La primera vez…
Estoy en el Beauty sosteniendo entre mis manos una copa de no sé qué. Sé que es el mismo vaso que sostengo desde que hemos llegado, pero la verdad es que he perdido la cuenta de las veces que, el uno o el otro, me lo han vuelto a rellenar.
Ana continúa en la otra punta de esta alargada mesa de madera. Está acaramelada con Pol pero, para mi sorpresa y sobre todo para la del chico, todavía no se han besado.
El resto de chicos, aunque me han estado entreteniendo -y dándome de beber-, creo que hace un rato que han ido desistiendo en el intento de conseguir mantener una amena conversación conmigo, y yo ya no tengo ganas de continuar con el paripé, ni ganas de seguir en este sitio.
A decir verdad, después de terminar con el segundo cubata ya no recuerdo qué narices hago aquí ni porqué he decidido quedarme. De hecho, lo único que recuerda mi mente es a la idiota de Melisa pidiéndole al desgraciado de Marco que no descolgase el teléfono, porque si lo hacía, si cogía esa llamada, me marcharía para no volver jamás. Y aunque yo al poco tiempo volví, pese a que descolgara, fue Marco el que cumplió mi amenaza y no lo hizo. No volvió nunca más.
—¡Chinchín! —escucho mientras un vaso de tubo golpea el mío al brindar.
—¿Por qué brindamos? —le pregunto.
—Porque después de la segunda, la vida parece menos mierda y se soporta mejor. Al menos durante un rato.
—Hasta que ¿además de ser una mierda, te noquea la resaca?
—Bien dicho.
—¿Crees que la vida es una mierda?
—Dímelo tú.
—Lo es.
—Pues eso… Salud —repite, volviendo a chocar su vaso contra el mío mientras me sonríe.
¡Joder…! Martín tiene la sonrisa más bonita que he visto en mi vida… y cuando creo que puedo acercarme y conocerle un poquito más a él, llega la inoportuna de Ana y me pide por favor, por favor, por favor, que la acompañe al lavabo.
—Ana, no tengo ganas de ir.
—Por fa… Melisa, acompáñame. -–me pide de nuevo tirando de mi brazo, insistente.
Me levanto y la sigo, y cuando estamos lo suficientemente alejadas del grupo se acerca y me dice:
—Melisa, Martín no.
—Martín no, ¿por qué? —le pregunto indignada y sin saber qué es lo que me está prohibiendo y por qué.
—Le he visto sonreírte. Y sí, sé lo que piensas: tiene una sonrisa que quita el sentido —adivina—, pero… Martín no, cariño.
—¿Acaso no es esto lo que querías? ¿Qué conociera gente? ¿Qué socializara?
—Con Martín, no, joder.
—No joder, no. Joder tú. ¿Qué le pasa a Martín y qué te hace pensar que me interesa ese chico? –-y la verdad es que creo que si él ya había despertado suficientemente mi curiosidad, ante la insistente negativa de Ana, me interesa cada vez más.
—No te conviene. Es un tunante. Es un nidito de problemas.
—Cuéntame lo que sepas.
—¿Ves como estás interesada en él? Lo sabía. Mierda, Melisa…
—No es interés —le miento—, es curiosidad… Intriga… dime que con tus advertencias no tengo motivos para estar intrigada, Anita, por favor.
—Cariño, sólo puedo decirte que se trae un lío de faldas que no es normal. Está con una chica desde hace tiempo, por lo visto —con la que lleva chateando toda la noche, pienso— pero se trae unos rollos…. Insisto, que no son normales. Cada vez que sale se lía con una distinta, así que distancia -–me ordena y me coge de nuevo del brazo para volver.
Al regresar a la mesa, mi amiga recupera su asiento junto a Pol y tardan cero coma en volver a pegarse como lapas, deseosos de absorberse como cuando éstas se agarran a las rocas del mar.
Inconscientemente busco a Martín con la mirada y no lo encuentro por allí. Echo un vistazo a la barra sin levantarme de la mesa, pero tampoco parece estar pidiendo otra copa. Podría haber ido también al baño, pero una corazonada me impulsa a levantarme y aprovechando que Anita anda distraída, dirigirme hacia la puerta del pub y salgo.
—¿No tienes frío? —le pregunto acercándome por la espalda.
—Estaba un poco agobiado —se justifica, y me deja un ladito en la barandilla de los aparca-bicis donde está apoyado, para que me apoye también.
Lo hago y, mirando hacia el frente en lugar de mirarlo a él, le suelto: — Además aquí tienes más cobertura en el móvil.
Inmediatamente se da por aludido, guarda su aparato en el bolsillo y sonríe otra vez.
He dicho que su sonrisa es… sí, lo he dicho. Su sonrisa es la más bonita del mundo. Y mira que hasta ahora yo pensaba que los chicos pueden tener una sonrisa pícara, graciosa, sexy, atractiva… pero, ¿bonita?
Pues sí. La sonrisa de Martín es bonita, y menos mal que la saca a pasear sólo muy de vez en cuando porque si no, no sé cómo podría ser capaz de dejar de mirarla.
—¿Vas a contarme qué ha hecho que tu vida sea una auténtica mierda?
–—¿Acaso lo dudas?
—Un tío —adivina.
—¡Premio para el señorito!
—¿Y qué premio me ha tocado?
—El placer de estar unos segundos más a mi lado —le respondo—. Tengo frío y voy a tener que entrar.
—Me conformo, entonces. Nunca había tenido el placer de mirar tan de cerca unos ojos como los tuyos —me piropea, y al hacerlo me vienen a la cabeza las palabras de mi amiga Ana: «es un tunante», me ha dicho, y la creería. Pensaría que su piropo no es más que un camelo si no fuera porque eso ya me lo habían dicho antes.
«Nunca he visto unos ojos así», me dijo. Son tan… extraños… tan… fascinantes. Son… ¿grises?, me preguntó. Me encantan, Melisa. Me vuelven loco. Y me besó. Marco me besó.
—Voy para adentro que me congelo —repito, y aunque sea verdad, lo cierto es que estoy a punto de que se me salten las lágrimas.
Te maldigo. Marco, yo te maldigo.
Para mi sorpresa Martín se ha levantado y viene detrás de mí. Entramos juntos al Beauty, donde encontramos a los demás que nos preguntan que dónde estábamos. Ana, además de sumarse a la interrogación, me reprende con la mirada por haberla desobedecido, pero yo le devuelvo también con la mirada, un mensaje tranquilizador, con el que le dejo claro que no ha pasado nada entre Martín y yo.
Tenemos el don de comunicarnos sin hablar. Son años de amistad entre nosotras.
Aunque… ese «nada, nada…» no se ajusta realmente a lo que acaba de pasar, ya que he estado a punto de ponerme a llorar al visualizar a mi ex tras las palabras del tunante zalamero.
—¿Nos vamos al Nine? —sugiere para mi sorpresa, Martín.
El resto del grupo secunda la propuesta. Todos menos Rubén y Jose, que deciden acabar la noche en este momento porque mañana temprano tienen partido. Ambos juegan el típico partidillo del sábado por la mañana.
—Yo también debería irme. Hay un proyecto de fin de carrera que no se hace sólo —me excuso. Y ésta vez, para mi asombro, mi amiga Ana no hace ningún amago de intento por retenerme, sino que son los argumentos de Pol y Jordi los que no cesan en el intento de conseguirlo.
—Todavía no ha pasado el efecto de las copas, Melisa, y si lo hubiera hecho, dímelo que le pongo remedio. —Al principio no entiendo a qué se refiere Martín con eso, pero al escucharlo continuar, recuerdo su teoría sobre el alcohol y nuestro asco de vida. —Todavía nos queda unas horas de tregua antes de que la vida vuelva a ser una mierda. ¿Recuerdas? –Argumenta Martín, y yo me rio a carcajadas por primera vez en toda la noche.
Llegamos al Nine y empiezo a sentir como la música se cuela en mi interior y me invade como una droga. Fluyen por mis venas los acordes, fluyen los tambores, fluyen las letras, fluye el compás. Fluye la noche y el alcohol y yo ya no me contengo. No sé cuánto tiempo hace que no lo hago, pero bailar no se olvida.
Cierro los ojos y me siento bien. Quizá sea verdad que después del segundo la vida sabe mejor, me planteo y sonrío, y cuando abro los ojos lo veo allí. Él quizá necesita más de dos porque entre sus manos vuelve a sostener otra copa.
Me devuelve la sonrisa y yo, desde el centro de la abarrotada pista, además de derretirme inevitablemente, me atrevo a pedirle que se acerque a mí.
Esta vez es él quien obedece. Se acerca y me pregunta que qué quiero de él, y yo le digo que lo único que me apetece es bailar.
—Yo no bailo, Melisa.
—¿Por qué no?
—Porque no sé hacerlo.
—Pero yo te puedo enseñar. Simplemente tienes que dejarte llevar.
—Si me dejo llevar —se detiene y alza la mirada antes de continuar —acabaríamos como ellos.
Me giro para descubrir a quienes se refiere con la palabra «ellos» y qué están «haciendo» tras -como ha dicho Martín- simplemente dejarse llevar, y para mi sorpresa, me encuentro que ellos, no son más que Pol y mi amiga Ana fundiéndose, como si no existiera un mañana, en un apasionado y tórrido beso acompañado de miradas lascivas y caricias ardientes de deseo.
De pronto siento una terrible melancolía apoderándose de mi ser. ¿A dónde se irán los besos que ya no me pertenecen?, me pregunto sin poder dejar de mirarlos con tristeza.
—Melisa, vuelve que te has ido. —Me dice Martín, devolviéndome a la cruda realidad.
—No me he ido a ninguna parte, ¿No me ves? Estoy aquí. Contigo— matizo, y lo hago casi ofreciéndome. Como una vulgar cualquiera. Como una buscona desesperada.
—Aquí sólo está tu cuerpo, Melisa, pero no tu mente.
—¿Y para qué quieres más? ¿no te parece suficiente? —le insisto, colmándome de gloria y perdiendo lo poco que me queda de dignidad. Menos mal que no soy consciente de lo que hago. Menos mal que no lo recodaré. Menos mal que cuando bebo suelo olvidarme de lo ocurrido mientras estaba en este estado de embriaguez.
Le quito el vaso de las manos y doy un trago de algo que no sé identificar ni cuántos grados tiene. Pero no son pocos. Y me servirá para que el olvido de lo que pase esta noche, esté garantizado.
—Nunca me aprovecharía de un cuerpo sin mente, niña. Y menos si esa niña eres tú —me suelta, antes de darse media vuelta y perderse entre la multitud.
Jordi me agarra por la cintura desde atrás y se empieza a mover conmigo. Baila y me hace bailar a su ritmo. Lo hace con una inocencia que me transmite confianza y seguridad. Bailamos un par de canciones y pronto Alex se suma a nosotros. Por lo visto uno de sus ligues de esta noche le ha pillado intentando meter ficha con otra también. Esta vez la apuesta segura le ha salido rana.
—Es lo que tiene jugar a varias bandas —le espeto cachondeándome de él.
Dejo a los chicos con las risas y me dirijo sola hacia el baño de la discoteca. En estos momentos echo de menos a Ana. Creo que me está entrando el bajón. Apoyo mi cabeza en la pared de uno de los estrechos lavabos, planteándome si estaría mejor en el sofá. O a estas horas, quizá hasta en mi cama durmiendo.
Sí, lo estaría, me autoconvenzo. Y salgo decidida en busca de los chicos para despedirme de ellos y marcharme sin que nadie me retenga esta vez. Ni siquiera Martín.
—¿Martín? —susurro en voz baja, al pasar por al lado de una pareja que se magrea en la puerta de cuarto de baño.
Él, por suerte no me ha oído. Está demasiado entretenido jugando a enredar sus dedos entre los mechones rubios de esa desconocida, y su lengua…. Bueno, su lengua no quiero ni imaginar con qué la estará enredando.
—Jordi, me voy, despídeme de los demás, por favor.
—¿Pero por qué? Así, de repente.
—Debe de ser el alcohol. No estoy acostumbrada y no me sienta demasiado bien.
—¿Te acompaño? No te vayas sola. No así. –Se preocupa.
—No, de verdad, no hace falta. Sólo me duele un poco el estómago —y ahí no miento. Me duele. Pero no sé si es el alcohol el culpable o lo que acabo de ver al salir del lavabo.
—Déjame que avise a los demás. Alex, Martín… —insiste.
—No interrumpas a los tortolitos —Pol y mi amiga— y no te preocupes por Martín. Lo he visto con una rubia. Debe de ser su novia —le suelto—. Así que despídeme sólo de Alex, ¿ok?
—¿Martín? —repite—, pero si su novia es morena…
Le estampo un beso cariñoso en la cara, y al fin me voy.
Tras aguantar una larga cola para hacerlo, recojo mi bolso del guardarropía y me cobijo en la puerta tratando de ponerme la chaqueta y protegerme del frío.
—¡Melisa!… ¡Melisa! —escucho de nuevo a lo lejos. Identifico su voz y decido no volverme. No detenerme. Sigo caminando a paso ligero y, tras escucharle gritar otra vez mi nombre, me giro y respondo: —¿Queeeeeeeee? ¿Qué? … ¿qué, joder, qué quieres?
—¿Te vas sin más? ¿Sin despedirte?
—Me he despedido.
—No de mí.
—Estabas ocupado
—No es verdad.
—Martín, te he visto.
—¿Qué has visto?
—A la rubia.
—¿Y qué más da? —me pregunta, y la verdad es que tiene razón. ¿Qué más da? ¿Qué más me da a mí? ¿Qué me importa y quién soy yo para ponerme así por lo que haga o deje de hacer Martín? –No sé qué te estás imaginando pero no ha pasado nada.
—No te preocupes, no me tienes que dar explicaciones, —me justifico yo. Al fin y al cabo sé desde el principio de la noche que Martín tiene novia, así que si le debe a alguien una explicación, sin duda no es a mí, sino a ella.
—Melisa, te equivocas, créeme. —Y al escucharlo me molesta más aún. Identifico que no es lo que ha pasado, lo que le he visto hacer con mis propios ojos lo que me repatea el estómago. Lo que me duele es que me mienta.
¿Por qué? ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no me dice la verdad? Y, ¿Por qué tengo la sensación de que no será la última vez que finja que me creo sus mentiras?