EL MARIDO DE EL MOZO QUE CASÓ CON MUJER BRAVA

¡Ay, cómo agradezco a Dios el que hayas hecho lo que te mandé! Si no, por el enojo que me han causado estos majaderos, hubiera hecho contigo lo mismo.

EMPEZAMOS MAL. Una mujer con carácter, en el siglo XIII. O en el XXI.

Una mujer brava es una anomalía. Lo era entonces hasta el punto de que siendo guapa y rica, corría el riesgo de quedar solterona.

Pero llega entonces el mozo. El que cree que todo vale para obtener sus fines. Va a acometer una tarea sacralizada por muchos (entre ellos, los Nibelungos). Domará a la fierecilla.

Se enfrentan, por lo tanto, una víctima colérica, acostumbrada a llamar la atención y salirse con la suya con escenas coléricas (una Agamenona), con un chantajista emocional que no vacilará en emplear el miedo, la inseguridad y la culpa.

Podría haber empleado armas más sutiles. Si hubiera tenido un mínimo de paciencia, podría incluso haber usado el cariño como arma arrojadiza. Pero el mozo siente miedo. Cree que la noche de bodas puede convertirse en un problema.

¿Lo viviría ella como una agresión? ¿Qué se oculta en las noches de bodas de los cuentos de hadas?

Por lo tanto, el mozo comienza con el primer paso del chantaje emocional: lo que exige no es razonable. Un perro, un gato, un caballo, no pueden servirle de mayordomo. ¿Dicen que no, o no responden? Fantástico. El mozo ya tiene con qué trabajar.

Su reacción se ve ratificada. Nadie le respeta, nadie le quiere, nadie asume que está en posesión de la verdad. La familia le odia, los amigos le fallan. El chantaje surge en su enormidad. Nunca se hubiera podido imaginar algo parecido, y el ser humano le ha traicionado. Para colmo, el responsable de que eso resulte bien o no, es la víctima. ¿Posee suficiente coraje, confianza o fe como para prestarse al chantaje?

El chantajista sólo obedece a límites, y cuando han sido fijados de antemano. Nuestro mozo manipula emociones, y lo hace desde el miedo real. ¿Quién sabe si matará a alguien? El mozo no juega limpio. La mujer brava está indefensa en sus manos, como lo han estado los otros animales. ¿Quién es ella, qué es?

Era una mujer brava. Pero se olvidó de ello.

Lo terrible de resolver conflictos con los mozos es que ellos ya han analizado la situación y han iniciado un problema sin que haya problema. Y por lo tanto, si se les detiene a la altura del perro, evadirán el conflicto.

A la moza no le importan las discusiones. Se considera buena en ellas. Mala política. El mozo las evitará. Nada de un enfrentamiento cara a cara si puede manipular.

Los novios no parecían apreciar demasiado la conversación. Quizá la moza se hubiera ahorrado el susto de empeñarse en hablar y solventar problemas. Es posible que él no hubiera querido arreglarlos, pero por lo menos no le tomaría tan por sorpresa su violencia.

La moza no mantiene ni siquiera una conversación. Paralizada por el terror, no actúa como debiera: hay que rehuir el enfrentamiento y no darle importancia a lo que el mozo hace. Busca o una pelea o la sumisión. Una postura serena les descoloca.

Por último, al mozo no le interesa solventar problemas, sólo crear nuevos que le favorezcan. No es aconsejable abrir frentes nuevos con él hasta que se han cerrado los viejos. Posee paciencia, contactos y muy poca sensibilidad, aunque haga creer lo contrario.