Lunes, 8 de diciembre de 2003

Me había planteado cogerme el lunes libre, o incluso llamar diciendo que estaba enferma y pasar el día en la cama con Lee.

Si él se hubiera quedado en la cama, habría sido demasiado tentador volver a meterme bajo las sábanas, pero se levantó al ir a darme una ducha y cuando bajé vestida con la ropa de ir a trabajar me había preparado té y un sándwich para llevar al trabajo.

—No tenías por qué hacerlo —dije.

Él me rodeó con los brazos y me besó.

—Deberías pensar en lo que te dije —susurró finalmente—. Si no trabajaras, podríamos volver a la cama.

—No me tientes.

Fuera llovía, hacía viento y casi era de noche, y la tentación de volver a entrar y pasar otro día con él era casi insoportable.

Había dejado una llave de la puerta sobre la mesa del comedor para que pudiera cerrar si quería salir. Parecía una actitud completamente natural, aunque ya sabía que no le iba a pedir que me la devolviera por la noche. Habíamos pasado dos días enteros el uno en compañía del otro, dos días maravillosos y tres noches de plena felicidad. Ni un solo instante incómodo, embarazoso o controvertido. Ni un solo instante en el que no me alegrara de que hubiera estado allí.

Llevaba en el trabajo diez minutos, ni más ni menos, cuando sonó el teléfono: era Sylvia. Le quedaban unas cuantas semanas más en su antiguo empleo antes de mudarse a Londres.

—Hola —dije—. ¿Qué tal The Red Divine?

—Divino, cariño —dijo—. No, en serio, es total. Te perdiste una buena noche.

—¿Y eso? ¿Cómo es?

—Precioso. Hay un montón de sofás rojos de piel, y remates cromados y cristal… ¡Y los baños! Madre mía, te habría encantado, había flores dentro y toallas de mano de verdad y botes de crema hidratante. Y estaba aquel camarero, ¿te acuerdas del que trabajaba en el Pitcher and Piano, el que te gustaba? ¿Cómo se llamaba? ¿Jeff? ¿Julian?

—Jamie.

—Pues estaba allí también, detrás de la barra. Los camareros llevan todos cuernos rojos. Y justo encima de la barra está la antigua vidriera con luces por detrás, así que puedes beber tus brebajes demoniacos bajo la atenta mirada de los santos. Es fantástico.

—Guau. ¿Vas a volver el próximo fin de semana?

—Puede. Probablemente. De todos modos, cariño, no te llamaba para contarte eso —dijo después de hacer una pausa para darle más emoción.

—¿Cómo? ¿Algo más alucinante que la noche de inauguración de The Red Divine?

Mucho más alucinante. Voy a hacer una cena, solo para los amigos íntimos. En la casa de Maggie, no en la mía, claro, ya he empezado a hacer las maletas, es horrible, no creo que sobreviva, pero en fin… ¿Entonces puedes venir?

—¿Cuándo? —pregunté, no muy segura de si lo había dicho ya.

—El próximo jueves por la noche. ¿Puedes venir? ¿A eso de las siete?

—Claro que puedo ir, no me lo perdería por nada del mundo. ¿Quieres que lleve algo? ¿Postre? ¿Ensalada?

—A tu nuevo novio —dijo tímidamente.

—Pues creo que tiene que trabajar —dije.

—Vaya.

—Le preguntaré de todos modos, a lo mejor puede escaquearse.

—Sean va a venir. Y Lennon. Y Charlie. E iba a invitar a Stevie, para echarnos unas risas.

En otras palabras, o vienes con un tío o serás la única solterona.

—Le preguntaré, ¿vale? Si no, te veo en el Spread Eagle para la fiesta. No pienso perdérmelo de ninguna manera.

—Vale, cariño, ¿me lo puedes decir sobre el miércoles por la noche, para saber cuántas cosas comprar? Hasta entonces, sé buena. Y si no puedes ser buena, sé mala.

—Lo seré. Nos vemos, entonces.

—Chao, nena.

¿Era demasiado pronto para llevar a Lee a una cena con todos mis amigos? De todos modos le iban a pasar revista en la fiesta de Sylvia, así que solo sería adelantarlo un poco. Y las fiestas en casa de Maggie siempre estaban bien. Además, era una cocinera fantástica y pensar en perderme una de las cenas de Maggie solo porque mi pareja estuviera demasiado ocupada en el trabajo para acompañarme era realmente espantoso.

Seguí con el trabajo, preparándome para una junta que había a las diez. Tenía que tomar un montón de notas para la reunión, pero seguía pensando en la última cena en casa de Maggie, solo para chicas, en la que comimos crème brûlée y bebimos demasiado brandi.

Después de la reunión vi que tenía una llamada perdida del móvil de Lee, así que lo llamé.

—Hola, preciosa —dijo.

—Hola. ¿Qué haces?

—Acabo de lavar los cacharros. Y ahora voy a ir a la compra para hacerte algo rico de cena. ¿Necesitas algo?

—Creo que no. Lee, ¿trabajas este jueves por la noche?

—¿Por qué?

—Nos han invitado a una cena en casa de Maggie.

Se hizo el silencio.

—¿Y quieres que vaya?

Claro, si no, no se lo habría preguntado.

—Sí —dije.

—Tenía que ir a un sitio, pero tal vez lo pueda posponer. Voy a hacer algunas llamadas y luego te digo. ¿Qué te parece?

—Genial.

—Perfecto, entonces. ¿A qué hora vas a llegar a casa?

—No estoy segura. ¿A eso de las seis y media?

—Tendré la cena lista.

—Eso suena maravilloso. Gracias.

—Hasta luego.