignias, autógrafos) y la guardan en relicarios en su casa.

Por cierto, en cuanto a las reliquias, tampoco yo me resisto. Confieso poseer un dream catcher indio, un pequeño icono ruso de viaje, un llavero de San Cristóbal, que supuestamente protege a los viajeros, unas pequeñas muñecas peruanas que supuestamente quitan las preocupaciones, un cuadro bordado adquirido en el mercadillo de Zagreb con el retrato de Tito en uniforme de mariscal, vibhuti, la ceniza sagrada que alguien me trajo de un visita a Sai Baba, un trozo del Muro de Berlín y una pequeña pierna de cera que alguien me compró en la feria anual de Marija Bistrica cuando permanecí dos meses tendida en la cama con una ciática aguda. Pues se cree que los amuletos con la forma de una parte del cuerpo tienen poderes curativos.

¿Qué tienen en común todos esos ejemplos elegidos al azar y a primera vista incompatibles? El gen religioso.

Todo el mundo se deshizo en lágrimas cuando hace un año, de repente, despertó sin Papa. Millones de personas corrieron a la Santa Sede para rendir el último homenaje al Santo Padre. El globo terráqueo entero se anegó en llanto unos años atrás cuando murió la princesa Diana: prendían cirios tanto los rusos y los chinos como muchos otros que no tenían nada que ver con la princesa. Unos trescientos millones de personas lloraron cuando falleció Stalin. Los yugoslavos (¡me acuerdo!) estallaron en sollozos cuando murió Tito, «el hijo más grande de los pueblos y nacionalidades yugoslavos». Algunos serbios dejaron caer una lágrima hace poco, cuando murió Milošević. Y más se habrían desahogado si las constelaciones hubiesen sido favorables. Pero como no fue el caso, Milošević abandonó este mundo en silencio, como un tamagotchi.

Todos ellos, inclusive Hitler en la lista de famosos de Time, son iconos de masas de nuestros tiempos: brillantes, oscuros, graciosos o triviales.

La cultura moderna de los famosos es una réplica de la cultura religiosa. Quizá la cultura de los famosos sea un sustituto de la religión, o tal vez sólo un suplemento de ésta. Es decir, el opio con la cocaína. Si es sólo un suplemento, cosa que parece más probable, entonces —gracias a los medios de comunicación a los que estamos expuestos día y noche— vivimos en los tiempos más poseídos por la religión que jamás haya habido.

LA TINTA DEL ESTUDIOSO ES MÁS SAGRADA QUE LA SANGRE DEL MÁRTIR

Las hagiografías son las biografías de los personajes sagrados. A diferencia de una biografía, la hagiografía es un texto didáctico y de culto en el cual, a través de la vida de un santo, se sugiere un modelo de vida sagrada. Pese a que la hagiografía incluye acontecimientos y fenómenos sobrenaturales relacionados con la vida del santo, la historiografía toma la hagiografía como un testimonio auténtico sobre un entorno, unas costumbres y un modo de vida. Con su contenido didáctico y un lenguaje sencillo, la hagiografía es predecesora de la literatura popular.

Las biografías y autobiografías de hoy día son hagiografías modernas. Existe también el tercer género, las memorias. Los famosos se han ganado el derecho a los tres géneros. Y tampoco es necesario escribir las memorias al final de la experiencia de toda una vida. Los famosos pueden escribirlas cuando quieren: de adolescentes, como Britney Spears, o en paralelo con su vida, como el futbolista veinteañero Wayne Rooney, que acaba de firmar un contrato para escribir su autobiografía a lo largo de los próximos doce años y publicarla por entregas.

En una época en la que las estrellas, los dioses y los ídolos crecen por todas partes como hongos y en la que los medios de comunicación no dejan de provocar nuestro gen religioso, ¿cómo se las apaña la llamada gente común y corriente?

Muchos musulmanes llevan barba para sentirse más cerca de su líder espiritual, muchos budistas se rapan la cabeza para estar más cerca del suyo. Aun así, a ninguno de ellos se le ocurre pensar que es por eso Buda o Mahoma.

Cindy Jackson, una chica corriente, se tomó las cosas al pie de la letra y dio un paso más en su transformación. Cindy se sometió a una serie de operaciones de cirugía plástica (se sacrificó, su salud corrió peligro) para acercarse a su diosa, la muñeca Barbie. Hoy día Cindy Jackson, la mujer sucedánea, es más famosa y auténtica que su ídolo. Después de años de autotortura, Cindy Jackson ha hecho méritos para ser Santa Barbie.

Muchos japoneses se vuelven locos por el karaoke, un truco técnico que ellos mismos inventaron hace unos treinta años. La música de una canción muy conocida se mantiene igual, la voz del cantante se borra y en su lugar entra un intérprete anónimo. Muchas personas enloquecen con Gran Hermano debido a lo mismo: ese programa también va de gente anónima que conquista un medio que antes estaba reservado sólo para estrellas.

Los famosos escriben sus autobiografías. Las biografías son libros que otra gente escribe sobre los famosos. Los libros de memorias están igualmente al alcance de todos, tanto de los famosos como de la gente común. Es más, el mercado revela que la gente corriente ha conquistado un género que estaba pensado sólo para unos pocos elegidos. Los libros de memorias son una especie de karaoke literario, un formato predefinido que uno llena con contenido personal. ¿En qué medida realmente personal?

CUIDATE DE LA SOSPECHA PORQUE LA SOSPECHA ES HIPOCRESÍA

¿Qué se necesita para que unas memorias tengan éxito?

Las memorias fracasadas (como, por ejemplo, Habla, memoria, de Vladimir Nabokov) muy raramente invitan al lector a que se identifique con la historia del autor: ésta es demasiado «exclusiva» o se narra en un lenguaje «exclusivo». A diferencia de los libros de memorias que han sido un fracaso, el tipo de memorias que obtiene éxito (las llamadas memorias personales) logra un alto grado de identificación del lector con el autor.

Para que eso suceda, las memorias tienen que ceñirse al formato religioso, cosa que una confesión, de hecho, ya representa. Las memorias son un género confesional. Unas memorias de éxito, por lo tanto, tienen que ser convencionales, al igual que le pasaba a la hagiografía. Las memorias de éxito deben contener motivos del repertorio religioso: sufrimiento, pecado, perdón e iluminación. Las memorias más solicitadas en el mercado son aquellas que cuentan una desgracia personal, la superación de una enfermedad (las memorias sobre las enfermedades con mayor incidencia estadística alcanzan, por supuesto, mayor éxito), de una adicción (bulimia, anorexia, alcoholismo, toxicomanía, obesidad, etcétera), de una humillación (humillación sexual, humillación infligida por el entorno más próximo, mobbing), de las tribulaciones de la vida (la muerte de nuestros seres queridos y allegados). Todas las memorias de éxito tienen que ser historias sobre una debilidad y su superación, sobre un pecado, la victoria sobre el pecado y el perdón, sobre una equivocación, el descubrimiento de la equivocación y el autoperdón, sobre adversidades y la superación de las adversidades. Los libros de memorias de éxito son historias en las que uno alcanza sabiduría, serenidad, armonía y catarsis.

Consciente de haberse atrevido a competir con los santos, el autor de un libro de memorias incluirá sus disculpas en la narración. Esa disculpa expresa la esperanza de que su historia (la del autor) sea de provecho para los demás. La intención del autor no es, por lo tanto, presumir de importante, ganar dinero, conseguir fama (o, en caso de que el autor sea un personaje famoso, más fama todavía), sino ayudar a los demás. Se espera que ofrezca esta muestra de buenos modales, ya que las memorias son un género narrativo sumamente egocéntrico. El contenido de las memorias (la historia sobre la tentación, el sufrimiento y la humillación) camufla la voz autoritaria del autor. La voz de los profetas también es autoritaria, pero éstos no necesitan pedir disculpas, ellos no reivindican la autoría, son tan sólo el micrófono de Dios. Los autores de libros de memorias no disponen de esa coartada, ni se les ocurre renunciar a la autoría (¡es la mejor parte!), de modo que hacen uso de la retórica de humildad.

Los críticos y autores de reseñas literarias contribuyen al éxito del género de memorias. Por lo general declaran que todos los libros de memorias son bellos (beautiful, beautifully written). Los críticos saben que una confesión personal no es una broma. Además, ¿cómo decir al autor de la confesión —en la que describe su lucha contra una terrible enfermedad u otra desgracia personal— que su obra no está «bellamente escrita»? Estamos pisando terreno religioso.

Todo famoso, al igual que todo autor de memorias de éxito, siguiendo la lógica del contexto cultural, el género escogido y la exposición mediática, asume el papel de profeta. Y es precisamente lo que los lectores esperamos de ellos. De modo que la estrella y su admirador, el profeta y su seguidor, el autor del libro de memorias y sus lectores, establecen una relación espiritual perfecta.

Muchos famosos tienden a ser multifuncionales desde el punto de vista del mercado. Las estrellas son nuestros ídolos (Oprah Winfrey), nuestros profetas, animadores, defensores de nuestras convicciones políticas (Bono), religiosas (Richard Gere), ecológicas (Pamela Anderson) y otras. Las estrellas son propietarias de los programas de televisión que vemos y las revistas que leemos (Oprah Winfrey), las estrellas son temas y autores de los libros que leemos. Las estrellas son también autores de los libros que leen nuestros hijos (Madonna, Travolta). Las estrellas son diseñadores de la ropa que llevamos (Jennifer López, P. Diddy), la comida que comemos (Paul Newman), las estrellas son nuestros guías a través de insondables campos de consumo (David Beckham, Cindy Crawford, Britney Spears, Uma Thurman, Brad Pitt). En una palabra, las estrellas satisfacen casi todas nuestras necesidades, son nuestro centro comercial total. ¿Pero acaso los profetas no lo son también a su particular modo? ¿Diseñadores totales (y totalitarios) de nuestra vida cotidiana?

Sin embargo, ¿cómo es posible que justo los libros de «memorias personales» se hayan convertido en uno de los géneros más populares de nuestros tiempos? Debido al nuevo contexto cultural o al contexto ideológico del mercado (el mercado es ideología y la ideología es mercado). Hasta hace unos treinta años se consideraba señal de mala educación que un individuo revelara en público los detalles de su vida privada. Hoy día la tendencia cultural generalizada del to come out (sincerarse) impulsa a la gente a subir al plato y a confesar en público sus debilidades y desgracias. La actualidad de esas debilidades y desgracias caduca muy pronto: primero estuvo de moda el acoso sexual, luego las adicciones (drogas, alcohol, trastornos alimentarios) y ahora están en boga la depresión y la pornografía infantil en la red.

Mientras en la tierra la gran mayoría de las personas lucha para sobrevivir (la hambruna, las guerras, las enfermedades, la miseria) y no le queda otro remedio que callar, la minoría poderosa divulga sus desgracias a los cuatro vientos. Los medios de comunicación (Oprah Winfrey, Larry King y muchos otros) sólo confirman la verdad indiscutible de que todos somos humanos y que, por lo tanto, cada uno de nosotros lleva su propia cruz en este «valle de lágrimas»: mientras unos se están muriendo de hambre, otros se arriesgan a morir de gula, mientras unos se están muriendo de sed, otros corren el peligro de morir de alcoholismo, mientras unos perecen en guerras y torturas locales, otros se matan en accidentes de coche. Se supone, entonces, que una pobre mujer de Uganda y sus hijos (que en este mismo instante se están muriendo de hambre y de sida) se sentirá mejor sabiendo todo eso. Sólo le falta poder sincerarse también ella en público… El mundo, no obstante, está organizado de una forma justa: tenemos nuestros santos para que sufran en nuestro lugar.

QUIEN SE CONOCE A SÍ MISMO CONOCE A DIOS

Wynonna Judd, una aclamada estrella del country americano, escribió un libro de memorias titulado Coming Home to Myself (Volver a mí misma). Su libro son unas memoir of survival, strength, hope and forgiveness, filled with an exultant and empowering message certain to resonate with those who have dreamed of finding themselves, and who only needed the courage and inspiration to begin their own journey. Wynonna escribe sencilla y directamente desde el corazón (un poeta malo del Romanticismo diría que moja la pluma en sus propias venas), su libro es una lección de vida (al igual que en los manuales socialistas la literatura era la «maestra de la vida»). Wynonna Judd, por supuesto, no tiene el copyright sobre la escritura desde el corazón. El problema es que un libro de memorias está registrado como un género literario pese a que todos sus elementos —intención, autor, lenguaje, argumento, interpretación, recepción— se escapan del campo literario y entran en el religioso.

Supongo que el reconocimiento de la autenticidad de los profetas y sus mensajes supone un largo y tedioso trabajo burocrático-eclesiástico. Los hay que afirman que ese reconocimiento se puede resumir en tres simples normas. Los mensajes proféticos se clasifican como auténticos si son: a) claros; b) verdaderos (un solo mensaje falso entre miles de verdaderos descalificará al profeta); y c) si están con la enseñanza eclesiástica y la sabiduría humana en general, lo que no quiere decir otra cosa sino que son compilatorios.

James Frey, un hombre con ambiciones literarias, escribió el libro A Million Little Pieces (Un millón de pequeñas piezas). La obra al principio no había sido concebida como un libro de memorias, pero se convirtió en ello (supuestamente por sugerencia editorial). Las memorias de un chico malo, que supera su adicción a las drogas y queda limpio como una lágrima, conquistaron con su sinceridad y autenticidad los corazones de millones de lectores. James Frey se convirtió en el profeta cuyas enseñanzas muchos abrazaron con ansia. El mensaje curativo de Frey era ejemplar en lo breve, claro y verdadero: «¡Aguanta!» Es cierto que luego se descubrió que Frey había fabricado la mayor parte de sus memorias. El «profeta» suspendió el examen de veracidad, pero en el intermedio afortunado ya había vendido más de tres millones de ejemplares.

¿Son muy diferentes los mensajes proféticos de aquellos que nos lanzan los autores de memorias, sean famosos o gente común? En realidad no. En los tres casos es deseable que la persona del autor esté en la posición de «víctima», para permitir que nos identifiquemos con ella (visto que todos somos víctimas, todos los días y en todos los aspectos). Y el repertorio de mensajes que estamos dispuestos a escuchar está en perfecta proporción con el repertorio de los mensajes que nuestros ídolos de hecho nos envían. Todos los mensajes están pensados para transmitirnos algo sobre el amor, la compasión, el autosacrificio, la autoestima, la consideración por los demás, la búsqueda de la armonía y la plenitud de la vida, la sinceridad, el rechazo de la envidia y del odio, la generosidad, la fe, y cosas por el estilo. En cuanto a los mensajes fundamentales, ni siquiera mis manuales escolares de la época socialista eran muy diferentes de los libros religiosos. Al igual que, supongo, los mensajes de las galletas chinas de la suerte no se diferencian demasiado de los mensajes de Sai Baba. En resumen, siendo claros, verdaderos y compilatorios, los mensajes de nuestros famosos y profetas son al mismo tiempo bonitos y se prestan a ser citados. Y ése es el terreno donde Vladimir Nabokov, por ejemplo, fracasa estrepitosamente, mientras que Paulo Coelho gana de manera abrumadora.

EL QUE SIEMBRE UNA PLANTA, LA CULTIVE HASTA QUE MADURE Y RECOJA LOS FRUTOS SERÁ PREMIADO

Paulo Coelho, autor cuyos libros devoran millones de personas por todo el mundo, es un candidato perfecto tanto para santo, profeta, escritor, misionero, benefactor, político sin Estado, como para sabio, gurú y filósofo global. Coelho es un ejemplo singular de autor que cumple todos los criterios y los criterios de toda la gente; como a los profetas más grandes, se lo respeta igualmente en todos los continentes y en todos los husos religiosos; es el líder espiritual tanto de personas famosas como anónimas, de ricos y de pobres, de jóvenes y de mayores.

La biografía de Coelho está repleta de detalles que lo encaminan a profeta y estrella. Como un joven rebelde, Coelho estuvo tres veces en un hospital psiquiátrico, internado allí por sus propios padres por haber expresado su deseo de ser escritor. El joven Coelho se escapó de la clínica y continuó llevando una vida nada convencional de hippie, escribió letras para música pop y cómics (trabajo que le proporcionó bastante dinero). Después de la fase hippie, hizo caso a sus padres y llevó una vida de hombre adaptado (lo interesante es que también esa fase era lucrativa). Un año se vino a pasar las vacaciones a Europa, donde —durante la visita al campo de concentración de Dachau— tuvo una visión impactante, la figura de un hombre desconocido. Dos meses después, en Ámsterdam, en un bar, Coelho se encontró realmente con el hombre de su visión. El hombre, cuya identidad el autor nunca ha revelado, le aconsejó que se hiciera católico y peregrinara a Santiago (de Compostela). Coelho le haría caso al desconocido, dejaría un empleo fijo y más tarde describiría su peregrinaje en el libro El Peregrino de Compostela (Diario de un mago). Ese primer libro obtuvo enseguida un enorme éxito de ventas.

Hoy el famoso Coelho envía a diario a sus creyentes unos mensajes cortos por internet y todos los años en Navidad escribe un relato navideño y lo divulga por todo el mundo. «Ser escritor —dice Coelho— es compartir tu amor a través de los libros.»

Quien consulte la página web de Coelho encontrará muchas cosas interesantes: entrevistas de Coelho, grabaciones audio (que le permitirán escuchar la voz de Jeremy Irons leyendo textos de Coelho), fotos (en las que aparece Coelho recibido en todas partes por masas emocionadas, por líderes laicos y religiosos, como el papa Juan Pablo II). En su papelería virtual uno puede comprar recuerdos, cuadernos, agendas con mensajes de Coelho («Comienza cada día del año con palabras de Paulo Coelho»), antologías de Coelho («Lea las palabras de la sabiduría universal recopiladas por Paulo Coelho»), discos compactos y juegos de internet (Peregrino). En la página, uno encuentra datos sobre el Instituto Paulo Coelho, que atiende a niños pobres en Brasil, informes detallados sobre las peregrinaciones de Coelho, noticias sobre la participación de Coelho en conferencias mundiales, desde aquella en Davos hasta una dedicada al propio Coelho (celebrada en Atenas, reunió a cuatro mil personas mientras que otros miles se quedaron fuera por falta de espacio en la sala), así como datos sobre las traducciones de Coelho y los ejemplares vendidos. Para que uno no se lleve la impresión equivocada de que todo eso gira en torno al dinero y la promoción del autor, existe también un rincón para meditaciones, donde se puede meditar contemplando reliquias de santos (¡de todas las confesiones!) elegidos por el propio Coelho.

Paulo Coelho, guerrero de la luz, es un fenómeno sin igual en nuestra cultura religioso-estelar moderna. Sus libros, sencillos, claros y sinceros, son la ceniza vibhuti, una amalgama de todas las religiones y una macedonia de diferentes creencias. Paulo Coelho es un profeta moderno, el gran mago de la acupuntura espiritual que estimula inequívocamente los puntos acupunturales de millones de personas, al margen de sus convicciones religiosas.

La reflexión literaria no es el lado fuerte de Coelho, cosa que, en realidad, tampoco le hace falta. Porque los escritores megapopulares lo son precisamente porque ofrecen a sus lectores la ilusión de que la escritura le puede pasar a cualquiera («Cuenta tu historia, diles a todos que es posible y los demás se sentirán con valor para escalar sus propias montañas», escribe Coelho). Por eso Coelho recurre mucho a metáforas de corazón (escribe desde el corazón), de los espacios «religiosos» (montaña y desierto) o a metáforas de almanaques populares. «Tanto en la literatura como en el amor, el proceso creativo tiene que seguir el ciclo de la naturaleza», dice Coelho. Y aquel otro jardinero ficticio, el inolvidable Mr. Chance (de la película Bienvenido, Mr. Chance, basada en la novela y el guión de Jerzy Kosinski) podría añadir: All is well —and all will be well— in the garden.

CUÍDATE DE LAS AUTORIDADES

Según el catolicismo, la indulgencia es la absolución de los pecados. Un pecador podía merecer esa absolución a través de penitencia, oración y buenas obras. En la práctica, sin embargo, el perdón de los pecados muchas veces se compraba con dinero (la iglesia de San Pedro de Roma, supuestamente, se construyó gracias a la compra de indulgencias).

En un plano simbólico, los libros de memorias son una especie de compra de indulgencias. El autor de las memorias hace una suerte de penitencia con su pluma. La indulgencia se puede obtener también con dinero. En un mercado tan desarrollado existe toda una serie de agencias que ofrecen a los interesados la elaboración de sus memorias personales. La Association of Personal Historians, con sus instructores autorizados (certified), ofrece a los clientes un importante servicio. Los instructores entrevistarán al cliente, tomarán nota de sus recuerdos, consultarán la documentación disponible (fotos de familia, cartas, diarios y cosas por el estilo) y, por un precio de entre diez mil y veinticinco mil dólares, entregarán al cliente su propio libro de memorias. La agencia que contrata a historiadores personales hace publicidad de sus servicios con lemas como Create your personal history. Share family stories with your loved ones. Everyone has a story to tell. Only you can tell yours. Add your experience to the archive of our lives.

Hay personas que escribirían sus memorias ellos mismos, pero no saben cómo hacerlo. Para éstos el mercado ofrece los servicios de entrenadores y terapeutas con licencia (licensed coaches and therapists), así como instructores de escritura creativa especializados en libros de memorias. Los instructores ayudarán al principiante a «desenterrar sus recuerdos enterrados» (to unlock buried memories), a vivir la «experiencia curativa» (healing experience) que supone el acto de escribir las memorias. Además, los instructores le enseñarán al estudiante cómo encontrar citas que son beautiful y beautifully written («El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en tener nuevos ojos», Marcel Proust; o: «Hay dos maneras de difundir la luz: ser la vela o el espejo que la refleja», Edith Wharton). Y, lo que es más importante, los entrenadores convencerán al alumno de que su vida merece ser escrita. Porque cada vida es «especial y única». Una alumna de noventa años, que se sometió a la terapia de la escritura creativa y escribió sus memorias, declaró: «He tenido una vida maravillosa. Sólo lamento no haberlo sabido antes.»

UNA HORA DE REFLEXIÓN VALE MÁS QUE UN AÑO DE REZOS

Las fachadas de las casas de Ámsterdam están decoradas con figuras —símbolos, relieves y pequeñas esculturas de personas, plantas y animales (¡el preferido de Ámsterdam es el gato!)— que los propietarios de las casas antiguamente encargaban a los constructores para destacar la importancia de la familia. Hoy día los habitantes de Ámsterdam exponen en las ventanas de sus casas fotos de sus hijos (sobre todo de los recién nacidos), recuerdos (sobre todo réplicas de casas de Ámsterdam, colecciones baratas de barquitos de madera, flores de plástico, figuritas) y pequeños conjuntos compuestos por objetos que deberían comunicar algo sobre la profesión de quien vive en la casa, sobre sus gustos, intereses y pasatiempos. El transeúnte desconocido puede interpretar a su antojo esos fragmentos representativos de una autobiografía.

La primera vez que estuve en Ámsterdam me asombró semejante exhibicionismo. Se dice (por lo menos es lo que pone en las guías turísticas) que los holandeses son poco dados a invitar a nuevos amigos a su casa, pero por otro lado, mira por dónde, no dudan en exponer las fotos de sus hijos a la vista de los paseantes. Ámsterdam me dejó la impresión de una ciudad europea habitada por los miembros de una tribu, por unos indios europeos, o qué sé yo. Los «arreglos» coloridos en las ventanas, objetos, muñecas, banderas, ositos de peluche, carteles y lemas colgados en las fachadas, nada de eso encajaba con la predominante cultura protestante, ni tampoco con la católica. Los habitantes de Ámsterdam, según parece, practican el vudú urbano: con los objetos que colocan en las ventanas o cuelgan sobre las fachadas de sus casas protegen sus hogares de espíritus malignos. Todo ese exhibicionismo urbano y colorido rima con los cuerpos desnudos de las prostitutas en los escaparates del Barrio Rojo y, en general, con el espíritu carnavalesco de la ciudad.

Hace poco estuve en Zorgvliet, el cementerio de Amsterdam. Tuve la sensación de encontrarme en una especie de isla polinesia (aunque reconozco que la comparación es totalmente infundada, visto que nunca he estado en Polinesia). A la impresión «polinesia» no contribuía tanto el suelo de arena como las tumbas que recordaban el arte chamanístico. A los neerlandeses, cosa que yo ignoraba por completo, les gusta decorar las tumbas de sus difuntos. Si el difunto era barbero, en su tumba podría encontrarse la cuchilla que usó en vida, si era amante del buen beber, en la tumba no faltará un vaso y una botella. En una tumba vi comida china para llevar, un envase de plástico con muslos de pollo y arroz. Quién sabe, quizá se trate de un servicio contratado: quizá todos los días a la hora de comer se entrega a la tumba del difunto comida recién hecha.

En un banco junto a la tumba de un niño estaba sentada, encogida y empapada, una familia de ositos de peluche, unos treinta miembros. En las tumbas (sorprendentemente muchas sin lápidas) se veían incrustados en la arena unos «arreglos» coloridos y conmovedores: conchas, piedrecitas, juguetes de plástico, pequeños objetos, árboles de plástico, huevos pintados (para la Semana Santa), árboles navideños decorados con luces y pequeños regalos (para la Navidad). Muchas tumbas, en lugar de lápidas, tienen relicarios acristalados, del tamaño de un acuario doméstico, en los que se ven expuestos algunos objetos del difunto: un peine, un cepillo de dientes, una carta, el libro favorito, un CD y muchas cosas más.

Estos conjuntos pertenecen a una subcultura de cementerio cuya tradición, supongo, es más reciente. Los conjuntos son biografías breves de los muertos escritas por la mano aficionada de sus allegados. En Zorgvliet reina el sincretismo religioso y cultural. Aquí las reliquias conviven en una feliz comunión: tanto la cruz como el cazador de sueños indio colgado en un arbusto cercano, como una zapatilla bordada en plata traída del viaje a un país árabe, como una pequeña lámpara de aceite budista, como unos cubiertos plásticos de avión, como un sonajero chino de madera…

En una tumba se encuentra la escultura de mármol negro de un gorila de tamaño natural. En la lápida se ve un retrato del difunto grabado en el mármol. Según dicen, se trataba de un conocido criminal de Ámsterdam.

COMPARTE SIEMPRE TU COMIDA CON LOS DEMÁS

Siempre hay que sofreír bien la cebolla. La salud es lo más importante. Las manchas de vino no se quitan con nada. Los mentirosos son la peor gente. La lechuga es sana. La vejez es una gran desgracia. Las alubias están mejor en ensalada. La limpieza es media salud. Ponte derecha cuando caminas. Cuando cuezas la col, tira siempre la primera agua.

La noté, esa autoridad suya. Creo que incluso antes ya solía decir cosas por el estilo, sólo que yo, entre tantas otras, no reparaba en ellas. Pero ahora todo ha encogido. El corazón ha encogido. Las venas han encogido. Los pasos han encogido. El repertorio de palabras ha encogido. La vida ha encogido.

Ha reducido sus movimientos a la visita diaria a un mercado cercano. Daba ese pequeño paseo con la ayuda de un carrito. (Compra siempre la carne de este carnicero. En cuanto a la lechuga, yo sólo compro la trocadero.) Pronunciaba sus estereotipos con gran trascendencia. Los estereotipos le daban, supongo, la sensación de que todo estaba bien, de que el mundo estaba en su sitio, de que ella misma tenía las cosas bajo control, de que tenía el poder ya que, mira tú, es la que decide, porque es la que compra, la que sabe cuál es la mejor lechuga. La mente todavía le sirve, las piernas le sirven, anda, con la ayuda del carrito, es cierto, pero anda, es un ser humano de pleno derecho que todavía atiende a sus deberes.

Manejaba sus estereotipos como un sello invisible. Daba golpes con ese sello deseando dejar su huella. El deseo de dejar una huella aumentaba con la conciencia de que se estaba acercando a la muerte. (Cuando me muera, este juego de café de porcelana será tuyo. En la época en que lo compramos, era el más caro que se podía encontrar. ¡Nos costó el salario de un mes!)

Decidió que la vajilla fuera para mí. Según su opinión, era lo más valioso en la casa. Para mi hermano y su familia pensó en otra cosa. Me lo explicó hace poco en una conversación por teléfono…

—Sabes, a partir de ahora he decidido invitarlos a comer incluso más a menudo. A los niños les encanta todo lo que les pongo. Me dicen: abuela, tú cocinas mejor que nadie en el mundo. Me cansa muchísimo, ya lo creo, pero pienso para mí: voy a cocinar para ellos aunque tenga que andar a gatas. Que guarden un recuerdo de mí…

—Te recordarán por muchas cosas… —dije con cautela.

Se calló la respuesta. En lugar de eso me preguntó…

—¿Tienes catarro? No te olvides de tomarte un té con limón. Lo mejor para el catarro es el té con limón.

Colgué el auricular. Mi corazón volvió a su sitio. Mi anciana octogenaria se encontraba bien. Todo estaba bien. Su recado, ese acerca del té con limón, burbujeaba, zumbaba y chisporroteaba como una fogosa bengala de Dios.

SON SABIOS LOS QUE HACEN AQUELLO QUE SABEN HACER

En la habitación del hotel —olvidada de Dios y de la calefacción central— de repente me sentí terriblemente sola. Me pareció que todo el mundo formaba parte del espectáculo divino, sólo yo no formaba parte de nada. No tengo un Dios, no pertenezco a nadie, ni represento a nadie. Un frío interior me estremeció. Deseé calentar yo también mi alma en algo. No había nada alrededor. Recogí con el dedo las migas de los dulces desparramados por la colcha y me las pegué sobre la lengua como una hostia. Y entonces apreté el mando…

En la pantalla del televisor centelleó una escena. Un tipo se metía monedas pequeñas de cinco céntimos en la nariz. Era un hombre de mediana edad y expresión apagada. La escena tenía su suspense. Las monedas amenazaban con caerse de la nariz en cualquier momento. De hecho una se cayó. El hombre la cogió y con paciencia volvió a introducírsela en la nariz. Respiraba por la boca. También yo respiraba por la boca. Al final las monedas se quedaron quietas en su nariz. La mirada que el hombre dirigía a las cámaras revelaba satisfacción. La victoria era absoluta; al conseguir meterse ni más ni menos que quince monedas en la nariz, el hombre acababa de batir el récord mundial.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, dicen. El hombre en la pantalla era una criatura de Dios. ¿Qué impulso interior motiva al hombre a mover los límites de sus poderes? La criatura de Dios en la pantalla hacía un esfuerzo para acercarse a su creador y alegrarle con aquello que mejor sabía hacer. Y él, Dios, ¿quizá también se entretiene de una manera similar? ¿Quizá no haya tenido otra cosa en la mente desde el principio? Quizá en eso consiste todo el misterio…

En las páginas abiertas del librito que tenía al lado, mis ojos atraparon la leyenda: God has not created anything better than reason or anything more perfect and beautiful than reason. ¿Acaso no es paradójico, pensé, que en un mundo que se está cociendo en un caldo religioso la religión sea la única que todavía apela a la razón? En ese instante me sobresaltó un sonido fuerte e inesperado. Acababa de despertar la antigua tubería de la calefacción central del hotel y anunciaba gorgoteando que pronto comenzaría a circular el agua caliente.

Marzo de 2006