Lunes, 26 de noviembre de 2007

Volví al trabajo el lunes como siempre lo hacía, poniendo un pie delante del otro, tan cansada que casi no era capaz de recordar las rutas que había tomado la semana anterior. La parada de autobús que quería estaba a un kilómetro y medio de distancia y ya llegaba tarde. Intenté darme prisa, pero tenía los pies aletargados.

No había visto ni oído a Stuart desde el sábado por la noche. Por lo que sabía, aún estaba en su piso y no había salido para nada el domingo. A veces oía ruidos arriba: unas patadas a un balón de fútbol blando, la puerta de un armario, el sonido del agua de la bañera al vaciarse. Pero lo más habitual era que no se oyera nada.

Caroline vino a buscarme a las once.

—¿Bajas a tomar un café? —dijo, animada.

Me pregunté cuánto habría dormido el fin de semana.

—Tal vez más tarde, quiero acabar esto.

—Santo Dios, qué cara de muerta. No creía que hubieras bebido tanto.

Me hizo reír en contra de mi voluntad.

—Muy graciosa.

—¿Estás bien, Cathy? El sábado desapareciste de repente. Robin dijo algo sobre que te querías acostar pronto.

—Sí. No me encontraba… Es decir… No sé. La verdad es que no me gusta salir.

Ella sonrió.

—Son un poco escandalosas, ¿verdad? Me refiero a las chicas. Aun así, no tienes excusa. Eres más joven que yo. ¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y cinco? No tienes excusa.

Quería decirle que tenía veintiocho, pero, qué demonios, mi edad era lo de menos. Bien podría tener sesenta.

—Bueno, baja a buscarme más tarde, ¿vale? Quiero oír más cosas sobre ese chico tan sexi del piso de arriba. —Caroline me guiñó un ojo y desapareció.

No quería ni pensar en tropezarme con Robin. Afortunadamente, la mayor parte del tiempo trabajaba en otra oficina. Con un poco de suerte, pasarían meses antes de que volviera a hacer acto de presencia.

Miré por la ventana y me puse a pensar en el hombre que vivía arriba.