LA HERMANASTRA DE LAS HADAS
Sapos y culebras.
LAS MADRASTRAS DE BLANCANIEVES abruman cuando encuentran que ya no son las más bellas, pero al menos, su despliegue teatral puede tener cierta gracia. A la hermanastra de Las hadas, por el contrario, no la salva ni eso.
A esta hermanastra todo le va mal. Siempre. Es una víctima y una quejica profesional, que ha hecho de la pena un oficio y del lamento un arma. En realidad, estas quejas de pobrecita ocultan una envidia feroz, y un sentimiento de inferioridad digno de lástima.
El cuento narra cómo una jovencita bondadosa despiojó a un hada junto a una fuente y, a cambio, ésta le concedió el don de que a cada palabra que dijera cayeran de su boca perlas, rosas y diamantes. La hermanastra, deseosa de que le ocurriera lo mismo, se acercó a la fuente, pero respondió con tanta altanería al hada que ella, indignada, hizo que de su boca brotaran sapos y culebras.
Este cuentecito analiza bien las características de las personas así; carecen de originalidad, de manera que deben apropiarse de las ideas o el brillo ajeno. Incluso imitan la manera de hablar o de vestirse de sus víctimas. Les mueve la envidia hacia las personas amables, pero son incapaces de mostrarse así. Sienten que cualquier acto generoso las rebaja, prefieren morir antes que ayudar o apoyar a alguien y por último, se muestran mordaces, hirientes y venenosas.
En los últimos años han surgido una serie de revistas y de programas de televisión, de páginas web y blogs que dominan el arte de la infamia. Si tratan de autoridades, profesionales o cargos políticos, las descalificaciones y los insultos son directos, y diera la sensación, al leerlo, de que se abre la veda. En el caso de personalidades sociales, o de personajes del mundo de corazón, las fotografías insidiosas, los comentarios mordaces y el más mezquino cotilleo imperan página tras página. Sin derecho a réplica, el atacado no puede contestar, incluso si lo deseara, porque carece del espacio para ello. Además, muchos de los ataques son anónimos, y el público general percibe que estos insultos y varapalos van con el puesto. Incluso a veces, disfrazados de humor, se comparten.
El mejor remedio para ellas sería que se quedaran calladitas. Al menos, no esparcirían sapos y culebras, y con eso, no enfangarían más su reputación. Por desgracia, eso les impediría quejarse, que es lo que da sentido a su mundo. Emplean además una queja estéril, para la que es tiempo perdido buscar soluciones: no las quieren. Esa mezcla de autocompasión y violencia es lo que repele de las hermanastras. Tuvieron las mismas oportunidades, pudieron hacer lo mismo que aquéllos a los que envidian, pero no estuvieron a la altura.
Con las hermanastras hay que cortar en seco su queja constante, y no entrar en consuelos ni en competiciones por quién es la persona más desgraciada de este mundo. Contra los cotilleos poco hay que hacer, salvo ser consciente de que mañana otro será la víctima, no replicar a no ser que sean graves, desmentir o denunciarlos si lo son y procurar que el mayor número de gente posible conozca el carácter y las malas mañas de esta persona.