VII. JEFES Y COMPAÑEROS: LOS NUEVOS REYES, LOS ANTIGUOS VASALLOS

SI ES CIERTO QUE EL PODER corrompe, no lo es menos que embellece al corrupto.

Nunca antes en la historia de la sociedad occidental ha habido una libertad mayor en las relaciones laborales, ni tantos derechos garantizados para los empleados. Los nuevos reyes continúan gozando de grandes privilegios, pero los antiguos vasallos han cambiado de mentalidad.

Sin embargo, los jefes y los empleados han heredado parte de los vicios que se entablaban entre amos y esclavos; algunas empresas u oficinas se asemejan más a las cortes medievales que a un sistema moderno de producción. Como cualquier otra microsociedad, tiende a ordenarse por normas privadas y por relaciones que entretejen lo personal, las rivalidades y los logros profesionales.

Sólo hay algo peor que un colega de trabajo dañino, y es un jefe dañino. El acoso laboral, los tira y afloja monetarios, la asignación de tareas o días libres se convierten en un problema habitual. El jefe cree encontrarse en una situación en la que posee el alma del trabajador, que compra cada mes con una nómina. Los psicópatas abundan en posiciones de responsabilidad. Son implacables, y parte de su trabajo es lograr que otros solucionen los problemas para ellos. Pueden bloquear el ascenso de un buen empleado porque les resulte útil, o destrozarlo porque lo envidien. Muchas de las dotes que requiere el liderazgo pueden ser fácilmente imitadas por un psicópata, que se encontrará a sus anchas cuando emita órdenes, sea competitivo, machaque al rival, cree a su alrededor un grupo de adeptos o se salte la ley para adaptarla a sus necesidades. El jefe dañino, además, genera o favorece actitudes de riesgo para sus empleados. Los incita a superar sus propios límites morales y a coquetear con lo ilegal o lo irresponsable.

El colega dañino puede serlo por acción o por omisión. Desde el enredador compulsivo al pasivo que sólo sabe quejarse y recolocar su trabajo a otras personas más eficaces, los compañeros convencidos de que la razón y los privilegios les pertenecen pueden resultar devastadores.

Un caso frecuente en el que suelen capturar a un psicópata es el de la malversación de fondos, el cohecho o la corrupción, muy especialmente con dinero público, que se percibe como «no perteneciente a nadie». En los últimos años no ha habido comunidad autonómica libre de esa pesadilla ni partido político que no interviniera de una u otra manera en los escándalos. La lista se eterniza: Operación Malaya, caso Palma Arena, caso de La Muela, caso Palau, caso Pretoria… pelotazos, sobornos, regalos y escuchas se han sucedido con objeto de rentabilizar el precio del suelo y la construcción; y en otros casos para favorecer negocios.

El daño que estos ladrones han hecho a la sociedad no se limita al robo de dinero y a una gestión cortoplacista del ladrillo y la vivienda. Ha generado también la repulsa del gobierno europeo, un tejido corrompido de empresarios y políticos. Incentivaron la compra de casas como negocio, y lo impusieron como necesidad. Son responsables directos del endeudamiento de muchos ciudadanos, y de un gasto público sin control que sufriremos durante los años venideros.

La queja general contra estos ladrones es que las penas son suaves, y que no se les encuentra el dinero, que no devuelven. La actitud de los partidos políticos refleja una marcada tendencia a cerrar filas y proteger a los suyos; en muchas listas electorales continúan apareciendo nombres de imputados por delitos económicos, y para rematar la pérdida de confianza, líderes y portavoces han sido atrapados en mentiras evidentes.

Por curioso que parezca, el público perdona antes un error o un delito que la negación a ultranza del mismo. Una lección que los corruptos parecen resistirse a asimilar. La razón por la que muchos de estos delincuentes quedan libres radica en que preveían que podían ser descubiertos, en que pueden pagarse una buena defensa, y que su falta de escrúpulos les hace aprovechar el recurso más descabellado para apelar a él. Ya en la década de los cuarenta Edwin H. Sutherland apuntaba en su pionero ensayo El delito de cuello blanco a que los privilegios de estos facinerosos incluían un gran poder económico, peso político e incluso influencias en los órganos encargados de la administración de justicia, y que eran tan merecedores de censura, juicio y pena como los delitos de sangre.

Estos delincuentes crecen en los entornos urbanos, y en sociedades complejas y en vías de desarrollo, en que las posibilidades de especular con el suelo, de introducir drogas y prostitución, de interferir con la provechosa burocracia o de llevarse porcentajes en la producción industrial y los negocios se convierten en una realidad. Florecen por lo tanto en procesos de evolución o de reconstrucción de un país, y no desaparecen en momentos de prosperidad.

Ana María Prieto, profesora de Derecho Penal de la Universidad de Málaga, dirige también el Centro de Análisis de Delincuencia Socioeconómica de esa Universidad, e investiga sobre el delincuente que se enriquece con movimientos económicos ilegales. En declaraciones realizadas en 2011, afirmaba con contundencia que los psicópatas que actúan robando o malversando dinero no son, en esencia, diferentes a otro tipo de psicópatas, con los que comparten características. Quizá su megalomanía se centre en un símbolo concreto de estatus como es el dinero, pero la forma de perseguir sus fines es similar.