LA COARTADA DE LA DIVERSIDAD CULTURAL O:
«HOW I GOT THE PICTURE»
1
¿Has dicho cultura machista? Conoces de sobra ese tipo de gente: vaqueros ajustados, cazadora corta, normalmente de cuero (¿por qué a todos estos «morenos» les gusta tanto el cuero?). Con las manos hundidas en los bolsillos, de pie y dando saltitos, exprime saliva entre los dientes inferiores y la escupe al viento como si fuera una bala. Marca el espacio a su alrededor, como un perro. No te mira a los ojos, lanza ojeadas nerviosas hacia los lados, igual que escupe. Su mirada es oscura, aceitosa, no puedes atrapar sus pupilas. Aquí viene otro. Y otro. Se mueven en grupo, como perros de pueblo. Ahora, los tres con las manos en los bolsillos de sus cazadoras de cuero, lanzan escupitajos al viento.
2
A sus padres se los puede ver en otros lugares, habitualmente en las estaciones centrales de tren (¿por qué les gustan tanto las estaciones de tren?), o delante, en la parada de taxis (¡pues claro, si la mayoría de los suyos son taxistas!). Una mano metida en el bolsillo del anorak, la otra sujetando el cigarrillo. Saltan sobre una pierna y luego sobre la contraria. Con esos saltitos aplanan el asfalto, como si las autoridades municipales les pagasen para hacerlo. Expulsan el humo al aire, succionan el oxígeno. Son sombríos, en vez de sonreír tensan la cara en una mueca. Cuando están parados o cuando andan, echan las caderas hacia delante. Cuando están sentados, abren las piernas e hincan el trasero firmemente en la silla, como si quisieran quedarse en esta posición para siempre. ¿De qué hablan? De nada. Cotillean sobre ti. Su tema interminable es lo frío y calculador que eres. Que por otro lado significa que ellos son cálidos y desinteresados. Ellos, a diferencia de ti, tienen alma. Tú tienes dinero y tu bien organizada sociedad. Ellos no tienen nada. Gruñen contra ti. ¿Cómo pueden ser neutrales?, vaya mierda de país, dicen. Ellos nunca han sido neutrales. Han entregado sus vidas, cuando hacía falta y cuando no era necesario. Te desprecian por haber ideado el reloj, el chocolate y un queso lleno de agujeros, mientras ellos se quedaron como Dios los trajo al mundo: «en cueros», con un fuerte sentido de la dignidad. No te aguantan, dicen, porque eres insensible. Por su parte, ellos nunca han ahorrado emociones, han sufrido demasiado para ser tacaños. A ellos les duele todo, les escuece todo. También el hecho de que «sus chicos» ahora están en el Tribunal de La Haya, como si fueran criminales, y que los americanos estén en Irak. Siempre han sido víctimas, los han pisoteado durante siglos: los turcos, los húngaros, los italianos, los alemanes, los fascistas, los comunistas, ¡y ahora les toca además aguantar a Carla del Ponte! Así son las cosas, la suerte se ha olvidado de ellos. En lugar del plural correcto, los suizos, utilizan el singular, el suizo. Para ellos eres el suizo. Hablan bien de vosotros sólo en su antigua patria. No hay mejor país que Suiza, les dicen a los suyos, allí abajo, como si eso fuera mérito suyo. No hay mejores trabajadores que los alemanes, no hay mejor país que Suecia, no hay mejor gente que los holandeses…
3
Los observas con desagrado y te preguntas qué es lo que, realmente, hacen allí. ¿Por qué todo el tiempo aguardan en los mismos lugares, por qué no se funden con la muchedumbre, por qué no desaparecen de tu horizonte? Permanecen allí como extraterrestres. ¿Por qué no se van a alguna parte? Cada vez que pasas a su lado te palpas automáticamente la cartera, comprobando si aún está en su sitio. Te dirigen una mirada indiferente, como si fueras un escupitajo. Estás bloqueando su vista. ¡¿Y quién les da derecho a criticarte, si viven de tus impuestos y a tus expensas?! ¿Por qué no se integran ya de una vez y aprenden el idioma como Dios manda, para no irritar tus oídos cuando los oyes? ¿Por qué no se tranquilizan de una vez? A causa de tipos como ellos has tenido que cambiar ya cinco veces los cristales en el coche, por tipos como ellos estás obligado a llevarte a casa todas las noches la radio del coche, por tipos como ellos has cambiado ya diez veces las cerraduras de las puertas de tu hogar, por ellos has instalado por fin un sistema de alarma. Sí, por tipos como éstos vives en tu propio país como en una cárcel, por ellos ya no puedes salir a pasear sin miedo a que de repente te alcance una bala perdida. ¿Acaso las cosas han ido tan lejos que pronto tendrás que emigrar de tu propio país? ¿Y adónde ir? Gente igual que ellos deambulará ante tus narices en Berlín, Viena, Frankfurt, Ámsterdam, Londres, París… Por lo tanto, ¿adónde ir? ¿A las islas Feroe? Una conocida tuya te ha contado que allí vivía un búlgaro. Y estás seguro de que entretanto ya existe una colonia entera. Los búlgaros han ocupado las islas Feroe. Tan lejos hemos llegado.
4
Durante mi reciente estancia en Zagreb precisé los servicios de una costurera. Y, como suele ocurrir, la modista me la recomendó la mujer de mi dentista, y el dentista —cosa que saben bien los usuarios occidentales del turismo dental y todos los emigrantes— era uno de los motivos de mi visita. La costurera es una chica de un pueblo de la región croata de Zagorje. Se traslada todos los días a Zagreb, y cose en una buhardilla que no tiene calefacción, ni silla donde el visitante pueda sentarse, ni siquiera tiene un espejo. Pero lo que sí tiene son unas opiniones muy firmes. Se lamentó: «Uno ya no puede vivir de tantos chinos como hay. Obtienen las licencias para abrir un taller con más facilidad que nosotros los croatas. ¡De la noche a la mañana surge ante tus narices una tienda china! ¡Y ni siquiera han aprendido croata!»
Dicho sea de paso, en Croacia viven en este momento, supongo, una decena de chinos. Tal vez ni siquiera tantos.
5
Así que todos tienen un problema. Este problema recibe distintos nombres (chino, albanés, marroquí, serbio, croata, ruso), pero en esencia es el mismo. Los búlgaros desde hace tiempo no se quejan de los rusos. Ahora gruñen contra los belgas, holandeses y alemanes que compran chalés en las montañas, pueblos y playas del Mar Negro por una miseria, esperando que Bulgaria entre en la Unión Europea y su inversión se revalorice. Los húngaros están por la misma razón enfadados con los croatas, serbios y bosniacos que durante su reciente guerra encontraron suficiente tiempo para comprar barato pisos en Budapest y multiplicar por diez sus beneficios. Los croatas, que se han librado de los odiosos serbios, ahora refunfuñan disgustados contra los húngaros, rusos y checos que, según comentan, han comprado la mitad de la costa adriática. Contra los compradores austriacos y alemanes no tienen nada, con ellos se sienten más europeos. Los alemanes están locos por las casas de madera suecas y a consecuencia de su avidez veranean en (antiguos) pueblos suecos, rodeados de alemanes. Los holandeses huyen de los Países Bajos para escapar de los marroquíes y buscan su salvación en Portugal. Allí acaban en guetos holandeses. Los turcos se han extendido por toda Europa y no hay quien lo remedie, pero por otro lado Estambul empieza a ser colonizado por los rusos, se dice que ya hay unos cien mil. Pero, según cuentan, hay muchos más chinos en Budapest. Budapest es definitivamente el epicentro chino en Europa. Odesa se está llenando, dicen, de una forma mística de griegos y turcos. Los españoles se quejan de los colombianos: éstos te secuestran a plena luz del día y te obligan a robar de tu propia cuenta en el cajero automático. Y ya que hablamos de los colombianos, sería mejor para ellos que tomaran ejemplo de los rumanos, que vienen a España en autocares y trabajan diligentemente, ummm…, en la «construcción». Y ya que hablamos de los rumanos, los que más aterrorizan en este momento a los españoles son los moldavos, en realidad un moldavo, un asesino en serie que no ha encontrado mejor diversión que cortarles a los españoles la cabeza. De manera que todos se atropellan, todos quieren ir a un lugar distinto, y todos gruñen unos contra otros. La gente emigra en busca de inmuebles, de un retiro cómodo, de aventuras sin riesgo, o, por el contrario, en busca de una existencia arriesgada, emigra en busca de pan. Evidentemente, Europa ha empezado a vivir su multiculturalismo, pero parece que la sensación de alegría no acaba de llegar. Y, mira por dónde, la «cultura» se ha convertido en palabra clave europea. La cultura es todo y nada, un campo para la manipulación, la cultura es una excusa y una coartada para todo. «Es una cuestión de su cultura… Es algo inherente a nuestra cultura… Ah, ellos son tan distintos de nosotros, son diferencias culturales irreconciliables…»
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Mientras observas a estos serbios, croatas y bosniacos que te amargan la vida, piensas: la culpa de todo, probablemente, la tiene el profundo machismo de «su» cultura. ¿Qué hacer con ellos? ¿Qué debo hacer yo con mi marroquí que escupe al viento delante de mi portal en Ámsterdam? Nada. ¡¿Nada?! Eso es, nada. Porque mientras procuremos encontrar la justificación en la cultura y las diferencias culturales, en la diversidad, en la disparidad, entre su cultura machista (que permite todo esto) y la nuestra (que no lo comprende), aseguramos una coartada no sólo para sus escupitajos, sino también para nuestra irritación contra ellos. El respeto políticamente correcto a la diversidad cultural y a las diferencias culturales a menudo no es más que la máscara de un chovinismo disimulado. Y por eso, si el único argumento que manejamos es la cultura y las diferencias culturales, pronto nos saldrá el tiro por la culata.
7
¿Cultura machista, has dicho? Como mujer de la antigua Yugoslavia adquirí el derecho a votar y a la igualdad entre los sexos seis años antes de mi nacimiento, en el año 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, con un documento incierto que prometía no sólo la victoria sobre el fascismo, sino también un futuro para Yugoslavia. Obtuve mis derechos veintisiete años antes de que las mujeres suizas votaran por primera vez. Estoy convencida de que fueron las mujeres antifascistas, partisanas y comunistas, combatiendo en pie de igualdad con los hombres en la Segunda Guerra Mundial, las que conquistaron mis derechos. Durante la contienda organizaron cursos de alfabetización entre la población local, trabajaron en hospitales partisanos como médicos y enfermeras o combatieron como soldados. Después estaban representadas en la vida pública y política de la Yugoslavia de posguerra, pero muy pronto, desgraciadamente, se disolvieron en el mundo masculinamente organizado. Y, pese a todo, parece que la participación de las mujeres en la vida política y pública de Yugoslavia era más numerosa que en muchos países occidentales. Empecé a ir a la escuela primaria, «mixta», no había otras, y mis ídolos femeninos eran Marie Curie, Minou Drouet y Valentina Tereshkova. Comencé mi carrera universitaria sin saber que las mujeres americanas habían sido admitidas por primera vez en la prestigiosa Universidad de Yale sólo unos años antes. Recibí una enseñanza gratuita. Al incorporarme a la vida laboral estaba en mejor posición que las suizas, que en esa misma época ganaban un sueldo entre el veinticinco y el treinta por ciento inferior al de sus colegas masculinos. También aventajaba a las italianas, francesas, holandesas. En los años setenta mis compañeras con inclinaciones feministas, que enseguida se inspiraron en el feminismo americano, apartando a las «antipáticas» precursoras comunistas yugoslavas, lanzaron un ataque mediático y se encontraron en un terreno muy limitado. No podían luchar por la legalización del aborto porque ya estaba legalizado, ni contra la discriminación en la educación y el mundo laboral porque el sistema aseguraba la igualdad. Por eso se aferraron a la identidad femenina, la sexualidad, el sexismo y la representación sexista del género femenino en los medios, en el cuerpo femenino y su lenguaje. Uno de los temas calientes era la escasa oferta de tampones en el mercado (comunista) yugoslavo.
Con la desintegración de Yugoslavia, con la guerra y la llegada de la democracia al poder, la participación de las mujeres en los Parlamentos locales posyugoslavos se redujo a un uno y medio por ciento, para aumentar de nuevo unos años más tarde. Hoy día todas las mujeres posyugoslavas, desde las eslovenas hasta las macedonias, tienen en el mercado a su disposición una variada oferta de tampones y compresas, y un número igualmente grande de crucifijos —católicos y ortodoxos— colgando de sus cuellos. En Croacia se está extendiendo increíblemente la moda de llevar abrigos de piel, y en Bosnia la de llevar burkas. En los tiempos del «represivo comunismo yugoslavo» no había nada de esto, o por lo menos no tanto. Hoy día muchas más mujeres acuden regularmente a las iglesias y ven los programas televisivos «democráticos» en los que los omnipresentes padres religiosos —católicos, ortodoxos y musulmanes— exigen con vehemencia la prohibición del aborto, y algunos otros pensadores públicos apoyan la legalización de la prostitución. La trata de personas, las mafias locales, la prostitución, la pornografía, el desfalco, la delincuencia, los tiburones, las malversaciones financieras, la silenciosa desaparición de los derechos de los trabajadores y los sindicales, la reducción de los derechos sociales y de cobertura sanitaria, las clases de catecismo en los colegios públicos, que, hay que admitirlo, no es una asignatura obligatoria, pero se ha mostrado más penetrante que las matemáticas o el inglés, el sistema judicial corrupto y la corrupción generalizada se han convertido en parte de la nueva vida diaria democrática. La cultura de masas ha impuesto sus iconos. Desde hace tiempo no lo son Marie Curie o Valentina Tereshkova (hoy día ni siquiera sabe nadie quiénes eran), sino Britney Spears y sus numerosos clones locales. En lo que respecta a la cultura feminista, tiene dos caras: la no espectacular, la «invisible» (el activismo de las organizaciones no gubernamentales), y la «visible», con su espectacular presencia en la cultura de masas, como es la serie televisiva Sexo en Nueva York, o el entusiasmo de las defensoras de Eve Ensler (autora de los Monólogos de la vagina), que han descubierto la formula liberalizadora My vagina that’s me o I am my vagina. Una joven rumana, profesora de lengua francesa en una prestigiosa facultad de Estados Unidos, me dijo: «Elena Ceaucescu era mi ídolo femenino durante la juventud. No porque fuera comunista, sino porque era científica. Naturalmente, la Elena científica era una mentira fabricada por los comunistas, pero prefiero haber sido educada en la fe de que un día me convertiré en científica antes que en la de que me convertiré en una vagina concienciada.»
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Cuando observo al joven marroquí que a plena luz del día rompe el cristal del coche aparcado delante de mi casa en Ámsterdam y roba el bolso que han dejado en el asiento trasero (mientras que tú en Zúrich refunfuñas contra los serbios, croatas o bosniacos, que, supongo, hacen lo mismo), y sé que no tiene sentido llamar a la policía porque harán oídos sordos a mi llamada, crece en mi interior la protesta. Pienso en cómo está configurado este mundo. Me sorprendo a mí misma con un único deseo, pegarle un bofetón a ese chaval. Y en lo que respecta a la cultura machista, mi único consuelo en ese momento es una fotografía que poseo y la pequeña historia de how I got the picture…
Hace unos años me invitaron a una reunión muy importante de dos días de ministros europeos de Cultura. Entre los participantes estaban todos los ministros de Cultura de los países de la Unión Europea, los organizadores y algunos intelectuales, que fueron invitados para exponer a los ministros su opinión sobre los problemas de cultura europea y cultura en Europa. Yo estaba entre los intelectuales. Unos meses después de la reunión llegó a mi buzón un gran sobre. Dentro había una gran foto que me habían enviado como recuerdo del importante acto los organizadores de la conferencia. En la imagen aparecían todos los participantes, fotografiados en la escalera del hotel de lujo en el que estábamos alojados. De repente me fijé en la foto en algo que durante la reunión había pasado por alto. En el grupo, de unos cuarenta participantes, había sólo tres mujeres. Eran la ministra de Cultura de Suecia, la ministra de cultura de Luxemburgo y yo. ¡Por lo tanto, eso es la pequeña historia de how I got the picture!
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Ahí está de nuevo. De pie, con las manos hundidas en los bolsillos, dando saltitos, exprime saliva entre los dientes inferiores y la escupe al viento como si fuera una bala. Y tú te preguntas: ¿qué relación guardan aquel serbio, croata, bosniaco, albanés, turco, marroquí (y qué más da de dónde son, ¿acaso no son todos iguales?), el machismo, tu sensación de amenaza y una conferencia sobre cultura europea? A primera vista ninguna. Pero tal vez cualquier conversación sobre las culturas, las diferencias culturales y las diferencias en general, sobre el otro y su calidad de otro, y sobre Europa, debería partir de este punto, de una simple fotografía, de las «matemáticas». Quizá habría que empezar a partir de la forma en que está organizado nuestro mundo, aquellos que gobiernan, la Iglesia y el Estado, el ejército y la policía; a partir de aquellos que nos educan, la escuela, los manuales y los programas escolares; a partir de aquellos que diariamente «modelan» nuestra conciencia y subconsciencia, la televisión y los medios, el mercado y la ideología de mercado. Tal vez sólo entonces podríamos encontrar respuestas a la pregunta de por qué este «moreno», tuyo y mío, está allí parado y escupe al viento. A la pregunta de por qué esto nos irrita tanto. A la pregunta de por qué de algunas cosas nos damos cuenta tan tarde, sólo cuando nos llegan como un recuerdo, como aquella fotografía grande, por ejemplo, que llegó a mi buzón.
NOTA A PIE DE PÁGINA LOCAL
El más influyente y, probablemente, el más vendido de los semanarios croatas, Globus, publicó en su número de fin de año la lista que sus lectores habían votado para elegir a los diez croatas más meritorios de 2004, los diez magníficos. Entre las diez croatas del año estaba S., una cantante de pop local, famosa por su amplia sonrisa de silicona, por sus idílicos anuncios televisivos de queso y leche, por sus declaraciones del tipo de que es croata y que siempre había soñado ser monja, por los crucifijos católicos que se balancean encima de sus generosos senos y porque en las elecciones generales apoya cada vez a un partido diferente con sus conciertos. S. grabó hace poco un vídeo porno doméstico, con ella misma de protagonista, un vídeo souvenir, «un pequeño recuerdo de un momento bonito en la vida», que fue como trató de explicar su impulso creativo. La película se hizo pública, tuvo una gran repercusión mediática, por lo que se declaró a S. no sólo una mujer guapísima sino también una mujer muy valiente. M. N., la redactora jefe de la televisión estatal croata, conocida como defensora ferviente del partido nacionalista en aquel momento en el poder, y antigua adoradora ardiente del régimen de Tudjman, también estaba entre las magníficas, por su postura (nacionalista) sin compromisos. Entre los diez magníficos se hallaba también una estrella del culebrón croata Villa Marija. Asimismo hay que decir que entre los magníficos también figuraba el ganador del Gran Hermano croata, por lo demás propietario de una tienda de tatuajes en Bjelovar.
¿Por qué menciono el pasatiempo de Año Nuevo de un semanario local? ¿Como ejemplo de la facilidad con que los medios moldean los valores sociales, entre otros también los de género? Sí, por eso, pero también por otro motivo. Porque este mismo Globus había publicado en 1992 una de las más vergonzosas y virulentas arengas mediáticas contra cinco mujeres, las cuales, en una época en la que nadie osaba siquiera pensarlo, escribían contra la locura nacionalista. Globus las proclamó «brujas croatas» y con ello abrió la veda de la caza a los «enemigos de la patria». Recuerdo el suceso porque yo misma formaba parte de ese grupo desacreditado. Como resultado de la persecución mediática nacionalista, una de las «brujas» terminó en París, donde trabaja como profesora universitaria, otra vive en Ámsterdam como escritora free lance, la tercera reparte el tiempo entre Estocolmo e Istria, la cuarta vive en Zagreb, como activista de una organización no gubernamental, y se dedica a los derechos de la mujer. El «consejo de guerra» de Globus hoy está olvidado. El principal autor de la arenga contra las cinco «brujas» es en la actualidad una de las personalidades mediáticas croatas más influyentes, recientemente se presentó por segunda vez a las elecciones a la presidencia de Croacia, y no con poco éxito.
¿Y que ocurrió con la quinta bruja? ¿No había dicho que eran cinco? Se rumorea que, como si se tratase de un futbolista, Globus le ofreció un contrato sustancioso por abandonar un periódico pequeño. Recordemos que se trata de la misma revista Globus que diez años atrás las había convertido a ella y a las otras cuatro en objetivo público. Hoy día es una de las principales columnistas de este semanario. Su traspaso es el mensaje insólitamente poderoso que una mujer envía a otras mujeres, y a los hombres. Así que, recibiendo el mensaje, everybody can get a picture!
Diciembre de 2004